Las COE de Las BRIDOT

Vicente Bataller, General de Brigada (retirado)

Presidente de la FEDA-VBVE

De los guerrilleros de 1808 al nacimiento de las COE

Es evidente que no solamente en España, sino en muchos otros países, las primeras unidades de operaciones especiales basaron sus procedimientos de lucha en copiar, de algún modo, la forma de actuar y combatir de los guerrilleros españoles. El término de guerrilleros nació a partir de 1808, en la guerra de la independencia, cuando los franceses, tras invadir la Península Ibérica, inventaron esta palabra y denominaron «petit guerre» a la organización para combatir a las partidas y cuadrillas españolas, que se reunían para atacar por sorpresa en puntos ventajosos, se esfumaban a continuación y se difuminaban entre la población civil. Este vocablo se popularizaría con el tiempo en «guerrilla», llamando a sus componentes «guerrilleros».

Pero si los franceses le pusieron nombre a primeros del siglo XIX, esta forma de luchar atípica había nacido mucho antes, diríase que fue una constante histórica en el suelo hispano.

En efecto, en el siglo II antes del cristianismo ya encontramos antecedentes, de los que los romanos dejaron constancia por escrito, en la forma de guerrear de Viriato. En este sentido, resulta asombroso el paralelismo existente entre las guerras llevadas a cabo en Iberia contra romanos, árabes, y franceses, pese a que están separadas por milenios.

Las fuerzas de operaciones especiales, más conocidas como boinas verdes y en el ámbito español, también como guerrilleros, son actualmente las unidades más modernas con que cuentan los ejércitos de todo el mundo, no sólo por el material y armamento que utilizan, sino por los métodos que emplean, distintos a los convencionales.

En España, estas unidades se constituyeron a partir de 1962 en Compañías de Operaciones Especiales (COE), al mando de un capitán, con misiones de guerrillas, contraguerrillas y acciones tipo comando. Con el discurrir de los años las COE evolucionaron y se adaptaron a las nuevas modalidades de combate, más acordes con lo que hoy en día se entiende por operaciones especiales.

A tal efecto, a partir de 1979 estas compañías se agruparon en grupos (GOE y BOEL legionaria), al frente de un comandante o teniente coronel. Pararelamente a los boinas verdes del Ejército de Tierra en la Infantería de Marina de nuestra Armada se creó la UOE, en el Ejército del Aire el Escuadrón de Zapadores Paracaidistas (EZAPAC) y en la Guardia Civil el Grupo Antiterrorista Rural (GAR), cuyos miembros de todas estas unidades especiales también lucen sobre sus cabezas la preciada boina verde que nos une a todos.

Estas unidades especiales están equipadas y adiestradas para el cumplimiento de misiones que, generalmente, no pueden ser encomendadas a las unidades normales, ya sea por la peculiar táctica o estratégica de la misión, por el grado de instrucción requerido o por exigir su cumplimiento una técnica específica de la que carecen aquellas.

En 1997 los GOE se juntaron bajo el mando de un coronel, y tres años más tarde de un general, y formaron el Mando de Operaciones Especiales (MOE). Por último, en el 2013 se organizó el Mando Conjunto de Operaciones Especiales (MCOE) del que dependen las UOE de los dos Ejércitos y la Armada: el MOE, la EZPAC y la Fuerza de Guerra Naval.

La idea de crear Unidades de Operaciones Especiales (UOE) nació de la Escuela Militar de Montaña (EMM) en 1956, cuando se propuso impartir un curso para diplomar a los mandos de las futuras unidades que debían organizarse según un razonamiento basado en la profusión de la lucha de guerrillas. Finalizado el cuarto curso, y en consecuencia, cuando ya se contaba con suficientes mandos para formar el primer embrión guerrillero se creron, con carácter experimental, las dos primeras UOE (obsérvese que las denomina unidades y no compañías), la UOE 71 en Oviedo y la UOE 81 en Orense que quedaron organizadas el 1 de marzo de 1962. Dado el buen resultado obtenido, se decidió ampliar el número de unidades a dos por Región Militar, adscritas a un Regimiento de las Brigadas de Defensa Operativa del Territorio (BRIDOT), esta vez con el nombre de compañías (COE); su constitución finalizó en 1969. En 1981 se fundaron dos nuevas COE, una en la Escuela Militar (EMMOE) de Jaca y otra en la Legión, la UOEL, con sede en Ronda.

