Mi paso por la COE 82

Coronel Juan Ramón Zato Paadín

Antiguo Capitán de la COE 82

A primeros del mes de noviembre de 1978 me encontraba al mando de la COE 52 de Barbastro, cuando se produjo el ascenso a comandante de Guillermo Rey, capitán jefe de la COE 82, en Lugo, y ahí se abrió una nueva oportunidad. Solicito la vacante y el 4 de enero de 1979 me conceden el mando de la COE 82, de la que tomé posesión a finales de enero.

Lugo y sus cuarteles

Habían pasado ya diez años desde que inicié mi vida militar, al salir teniente de Infantería en el CIR 13 de Lugo, de penoso recuerdo para mí. Volvía a esta bimilenaria y tranquila ciudad, de cerca de 70 000 habitantes en aquel año de 1969, con su espectacular y única muralla romana que rodea enteramente su centro histórico. Aquí, en esta pequeña urbe, iba a vivir los siguientes siete años hasta mi ascenso a comandante.

Recordaba perfectamente el día ya lejano de aquel año de 1969 cuando vi llegar a la captación del CIR 13, a aquellos guerrilleros del capitán Vicario y cuya visión acrecentó mis deseos e impulsó mis ganas de mandarlos. Ahora, diez años más tarde, y con experiencia de cerca de ocho destinado en COE, tomaba el mando de aquella compañía, de aquellos soldados a los que admiraba y que el tiempo posterior pasado con ellos, instruyéndoles y mandándoles, me confirmó que no me había equivocado en absoluto en mi acepción primera.

Como únicas unidades operativas permanecían el Grupo Ligero de Caballería VIII y la COE 82, las dos pertenecientes a la BRIDOT VIII con su cuartel general en Vigo. El CIR 13 de Parga había desaparecido con la nueva reorganización del Ejército. Se concentró en Pontevedra. Se usaba exclusivamente como campo de tiro y maniobras de las unidades de la 8ª Región Militar.

El citado Grupo estaba ubicado en el precioso cuartel de Garabolos, antiguo de Ingenieros. La COE 82, situada en las afueras, en la carretera a Fonsagrada y Asturias, ocupaba el campamento de San Cibrao, antiguo de instrucción y adiestramiento del Regimiento de Caballería de las Mercedes. Eran, con el Gobierno Militar de San Fernando, las únicas unidades militares que quedaban en la ciudad.

¡Sorpresa! Un saharaui al mando de la COE

Se me pedía desde la COE mi rápida incorporación, a ser posible, dada la escasez de mandos que padecía por los avatares de los destinos. Me presenté en Lugo al coronel gobernador y, en Ferrol, al coronel jefe del Regimiento Mérida 44, de quien dependía administrativamente; tomé posesión del mando de la COE 82 a finales de enero de aquel año de 1979.

Grande fue mi sorpresa cuando al llegar al campamento para hacerme cargo, el que me entrega su mando accidental es el teniente de Infantería ¡saharaui! Hamadi Ben Mohamed. Yo no sabía de su existencia ni por qué estaba allí. Acompañándolo se encontraba un capitán de Infantería, José Ramón Rodríguez Pena, del Regimiento Mérida 44; también guerrillero, que me puso al tanto de aquella situación que tanto me había sorprendido.

El teniente Hamadi, nacido en la entonces provincia española del Sahara, había estudiado en la Academia General Militar y en la de Infantería y, tras obtener el despacho de teniente, solicitó destino en la COE 82. Cuando ascendió a teniente, el conflicto entre el Frente Polisario y Marruecos estaba en su punto álgido. Gran parte de su familia se unió al movimiento y se marchó a Tinduf. El Polisario quería que Hamadi abandonara el ejército español y se uniera ellos; pensarían, con lógica, que sería una buena propaganda. Él se negó sistemáticamente: era oficial español y punto, no quería saber nada más. Estaba destinado en la COE y entonces, coincidió el ascenso del capitán Guillermo Rey a comandante, cuando el otro teniente, Ángel Álvarez, se encontraba realizando un curso, por lo que Hamadi se tuvo que hacer cargo del mando accidental de la COE. Al no estar diplomado en OE el EM de Capitanía dispuso que, inmediatamente, se incorporase agregado el capitán Pena, hasta que yo me hiciera cargo de la unidad, me di cuenta entonces del porqué de las prisas por mi incorporación. Resulta curioso que Hamadi, que no pudo ingresar en el Curso de OE por problemas en las preubas de natación (compresible, viniendo del desierto) al ascender a capitán (en esas fechas de mi incorporación) se presentó en la Escuela de Jaca al Curso de Montaña cuando ya había mejorado la natación y se diplomó, permaneciendo mas de seis años destinado en unidades de montaña.

