José A. Sanz Olivencia, antiguo cabo 1º, COE 21
Tarifa, por aquel entonces era una ciudad que se mantenía a base de servicios como la fábrica de conservas, la agricultura, la ganadería y la pesca, además de los destacamentos militares que por aquella época estaba desplegados allí.
LA COE 21 dependía orgánica y tácticamente a la BRIDOT II (Córdoba) y administrativamente del Regimiento de Infantería Álava 22, con sede en el cuartel de la isla de TARIFA. Se compartía dicho cuartel con el único batallón que tenía el regimiento. Pertenecíamos a la II Región Militar, con sede en Sevilla, y éramos dos COE, con bases en Tarifa y Huelva.
El Regimiento Álava 22 se distribuía en mando y plana mayor del regimiento en el Castillo de Guzmán El Bueno, mientras que el batallón se alojaba en la Isla de Tarifa y se componía de tres compañías de fusiles y una de plana mayor. La Isla de las Palomas o de Tarifa se unía a la ciudad por un istmo que teníamos que atravesar cada vez que salíamos o entrabamos al cuartel.
Las relaciones con la población eran excelentes, siempre participativas y empáticas en todos los aspectos, máxime al darse la circunstancia de que la mayoría de los mandos del regimiento eran de Tarifa o pueblos y ciudades cercanas, o bien tenían relaciones familiares con gente del lugar. Muchos soldados de reemplazo se licenciaron con novias y más tarde se casaron. La población militar era una de las principales fuentes de ingresos a los comercios locales, bares, hostales, ultramarinos, restaurantes, taxis, etc.
Nuestra mascota Riki era un perro pastor alemán de pelo largo, mimado por todos, por su belleza y nobleza; nunca se alejaba mucho de nuestra compañía. Un día desapareció, lo buscamos por toda la isla sin dar con él. El perro, al encontrase en celo, se escapó del cuartel, salió de la isla y se dirigió a las explanadas de los pabellones de oficiales, donde lo capturaron unos indeseables. Del secuestro fue testigo la esposa del capitán Sancho, que informó de ello. El perro se encontraba en una casa baja de la barriada que estaba a la entrada de Tarifa viniendo desde Algeciras. Lo querían vender por 5.000 pesetas de entonces.
El capitán Sancho puso al corriente de todo al teniente Cervilla con objeto de recuperar al perro, y éste, junto con el sargento Sacristán y 10 hombres, todos de buen porte y vestidos de mimetizado, y sin más armas que sus manos, se dirigieron al barrio. En la casa indicada y después de identificarse, preguntaron a las personas que allí habitaban si sabían algo del perro, a lo que contestaron de manera ausente y negativa…, pero cosas de la vida…, el perro que lo tenían en un patio trasero escucho las voces o reconoció alguna, e inmediatamente empezó a ladrar de manera nerviosa y llamativa.
Ya las cosas se pusieron serias; esos individuos seguían negando que fuese nuestra mascota, pero ante la insistencia y persuasión del teniente Cervilla, optaron por cambiar su actitud y entregarlo, no sin antes amenazar con que habría consecuencias…, pero no se hizo mucho caso. Ante la evidencia de la pinta de los rateros, nadie esperaba lo que pasaría posteriormente.
A los dos días, en la hora de paseo, estos individuos nos esperaban por donde ellos sabían que solíamos estar; yo en concreto me encontraba en el bar el Feo, que ponía los mejores bocadillos de toda Tarifa, a precios asequibles y de un trato entrañable, familiar y dicharachero con los soldados, y más con los guerrilleros, que siempre venían con hambre. Ese pequeño garito estaba siempre a rebosar.
Emboscaron a unos compañeros en una pequeña plaza que hay tras lo que entonces era un centro comercial, Galerías Villanueva; allí había una sala de recreativos y un quiosco, que fue donde esta gente dejó escondido todo con lo que nos agredieron, navajas, palos, barras de hierro, cadenas, etc.….
Allí, a traición, cogieron a tres de los nuestros y les pegaron todo lo que pudieron. Con el alboroto y griterío toda Tarifa estaba ya alertada y llegaba gente que avisaba de lo que ocurría en el lugar de la agresión. Donde había un guerrillero, inmediatamente dejaba lo que estaba haciendo y acudía al lugar, donde se daba de cara con estos marrajos envalentonados porque la primera les salió bien. Habían acumulado mucho personal civil en la zona, pero ello no fue excusa para la que se lio, cada cual respondió al desafío según llegaba, enzarzándonos en una batalla en la que llevábamos desventaja, al ir esa gente armada….
Aun así, les hicimos frente; resultaron heridos por ambas partes. A a mí, en concreto, me abrieron la ceja izquierda con una barra de hierro, pues cuando estaba en el suelo peleando con un tipo, llegó otro y me dio; no lo vi venir. A otro compañero le cortaron en la palma de la mano con una navaja, contusiones y magulladuras casi todos nos llevamos.
Ellos también se fueron impregnados de betún, un compañero, que ya falleció, José Aliau, metió dos ladrillos en el bolso de paseo y se llevó a unos pocos por delante, José A. Gutiérrez, (Guti ) karateka, le partió a uno el antebrazo de una patada, con la desgracia para el muchacho qué, con todo el caos, él no tenía nada que ver con la trifulca, llego al puesto de la Cruz Roja cuando a mí me cosían la brecha.
Uno de nuestros mandos, que se caracterizaba porque era suave cuando pedía algo y no se le atendía, le dio la grande a un “mil hombres” que se atrevió a faltarle al respeto, al insultarlo a él como persona y al estamento militar, suerte que pasó por allí un compañero y lo retiro, porque empezó a repartirle, amor con la diestra y cariño con la siniestra….
Los mandos de nuestra compañía acudieron al lugar de los hechos, con objeto de poner paz y dar las órdenes oportunas para detener aquello, agrupar al personal y evacuar a los heridos.
A la mañana siguiente, la noticia del incidente trascendió en los medios de comunicación.
La Guardia Civil se encargó de neutralizar al cabecilla de esa gente, que además era un habitual en los calabozos de la Benemérita.
Nosotros salimos al día siguiente de paseo, en prevención, pero tranquilos, en binomios o grupos de cuatro, esta vez íbamos a ser más contundentes si se repetía algún altercado…
Allí donde íbamos, recibimos el reconocimiento por parte del pueblo de Tarifa, que así nos demostraba aún más su afecto, ya que, debido a ese incidente, se vieron aliviados pues, hasta entonces, esos indeseables hacían lo que querían y atemorizaban al pueblo. Se tomaron decisiones a nivel municipal y de seguridad policial que mejoraron la vida interna de la ciudad.