Entrevista al Coronel Juan Ramón Zato Paadín (1ª parte). Antiguo teniente COE 41

Realizada por el Teniente Coronel A.  Luis Vicente Canela

Aunque en su juventud era jinete se decantó por la fiel infantería, y en su paso por las unidades de OE acumula un total de quince años en cuatro COE distintas: Barcelona y Burgos, de teniente, y Barbastro y Lugo, de capitán; más el Curso de Operaciones Especiales. Entrevistamos hoy al coronel Zato Paadín.

Mi coronel, cada uno tiene su particular recuerdo de ese primer contacto con la boina verde que, en muchos casos, fue determinante. ¿Cuál es el suyo?

Pues verás, iba yo, con mi caraja personal de novato, por el corredor inferior de la Academia General cuando los vi: venían de frente. Eran unos quince o veinte tenientes alumnos del Curso de Operaciones Especiales que estaban de visita en la academia. Me impactaron su porte, su presencia y, sobre todo, su boina verde con el puñal y las hojas de roble enmarcándolo. Saludé y uno de ellos me llamó. Sorprendido, me paré y me cuadré:

— ¡A la orden de Vd., mi teniente!

— ¡Hola, Zatillo! — Era Junquera de Arce, el «Zampa», uno de mis mentores en nuestras

correrías de niñez en Burgos, por la barriada militar. Charlamos un rato y cuando se fue supe lo que quería ser de mayor: ¡guerrillero!

Cuando dejó la Academia, su primer destino fue Lugo.

En el CIR 13, en Parga. Las condiciones del campamento de Santa Cruz de Parga, a 30 km de Lugo, eran muy austeras, por no decir tercermundistas, con un clima verdaderamente duro donde la humedad, la lluvia, el frío y el viento son casi permanentes y el invierno no se acaba nunca; la vida no era precisamente agradable. Recuerdo las nevadas de aquel invierno del 68/69 haciendo el maldito orden cerrado, con un frío tremendo. Pero esta era la realidad del país y, por tanto, la de nuestro Ejército, que nada tenía que ver con las enseñanzas magistrales recibidas en la academia. ¡No teníamos de nada! El uniforme de faena era inapropiado para aquel clima, y solo contábamos con uno, ¡claro!; los «cetmes» de primera generación, con bípode, estaban viejos y obsoletos y las famosas granadas PO2 y PO3 provocaban pavor. A mí no me mató un recluta, con una de ellas, porque Dios es bueno y protege a los inocentes, se le resbaló y la onda expansiva me sentó de culo y me atontó durante un rato largo. Solo teníamos, ¡y de sobra!, celo y… alambre.

Lo pinta usted muy negro, mi coronel. ¿Alguna diversión habría?

Bueno, tengo que confesar que, para compensarlo, nuestra vida «de paisano» era una juerga continua. Una mañana aparecimos en el campamento sin haber dormido. Nevó toda la noche y llegábamos con el tiempo justo. Entramos en el CIR con el coche a toda pastilla, enfilamos hacia nuestro batallón y al llegar donde nuestra compañía estaba formada, el coche derrapó en la nieve y acabamos en la cuneta, delante del capitán y toda la tropa. El comandante quería empurarnos pero nuestro capitán le convenció para que no lo hiciera, porque éramos los únicos tenientes. Luego, por su cuenta, nos puso a caldo.

 

En el CIR era donde se realizaban las captaciones de las que se nutrían las COE. ¿Era ya así en su época de teniente?

Sí, sí. Un día recibí la orden de agrupar el batallón para una demostración a cargo de un equipo de la COE 82, que estaba en el campamento de San Cibrao, en las afueras de de Lugo. La 82 se fundó en el año 1965 y venía cada dos reemplazos a captar voluntarios. Recuerdo al que fue su primer capitán, Javier Vicario, acompañado de un teniente, un sargento y 15 guerrilleros. Aquellos guerrilleros con su uniforme mimetizado, su boina verde, la barba, prohibida entonces en nuestro Ejército, parecían soldados «de verdad». El teniente exponía ante los reclutas lo que era la COE: su formación, sus actividades, sus misiones generales, sus maniobras y ejercicios diversos; luego completaba su disertación con una arenga y una pequeña exhibición y los guerrilleros se mezclaban con los reclutas, para contarles sus «batallitas».