El campamento de San Cibrao

La COE 82 fue fundada en 1966 y su primer capitán fue Javier Vicario. Estaba ubicada en el campamento de San Cibrao, a las afueras de Lugo, a unos cinco kilómetros. Su segundo capitán, Guillermo Rey, -gran profesional y mejor persona- me había relatado su funcionamiento en conversaciones informales, cuando yo era capitán de la COE de Barbastro. Sabía de sus posibilidades, pero necesitaba conocerlas a fondo y el tiempo me daría ocasión de hacerlo.

Dada su situación y características, la COE 82 era el sueño de cualquier capitán. La BRIDOT VIII (de quien dependía operativamente), tenía su cuartel general en Vigo. El Regimiento Mérida 44, (del que dependía administrativamente) estaba en Ferrol. Así que yo estaba, por así decirlo, independiente en Lugo. Una vez al mes y con mi brigada, iba al regimiento a liquidar los haberes y cuentas mensuales con su Mayoría. A Vigo solía ir si me necesitaban o me lo ordenaba el EM de la BRIDOT VIII, una vez cada dos meses o así, según maniobras o asuntos diversos.

El campamento de San Cibrao era, según la experiencia que me otorgaba el haber estado durante los casi ocho años anteriores en tres COE de diferentes Regiones Militares, el sitio ideal con las instalaciones y medios precisos y adecuados para la instrucción perfecta de una unidad de guerrilleros tipo COE.

La 82, el sueño de cualquier capitán de COE

La plantilla de mandos y tropa, estaba al completo. Al principio solo tuve un teniente de academia diplomado, posteriormente llegaron dos más, Morejón y Marí, de la misma promoción y curso de OE. Estuvieron destinados en la COE cerca de tres años. Los sargentos, al completo, eran «perros viejos» en la COE; sabían su cometido y funcionaban perfectamente. Dos de ellos -el brigada incluido-, eran de mi curso de OE.

La existencia de la Unidad de Servicios, permitía que la COE no tuviera interrupción en su programa de adiestramiento. «Toda» la compañía trabajaba a la vez; «toda» la compañía se iba de fin de semana; «toda» la compañía, desde el capitán al último guerrillero, se iba de vacaciones el día uno y volvía el día 31 de agosto. Las únicas bajas eran las médicas y los casos excepcionales; los únicos servicios, los propios de la unidad.

En esa situación, la COE, no es que debiera funcionar perfectamente, sino que era su obligación. Era el sueño de cualquier capitán de COE y yo tenía la suficiente experiencia para valorarlo y comprenderlo; me sentía pleno en mi cometido y comprendía perfectamente que me debía a mi función sin ninguna cortapisa: ¡La COE 82 debía ser un modelo de unidad! Y a ello me puse, entendiendo que la acción de mando al llegar a un destino no es derribar lo ya hecho, sino mejorarlo, completarlo y adecuarlo a las nuevas necesidades tácticas de la unidad.

La instrucción anual, forma, modos, prontuario y salidas al monte de diez días mensuales la marcaba y señalaba yo, con arreglo a lo específico de OE y las directrices del general de la BRIDOT que se me ordenaban.

Fase de nieve en Cabeza de Manzaneda

Al poco de llegar ya estábamos preparando la fase de nieve y vida en montaña nevada. Las dos COE de la región la hacíamos en Puebla de Trives, Orense, donde nos acantonábamos en sus afueras, en un antiguo colegio sin uso, con gran espacio ajardinado en su exterior y que pedíamos autorización para su uso al alcalde de la localidad. Desde allí, todos los días, nos trasladábamos en camiones a la estación de esquí de Cabeza de Manzaneda. Hacíamos las prácticas, comíamos en un gran garaje vacío de la plataforma superior y, al atardecer, regresábamos a Trives.