El banderín de la UOEL, simbiosis del emblema de guerrilleros y Legión

Con el ánimo de perpetuar la memoria histórica, a las COEs se le asignaron nombres de guerrilleros y militares célebres. Esta denominación pasó un tanto desapercibida, al ser nombradas e identificadas por la palabra COE seguida de su número orgánico o de la ciudad donde se ubicaban. En el Cuadro 1 se puede ver su denominación, dependencia y ubicación.

A estas COE debemos añadir, según hemos mencionado,  las UOE que se crean tanto en los otros ejércitos: la UOE de la Armada y la Escuadrilla de Zapadores Paracaidistas (EZAPAC) del Ejército del Aire,  como en las Fuerzas de Seguridad: el Grupo Especial de Operaciones (GEO) de la Policía y la Unidad Especial de Intervención (UEI) y Grupo Antiterrorista Rural (GAR) de la Guardia Civil, en estos casos, con misiones más limitadas al antiterrorismo, pero en cierto modo relacionadas con operaciones especiales (de hecho, sus primeros componentes se formaron en la Escuela de Jaca).

Respecto a la UOEL (cuyo único jefe fue el capitán Ricardo Castillo), sus antecedentes se remontan a principios de los años 70, cuando en los Tercios saharianos 3º y 4º de la Legión se constituyen UOEs con vistas a la lucha contra el Frente Polisario saharaui.

SOE de la IV Bandera al mando del Tte. Bataller

Esta iniciativa se trasladó a los Tercios 1º y 2º del norte de África, organizándose una sección (SOE) por unidad tipo Bandera (el autor, en su época de teniente mandó la SOE de la IV Bandera del 2º Tercio de la Legión). Posteriormente, en 1981, en base a los legionarios voluntarios de las SOE se creó una unidad tipo compañía, la UOEL con aptitud paracaidista.

Dado el buen resultado de la simbiosis legionario-guerrillero-paracaidista, el general Pallás, Subinspector de la Legión y promotor de las OEs en este glorioso cuerpo, propuso la creación de una Bandera de Operaciones Especiales (BOEL), en la que se integraría la UOEL. Para ello se necesitaban un aumento urgente de cuadros de mando legionarios diplomados en OE.

Ante la imposibilidad de que la escuela de Jaca (EMMOE) incrementase en la convocatoria anual el número de plazas suficientes, en 1983 se solicitó un curso paralelo, con la misma duración, fases y materias. Aprobada la propuesta, esta tarea la llevó a cabo en Ronda el comandante Vázquez Soler de la EMMOE (antiguo jefe de la COE 12 de Plasencia) junto con varios mandos agregados, entre ellos cuatro capitanes de la Legión diplomados en OE (el entonces capitán Bataller fue uno de los profesores).

Curso OE Legión. En el centro jefe de curso, cte. Vázquez, a su dcha. cap Bataller e izda cap. Coloma

Los guerrilleros de las COEs: soldados de élite

Pero vamos a centrarnos en el relato de los primeros guerrilleros, los de las COE. Los boinas verdes de entonces -y también los de ahora- no son superhombres, versión que a menudo aparece en determinados libros o películas sensacionalistas. Es más, en ocasiones son personas que llevaban una vida monótona antes de ingresar en una COE.

No es necesario ser previamente un excelente atleta para constituirse en un buen soldado de operaciones especiales o en un magnífico guerrillero, como cariñosamente se les conoce en España. Eso sí, se requiere fuerza de voluntad, disposición para mejorar poco a poco las propias cualidades y aptitudes individuales y poseer un cierto afán de superación personal.

Desde que se crearon este tipo de unidades y durante muchos años, la tropa procedía exclusivamente del reemplazo, ya que así lo contemplaba la ley de servicio militar y la organización interna del ejército. En este contexto de un servicio obligatorio, los reclutas recién incorporados a filas elegían voluntariamente ser destinados a una COE.

Unos lo hacían atraídos por su espíritu aventurero, por ese deseo de descubrir aspectos nuevos de la vida y aprovechar cada momento de su existencia. Otros, buscaban un mayor contacto con el entorno natural, huir del asfalto y de las comodidades que imperan en la actual sociedad industrializada.

Todos, fieles continuadores de una manera de combatir inventada por los españoles, la guerrilla, en la que el valor individual, la astucia, la determinación, el tesón y el sacrificio, adquieren su máxima expresión.