De esta captación salió una invitación del capitán Vicario para visitar su unidad en San Cibrao, que me gustó muchísimo y acrecentó mis futuras intenciones y deseos profesionales.

Ciertamente, la selección de personal y la voluntariedad siempre han estado en la base de la formación de los guerrilleros. ¿Qué perfil se buscaba?

Tenían que ser solteros, tener el certificado de estudios primarios, no estar fichados policialmente y sin problemas graves familiares o de adicciones diversas. Después pasaban unas pruebas físicas y un reconocimiento médico. La última criba era la policial, con un listado que se remitía al Cuerpo Superior de Policía, el cual emitía su informe final a Capitanía. Esto último se volvió imprescindible a raíz de que se colaran en las COE de Burgos y Bilbao militantes de ETA, con lo que el entrenamiento y formación les salía gratis.

Un breve paso por Berga y del frío pirenaico al calor africano. Pero creo que en Lugo dejó usted algo más…

Salí destinado forzoso al Batallón Cataluña IV, de Berga; me incorporé a mi destino, pero al cabo de dos meses ya estaba en Melilla, en el Grupo de Regulares Alhucemas Nº 5. Y sí, en Lugo se quedó mi novia Lila y nuestro firme deseo de casarnos y formar una familia.

De un CIR a la unidad más laureada del Ejército. ¡Menudo salto!

El cambio fue impactante. No solo porque el acuartelamiento era una preciosidad: el Salón Moruno era increíble; la entrada estaba decorada con toda clase de espingardas, sencillas o con las culatas repujadas, machetes, fachas, gumías y armas moras de época de todos los tipos adornaban las paredes laterales. Cualquier parecido con la miseria del CIR 13 de Lugo era mera coincidencia. Allí comencé a entrenarme para las pruebas de acceso al Curso de Guerrilleros, mientras Lila y yo preparábamos nuestra inmediata boda. Nos casamos en mayo del 70 y, en septiembre de ese mismo año, salí hacia Jaca para examinarme.

Las pruebas de acceso al curso: esa semana de angustia que nadie olvida.

Recuerdo que en la habitación de la residencia olía a linimento de una forma tremenda y una anécdota de un compañero, Juanito Albero, que casi se nos ahoga (es un decir), en la prueba de apnea. Había que superarla con 45 segundos mínimo de permanencia bajo el agua. El muy bruto rebasaba ya los dos minutos y no salía. El profesor, preocupado, tiró de él para sacarlo del agua y se resistía. Salió medio sorprendido y medio cabreado diciendo: ¡Si puedo aguantar más!

Y, por fin, el curso.

Todos los diplomados saben que el curso es duro. En el mío, el XV, éramos unos 25 alumnos entre oficiales y suboficiales. Estos últimos hacían el curso básico, sin paracaidismo ni fase de agua, un anacronismo que, con el tiempo, corrigió la Dirección General. Aquello era un sin vivir: mañanas, tardes, noches. Clases, prácticas y recorridos sin fin: en parejas, solos, lloviendo, con sol, con luna, sin luna. Los profesores aparecían en sitios inverosímiles. Si se hacía todo bien, pues se llegaba a comer o cenar a tiempo; si no, pues no comías o no cenabas. ¡Sin ningún problema! Te olvidabas de tu condición de lindo teniente, no eras más que un puñetero currante con la cara pintada con corcho ahumado. Y había que hacerlo bien, porque si no, al cabo de varios fallos, recibías una llamada avisándote de tu posible baja.

De todas las fases del curso, la supervivencia siempre ha estado rodeada de un halo especial, hasta tal punto que algunos la consideraban la fase más dura. ¿Opina usted lo mismo?

Recuerdo, como anécdota curiosa, el día que apareció el teniente Lavilla, uno de nuestros profesores, con un burro viejo y achacoso que estaba en las últimas, tirando del ramal.