Cabeza de Manzaneda es una de las estaciones de esquí más pequeñas de España. Sus 1790 m de mayor altura originan grandes tiempos sin nieve adecuada o de baja calidad. El espacio, su naturaleza, es magnífica y nos servía perfectamente para la formación de los guerrilleros. Sus instalaciones eran y son espléndidas y la relación con la Dirección siempre correcta y colaboradora en ambos sentidos. Todos los años nuestros iglúes, fosas, cavernas y refugios en nieve, suponían un aliciente, curiosidad, entretenimiento y aprendizaje para multitud de colegios gallegos de chicos jóvenes, en sus fases de montaña. A cambio, generalmente, conseguía ventajas, descuentos y facilidades en remontes y servicios de la estación.

Había que funcionar así, porque ni las Capitanías ni las BRIDOT tenían contemplado en sus presupuestos oficiales dotación económica para pagar remontes de esquí, etc. Se sacaba del famoso “fondo P”, que era la solución “a todo” en aquellos tiempos, gitaneándolos con tu EM generalmente. Y ahí entraba la experiencia y habilidad del capitán de la COE. Si no te manejabas bien, “si no sabías manera” con tu mando operativo, no tenías más que problemas para adecuar la instrucción de tus hombres. Yo era ya perro viejo en esos menesteres y sabía “buscarme la vida” adecuadamente, tanto en la BRIDOT como en Capitanía, para solucionar los problemas que continuamente te surgían. Nunca tuve mayor problema y, generalmente, siempre me vi apoyado en mis peticiones y necesidades.

Sin embargo, lo que más le llamaba la atención después de haber estado en cinco capitanías distintas era la falta de uniformidad entre ellas. Todas recibían la misma Instrucción General del EMC, pero funcionaban como compartimentos estancos y, generalmente, adaptadas a la idiosincrasia y personalidad de sus generales y jefes. Eran pequeños virreinatos con su capitán general al frente y se echaba en falta un organismo superior que nos hiciera remar en un mismo sentido, sin interferencias, sin envidias, sin problemas.

A las COE ni se nos ocurría pisar “suelo extranjero”, léase terreno de otra Capitanía, en nuestras salidas al monte. Los capitanes de las compañías lo teníamos muy presente, porque un problema de “invasión” de ese tipo te podía traer un disgusto gordo en forma de arresto inmediato.

Supervivencia en las Cíes

Sí quiero destacar que las COE gallegas tenían un escenario excepcional para el adiestramiento en muchas de las actividades. Por ejemplo, cuando yo llegué destinado, las dos COE de la región efectuaban la supervivencia en las Cíes, concretamente en la isla de San Martín, la que está más al Sur. La isla estaba deshabitada, un pequeño pantalán permitía el acceso a la playa; desde allí hasta la plataforma superior las COE limpiaron y habilitaron el acceso por medio de sendas. La pequeña isla quedó impecable comparada cómo estaba al principio.

Nos trasladaba a la isla el guardacostas Navia, desde su base de ETEA en Vigo. Durante diez días se les enseñaba a los guerrilleros a cazar, pescar y aprovechar cualquier recurso: pollos de gaviota, reptiles pequeños, peces y marisco de roca, lapas, etc. eran la dieta principal durante esos días. Luego, las islas pasaron a ser parque natural, lo que originó que ya no volviéramos más. A partir de entonces, la supervivencia la hacíamos en la Sierra de Ancares, en un valle alejado al lado del río Navia.

La fase de escalada la preparábamos en el mismo campamento de San Cibrao, en la pared de la cantera que allí teníamos y que había dispuesto perfectamente, en su tiempo, el capitán Rey. Posteriormente nos trasladábamos a Porriño donde, en su gran macizo granítico usado por montañeros de Galicia y con muchas vías de escalada perfectamente señalizadas de menor a mayor dificultad, completábamos la enseñanza durante los diez días correspondientes, acampados en sus inmediaciones.

El golpe de Tejero

El año 1981, más concretamente el 23 de febrero, iba a traernos a todo el país una gran preocupación. La COE 82 estábamos en Cabeza de Manzaneda, en la fase de nieve. Ese día 23, muy temprano, salí hacia La Coruña, a Capitanía donde, en su 3ª Sección de EM iba a tener lugar el briefing final de preparación y adecuación de unas maniobras en la Sierra de Cameros de Soria que iban a tener lugar próximamente y en las que mi COE haría de enemigo de la BRIPAC. No pude ni supe, ni creo que hubiera ese día en Capitanía el menor conocimiento de lo que por la tarde iba a suceder en el Congreso de la Nación. Salí de Coruña sobre las 16:00 h de esa tarde, con intención de regresar a Trives, una vez acabada la reunión.

