Evaristo Hernández Rodríguez, antiguo capitán jefe de la COE 42
Desde la creación de las COE, la preparación y entrega de los guerrilleros causaba sensación al que los veía actuar y, tanto en una exhibición como durante la realización de unos ejercicios o maniobras, sus manifestaciones externas de disciplina y presentación eran dignas de admirar.
Al igual que el soldado es el factor fundamental de cualquier ejército, el guerrillero era la pieza clave dentro de las COE. Como antiguo teniente de una COE y capitán jefe de otra, me atrevería a afirmar que la personalidad del guerrillero, en su conjunto, era la misma en una unidad que en la otra y que podría, también, hacerse extensiva al resto de COE; además, esa forma de ser y de comportarse, que podría parecer exclusiva del guerrillero, no diferiría mucho a la del resto de soldados que se encontraran en condiciones similares. Quiero decir con esto, que los futuros guerrilleros, durante su estancia en el CIR y en el momento de su incorporación a la COE eran soldados “normales” y que, mientras transcurría su tiempo de permanencia en filas en la unidad y realizaban su instrucción específica, una instrucción que imprimía carácter, era cuando se iban haciendo “especiales” e iba surgiendo ese espíritu guerrillero que se forjaba en su interior y que les caracterizaba. Cuando un guerrillero se licenciaba, el orgullo de haber hecho el servicio militar en una COE le iba a acompañar para siempre, al igual que le sigue acompañando su boina verde con el emblema del machete y las hojas de roble.
La toma de contacto con los futuros guerrilleros se iniciaba en el CIR, con la captación y selección del personal entre los voluntarios que querían servir en una COE y que habían superado una serie de pruebas. Una vez incorporados a la unidad, solo con ver el comportamiento de los veteranos ya se iban mentalizando; entonces se iniciaba la verdadera formación del guerrillero con una fase de intensa instrucción diurna y nocturna (fase de endurecimiento) que quizás fuera una de las más penosas para algunos por el cambio repentino con que tenía lugar; esta fase la soportaban gracias a esa voluntariedad que les había llevado a apuntarse en su día en el CIR y que les predisponía a aguantar lo que les echaran encima por muy duro que fuera. Luego realizaban la prueba de la boina, recibían de manos de los veteranos la boina verde y, junto con ella, un espaldarazo que les ayudaría a superar todo lo que les quedaba por pasar, pues desde ese momento ya eran considerados guerrilleros. Después vendría el aprendizaje del resto de materias del plan de instrucción junto con la ejecución de las distintas fases de nieve, supervivencia, agua y escalada, ejercicios de guerrillas y contraguerrillas y restantes salidas al campo, pasando la mayor parte del tiempo fuera del acuartelamiento y conviviendo con los demás compañeros y mandos. Ese aprendizaje, en pleno monte y viviendo al aire libre, de todas las técnicas especiales de instrucción y adiestramiento, que se caracterizaban por su variedad, amenidad, extrema dureza y riesgo, es lo que iba convirtiendo a un soldado normal en uno especial y, a la vez, auténtico guerrillero.
Por supuesto, en todo este proceso no se puede olvidar la labor desarrollada por los mandos que estuvieron destinados en estas unidades que, además de ser sus instructores, convivían cotidianamente con ellos, compartían casi todas sus privaciones e incomodidades y las sufrían repetidamente año tras año.
Dado el resultado obtenido, podríamos afirmar que todo este proceso de captación y formación del guerrillero siempre se realizaba con normalidad y sin problemas, pero ciertamente no fue así, pues en la selección del personal de cada llamamiento casi siempre se “colaba” alguno, que todos conocemos, que mejor hubiera sido no tenerlo en la unidad.
Las posibilidades y características de cada COE, independientemente del capitán jefe que la mandara, podían variar como consecuencia de su ubicación en un determinado acuartelamiento, de la facilidad de acantonamiento en determinadas fases, de los medios disponibles y del resto de mandos destinados en la unidad (diplomados o no, plantilla cubierta o sin cubrir, etc.).