 

El reclutamiento se efectuaba mediante una captación en los Centros de Instrucción de Reclutas (CIR). Los que se apuntaban debían pasar un reconocimiento médico, un test de pruebas físicas, otro de cultura general y una entrevista personal antes de ser elegidos para formar parte de la COE.

Este sistema nos permite confirmar que estos jóvenes presentaban de antemano un potencial de virtudes y cualidades humanas de tipo altruista, como sus antecesores de la guerrilla que luchaban por unos ideales, alejados de una visión materialista, pues con la premisa de cobrar lo mismo que el resto de los soldados, se alistaban a la COE a sabiendas de que iban a trabajar, arriesgarse y sacrificarse más que el resto de sus compañeros del reemplazo.

A estas ventajas de orden cualitativo conviene añadir que el sistema permitía el acceso a todas las clases sociales que pasaban por filas, es decir, incluía gente de distinto origen, formación, cultura… de modo que permitía formar binomios perfectos de conjunción armónica, donde lo que les faltaba a unos les sobraba a otros, ejemplo del estudiante, que aprendía enseguida a manejar bien el plano, y el pastor, adaptado a sobrevivir en el monte, simbiosis que funcionaba muy bien.

Si a todo ello unimos la constante actividad de un apretado y atractivo programa de instrucción, práctico y desarrollado en su mayor parte en el campo, y su exclusión en la realización de servicios cuarteleros, se lograba una aceptable formación como soldados de OE (a pesar de faltar meses para profundizar en aspectos técnicos).

El resultado final era la de un guerrillero física y mentalmente preparado, audaz, dispuesto a asumir riesgos y superar cualquier obstáculo que se le pusiera enfrente. En las paredes de los locales donde se alojaba estos soldados de élite se podían leer algunos lemas y máximas que reflejaban este espíritu que les distinguía del resto de soldados: «Nunca no puedo», «Sacrificio y dureza», «Vencer o morir», «Unión y compañerismo», «Audacia, siempre audacia, más audacia», «El guerrillero no reconoce obstáculos», «Los boinas verdes nunca mueren, se reagrupan en el infierno», «Que tu cuerpo y tu mente estén siempre listos, cuando tu cuerpo diga basta, tu mente debe decir adelante»…

En definitiva, el rendimiento obtenido con estos soldados fue elevadísimo, no sólo por esas cualidades previas que normalmente poseían, potenciadas durante su estancia en la COE, sino también por la citada selección físicocultural efectuada durante la captación y, por último, la obligación de ganarse la boina y ser reconocido como guerrillero tras la superación de una fase de endurecimiento.

La impronta de la boina verde: primero ganarla, luego llevarla con honor

Para todos los soldados del mundo el momento más significativo de su vida militar es el día en que prestan juramento de fidelidad a su Bandera. Sin embargo, para los guerrilleros españoles existe un segundo día, indudablemente menos importante, pero también emotivo y relevante, en el que adquiere otro compromiso, esta vez con su COE y con todos los compañeros que le precedieron en las filas guerrilleras: el acto de la imposición de la boina verde.

Este acto solía realizarse en el campo con la unidad formada, y eran sus mandos y veteranos quienes efectuaban la imposición de esta prenda que, a partir de entonces, les distinguiría de los otros soldados y les responsabilizaría, ante el resto de la colectividad, de ser representantes dignos de todos los boinas verdes españoles. Pero la boina no se regalaba, antes había que ganarla mediante la superación de una de las pruebas más duras que se realizaban las COE: la prueba de la boina, como fase final del periodo de endurecimiento que se llevaba a cabo tras la incorporación a una COE.

En este período se intensificaba la educación física, la instrucción nocturna, el tiro, el paso de obstáculos, las pruebas de decisión y valor… de tal manera que además de una formación elemental, común para cualquier soldado, el aspirante a boina verde conocería, de forma progresiva, el dominio que la mente tiene sobre el cuerpo, su capacidad de resistencia y adquiriría confianza en si mismo mientras se instruía en técnicas especiales y se endurecía al tener que adaptarse al frío, al sueño, al esfuerzo físico, etc.