Pasado el pueblo de Sarria mi sargento, que iba escuchando la radio me avisa de que en el Congreso hay tiros. No lo supo definir bien. Paramos, escuchamos nuevamente y ya supimos lo que parecía estar pasando. Al llegar y ya todos informados de lo que estaba pasando en Madrid, reuní a mis mandos, comentamos el grave asunto y sus posibles consecuencias. Les pedí nuevamente su lealtad y unión y la certeza de actuar como una piña caso necesario. La incertidumbre era total y no podíamos saber la resolución del problema, ni el rumbo que tomarían los acontecimientos. A toda mi tropa les reuní y, sin tapujos de ningún tipo ni inclinaciones a ningún lado, les conté lo que ya todos sabíamos; les pedí y exigí lealtad y paciencia, confianza en sus mandos, descansar y estar preparados para cualquier eventualidad. La COE, cargada y municionada al completo, permanecimos a la espera de cualquier orden superior.

Me puse en contacto con mi EM de BRIDOT. Existía un desconcierto generalizado y ausencia de órdenes concretas total. Ello me confirmó mi sorpresa de la mañana en Capitanía al comprobar su ignorancia de todo lo que iba a suceder por la tarde. Me confirmó, asimismo, que la cabecera del Golpe de Estado confiaba totalmente en el “efecto rebote” que no se produjo en el resto de Capitanías.

En esos momentos tan graves y de tanta incertidumbre; al mando de una unidad, por pequeña que sea, le acomete una sensación de angustia e incertidumbre sobre si la decisión que vayas a tomar, si fuera necesario, va a ser la más adecuada o la oportuna para tus hombres. Es el débito del mando, sin duda.

Al llegar la madrugada, ver y oír al Monarca en su discurso, escuchar la radio y adivinar el desenlace, nos indicó claramente que el golpe no triunfaría y se quedaría en eso: un intento fallido. Nos retiramos a descansar, más tranquilos, aunque aún expectantes. Suspendí las prácticas y a la mañana siguiente regresamos a nuestra base en Lugo.

Lucha contra la humedad

La vida iba pasando, las cosas y sucesos perdían su rabiosa actualidad. El tiempo transcurría, las aguas volvían a su cauce. Todo entraba en normalidad y nuestra COE 82 seguía funcionando adecuadamente, como una máquina bien engrasada en la que todos sus componentes sabían su función perfectamente.

Seguía llamándome la atención y sorprendiéndome la dureza del terreno y del clima en Galicia, en esta bellísima y desconocida provincia de Lugo. Nací y me crie en el frío de Burgos, desarrollé la profesión, mis años anteriores, en regiones de frío intenso como Zaragoza y el Prepirineo de Barbastro, pero allí no existía la cantidad de agua que aquí, ese “xirimiri” continuo que te incrementaba la sensación térmica de frío, que te empapaba, que te absorbía, que te molestaba, que te enfriaba, que te impedía realizar tu trabajo a satisfacción.

Estábamos constantemente luchando contra la humedad. Y eso era duro. ¿O es que yo me estaba haciendo mayor? Quizás fuera también esto último. Muchos años continuados ya llevaba, casi 13, haciendo esta dura vida de guerrillero y el cuerpo, me parecía, estaba empezando a pasarme factura. ¡Antes no me quejaba!

Fase de agua. ¿Ataque a una base de EEUU?

La fase acuática anual la hacíamos en San Vicente do Mar, en el Grove, en una antigua batería de costa perteneciente al Regimiento de Artillería de Pontevedra, de la BRIDOT VIII. La situación era magnífica, instalaciones adecuadas, playa particular y lo necesario para desarrollar nuestra formación a alcanzar, tanto en superficie como con medios de buceo autónomo. Posteriormente se convirtió en un campamento infantil de verano, al que apoyábamos con tirolinas, puentes, pasarelas y demás elementos de escalada y diversión. En la actualidad, como pude comprobar hace poco, se convirtió en Residencia vacacional de verano de Defensa.

