Realizada por el Teniente Coronel A. Luis Vicente Canela
Quiero agradecer a Juan Company Moreno y Natali Egea Ocaña, presidente y secretario respectivamente de la AVBV Cataluña, el apoyo que me han prestado desplazándose al domicilio del comandante Carreto para realizar esta entrevista.
Se puso el uniforme por primera vez en el año 1953, para ingresar como soldado voluntario en el Regimiento de Cazadores de Montaña nº 12. En 1957, ya con los galones de cabo 1º, realizó el I Curso de Guerrilleros; es, por tanto, uno de los primeros boinas verdes de España. Tres años después, en 1960, obtuvo el diploma para el Mando de Unidades de Esquiadores Escaladores. En 1966, con el empleo de sargento 1º, fue uno de los mandos fundadores de la COE 41.
Hoy, sorprende la lucidez con la que recuerda, no solo los hechos, sino también los aspectos de instrucción y adiestramiento de OE, hasta en sus más pequeños detalles.
Es en septiembre del año 1966 cuando es usted destinado, con carácter voluntario, a la COE 41, de guarnición en Barcelona.
El día 24 exactamente. Me llamó por teléfono el teniente Casado, también recién destinado, y me dijo que había una sección de soldados en la COE que estaba en manos de dos cabos primeros, por lo que nos incorporamos inmediatamente.
Casado y yo nos pusimos de acuerdo en cómo nos gustaría que fuese la COE, queríamos los mejores soldados, tanto moral como físicamente, disciplinados y capaces de demostrar obediencia ciega a sus mandos y fidelidad a la causa.
Creo que los resultados fueron visibles muy pronto ¿no?
La preparación fue muy intensa. Manteníamos un contacto permanente con los guerrilleros desde el toque de diana hasta el de silencio. Y en diciembre de ese año, cuando el Regimiento Jaén 25 organizó un concurso de patrullas con motivo de la Patrona de Infantería, quedamos los primeros. Eso elevó mucho la moral de la COE. Los guerrilleros estaban más unidos y se sentían muy próximos a sus mandos.
¿Cómo se plantearon ustedes el adiestramiento de los soldados?
Desde el principio, la idea fue formar buenos instructores, preparados, por si un día fuera necesario para organizar guerrillas. Entendíamos que la base era una buena instrucción de combate y un profundo conocimiento del terreno, siendo capaces de orientarse y moverse tanto de día como de noche. Luego, cuando se incorporó el capitán y dos tenientes más, todos estuvimos de acuerdo en que ese debía de ser el camino a seguir.
La COE adoptó una estructura orgánica clásica: una plana mayor y tres secciones. Cada sección se organizaba por especialidades, constituyendo equipos operativos de información, transmisiones, explosivos, sanidad y armas. El programa anual de instrucción y adiestramiento contemplaba todas las salidas al campo necesarias para practicar las enseñanzas teóricas recibidas en el cuartel, tanto las generales como las específicas de esquí y movimiento en montaña como las prácticas de combate en agua, incluidas las de buceo y explosivos en el agua.
¿Eso era así desde el principio?
No. Cuando se incorporaba un reemplazo a la COE, después de pasar las pruebas físicas, se hacía cargo de ellos un suboficial, auxiliado por un cabo primero y un equipo operativo. Los reclutas no pasaban ni por el acuartelamiento, desde el mismo CIR eran trasladados de noche a una zona desconocida para ellos, en la cual se iniciaba su periodo de instrucción.
Una especie de santuario para el adiestramiento de la guerrilla.
Exactamente, y el santuario no podía ser descubierto por las unidades regulares que se movían por toda la zona de operaciones. Allí se iniciaba su adiestramiento con prácticas de tiro y explosivos, entre otras cosas. La comida se les llevaba en un vehículo una vez al día, por un itinerario del que se les informaba por radio, y tenían que montar una emboscada para detenerlo.
O se quedaban sin comer.
Sin comer, sin cenar y sin desayunar. Este periodo duraba quince días, y al terminar tenían que realizar una serie de ataques sobre objetivos de la zona, que estaban defendidos por los guerrilleros veteranos de la COE.
El sistema les daba una idea muy clara de cómo trabajaba la COE. Después, los veteranos seguían con sus especialidades y los nuevos empezaban su período de instrucción de combate, a cargo de un oficial o suboficial y tres instructores llamados «los panteras».
Creo que, ya entonces, comenzó la costumbre de lo que luego se conocería en todas las COE como la prueba de la boina.
