El Espíritu de la Boina

Miguel Ángel Porras López

Antiguo guerrillero de la COE 61, 5º/79

 El espíritu de la boina es una expresión que, últimamente, he oído con cierta asiduidad. La he escuchado en petit comité cuando me he juntado con algunos veteranos a almorzar con la excusa de celebrar cualquier acontecimiento; también la oí decir en las conferencias celebradas en Barcelona por la Asociación de Veteranos Boinas Verdes de Cataluña, en esta ocasión de boca de mandos guerrilleros que disertaban y, por último, también se escuchó en el IV Día del Veterano Boina Verde en Rabasa. Parece, pues, que la expresión ha calado profundamente en el círculo de los veteranos boinas verdes.

Pero ¿qué es eso del espíritu de la boina? Pues, parafraseando a san Agustín cuando hacía alusión al tiempo (“¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta lo sé, pero si trato de explicárselo a quien me lo pregunta no lo sé” (Confesiones, XI, c.14, 17)). Todos sabemos qué es el espíritu de la boina; todos lo sentimos en nuestro corazón; a todos, ese espíritu, nos llena y nos da vida; pero qué difícil es explicar qué es el espíritu de la boina.

Para empezar, personalmente, me gusta más llamarlo espíritu guerrillero y os voy a explicar el porqué. No cabe duda de que la boina verde es un signo de prestigio, un signo de que quien la porta es un soldado de elite, es un hombre que ha demostrado su valor, su arrojo, su espíritu de superación en condiciones ambientales, físicas y psicológicas extremas. Todos sabemos que en cuanto te calas la boina sufres una transformación. Sientes cómo se estremece todo tu cuerpo, te sientes rejuvenecer, te sientes con aquellas fuerzas que hace ya años te han ido abandonando, sientes correr la adrenalina por tu torrente sanguíneo. Indudablemente la boina nos produce una catarsis; una vez puesta, ya no te duelen las articulaciones ni las lumbares, el sobrepeso se ha vuelto liviano, los ahogos al menor esfuerzo desaparecen y los muchos años solo son un número sin apenas importancia.

Pero ¿este portentoso milagro lo produce, realmente, la boina? Sinceramente, creo que no. Muchos le dan una importancia, casi divina, a esa prenda y se escandalizan, cuan sacrilegio público, el hecho de que alguien, que no ha sido boina verde, la lleve, ya sea por propia iniciativa o porque en algún acto le ha sido impuesta. Quienes se escandalizan piensan que es un desprestigio para lo que simboliza la boina y, en definitiva, un insulto para quienes nos la hemos ganado con nuestro sudor, sangre y lágrimas.

En realidad, nuestro orgullo debería ir más allá de la boina verde; nuestro orgullo se transmitió de generación en generación desde tiempos remotos; nuestro orgullo se enraíza en la estirpe de hombres que, con muy poca indumentaria, una “gladius hispaniensis” y un pequeño escudo redondo llamado “caetra”, y un conocimiento exhaustivo del terreno, se enfrentaron al todopoderoso ejército romano y los mantuvo en jaque por más de 200 años, mientras que los galos apenas duraron 7 años en ser conquistados. Los genes de Viriato o de los numantinos y, en definitiva, de los celtíberos están en todo nuestro ser. 

Esta idiosincrasia se fue acrisolando en las luchas contra el musulmán invasor que duró casi 800 años, en los que nobles y plebeyos lucharon hombro con hombro hasta limpiar el suelo íbero del pérfido invasor. Entre las fuerzas cristianas que contribuyeron a la Reconquista de una manera decisiva cabe recordar a los temibles almogávares, que siendo los de origen aragonés los más famosos no fueron menos temibles los almogávares de otros reinos cristianos. Sus tácticas guerrilleras eran muy similares a las de los pueblos celtíberos, al igual que su forma de vida, casi ermitaña en sus necesidades.