— ¡Hola, chicos!, aquí está la «operación» de hoy. Vosotros dos a matarlo; dos más a despellejarlo; otros dos abridlo y sacadle las entrañas. Vosotros a despiezar y preparar trozos para ahumar y salar. El resto, lavadlo todo en el río y preparad las entrañas. Todos a comer hoy un poquito de entrañas de burro.

Resultó todo como muy oloroso, asquerosito y tal pero, al final, cocimos las puñeteras entrañas y para adentro… Ya se sabe: «Todo lo que corre, anda o vuela… a la cazuela».

Por fin, el 28 de agosto de 1971, finalizó el XV Curso de Operaciones Especiales. Cogimos nuestros bártulos, nos despedimos y emprendimos el viaje de retorno a nuestras casas y destinos originales.

Cuando se dejaba el destino para cursos tan largos como el de OE a veces el regreso no era fácil…

Yo era el único oficial del Grupo de Regulares con el Curso de Operaciones Especiales y eso me daba un plus de prestigio. Me miraban y trataban de otra manera a la de antes de efectuarlo, al menos así lo percibía yo. El curso había sido un verdadero aprendizaje de lo que un oficial de infantería debía saber, practicar y sufrir y que ni la Academia, ni el CIR, ni un destino normal me hubieran enseñado jamás. Me sentía «completo» y animado, por ello…a continuar mi experiencia y formación en esa dirección.

Podía decirse que tocaba ya su destino en OE con la punta de los dedos. Pero, con razón, se dice que nada está seguro en el Ejército hasta que sale publicado en el BOE.

¡Y tanto! Salieron nuestras vacantes. Pedí la COE 81, de Orense, con la absoluta seguridad de que se me concedería (de hecho, mi mujer había pedido destino en Lugo). Pero, ¡hete aquí! que en ese espacio de tiempo se había nombrado un nuevo capitán general de Galicia y su hijo, compañero mío del curso de OE, cambió su intención, que habíamos pactado previamente entre todos, y solicitó Orense y, como él era más antiguo, yo fui destinado a la COE 41, de

Barcelona. Y mi mujer en Lugo y con una niñita de meses: ni daba crédito ni asimilaba la gratuidad de la gran putada. Empezaba a conocer gente sin escrúpulos y, sin duda,  con muchas ambiciones.

Bueno, no fue la 81 sino la 41, pero ya estaba en un destino de OE. Llegó usted a Barcelona y…

La primera vez que pisé el umbral de la COE 41 me saludó el cabo de cuartel, Aixelá, con su gran cuerpo y poblada barba negra.

—A la orden de Ud., mi teniente, el capitán está en su despacho.

La COE era de tipo A y estaba a las órdenes del capitán Herrera Altamirano. La completaban tres tenientes, la plantilla de suboficiales cubierta en su totalidad con diplomados y 113 hombres. Pertenecía a la BRIDOT IV, con sede en Gerona y administrativamente al Regimiento Jaén 25, que tenía su sede en el acuartelamiento de Pedralbes, en el extremo de la Avenida Diagonal.

En la Barcelona de aquellos tiempos, de escasos medios, poco trabajo y paga escueta, la mayoría de los mandos destinados en el regimiento, o tenían un pluriempleo por las tardes, o estudiaban cualquier carrera universitaria. Algunos también (los menos), ejercían labores políticas subterráneas de oposición al régimen, era «vox populi». Posteriormente, después de la muerte de Franco, algunos de ellos saltaron al ruedo político. Allí en Barcelona se encontraba la madre de la Unión Militar Democrática (UMD).

En aquel ambiente, el funcionamiento y trabajo diario de la COE era singular y, seguro que para muchos anacrónico o incomprensible. Trabajábamos mañanas, tardes y dos o tres noches por semana y los días de monte y maniobras superaban ampliamente los 140/150 al año.

Ya no era usted un teniente novato, pero un destino nuevo siempre sorprende ¿Qué se encontró usted?