Sí. Al final de su período de instrucción de combate tenían que efectuar un ejercicio que duraba un par de días. Se llevaban a cabo diferentes pruebas y el paso de todo tipo de obstáculos: cursos de agua, montaje de tirolinas, pasillo de fuego, etc. Luego se les entregaba la boina verde y se incorporaban a la sección a la que habían sido destinados, mezclados con los veteranos para facilitar la instrucción en la especialidad.
Pues me parece que eran ustedes muy innovadores, comandante, porque ese sistema, o muy parecido, se sigue revelando como muy eficaz en el adiestramiento de las actuales unidades de OE. Sin embargo, a finales de los sesenta, las COE eran todavía unas auténticas desconocidas, y había una gran tendencia a utilizarlas como un cajón de sastre.
Pues sí. Recuerdo que en una ocasión salíamos para la fase de agua en La Escala.
Llegamos en tren a Gerona, allí fuimos retenidos por orden del general de la brigada y posteriormente trasladados a la zona de San Feliu de Guixols y Lloret de Mar. Se había declarado un gran incendio forestal en la zona.
Estuvimos un día entero sin hacer nada y el capitán se enfadó; se fue a ver al teniente coronel y le solicitó que le dejase intervenir para apagar el fuego, o que nos marcháramos a La Escala. Nos costó dos días y tres noches, pero el fuego se apagó. Al terminar, el Capitán General de la IV Región Militar ordenó que se presentara una delegación de la COE en Capitanía. El capitán designó un teniente, un sargento, un cabo y un guerrillero, y nos plantamos en Barcelona, imagínate cómo estábamos después de estar toda la noche apagando el fuego, no nos reconocíamos ni entre nosotros. El general nos felicitó por el extraordinario comportamiento demostrado en la extinción del fuego y le ordenó a capitán que nos fuéramos a La Escala, pero no a la fase de agua, sino de vacaciones.
Las COE comenzaron pronto a colaborar no solo con el resto de unidades de nuestro ejército, sino también con ejércitos extranjeros, y frecuentemente sorprendía la profesionalidad de los guerrilleros siendo tropa de reemplazo.
Así es. Recuerdo que en 1970, en el mes de junio, la COE participó en las maniobras «Galia II», en la zona de Balaguer, en Lérida. Nos ordenaron actuar como comités de recepción para la infiltración de dos batallones paracaidistas, uno
español y otro francés. Se formaron varios equipos mandados por un oficial o suboficial y tres soldados. Lo echamos a suertes y a mí me correspondió el batallón francés.
Íbamos sin ningún tipo de documentación. Actuábamos como si fuésemos nativos de la zona, conocedores del terreno donde se realizaba el lanzamiento paracaidista, con la misión de infiltrarlos hasta la zona donde estaban sus objetivos y después guiarlos hasta el punto de reunión.
El día D balizamos el lanzamiento. Mientras se reagrupaban, me presenté al jefe del batallón francés y le expuse los tres itinerarios que yo había previsto para aproximarlos a su objetivo, que coincidían con los mismos que él había estudiado. Después me dijo que cada uno de los guerrilleros guiara a una de las distintas compañías, y que yo me quedara con él en el puesto de mando, con un alférez francés que hacía de intérprete y un paracaidista negro que llevaba una ametralladora al hombro.
Emprendimos la marcha, cada unidad por uno de los itinerarios previstos, hasta alcanzar el objetivo. Al llegar, le pregunté al alférez por la situación de las compañías y me dijo que no me preocupase, que ya estaban en su puesto esperando la orden de ataque. Yo le dije al comandante francés que la retirada hasta el punto de reunión debía ser lo más rápida posible, a paso ligero, porque teníamos enfrente a la COE 41 y un batallón de Infantería, y el terreno era propicio para cortarnos el paso.
Durante la retirada, casi al romper el día, dejamos el itinerario principal, por el que podían circular vehículos y cogimos una senda, con tanta suerte que nada más desviarnos oí ruido de motores y vi una columna de vehículos, que avanzaba por el itinerario que acabábamos de abandonar; pasé la señal de enemigo y en un instante el batallón francés desapareció y el paracaidista negro tenía emplazada la ametralladora en posición de tiro.
Reanudamos la marcha, dejamos atrás la zona de peligro y al llegar al punto de reunión el comandante francés llamó a todo mi equipo y nos felicitó por nuestro trabajo. Se quedó muy extrañado cuando al preguntarme si los soldados eran profesionales le dije que no, que eran de la quinta.