A modo de examen final del periodo de endurecimiento, y como condición imprescindible para obtener la boina verde y convertirse en soldado de operaciones especiales, era necesario superar la citada prueba de la boina. Lógicamente no existían unas evaluaciones tipificadas para todas las COE, pues eran los mandos instructores los que mejor conocían, en cada caso, circunstancia y época del año, lo que podían exigir a sus subordinados según el programa de instrucción desarrollado hasta ese momento. Básicamente consistían en poner a prueba el espíritu de sufrimiento y dureza, lema de este tipo de unidades, junto con prácticas que requiriesen  decisión y valor.

La duración de esta prueba solía ser de dos o tres días con sus noches respectivas de actividad constante. Se iniciaba normalmente con una captura de prisioneros, en la que debían resistir los interrogatorios, una evasión nocturna, paso de cursos de agua con teleféricos y medios de circunstancias, recorridos topográficos con plano, algún rappel, pasillos de observación nocturna, donde tenían que descubrir armamento, material y enemigos ocultos, armar y desarmar el fusil sin luz, marchas por montaña, tiro, …

Este examen de aptitud finalizaba normalmente con un pasillo de fuego en el que se atravesaban unas alambradas y se reptaba detrás de sus mandos, mientras se efectuaba fuego de ametralladora por encima pero próximo a las cabezas y sonaban explosiones cercanas.  De esta forma, se practicaba el cómo hacer frente al estrés de un combate real. Así nos cuenta su experiencia un guerrillero:

“Aquella noche me encontraba de repente sólo en medio de la oscuridad mientras subía, bajaba y atravesaba barrancos. Llevaba 40 horas de actividad continua y sin dormir. Estaba cansado y,  sin embargo, la famosa y temida prueba de la boina no me resultaba tan pesada y difícil como decían. Era cuestión de aguantar. Había salvado varios obstáculos con teleféricos, me había mojado al atravesar una charca, efectuado un tiro nocturno, sufrido una captura e interrogación de prisioneros y ahora, mientras realizaba aquel recorrido topográfico, meditaba en el silencio de la noche sobre la metamorfosis que se estaba produciendo en mi persona. Tan sólo dos meses atrás, no me había podido imaginar que pudiese resistir tanto ni ser capaz de vencer tan fácilmente las debilidades del cuerpo con tal de conseguir ser un guerrillero, de poder llevar la ansiada boina verde”.

Por eso todos los que han servido en las COE coinciden en señalar a la boina verde como algo más que un símbolo, pues, a modo de baño colectivo que liga a todos los hombres que la llevan, marca un estilo peculiar de vida militar, y en torno a ella giran todos los valores morales heredados de las virtudes guerrilleras de antaño.

Es comprensible que los guerrilleros, tras licenciarse de su COE, quedaran marcados para siempre por la impronta de la «boina verde» y el «machete guerrillero», recordando esas actividades tan diferentes y atractivas que realizó durante su servicio militar, a esos mandos ejemplares y exigentes que se las enseñaron, a ese binomio y compañeros siempre dispuestos a ayudarle y con los que convivió tan estrechamente.

En definitiva, no les resultaba fácil desprenderse, tras su retorno a la vida civil, de ese «espíritu guerrillero» inculcado, mezcla de aventurismo, afán de poner a prueba sus aptitudes y autoconvencimiento de la inexistencia de obstáculos para un soldado de OE pues se convence del lema «nunca no puedo». Pensemos, en relación con el valor sentimental que puede llegar a adquirir este símbolo, que la peor sanción para un soldado de operaciones especiales, cuando no es capaz de mantener con ejemplaridad el compromiso contraído el día en que le fue entregada, es quitarle la boina verde ante la unidad formada.

Parecerá increíble, en una sociedad como la actual, donde lógicamente imperan cada vez más los valores materiales y menos los espirituales, ocasionalmente representados por símbolos, cómo en las COE esta prenda de cabeza podía aportar tanta energía física y mental a la hora de ganarla y de realizar actividades que requerían gran esfuerzo de superación personal, sufrimiento y dureza; cómo más tarde servirá de motor que generaba fuerzas y disuadía de conductas criticables y, finalmente, cómo marcaría al antiguo guerrillero para el resto de la vida en esa distinguida línea de actuación y en ese sentimiento de unión con sus compañeros y con su COE, avalado por las frecuentes visitas de veteranos, tanto en el cuartel, donde iban a ver a sus antiguos mandos, como las que se recibían durante las salidas al campo.