Aquella salida al campo iba a tener un problema añadido con el que yo no contaba. Estábamos acampados en Espesante, un pequeño pueblo costero cerca de Cedeira, efectuando un ejercicio combinado de ataques a objetivos diversos, con exfiltración por mar. El supuesto consistía en que un grupo operativo de la COE realizara una aproximación, ataque y destrucción del puente metálico del ferrocarril sobre la ría del Barquero, límite de las provincias de Coruña y Lugo y fundamental en las comunicaciones con Asturias y la cornisa cantábrica. Una vez realizada la destrucción el equipo se exfiltraría desde el Cabo de Estaca de Bares, entrando en el mar con botes, hasta un barco que esperaba para extraerlos.

Pues bien, en las inmediaciones del cabo de Estaca de Bares existía entonces una base americana, de seguimiento de tráfico aéreo atlántico. Como en el ejercicio iban a realizarse disparos de fogueo y alguna explosión, en las proximidades de la base, pensé que, para evitar problemas, sería oportuno avisar al jefe de la misma. No tenía ninguna obligación, pero ¡en fin!, me decidí a hacerlo por cortesía y para evitar alarmas innecesarias.

En la puerta de la base me identifiqué y solicité hablar con su jefe. Me recibió un sargento mayor, que estaba recién incorporado y desconocía el español casi en absoluto. Con mi mal inglés, le indiqué que esa noche iba a oír disparos en las inmediaciones de la base, que eran maniobras y que no se alarmasen. Creí que me había entendido; le di la mano cortésmente y me marché.

Parece ser que no fue así. A la hora de comer, se acercó un guardia civil del puesto de Espasante y me avisó de que tenía que ponerme en contacto urgentemente con el coronel jefe del Regimiento Mérida. Lo llamé por teléfono y, hecho un basilisco, me preguntó que cómo era posible que esa noche un grupo de operaciones especiales fuese a atacar la Base de Seguimiento Aéreo de Bares. Me pidió que le explicase el tema perfectamente, porque desde Capitanía General le habían dicho que de ninguna manera se me ocurriese tal cosa. La noticia venía de Madrid, desde el Cuartel General del Ejército y por vía de urgencia.

Le expliqué al coronel el asunto y comprendió que todo se debía a un malentendido. Al parecer, el sargento mayor comprendió mal mis palabras, o no se las dije correctamente, y para cubrirse las espaldas, el muy ladino, avisó a su jefe en Madrid. Este, alarmado, se puso en contacto con el Mando Conjunto Hispano-Americano, avisaron al EMC, a la Capitanía de Coruña, al coronel del Mérida, al sursuncorda…,y yo, me veía arrestado.

¡Joder con el suboficial «yanki»! Me enfadé muchísimo. Me acerqué a la base y le dije al sargento mayor que era un incompetente y traidor y, que esa noche, en mi terreno y donde a mí me pareciera, haría los ejercicios tácticos que me diera la real gana: ¿Enterado? ¡Adiós! Esa noche hubo una ensalada de tiros y un montón de explosiones, para que se jorobara con razón.

El final, tras quince años de guerrillero

El final de mis años guerrilleros se aproximaba con rapidez. El síntoma claro me lo hizo ver el curso de ascenso a jefe, estrenado por nuestra XXIII Promoción en su nuevo formato. Una vez realizado el curso regresé a Lugo, aguardando el ascenso y esperando con preocupación lo que nos podría deparar el nuevo empleo y el posible nuevo destino en nuestra sacrificada vida militar. Por otra parte, mi forma física ya no era la misma, quizás me encontraba cansado después de tantísimos años en la COE.

El 28 de enero de 1986 ascendí a comandante, quedando agregado al Gobierno Militar de Lugo. Había permanecido destinado en COE, con una pequeña interrupción de apenas tres meses al ascender a capitán, desde septiembre del año 1972 hasta febrero de 1986. ¡Quince años ininterrumpidos, incluido el curso de OE de Jaca, con la boina verde en la cabeza! ¡Quince años de guerrillero!

Como escribió Miguel de Cervantes: «Yo no sé qué tiene esta profesión que, a pesar de los sacrificios, riesgos, penurias e ingratitudes, son tantas las satisfacciones y alegrías que se está orgulloso de pertenecer a ella y con deseos de continuar siempre en sus filas».

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