¿Cómo lograban ese alto nivel de profesionalidad de la tropa de reemplazo?
Potenciábamos mucho el espíritu de escuadra, los cabos eran muy responsables y tenían una gran iniciativa. Recuerdo una ocasión, durante unas maniobras, que mandé a un cabo a hostigar el campamento de una batería de artillería. Le dije: «Están muy relajados, como si no estuvieran en la guerra. Acércate con tu escuadra y pegáis tres o cuatro tiros al aire, para que se espabilen un poco». Eligieron un mal sitio para hostigarlos y, al final, los cogieron prisioneros. Les quitaron las botas y el correaje, pero les dieron de comer y los dejaron deambular libremente por el campamento. Y ¿qué dirás que se les ocurrió? Pues ni más ni menos que sustraer a las piezas de artillería los elementos de puntería, goniómetros etc., y esconderlos.
Al día siguiente llegaba el capitán general, para ver un ejercicio de tiro, y el cabo le dijo a un comandante, con el que luego hice yo mucha amistad: «Como no nos dejen libres, no le devolvemos los elementos de puntería de las piezas». Al final les pusieron un jeep que los llevó hasta el punto de reunión que estaba previsto con el resto de la sección.
Vamos, un auténtico chantaje.
Pues sí. Claro que, a veces, su exceso de iniciativa nos metía en algún lío. En una ocasión, estábamos de maniobras en el campamento de Talarn, en Tremp. Había llegado la orden de que la COE llevara hombreras verdes, pero no había forma de conseguir el fieltro para hacerlas. Esa tarde un grupo de guerrilleros bajó al pueblo y, estando en un bar, arrancó la tela de una mesa de billar. ¡Imagínate la que se montó! La COE tuvo sus hombreras, pero el capitán tuvo que ir a disculparse con el dueño del bar y pagar los desperfectos.
A pesar de todas esas trastadas, los capitanes generales cuidaban a las COE.
Yo creo que era porque veían que queríamos hacerlo bien, intentando acercarnos lo más posible a la realidad del combate.
Recuerdo otra vez que estábamos de maniobras con el batallón del regimiento y planeamos un golpe de mano sobre el puesto de mando. Muy cerca del mismo había una casa abandonada que utilizamos para simular el objetivo. El ataque se hizo con fuego real: fusilería y granadas de mano. Cuando atacamos, estaban todos los capitanes de las compañías del batallón reunidos con el capitán general. Empezaron a sonar los disparos y las explosiones de las granadas de mano y los capitanes empezaron a dar órdenes por radio a sus compañías, pero el general los paró en seco y les dijo: «Estáis todos muertos, apagad las radios». Después, él mismo, creó un caos por la radio diciendo: «Se ha visto nieve en tal sitio o en tal otro». Nieve, era el nombre en clave con el que designaba a los guerrilleros.
Ese día, durante el repliegue, uno de mis hombres se hizo daño en una pierna. Lo llevamos a cuestas y al pasar por un pueblo una señora que nos vio nos dijo que lo podíamos dejar en su casa. Le dio de comer y lo escondió debajo de una cama hasta que avisé al capitán y fue a recogerlo.
Al no estar sometidos a una cadena rígida de aprobación de los programas de instrucción, se atrevían con experiencias de todo tipo.
Sí y, a veces, éramos demasiado atrevidos. Una vez hicimos una balsa con troncos y la botamos en un embalse, para que sirviera de plataforma para posarse un helicóptero. Y funcionó. El piloto lo hizo sin ningún problema y despegó de nuevo.
Otro ejemplo eran las transmisiones. Los operadores de radio trabajaban en morse. En la COE hicimos unas cajas para simular los pulsadores y los guerrilleros hasta se las llevaban a casa los fines de semana para practicar. Y después, en las maniobras, usábamos el catalán para dificultar, aún más, la posible escucha radio enemiga.
Pues, no me queda sino agradecerle su amabilidad al acceder a compartir con nosotros todos los recuerdos, anécdotas y experiencias que nos ha relatado. Sin duda pertenecen a una época que ya no regresará, pero encarnan el espíritu con el nacieron estas unidades, y contribuyen a que las nuevas generaciones no se olviden de personas como usted, que lucharon porque las OE ocupen hoy un lugar destacado en las Fuerzas Armadas.
Muchas gracias, comandante.