En cuanto a instrucción y adiestramiento, los mandos anteriores a mí, Simón, Farizo y Pérez Martínez habían elaborado un prontuario que, con el paso del tiempo, circuló entre todas las COE de España, fue un trabajo meticuloso y espléndido. Otra cosa era el equipo. Nuestro trabajo exigía medios distintos al equipamiento de las BRIDOT. Para conseguirlos nos nutríamos del famoso «Fondo P», con el que comprábamos mochilas, anoraks, equipos de neopreno, material de escalada y de agua, todo de procedencia civil.

Recuerdo que en la COE 41 teníamos un uniforme mimetizado algo peculiar. Mi capitán, era muy amigo de Demetrio Albert, que, en aquel entonces, era el capitán jefe de los Mozos de Escuadra de la Diputación de Barcelona. Le contó los problemas de material que nuestra unidad tenía y al cabo de un tiempo aparecieron en la COE 120 uniformes mimetizados raros y un buen número de equipos de buceo completos. Los mimetizados procedían de una fábrica de Sabadell que, entre otros artículos, confeccionaba uniformes para un país de África. Cantaban un poco porque eran más verdes y floridos de lo normal y con la chaquetilla de corte entallado. ¡Era de coña!, pero allí estaban y los usábamos.

Creo que ese peculiar uniforme y alguna rareza más le dieron un disgusto en su primera capitación de reclutas.

Lucía yo una hermosa y frondosa barba de varios meses, que me había dejado desde que llegué destinado a la COE; con mi uniforme mimetizado «africano», la boina verde y el subfusil, entré en el despacho del coronel (artillero, recién destinado al mando del CIR) y me cuadré:

— ¿Da, usía, su permiso?

—Adelante —me contestó.

—A la orden, mi coronel, se presenta el teniente Zato Paadin, de la COE 41, que viene a efectuar la captación de reclutas.

Se levantó del sillón, se acercó, me miró de arriba abajo entre, cabreado y sorprendido, y me espetó:

—Pero ¿Ud. quién es? ¿De qué unidad dice que es? ¿De qué va Vd. vestido, ¿Y ese subfusil? ¿Y esas barbas ? Pero… ¿los oficiales no llevan pistola? ¿Cómo se presenta así y no de calle, como es preceptivo? ¡Váyase ahora mismo que ya me enteraré yo debidamente!

Casi me manda fusilar. Llamé inmediatamente a mi capitán y le conté el asunto; me calmó y al cabo de un rato el coronel me volvió a llamar al despacho y me indicó que daba las órdenes oportunas para que pudiera efectuar mi cometido.

En la 41 tuvieron la suerte de contar nada menos que con un veterano de la Guerra de Vietnam.

El subteniente D. José Bravo López-Baños, practicante de Sanidad Militar. Un suboficial singular que llegó agregado a la COE. Componente de la famosa misión militar humanitaria que Dean Rusk había «exigido» a Franco, con motivo de la guerra del Vietnam. Era un encanto de hombre y un suboficial experimentado, fogueado y muy competente, como no podía ser menos después de su experiencia.

La vivencia del subteniente allí comenzó el 8 de septiembre de 1966, cuando aterrizó en Saigón un grupo de 12 médicos e intendentes, uno de ellos era Bravo, que permaneció en el hospital de Co Gong dos rotaciones seguidas. La misión terminó a finales de 1971. Un puente sobre el Mekong, El Puente de España, queda allí como recuerdo de aquellos esforzados voluntarios, desconocidos por la opinión pública del momento.

De Barcelona a Burgos, pasando por Cartagena.

En marzo del 74 solicité la vacante y me destinaron a la COE 61, de Burgos, y en julio me incorporé a la unidad. Aquí hice el curso de buceador de combate en el CBA, fue una gran experiencia. Quizá lo que más recuerdo fue el día que hicimos un escape libre desde el submarino Marsopa, varado a unos 15/20 metros de profundidad. La práctica era de las que se te quedan en la memoria para después contarla… ¡Sin duda!

Burgos, donde solo hay dos estaciones: el invierno y la del tren. Comenzaba su etapa final en el empleo de teniente ¿Era muy distinta a la COE de Barcelona?

