COE 42. Instrucción Nocturna

Pedro Murillo

Antiguo cabo guerrillero de la COE 42. 1981/82

Una de las muchas diferencias entre los soldados de Operaciones Especiales y el resto de los cuerpos de elite (legionarios, paracaidistas, etc.) era la cantidad de horas que dedicábamos a movernos de noche. La instrucción nocturna era básica para el comando.

Preparación previa

Antes de empezar cualquier tema debíamos prepararnos nosotros y nuestro equipo concienzudamente:

Con unas cerillas estanqueizadas, encendíamos una vela que, en caso de necesidad, decían que era comestible. Quemábamos un corcho de botella de vino o cava (previamente requisado en las cocinas del cuartel) y, que una vez carbonizado, usábamos para pintarnos la cara. Cumplía perfectamente la función de procurar el enmascaramiento. Se trataba de romper la silueta de nuestro rostro, no de pintarse uno de negro como pudiera parecer. El corcho duraba muchas instrucciones nocturnas, además las ceras eran muy caras y estaban en manos de unos pocos privilegiados.

La mochila de combate ceñida a la espalda, tenía que tener los materiales de su interior debidamente colocados para que no produjeran sonido alguno, la cantimplora llena, ya que a medias producía ruido. Cinta aislante negra en los correajes, en los soportes del armamento, en los cargadores y también cubiertas las hebillas de nuestras botas para que no brillasen y no sonaran, debíamos de saltar con el equipo delante del Sargento, al mínimo ruido bronca y a arreglar lo necesario hasta conseguir la ausencia total de sonidos.

El gorro comando, la bufanda tubular: la braga y el jersey comando eran prendas habituales en la instrucción nocturna y se agradecía su posesión debido al biruji nocturno.

Una de las primeras prácticas era alumbrarte con una linterna a los ojos para ver cómo reaccionabas. Debías permanecer con un ojo abierto y el otro cerrado mientras te alumbraban, ya que el tiempo de reacción de los ojos a acostumbrarse otra vez a la oscuridad total, después de un deslumbramiento, variaba a casi el doble si mantenías los dos abiertos.

Esta era una practica que en cualquier oportunidad ponían de manifiesto los mandos para comprobar la asimilación de conceptos y procedimientos entre la tropa y pillar al caraja de turno con los dos ojos abiertos.

Había noches que en cuanto acostumbrabas los ojos a la falta de luz caminabas como si fuera de día. Los días nublados eran ideales porque la luz que generaban los pueblos, aunque estos estuvieran a varios kilómetros de distancia, se reflejaba en las nubes de tal manera que conseguías ver bastante más que en ausencia total de las mismas.

Como apasionado de la naturaleza ya había pateado por el campo en multitud de ocasiones en noches de luna llena antes de entrar en la COE, pero allí descubrí la magia de las noches cerradas sin luna (luna nueva), en donde se ve muy poco y los sentidos se agudizan, sobre todo el oído. Es algo especial, vives la tensión, todo es concentración, debes focalizar los cinco sentidos en el oído.

La primera instrucción nocturna

Nos sacaron de las literas cuando llevábamos treinta minutos tumbados, que no dormidos, con uniforme, cargadores, trinchas y armamento y, como siempre, a formar a la puta carrera delante del barracón para hacer una instrucción nocturna. Salimos como zombis por la puerta, torpemente nos ajustábamos el equipo y nos situábamos en formación. Aquella noche no habíamos dormido ni un cuarto de hora después de varios días de machaque físico y psicológico. Como no le gustó al capitán nuestra velocidad de respuesta nos mandó entrar, empiltrarnos y volver a formar tres o cuatro veces hasta que lo hicimos adecuadamente.

Cuando estábamos formados, el capitán Fermosel se dirigió a nosotros, los bultos, y dijo: “El cuerpo es como un chicle y no os imagináis lo que se puede llegar a estirar”. No lo entendimos ninguno al principio, pero lo pudimos comprobar posteriormente.

Después de que el sargento de semana diera novedades al capitán la segunda sección (los bultos), nos fuimos con el sargento Garay de marcha nocturna. La marcha no fue muy larga, entre 3 y 4 kilómetros, hasta el Mas de Rafael, una antigua masía medieval abandonada.

Una vez allí, tuvimos que montar nuestras tiendas en ausencia total de luz para no delatar nuestra posición con el correspondiente follón ya que la mayoría no había montado tiendas de campaña en su vida. Por descontado que no nos habían dado ningún tipo de teórica al respecto. Allí, en la COE, el búscate la vida era bastante común de tal manera que tenías que espabilar a montar una tienda cuyo proceso de montaje debías descubrir por tus medios en una oscuridad total, ponerte de acuerdo con los compañeros que te habían asignado y que no conocías en absoluto, sin una jerarquía que impusiese orden ni concierto, con la presión del sargento en cuanto al tiempo destinado al montaje y sin hacer ruido por que estábamos, en teoría, en territorio enemigo.

