Juan Rodríguez Bancalero, guerrillero veterano de la COE 92

 Yo estuve allí    

Pero es que…como sucede con todas las cuestiones del alma, arrancar una palabra al ánima para mostrarla, para que el extraño comprenda lo que queremos explicar, que se sepa de qué color y textura es nuestro sentimiento, es una muy ardua tarea; casi imposible para quienes nos consideramos del común. Por eso, las personas que tienen la sensibilidad y la capacidad de extraer ese tesoro de las simas del sentimiento, provocan una avenida torrencial de evocaciones que anudan nuestras gargantas y erizan nuestra piel cuando lo revelan.

Yo sé de la enormidad que a mí me cuesta desgajar algunas de esas vivencias tan íntimas y remachadas en el corazón, por ello simplemente…quedan para mí.

Los que tuvimos la oportunidad y el orgullo de ser militares en una de las Compañías de Operaciones Especiales sabemos bien de lo que hablo. No me resulta oneroso trasladarles mi emoción por cada recuerdo, por cada vivencia con aquellos compañeros; incluso las negativas, porque nadie dijo que ser un soldado especial fuese fácil ni barato.

Ellos tienen, tenemos todos los guerrilleros, la potestad genuina de comprender al guerrillero hermano, de solidarizarnos con él en su contento y en su pesadumbre, y de quererlo, como se quiere sinceramente al compañero. No nos hace falta arrancar de nuestras entrañas unas letras para que él nos entienda, todos sabemos, cuando oímos decir: COE, a lo que nos referimos. Si, además, en mi caso, decimos 92 el hermanamiento es casi de sangre.

El espíritu guerrillero es el que es, así que a quien no haya tenido el honor de ostentar la categoría de boina verde, difícilmente le va a alcanzar su sentimiento para abarcar tal espiritualidad.  Hace tiempo desistí de conjeturar acerca del porqué era imposible que los demás me comprendieran, y es que no todo el mundo puede ser lo que yo y otros tantos elegidos pudimos ser. El reencuentro tardío con soldados especiales de mi grupo no ha hecho sino confirmarlo y revivir en mí lo que no estaba muerto, más bien adormecido en mis flujos vitales porque al incomprendido, al tenedor de esa espiritualidad, es fácil tacharle de aventurero, de loco irreflexivo. No hay tal, no soy un demente y no creo que se pueda acusar a tantos y tantos que sienten igual que yo.

Entre nosotros no hay edades, no hay reemplazos, no hay quimeras artificiales ni mal llevadas. No hay rencores. Somos todos, mandos y soldados, una boina, un emblema y un corazón enorme, forjado por miles de otros corazones individuales, de compañerismo, esfuerzo y solidaridad, donde nos sentimos queridos, cobijados y protegidos. Razones más que suficientes para que el acto de vestir la boina verde sea la catarsis purificadora de ese espíritu, del que muchos podrán oír hablar, pero del que sólo un guerrillero puede disfrutar.

 Cincuenta años

Suele ocurrir en los momentos de duermevela al final del día, cuando las verdades agrias van perdiendo su filo cortante y el sueño nos invade. Es entonces cuando nuestros recuerdos más preciados acuden una y otra vez; sin buscarlos regresan y no son repudiados sino queridos, y añoradas las vivencias que nos trasladan.

Son ya cincuenta los años transcurridos desde la fundación de la C.O.E-92 y todavía, y cada día más, nuestro pecho se hincha orgulloso, sin que podamos evitar un anudamiento en la garganta por cada ocasión en que la nombramos; y esa emoción, ese cariño y respeto, es tan íntimo y profundamente arraigado en nuestros corazones, que difícilmente quien no haya sido guerrillero puede llegar a aprehender nuestro sentimiento. Quizá sea esa la causa por lo que casi cada noche esas rememoraciones vienen a visitarnos y nosotros les damos la bienvenida, porque en ellas revivimos días que cuanto más se alejan en el tiempo más vívidos se perciben y más se cincelan en nuestras almas.

No habrá quien pueda negar que el del guerrillero es un espíritu indómito, osado y predispuesto a afrontar cualquier desafío que se interponga entre él y un objetivo. Pero hay más, mucho más. Siendo cierta tal espiritualidad, lo que más enaltece al boina verde es su capacidad de sacrificio y su solidaridad para con sus compañeros, hermandad forjada y conformada dentro de una compañía convertida en acogedor seno guerrillero, esencia prístina y viva de la historia de Hispania. Te obligaban tus mandos a esforzarte, a dar lo mejor de ti, pero ellos sabían que no te exigían, porque ya lo vivieron antes que tú, y no es exigencia pedir a quien siempre está dispuesto a dar más de lo que se le solicita. Con esa premisa no hay mandato ni imposición, sino ofrecimiento gustoso y desinteresado.

Cada uno de nosotros sabemos que un día, quizás sin esperarlo y sin saber cómo, nos encontramos con ellos cara a cara y nuestros anhelos ocultos encontraron la verdad. Nos hablaron, nos contaron y creyeron convencernos; pero no es cierto, ya estábamos convencidos y este encuentro fue el catalizador de nuestra verdad y nuestro fin: “Seríamos boinas verdes”. Con la piel de cuero curtido, requemados los labios por el frío, el calor y la sed; los pies levantados en ampollas y cargados con nuestros perpetuos compañeros de aventura, la mochila de combate y el fusil, anduvimos por collados y valles abruptos, semisalvajes, y afrontamos instrucción de combate sin fin. Eso era lo que queríamos, lo que necesitábamos y ya, nunca desde aquellos días, hemos podido entender nuestra vida fuera del sentimiento guerrillero.

Como dijo el poeta: “Caminante no hay camino. Se hace camino al andar”.

Y siguiendo su axioma, nosotros, desde 1967, hemos recorrido un largo trayecto, pero el andar nunca se ha constituido en óbice o quebranto para un guerrillero, por eso hoy, libremente, nos encontramos aquí soldados y mandos, todos caminando bajo la misma boina y emblema; sabemos que faltan muchos, pero los que ya estamos continuaremos nuestra marcha tratando de que otros se unan a nosotros, así, cuando cantemos, resonará con  voz de trueno incontenible nuestro querido himno, nuestra amada “Madelón”.

 Un abrazo, compañeros…

¡Por siempre, COE 92!

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