La COE 42, desde mi punto de vista, era una unidad privilegiada en cuanto a su ubicación, por estar muy bien situada dentro de un acuartelamiento bien conservado, con dos naves grandes unidas en forma de H, que permitían disponer de cuartos y locales con espacio suficiente para la estancia y vida del personal, el mantenimiento y conservación del material, aulas para teóricas, armarios museo de supervivencia, etc. Se podía salir a pie al campo fácilmente e, incluso, ir andando al campamento de Mas Enrich, para desarrollar la instrucción o el tiro con armamento individual de ese día y volver de la misma forma. Se podía acceder, en una hora en vehículos, al campo de tiro de armas colectivas y al campamento de Castillejos (en pleno terreno de montaña, rodeado de bosque y a 900 m de altitud). Existía, en las cercanías, una vía de ferrocarril con varios km de vía fuera de uso, que permitía la realización de ejercicios de cualquier tipo a lo largo de toda la vía, túneles, estaciones abandonadas y puentes. La costa, para realizar la fase de agua, era especialmente apta, por la existencia de una playa poco concurrida por personal civil y las rocas escarpadas que había entre las sucesivas playas. Y en cuanto a medios de todo tipo, contaba con los suficientes para realizar todas las fases y creo que similares a los de la mayor parte del resto de COE.
Desde el momento que tomé el mando, como capitán jefe de la COE 42, tuve presente lo señalado en las ordenanzas, por lo que mis obligaciones primordiales fueron, entre otras, dar ejemplo permanente, elevar el espíritu guerrillero, mantener la disciplina de la unidad y procurar que, en todo momento, imperase la justicia y la equidad para que todos los componentes de la unidad se sintieran integrados en ella. Como responsable del bienestar del personal de la unidad, puse especial atención en tratar de mejorar su estancia en el acuartelamiento de tal forma que al entrar en la nave de la compañía se respirase un acogedor ambiente guerrillero. Del mismo modo, en lo que se refiere a la instrucción y adiestramiento, me preocupé especialmente de que el plan de instrucción y las distintas fases y ejercicios se desarrollaran de la forma más completa y eficaz posible, para que en la mente de todo guerrillero que hubiera servido en la unidad no quedara algo por hacer… que sí hicieron otros.
Finalmente señalar que lo más importante, la instrucción y adiestramiento de la unidad para el combate, fue muy fácil de llevar a cabo, gracias a la preparación, entusiasmo, dedicación y colaboración de los oficiales, suboficiales y cabos 1º reenganchados con los que tuve el honor de convivir y a la predisposición, espíritu de sacrificio y entrega del resto de cabos 1º, cabos y mayoría de soldados, magníficos guerrilleros todos.
Creo que entre todos fuimos capaces de conseguir que la COE 42, como unidad, fuera continuadora de la tradición y espíritu guerrillero de los que nos antecedieron año tras año desde su creación y que sus guerrilleros lograron alcanzar y mantener, al menos, la misma eficacia y buena fama que otros, pertenecientes a esta unidad o al resto de UOE, habían alcanzado con anterioridad, tanto en el medio castrense como entre la población general.
Nota aclaratoria:
Este texto fue escrito con fecha 01/10/2012, cuando un antiguo Cabo 1º de la COE 42 (de mi época) se puso en contacto para decirme que llevaba cerca de dos años recopilando información sobre la historia de la COE 42, para la posterior publicación de un libro que bajo el título: “COE 42. LA HISTORIA 1968-1987” recogería la historia de la misma como unidad independiente. Entre otras cosas, me pidió que redactara mi visión personal sobre los guerrilleros destinados en la COE y sobre la misma COE 42, a lo cual accedí. Y lo transcribo, ahora, al no haber podido llegar el autor del libro a su finalización y publicación.