Era otro escenario, indudablemente. La COE 61 estaba al mando de Santiago Arribas Pérez, un precursor de las COE, con una trayectoria militar impecable.

Recuerdo una fase de agua en San Vicente de la Barquera que nos proporcionó una dura experiencia. Una tarde, el alcalde de San Vicente se puso en contacto con nuestro capitán, se había producido una desgracia y solicitaba nuestra ayuda. Al parecer, dos chicos jóvenes de la localidad habían desaparecido en la ría, en las proximidades del puente, cuando estaban mariscando, a causa de la subida de la marea, muy intensa en aquella zona.

Ningún organismo oficial, Guardia Civil, bomberos… tenía buceadores; Protección Civil no existía. Solo nosotros teníamos medios para intentarlo. Al ser el único diplomado, puse en funcionamiento un operativo de búsqueda submarina en la parte de la ría donde habían desaparecido; empezamos la búsqueda y en la segunda rotación los encontramos, los subimos a superficie, se acercó una lancha y los llevó al muelle. Fue una penosa experiencia.

En aquella época se desarrolló la Operación Iruña. La COE de Burgos fue una de las unidades participantes. ¿Cómo la recuerda?

Iba a ser una salida mensual normal de diez días al monte, a Elizondo, (Navarra). Lo que ignorábamos era que iba a durar cerca de nueve meses. Fue un intento de impermeabilización de la frontera con Francia: la COE 62 de Bilbao, entre Vera de Bidasoa y Quinto Real.; la COE 61, la nuestra, entre Quinto Real y Dancharinea y la compañía de esquiadores de Estella más al Este, con base en el campamento de El Carrascal. Digo intento porque no teníamos orden alguna de actuación directa. Simplemente era una operación de disuasión. Nos instalamos en el antiguo colegio de Lecároz, donde, ¡oh paradojas de la vida!, se había formado el embrión de ETA en los años 50/60.

Indudablemente eran unos años complicados. ¿Cómo recuerda el trato con la población civil de la zona?

No tuvimos, nunca, ningún problema. Hasta tal punto que en la cabalgata de Reyes de ese año (1975), un cabo nuestro, de gran y poblada barba negra, se convirtió en el rey Gaspar y sus pajes fueron unos cuantos guerrilleros. Incluso se organizó un coro (teníamos muchos soldados cántabros), que cantó en la misa de Epifanía -con la iglesia abarrotada de público- tres composiciones clásicas de Navidad.

Y la Operación Iruña, en la parte operativa…

Fundamentalmente tratábamos de conseguir información detallada de todo lo que había y se movía. Patrullábamos incansablemente, recabando y anotando terreno, hombres, caseríos, línea de mugas, posibles puntos y zonas de entrada de comandos, etc. Ocasionalmente, montábamos emboscadas estáticas o inmediatas, tanto de día como de noche.

Sin duda, es difícil transmitir hoy a todos los que no vivieron aquello la situación. ¿Tiene algún recuerdo especial?

Pues una noche del mes de marzo, la pareja de la Guardia Civil que estaba de servicio cerca de una muga de frontera – en una de las posibles avenidas de entrada que habíamos señalado claramente nosotros en un informe -, detectó un coche lanzadera. Los guardias lo intentaron parar, pero no se detuvo. Se produjo un tiroteo y uno de los guardias salió herido. El coche huyó y posteriormente sus ocupantes fueron detenidos en Pamplona. Se cumplieron exactamente nuestras previsiones de posible entrada de un comando, en tiempo y lugar.

Y estando en el monte, en Elizondo, llegó la tercera estrella.

Fue una sensación muy controvertida; la alegría del ascenso a capitán y la pena por dejar allí a mis guerrilleros en el Valle del Baztán, ¡tan precioso y con tan buenas gentes! Recogí mis enseres y, con una última mirada de melancolía, partí para Burgos, al Regimiento San Marcial, a presentarme a su coronel y tomar posesión de mi nuevo empleo.

Pues, mi coronel, hoy lo tenemos que dejar aquí. Quedamos a la espera de una nueva entrevista en la que nos narre su paso por las COE de Barbastro y Lugo. Muchas gracias.

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