Cuando acabamos de montarlas agradecí haber ido de campamentos de la OJE desde los 7 a los 15 años. Aquel tipo de tiendas no era muy diferente a las que conocía, por lo que mi grupo no tuvo excesivos problemas para montarla. Más que nada, la dificultad radicaba en conseguir poner de acuerdo a la patrulla. En un sitio, en donde había tanto supermacho autosuficiente, cualquier observación se tomaba como una ofensa.

En cuanto estuvimos todos, el sargento nos ordenó que montáramos una defensa perimétrica. Nos distribuimos por los alrededores del perímetro asignado, una especie de plaza circular en donde acampamos, y a esperar a que los veteranos aparecieran en escena.

Nos tiramos así toda la húmeda noche; nadie se metió en las tiendas, a parte del sargento, a la espera de la primera sección (los veteranos).

Con el rocío de la mañana calándonos los huesos, se hizo de día y, con los primeros rayos de sol, levantamos el campamento sin descuidar la vigilancia. El sargento actuaba más como observador de nuestra actuación que como mando o instructor.

Marcha por un itinerario con minas

Después de revisar concienzudamente el lugar de acampada (el guerrillero no deja rastro), volvimos al campamento en fila india.

Y como no podía ser de otra manera los que iban en vanguardia mirando la vegetación por si eran emboscados se olvidaron de mirar por donde pisaban. El primero pisó una mina contra personal enterrada (de instrucción, inofensiva) que, aparte del susto que les produjo la explosión, les dejó de color azul Pitufo a los tres o cuatro primeros.

Recibieron la bronca del sargento por carajas y continuamos la marcha. Esta vez alternábamos nuestra visión de la maleza con la del suelo. Gracias a ello detectamos dos minas más enterradas, que sacamos cuidadosamente con un machete en presencia del sargento, mientras unos compañeros curioseaban y otros vigilaban que no nos atacase el enemigo.

Curioso juguete, eran exactamente iguales a las de verdad solo diferenciadas por el color azul de la carcasa y evidentemente por la ausencia de explosivo en su interior, pero actuaban también por el peso del individuo.

Los veteranos no aparecieron en toda la noche, solo las minas demostraban que habían rondado por allí.

Prácticas de infiltración nocturna

Cuando llegamos a nuestros barracones y antes de desayunar un grupo de veteranos tuvo que ir a recoger las dos minas que no explosionaron porque no las pisamos y que no localizamos en nuestro viaje de regreso.

Otra noche los sargentos dividieron a nuestra sección en dos grupos: Alfa y Bravo. Realizamos un recorrido topográfico con el mapa y la brújula de manera independiente. El equipo Bravo, del que yo formaba parte, consiguió alcanzar los primeros el punto de reunión: el foso de la pista americana por lo que, una vez situados, recepcionaríamos a nuestros compañeros del equipo Alfa.

Cuando llegamos sigilosamente al foso, el sargento nos mandó:

– ¡Venga estableced por vuestros medios una defensa perimétrica!

Nos distribuimos de aquella manera ya que no teníamos jerarquía y cada uno iba por libre. El sargento Sobrino, como veía que aquello no funcionaba como él esperaba, nos soltó:

– ¡Pero bueno! ¿Qué estáis haciendo? ¡Estáis ahí todos amontonados!

La verdad es que el personal procuraba buscarse los puntos más cómodos para soportar mejor la segura larga espera, si ya de por sí, era jodidillo estar al relente de la noche quieto sin un equipo adecuado para la humedad y el frío, si a eso añadíamos una posición incomoda todavía peor.

El mascara

– ¡Murillo!, ¿Dónde está Murillo? dijo:

– ¡A la orden mi sargento!, ¡Aquí, mi Sargento!

– Murillo ¡Joder, tú eres el mascara!, ¡Haz algo…!

Yo no sabía que puñetas quería decir el tío,  y allí con cara de empanao pensando en qué quería decir el sargento con aquello de “el mascara”, pero me tomé la coletilla de haz algo como el que pusiese un poco de orden en aquel caos, y ya que el sargento me había puesto temporalmente los galones, me puse a distribuir al personal. Más tarde, me enteré de que el mascara era abreviatura del más caracterizado, el que destaca sobre el resto, el líder de una sección.

– ¡Tú, López, allí!

– ¡No me jodas, Murillo, que ahí se está muy jodido!

– Luego te cambio

– ¡Tú!¿Cómo te llamas?

–  Yo, Nicolau Nordemberg. Me puedes llamar Nico.

– ¡Tú, Nico, allá en aquella esquina. Vete con este!

No nos conocíamos entre nosotros e, incluso, entre muchos la rivalidad era constante.

– ¡Ala… a las putas zarzas!

– ¡No chilles, capullo, que nos van a oír!

