EMMOE: EL Origen de la campana de la COE y de la tanqueta de la entrada. La estatuilla del guerrillero.

Entrevista realizada por el Teniente coronel.  Luis Vicente Canela al Coronel Vázquez Soler (III parte)

Traemos de nuevo a las páginas de la revista al coronel Vázquez Soler que, en esta ocasión, comienza su relato rindiendo un homenaje muy concreto.

Antes de continuar con mis relatos quiero rendir homenaje a todos los mandos y tropa, que participaron en las misiones encomendadas al Ejército Español en Afganistán, en especial a los “guerrilleros”; a ellos les dedico el fragmento de las inmortales palabras de la Biblia que guían a todos los peregrinos:

“Y Rut dijo: No insistas en que te abandone y me vaya lejos de ti: donde vayas tú, iré yo; donde mores tú, moraré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios; donde mueras tú, allí moriré y seré sepultada yo. Que Yahveh me castigue si algo, fuera de la muerte, me separa de ti.”

Bienvenidos a casa y con vosotros a todos los afganos, mujeres y hombres, que colaboraron para hacer de su patria un país democrático en el que mujeres y hombres sean iguales. Esta fue una de las misiones típicas para las que fueron creadas estas unidades de operaciones especiales.

Mi coronel, en su última entrevista nos habíamos quedado en las prácticas de supervivencia en la Selva de Oza.

Pues volviendo a lo que decíamos acerca del problema que se creaba en la Selva de Oza los fines de semana, en el camino que llevaba a la zona del campamento de los supervivientes, había que dejar a un soldado de la Escuela para pedir que no se transitara por allí para no tropezarse con los refugios. Eso me llevó a pensar en las oportunidades que se perdieron de expropiar terrenos para las distintas prácticas. El primero que se me ocurre es La Garcipollera, a varios kilómetros de Jaca, cogiendo un cruce de la carretera a Francia y que fue expropiado por el Ministerio de Agricultura, con varios pueblos que tuvieron que ser abandonados.

Creo que, de la zona de La Garcipollera, sí que “expropió” un recuerdo muy especial.

Sí. Cuando volví destinado a la EMMOE de comandante, al curso de operaciones especiales, recuerdo las veces que fuimos mi familia y yo, al merendero donde se podía encender fuego para asar chuletas. En los recorridos por la zona me encontré en una de las casas varios candiles, en huecos de las paredes de piedra que se empleaban antiguamente como lámparas de luz y alguno todavía conservaba restos de aceite. Después de limpiarlos a fondo, los conservé muchos años como adornos y recuerdos guerrilleros. Pero lo principal fue encontrarme en un campanario con una campana que, aunque pequeña, un hombre sólo no podía bajarla, teniendo en cuenta que había que hacerlo por los escalones de madera carcomidos por los años y con el peligro de posibles derrumbes. Al volver a la Escuela fui a ver al capitán de la COE, Fernando Carbonell Sotillo, quien no dudó ni un momento en ir al pueblo con dos vehículos y varios guerrilleros provistos de cuerdas de escalada, con las que montaron un pequeño teleférico desde lo alto de la torre hasta un árbol. Para mí fue una alegría cuando vi como descendía la campana. La trasladaron a la COE y quedó instalada en la puerta de entrada.

Y entonces…llamó el obispo.

Le gasté una broma al capitán Carbonell llamándolo a la COE, al mediodía, cuando estaba reunido con todos los mandos, haciéndome pasar por el secretario del obispo. Más o menos la conversación fue: “Mi caro hermano, Fernando, tengo conocimiento de que nos robasteis una campana que se nos quedó olvidada en el campanario del pueblo de… y quería que nos la devolvierais”. Carbonell se defendió alegando que estaba olvidada desde hacía años y, al discutir, reconoció mi voz: “Mi comandante, menudo susto que me acabas de dar”. Según los mandos allí presentes oyendo la conversación, el cachondeo fue de cuidado. La campana siguió en la entrada.

¿Dónde está ahora la campana?

Pues no lo sé, la verdad. Cuando se crearon los GOE, al desaparecer la COE de la Escuela, yo insistí para que la mandaran al museo del MOE en Alicante, pero la Escuela se quedó con ella para su museo. Supongo que allí seguirá ahora.

Me estaba contando su idea sobre expropiar zonas para crear diferentes polígonos para las prácticas de combate.