El adiestramiento de las COE. Guerrillas y contraguerrillas

El programa de instrucción en los años 70 resultaba muy ambicioso y a la vez atractivo. Abordaba materias tan dispares como la defensa personal, topografía y orientación, transmisiones y criptografía, tiro (de combate, instintivo, nocturno y en zonas edificadas, …), explosivos y mezclas incendiarias, primeros auxilios.

Continuaba con la instrucción de combate, tanto individual como colectiva, golpes de mano, emboscadas, patrullaje, guerrilla y contraguerrilla, infiltración, exfiltración, escalada, rappel, paso de ríos, esquí y refugios en nieve, combate en agua (incluyendo el buceo básico, boga, infiltración por ríos y mar y reconocimientos de costa). Por último, estaban las prácticas de guerra psicológica, captura y resistencia a interrogatorios y al trato de prisioneros, supervivencia con recursos naturales, evasión y escape.

La parte teórica de estas materias y algunas de las prácticas se impartían en el cuartel y campos de instrucción y tiro de sus proximidades. Sin embargo, una característica diferencial de las COE respecto al resto de unidades era el elevado número de días que pasaban en el campo, bien en tiendas o durmiendo (normalmente durante pocas horas) bajo las estrellas.

En efecto, todos los meses se salía al campo, a zonas distintas, durante diez días seguidos, y en ocasiones veinte (fases específicas de combate en agua y de combate en nieve). De esta forma, los boinas verdes conocían perfectamente la orografía de la zona en la que tenían que actuar en el caso de una defensa del territorio. También debían familiarizarse con el carácter de sus habitantes, sus comunicaciones, la situación de sus puntos neurálgicos.

En definitiva, los componentes de las COE permanecían como mínimo durante 120 días al año fuera del cuartel con motivo de las salidas habituales. A ello debemos añadir las noches de instrucción nocturna (lo normal una o dos veces por semana), ejercicios imprevistos con otras unidades, etc., razón por el que más de un tercio de los días de su servicio militar se encontraban en maniobras, en el campo, fuera del cuartel.  Por este motivo, la convivencia de la tropa con sus mandos era continua; con los compañeros de una misma patrulla, además de continua era intensa.

Por si todo ello fuera poco, como era habitual moverse de noche y con inclemencias meteorológicas adversas (lluvia, viento, niebla, nieve, etc.) -ideal para infiltrarse sin ser detectados- todos, mandos y tropa, sufrían las mismas penalidades (sueño, frio,…), circunstancias todas ellas  que aún acrecentaban más la unión sin distinción de empleos.

No cabe duda de que la ejemplaridad de los mandos y su dedicación contagiaban ilusión y confianza a la tropa y provocaban unos lazos de unión entre todos los componentes de una misma COE capaz de perdurar durante muchos años -y en ocasiones durante toda la vida- tras la licencia y retorno a la vida civil de los guerrilleros.

Entre todos los ejercicios que se realizaban el de guerrillas y contraguerrillas quizás era uno de los más duros y de los que más marcaba la peculiar idiosincrasia de las COE; ejercicios que también se mantuvieron en la primera etapa de los GOE. En su programación intervenía todas las unidades de la Brigada de Defensa Operativa del Territorio, en la que se encuadraban las dos COE de la correspondiente Región Militar, y donde una de ellas actuaba de guerrilla y la otra de contraguerrilla, junto con el resto de fuerzas.

Al tratarse de un ejercicio de doble acción, la motivación por ambos bandos resultaba espectacular. Unos queriendo cazar guerrilleros con continuas batidas, cercos, seguimiento de huellas, … Éstos intentando pasar desapercibidos, sin dejar rastros, bien enmascarados para ejecutar por sorpresa las emboscadas a convoyes, los golpes de mano a campamentos, instalaciones, puentes, etc.

Previamente se montaba una Organización Clandestina de Apoyo (OCA) con la población civil adepta a los guerrilleros (normalmente con soldados licenciados de las COE deseosos de recordar viejos tiempos) que les pasaban información sobre objetivos y movimientos de la contra. Si durante los 10 días que solía durar el ejercicio, llovía, la dureza de estas maniobras era extrema, sobre todo para la guerrilla, sin posibilidad de encender fuego para secarse la ropa ni de abrigarse en casas abandonadas para evitar ser descubiertos.