Toda la conversación la hacíamos en voz baja, casi al oído de nuestro interlocutor, y escondidos en el foso. En un par de minutos tuve distribuido al equipo. Como el perímetro que teníamos que cubrir era pequeño, me quedé con dos de reserva a mi lado. El sargento Sobrino se acercó y me preguntó:

– ¿Ya tienes a todo el equipo en sus posiciones?

– ¡A la orden, mi sargento!, ¡Sí, mi sargento!

– ¿Y qué coño hacen estos tíos aquí? Refiriéndose a los dos que me acompañaban.

– Están de reserva, mi sargento. Tengo dos individuos en situación precaria y prefiero ir relevándoles cada 15 minutos y así descansan. Además, puedo utilizarlos de apoyo en caso de necesidad de cubrir algún flanco.

El sargento asintió y se dio por satisfecho con la explicación y prosiguió diciéndome al oído:

– Bueno el equipo Alfa estará en camino y su punto de reunión es este. Para poder entrar en vuestro campamento deberán utilizar un santo y seña que es el siguiente: “La novia de Sebastiá”. Si no conocen el santo y seña o si no se identifican: cuidado pueden ser el enemigo, y ¡aquí no se cuela ni Dios!.

– ¡A la orden, mi Sargento. Lo he entendido!

Y de la misma manera se lo transmití a mis compañeros y les envié a que fueran uno por uno sin hacer el más mínimo ruido a pasar la contraseña a los centinelas. Y así pasamos los primeros cuarenta minutos hasta que detectamos movimiento en las proximidades. Se acercó uno de los centinelas que me dijo señalándome hacia el bosque:

– ¡He oído algo, Murillo!

– ¡Pero! ¿Cómo abandonas tu puesto? ¡Vete para allá!

– He dejado a los de mis lados cubriéndome,…¡y si vienen! ¿Qué hago?

– ¡Capullo, si vienen cuando les des el alto, si conocen el santo y seña para dentro y si no, no entra nadie, ¡largo!

¡Alto! ¿Quién va?

El sargento estaba a mi lado observando mi reacción en la oscuridad de la noche. Ahora yo también oí una piedra del borde de la pista americana seguido de un taco que, aunque por lo bajini, lo oímos todos.

– ¡Desde luego los hay torpes!

Dijo el sargento

Me acerqué hasta los centinelas. Ya se dibujaba una silueta reptando por la maleza. El que la tenía más cerca, mientras le apuntaba con el arma, le dio el alto.

– ¡Alto! ¿Quién va?

El otro o era del enemigo o era de Orejilla del Sordete, porque mi compañero tuvo que repetir

– ¡Alto! ¿Quién va?

– ¡La novia del Sebastiá!

Casi gritó aquel animal. En cuanto se puso a tiro el tío, lo agarramos entre dos de las trinchas y lo arrastramos para dentro del campamento. Nos lo llevamos a la esquina más alejada  y le interrogamos en presencia del sargento.

– ¡Capullo! ¿Pero, cómo cojones gritas de esa manera?

Y el tío que se extrañaba de que yo, un bulto como él, le interrogara, con gesto de ¿a ti, qué te importa? y ¿quién eres tú para preguntarme nada? dijo con malos modos y con voz natural

– ¿Qué pasa tío…?

El sargento le dio un toque que le quitó el gorro comando de su sesera, que se oyó como un estruendo en la noche. Y le dijo:

– Pero si se te oía a 500 metros, tarugo. ¿Qué quieres…, que el enemigo escuche también vuestro santo y seña con esos gritos?

– ¿A la orden. mi Sargento?

Todavía anonadado porque con la oscuridad no se había percatado hasta ese momento de la presencia del sargento.

Mientras, mis dos compañeros que estaban de apoyo comentaban la jugada por lo bajini:

– ¡Joder, a ese le están dando y eso que es de los nuestros!

– ¡Pues imagínate al enemigo…!

A partir de ese momento fueron entrando desde diferentes ángulos los del equipo Alfa. Con mayor o menor gracia, algunos más que del equipo Alfa parecían del equipo Alfalfa porque eran más burros que un “arao”.

El sargento. según llegaban. los seleccionaba en función de su actuación. A los voceras y ruidosos el sargento Sobrino los bautizó como integrantes del pelotón de los torpes y los puso a hacer flexiones extras por un tubo hasta que, después de unos minutos y cuando ya estábamos todos, mandó levantar el campamento.

A eso de las tres de la madrugada, nos largamos en fila india hacia nuestros barracones y, entonces, es cuando detectamos unas sombras sospechosas que se nos acercaban por la retaguardia (nuestros veteranos)

– ¡Alto! ¿Quién va?

– ¡Calla, cabronaso!

– Lo siento, pero te he pillado

– ¡Una mierda mas pillao, “burto”. Como digas algo, te mato!

Y así, resignados, tuvimos que dejarnos cazar uno a uno para no llegar a las manos con aquellas acémilas. De todas formas, teníamos todas las de perder, así que a tragar.

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