Sí. Perder La Garcipollera fue una pena. Se hubiera podido habilitar para prácticas de combate en núcleos urbanos, combate en bosques, campo de tiro, etc. Pero también resultó lamentable no hacer lo mismo con el terreno entre la Escuela y el cerro donde se encuentra el fuerte de Rapitán, también cerca de Jaca. En ese terreno, que al ser de secano pienso que no tendrá mucho valor, se podrían crear unos campos de tiro para las distintas armas, con el espaldón del cerro y al mismo tiempo aprovechar el fuerte, una joya militar creada para cerrar la salida del valle por donde discurría la carretera que llevaba al puerto del Somport, frontera con Francia. En su lugar se permitió edificar un edificio de apartamentos, pegado al muro del fuerte, cuyas obras estuvieron paralizadas durante años (ahora, creo que ya está terminado) y nosotros seguimos conformándonos con el campamento de Batiellas.

No todo fueron malas noticias. Alguna cosa sí que se pudo recuperar.

En el campo de tiro de Batiellas, me llamó la atención una “tanqueta” (los expertos sabrán cuál es su verdadera denominación), abandonada en un lateral del campo y objeto de maltrato por parte de algunos que se entretenían disparando contra ella y hasta colocar alguna carga explosiva como lo atestigua el cañón que estaba destrozado. Cuando volví destinado a la Escuela, me puse en contacto con el teniente coronel mayor y decidimos rescatar aquel recuerdo de la guerra. Lo primero fue contratar un camión con una grúa capaz de levantarla y trasladarla al taller de la Escuela, donde se repasó a fondo, excepto el cañón que no tenía solución y hubo que sustituirlo por una copia en madera. El teniente coronel me encargó diseñar un pedestal para colocar el carro en un lateral de la puerta de entrada principal. Yo, la verdad, no me vi con conocimientos para diseñarlo por lo que cuando trajimos la “joya” la colocamos directamente en el suelo entre los retoños de abeto que había en el jardín. La única duda que me queda es si el cañón de madera habrá soportado las inclemencias del tiempo, lluvia, nieve, heladas, etc., o lo habrán cambiado por otro de metal, que tampoco cuesta tanto.

También fue usted crítico con la letra que se eligió en su momento para el Himno de OE.

Bueno, ya “metido en harina” te diré que cuando hace años se planteó la composición de un himno para nuestras unidades, no me pareció oportuno entonar traducciones extranjeras, por ejemplo “Bella ciao”, cuando tenemos en la “biblioteca de autores españoles”, obras como la de Amos de Escalante, en la biblioteca del Cuartel General, volumen BM-II-22-B, página 39.

Rimas varias XXII. Nuestro soldado

Roto, descalzo, dócil a la suerte

cuerpo cenceño y ágil, tez morena,

a la espalda el morral, camina y lleva

el certero fusil su mano fuerte…

Puesto en contacto con el director de la Orquesta del Cuartel General, que también ejercía de compositor, se ofreció para musicarlo, una buena noticia (al menos para mí); se la envié al MOE y como se dice vulgarmente “nunca más se supo”.

De todas formas, mi coronel, esos versos siguen formando parte del ideario del MOE; hay uno de los GOE que los recita cada mañana. Y sí, convengo con usted que son muy adecuados a la hora de definir el carácter de las unidades de guerrilleros.

Algo parecido me ocurrió con la estatuilla del guerrillero. En el patio de armas del Cuartel General y en los nichos, hay estatuas de soldados de distintas épocas. El autor de las mismas es el coronel Colmeiro, escultor y dibujante de fama internacional, que tiene su taller en Tenerife. Puesto en contacto con él se ofreció para confeccionarnos una estatuilla de 35 cm. con su pedestal. Aprovechando que tuve que ir a Tenerife, como testigo de la defensa del capitán de la COE, procesado por la muerte de un soldado en unas maniobras, visité el taller donde el coronel trabajaba. De regreso a Madrid, recibí tres dibujos para elegir el que más nos gustase y el importe, que ascendía a 550.000 pesetas. Hice fotocopias de los tres, así como el importe que le correspondería a cada COE: 25.000 pesetas. Todas sin excepción se decantaron por una y estuvieron de acuerdo en el precio, en el que participaron la Escuela y la Inspección de Infantería. Al poco tiempo recibí la estatuilla de bronce que es la que todos conocemos. Por razones que desconozco, alguna unidad encargó a otro artista, otra estatuilla, como la que figura en la entrada del MOE. Cada uno es muy libre de compararlas. La estatuilla original que me envió el coronel Colmeiro, fue remitida al museo del MOE, así como los tres dibujos y las contestaciones de las unidades. 

Pues hoy debemos dejarlo aquí, mi coronel, pero le animo a continuar con su relato de unas vicisitudes que, como ya le he reiterado en otras ocasiones, deben quedar plasmadas por escrito para evitar que el paso del tiempo las deforme, las tergiverse o se olviden.

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