Para finalizar este artículo dedicado a las COE, veamos como recuerda un antiguo guerrillero esta experiencia:

“El ejercicio estaba organizado de forma que mi COE actuaba de guerrilla y la Brigada (BRIDOT) de contraguerrilla, con una proporción de fuerzas de 1 a 30, pues nuestro supuesto enemigo contaba con dos batallones de Infantería, un grupo de Caballería, la otra COE (en este caso nuestra principal preocupación) y otro de Artillería, además del batallón mixto de Ingenieros, y los apoyos logísticos. Se había limitado la zona y elegido previamente una serie de objetivos que teníamos que atacar y colocar las cargas para simular su destrucción.

El problema de la comida lo solucionamos con la instalación de varios depósitos de víveres enterrados; del mismo modo, escondimos garrafas de agua por varios puntos de aquellas sierras, temiendo que las fuentes estuvieran vigiladas. Antiguos guerrilleros de los pueblos próximos se habían prestado a informarnos sobre los movimientos del adversario, colaboración que, según pudimos comprobar luego, nos sería de gran ayuda.

La COE se dividió en dos guerrillas, cada una al mando de un teniente y compuesta a su vez por tres partidas, y una Organización Clandestina de Apoyo (OCA) dirigida por el brigada, mientras el capitán con una pequeña plana mayor coordinaba todas las operaciones. La OCA tomaba contacto con los colaboradores de los pueblos, obtenía información, y por otro lado, evacuaba a algún lesionado o exfiltraba al personal acogido a la red de evasión y escape.

Las seis partidas se dividieron la zona de acción y se repartieron los objetivos a atacar, si bien en ocasiones trabajaban reunidas por guerrillas, cuando se requería una mayor potencia de fuego. Durante el día, a excepción de determinados binomios destacados en observatorios sobre objetivos, el resto de la patrulla permanecía enmascarada entre los pinos y matorrales, tiempo que empleaba para estudiar los últimos detalles y descansar.

Al anochecer iniciamos el movimiento hasta enlazar con la pareja destacada que nos informó del despliegue de seguridad adoptada por el enemigo, no obstante, reanudamos una nueva observación nocturna para descubrir posibles cambios. Tras varias horas de espera, en el momento convenido, las tres de la madrugada, desencadenamos el ataque que duró cinco minutos; a continuación, nos dispersamos en todas direcciones durante más de dos km, para luego converger en el punto de reunión previsto, donde habíamos dejado las mochilas de montaña. Emprendimos una marcha hasta poco antes del amanecer al objeto de alejarnos lo máximo posible de aquel lugar, conscientes de que al día siguiente se efectuaría un rastrilleo.

En medio de aquel bosque, bajo el poncho, aguantamos la lluvia que no cesaba ni nos dejaba dormir por el frío y la humedad de la ropa mojada, constantemente preparados para huir, ante la señal del compañero vigilante desde el árbol más alto. Así, sin estar quietos en ningún sitio, actuamos durante diez días seguidos.

Fueron, junto con la supervivencia y la captura de prisioneros, quizás las maniobras más duras, pero también donde más aprendí. He de reconocer que me sirvió de mucho todo lo que previamente me enseñaron los mandos en las salidas al campo anteriores: moverme de noche atento y sin hacer ruido, no dejar huellas, emplear señales con el brazo en lugar de con la voz, enmascarar el equipo, reptar durante horas hasta el objetivo sin ser descubierto por los centinelas, aguantar la lluvia, el frio, el sueño, el cansancio sin deprimirme…”

 

Un comentario

  1. El artículo me parece excelente, no sólo porque no deja en el olvido el guerrear de Viriato o los guerrilleros que en la guerra de la independencia lucharon contra el invasor, sino porque la descripción que se hace de los guerrilleros que pasamos por la COE durante la época del servicio militar obligatorio y que nos ganamos la boina fue una realidad tan clara como innecesario extenderme en más explicaciones. Soy malagueño de nacimiento, resido actualmente en Madrid y tuve el honor de estar en la COE 22 de Huelva reemplazo 1974/75. , y mi parecer y el de muchos más se puede resumir con una frase de un compañero de mi reemplazo “Lo que si se, es que a la COE no la olvidaré nunca” . Y termino como empecé: Este artículo del General Don Vicente Bataller ES EXCELENTE, muchas gracias mi general. Saludos cordiales para todo el Equipo de la FEDA-VBVE que han hecho posible esta Web..

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