Ya en la Edad Moderna, España impone su poderío en Europa con la creación de los Tercios, pero no rehúye las tácticas guerrilleras conocidas con el nombre de encamisadas por ir todos los miembros sin más indumentaria que sus camisas blancas. Dichas acciones se basaban en un ataque nocturno por sorpresa, llevado a cabo por un grupo reducido, unos 50 hombres, amparándose en la negritud de la noche y con movimientos sigilosos hasta adentrarse en el campamento enemigo, eliminando previamente a los centinelas y, una vez dentro, pasando a degüello al mayor número de aterrados enemigos y causando, además, los mayores estragos posibles, tanto en hombres como en material y, todo eso, llevando el mínimo equipo de guerra para, cuando el enemigo lograba organizarse, desaparecer sin conceder la oportunidad de entablar combate frontal. Muchos de estos hombres que formaron parte de los Tercios, amantes de la aventura, valerosos, aguerridos e indómitos, deseosos de fama y fortuna se unieron a las expediciones y conquistas en el Nuevo Mundo, consiguiendo, con un reducido número de tropas, llegar desde Alaska hasta Tierra de Fuego.

Y fue en la Edad Contemporánea cuando, de una manera torticera y ladina, las tropas napoleónicas invaden España. Dicha invasión se había producido sin que el ejército español opusiera ninguna resistencia y, en la práctica, se encontraba secuestrado en sus propios cuarteles. El 2 de mayo de 1808 se produce el levantamiento popular contra las tropas francesas en Madrid. Ante los hechos tan graves que se estaban produciendo se unen a los heroicos capitanes de artillería Daoíz y Velarde contradiciendo las órdenes, órdenes del capitán general Francisco Javier Negrete, permaneciendo el resto del Ejército acuartelado y pasivo. La guerra contra el francés había comenzado y lo había hecho como casi dos milenios antes desde el pueblo, participando en la desigual lucha hombres de todas las edades y condiciones, mujeres ancianas y jóvenes e incluso niños. Las tropas de infantería, caballería y artillería acantonadas en Madrid consiguieron aplastar de forma rápida la rebelión y al día siguiente, el 3 de mayo, los franceses se ensañaron y fusilaron a todos los que consiguieron apresar portando cualquier instrumento que pudiera ser considerado un arma. La sangre de los héroes del levantamiento hizo que, en todas direcciones corriera como la pólvora, la noticia y, lejos de acobardar a nuestros antepasados, empezaran a organizarse, si no lo habían hecho antes, de forma clandestina alistamientos para combatir al gabacho. Ni qué decir tiene que las partidas guerrilleras fueron decisivas para el posterior desenlace de la contienda.

Desgraciadamente, la brevedad que exige este artículo no me permite desarrollar tal como se merecen los miles de historias personales que, desde Viriato hasta nuestros días, han acrecentado, forjado, cimentado y acrisolado el espíritu guerrillero y digo guerrillero porque creo, en mi humilde opinión, que es ese el espíritu el que corre por nuestras venas y el que nos da la vida. Sacrificio, hambre, sueño, cansancio, frío, noches en vela, lluvia, sol, llagas en los pies, sabañones en las manos, huir, atacar, desaparecer, volver a aparecer, confundirse con el entorno, paciencia, encontrar el lugar y el momento propicio, formar parte del pueblo, entrega total, lealtad, honor, libertad son palabras que se han fundido en una sola: guerrillero.

Estoy seguro de que ese espíritu guerrillero volvería a salir del pueblo si España lo precisara y, ciertamente, muchos, por no decir la inmensa mayoría, no habrían llevado boina verde en su vida, pero con sus acciones no la mancillarían, sino que la engrandecerían, porque serían guerrilleros de facto. No es la boina verde la que da prestigio al guerrillero, sino que es el guerrillero el que da prestigio a la boina verde.

Así pues, abogo por cambiar la expresión “el espíritu de la boina” por “el espíritu guerrillero” que adquiere un significado mucho más nuestro y que nos une con nuestro acervo hundiendo sus raíces en los confines de nuestra historia.

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