Entrevista al General Alfonso Gómez Agüera

Alumno del I Curso de Guerrilleros y profesor del mismo durante muchos años

Realizada por el Teniente Coronel. A.  Luis Vicente Canela

Es, sin duda, historia viva del inicio, evolución y desarrollo de las Operaciones Especiales en España. Alumno del Primer Curso de Guerrilleros, con sus 94 años, conserva vivos, en su lúcida mente, los recuerdos de cómo se gestó, se impulsó y se fue mejorando, con el paso del tiempo, la formación de los alumnos del Curso.

Mi general, hay una frase que repite usted, con énfasis, cuando habla del proceso de creación de las OE: «La finalidad del Curso era formar hombres capaces de cumplir lo que se les mandase: lo que fuera». ¿Esto marcó el carácter del curso y de la formación de los alumnos?

Pues sí. En la propuesta del citado curso se citaba expresamente: «…Que el mando del Ejército disponga de unidades especiales capaces de efectuar misiones de trascendencia e integradas, a diferencia de las guerrillas, por personal exclusivamente militar, sometido a una férrea disciplina». Estaba claro que se trataba de generar un espíritu de cooperación total, sobre la base del reconocimiento de las capacidades individuales, pero fomentando la acción en grupo. Así como la capacidad de adiestrar a otros combatientes en las técnicas y tácticas aprendidas.

Eran pocos alumnos pero muy comprometidos ¿Cuál era el espíritu de aquellos “descubridores” de las Operaciones Especiales españolas?

El Curso, por su dureza y especialización, requería de la voluntariedad del alumno, así como que este tuviera cualidades poco comunes. Los alumnos tenían que aprender y tenían que hacerlo juntos. El capitán Courel recibió la orden de dirigir el «Primer Curso de Guerrilleros del Ejército Español» y el grupo lo formábamos un capitán, cinco tenientes, dos suboficiales y cinco cabos primeros, que asistíamos juntos a las numerosas clases que se nos impartían: topografía, táctica, explosivos, información, primeros auxilios, etc. El objetivo era constituir unidades integradas por personal escrupulosamente seleccionado desde tiempo de paz y capaz de llevar a cabo las misiones arriesgadas y discretas que el mando considerara oportuno encomendarle. Y así empezó todo y empezamos…

Posteriormente fue usted profesor del Curso y jefe del mismo, durante dieciocho años, ¡nada menos! ¿Cómo vio usted su evolución?

Bueno, la experiencia acumulada en el primer curso, hizo posible mejorar la programación y la selección de las prácticas para cursos sucesivos, reduciendo convenientemente los riesgos. Pero traté siempre de no olvidar el objetivo que se citaba en la finalidad del curso: «Formar hombres capaces de…», y ser consciente de que requería el tiempo necesario para adiestrar combatientes de alto nivel: capaces, rápidos y eficaces, tranquilos, sufridos y seguros de sí mismos, que pudieran integrarse en unidades convencionales o actuar en solitario. Así como de mantener las distintas prácticas y el  adiestramiento intentando que fuera lo más real posible.

Pónganos algún ejemplo.

Pues utilizábamos siempre munición de guerra, nunca fogueo; la defensa personal se realizaba con cuchillos de verdad y, de igual forma, los explosivos en el «pasillo de fuego». Los objetivos sobre los que se actuaba eran reales y se intentaba penetrar en ellos manteniendo las condiciones de seguridad habituales.

¿Por qué creé que el Curso marca definitivamente a los profesionales que lo realizan?

Pues porque, al fin y al cabo, nos formaron para ser capaces de cumplir cualquier misión, la que se nos mande; a vosotros y a mí: a todos.

La denominación de «guerrilleros», de alguna forma, se ha mantenido, aunque ya no oficialmente. ¿A qué cree que se debe?

La denominación inicial «guerrilleros» y su romántico significado fue un estímulo para prestigiar los primeros cursos. Pero el objetivo era claro: formar combatientes para las unidades del ejército; es decir, militares. Profesionales con disciplina y capacidad de acción que pudieran llevar a cabo operaciones y misiones especiales. «Guerrilleros», como título o calificativo, se refería —y se refiere— a «pocos, con poco, pero con mucho valor; con cierta disciplina; pero, sobre todo, hombres duros y con un espíritu de lucha que los conduce al triunfo y mantiene el recuerdo de los héroes que, en guerras pasadas, gracias a su sufrimiento, valor y coraje lograron la victoria.

Mi general, ¿cree usted que hay un patrón común en los soldados de Operaciones Especiales?

Creo que todos los que lo intentaron —lo consiguieran o no—, querían ser mejores y poder servir mejor a España. Para ello, se aferraron, se afanaron en superar las exigencias del Curso, para poder integrarse en las Unidades de Operaciones Especiales. Pero hay algo más: el carácter del «guerrillero» es muy especial. Los guerrilleros son esquiadores, pero guerrilleros; paracaidistas, pero guerrilleros; buceadores, pero guerrilleros, son…, pero guerrilleros. Se adiestran en muchas especialidades, pero son, al final, «guerrilleros».

Imagino que la cantidad de situaciones y anécdotas de ese largo periodo habrán sido muchas. ¿Querría usted relatarnos alguna?

Hay una anécdota de la «fase de guerrillas y contraguerrillas» que siempre me pareció muy simpática. Se había coordinado una colaboración de la Guardia Civil con el Curso y el comandante era el segundo jefe de la contraguerrilla. Un oficial alumno, teniente de Artillería, consiguió una sotana de un sacerdote amigo suyo. Se afeitó el bigote y se dirigió al seminario de Jaca para solicitar «acompañamiento», pues quería localizar a posibles donantes y él desconocía la ciudad. El seminario designó dos seminaristas para acompañarlo y, con ellos, se dirigió a la Comandancia de la Guardia Civil. Se presentó al comandante y le dijo que estaba pidiendo limosna. El comandante le contestó que no disponía de «dinero oficial»; pero, levantándose, sacó de la guerrera la cartera para darle un billete, como donativo personal, y, al darse la vuelta para entregárselo, vio al «cura» con la sotana remangada, empuñando un subfusil y diciéndole «que era baja en el ejercicio». El «cura» se marchó con sus dos seminaristas. En el paseo de Jaca, les agradece su colaboración y, al tenderle la mano para despedirse, uno de los seminaristas se arrodilló para besarla. Entonces el «cura» le dijo: «¡Para, chaval!, que yo soy teniente de Artillería». Y, sin más, se marchó «el artillero» para incorporarse a la guerrilla.

Mi general, ha sido, realmente, un placer hacerle esta entrevista y poder enviar a la Revista Boina Verde su relato. Muchas gracias por todo lo que usted ha hecho y sigue haciendo con sus recuerdos por las Unidades de Operaciones Especiales de España, que, como usted dice, fueron, son y ojalá que sigan siendo siempre…guerrilleros.

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