COE 22. Vivencias Guerrilleras del reemplazo 1976/77

Maniobras de guerrillas y contraguerrillas en Chinchilla.

Cabo veterano Carlos Aurensanz Ortiz (1976/77).

El viaje a Chinchilla fue en tren, con infinidad de paradas. Una vez allí, nos trasladaros en camión hasta el campamento base (un cortijo en medio del campo). Yo formaba parte de un comando de nueve guerrilleros al mando del sargento Lesmes con la misión de “anular y dejar en evidencia la seguridad del capitán general que mandaba las tropas”.  

Estudiado el terreno, donde supuestamente tenía que pasar el convoy se decidió, entre todos, la estrategia a seguir, la forma de actuar, y de desaparecer de la escena de la operación. Se repartieron las tareas a realizar por cada uno de nosotros, ya que entre otras cosas teníamos que asegurarnos que el recorrido del convoy era el previsto que se nos había dicho.

En los dos primeros días, hicimos la aproximación hasta el punto donde fijaríamos el punto de reunión y base de todo nuestro operativo (almacén agrícola a las afueras de la pedanía llamada Villar de Chinchilla). Estuvimos tres o cuatro días aquí escondidos, y tan solo dos de nosotros salía a por lo necesario, y a recoger información de posibles rutas alternativas de nuestro objetivo.

En estos días se repasaron todas y cada una de cosas asignadas a cada uno, entre otras: cómo nos íbamos a camuflar, quién iba a fijar el objetivo, en caso de modificar algo de lo planificado, alternativas posibles, una vez en el objetivo, quien fijaría la ruta de evasión y el punto de encuentro.

Llegado el día, y una vez despojados de todo tipo de insignia, distintivo, graduación y de nuestra querida boina, es decir, que nuestra uniformidad era parecida a la de los pistolos, nos pusimos en marcha con todo lo que habíamos planificado y comenzamos la aproximación al convoy, con tan buena suerte que, al ser divisado, no había modificado la ruta.

Rápidamente el sargento Lesmes reaccionó, con tan buena suerte que apareció un jeep que había pinchado, e iba al encuentro del convoy. Lo aprovechamos y, montados todos en él, nos llevó hasta la cola del convoy. Ahora sólo nos faltaba aproximarnos hasta la cabecera sin levantar sospechas de quienes éramos.

Tras más de una dificultad, y contestar a preguntas de algún mando de pistolos con evasivas, y alguna que otra “chorrada”, llegamos a la cabeza. Lesmes nos fijó como punto de reunión unos pinos situados a nuestra derecha y a bastante distancia del objetivo. Recuerdo que había: dos Jeeps pequeños, detrás el Land Rover del capitán general -nuestro objetivo- y, a continuación, un camión con los gastadores, seguidos de todo el resto del convoy.

Posicionados por el lado derecho del convoy en fila de a uno, y con la distancia precisa para atacar a la vez al Jeep, al Land Rover y al camión de gastadores. Al grito de “COE”, lanzamos los botes de humo debajo de los vehículos y nos replegamos corrimos el punto de reunión fijado. No os podéis imaginar como corrían detrás de nosotros los gastadores y gran cantidad de pistolos. ¡Lo que tuvimos que correr para que no nos cogieran! Y menos mal que no lo lograron, pues si nos cogen, nos forman consejo de guerra. Se cabreó mucho el capitán general, que llamó por radio a nuestro capitán Varela para que nos arrestara y nos entregara; la contestación, os la podéis imaginar:  haberlos hecho prisioneros en el momento de la acción.

Para el cierre de las maniobras, teníamos que escapar del cerco que nos formaron el resto de gente que participó en esas maniobras, que eran muchos. Tras una aproximación nocturna, entre las cuatro y las seis, llegamos a un cerro en el que abundaban muchos romeros, entre otros muchos matorrales. Nos distribuimos bastante separados a lo largo y ancho de la ladera desde la que divisábamos la llegada del convoy de los pistolos; nos escondimos como pudimos entre los matorrales (hubo muchos guerrilleros que llegaron a escarbar agujeros y prácticamente a enterrarse) a esperar que amaneciese.

Ya con los primeros rayos de sol, se escucharon los helicópteros, seguido de los camiones y demás vehículos. Un helicóptero hizo dos pasadas por encima nuestro, y no nos localizó. Os podéis imaginar: a la señal convenida – lanzamiento de bengalas-

Comenzamos a correr ladera abajo …  y por supuesto, a lo que quisieron reaccionar el convoy, nosotros estábamos ya al otro lado de la carretera y con el objetivo de La misión conseguida.

A los pocos días los periódicos de Huelva se hicieron eco de las maniobras.

Por las cloacas del sanatorio.

Cabo veterano Carlos Aurensanz Ortiz (1976/77).

Por detrás del cuartel pasaban las cloacas de un sanatorio. Recuerdo que una noche la actividad consistió en pasar a través de unos tubos de 12 metros de largo y bastante estrechos, como de 60/70 cm de diámetro, seguido de la travesía, metidos hasta el cuello, por unas cloacas que venían del citado sanatorio cercano al cuartel.

 

Acabado el ejercicio no veáis la que se armó en la compañía con un olor espantoso; toda la ropa hubo que lavarla varias veces hasta que conseguimos sacarnos el hedor.

Ahora, eso sí, el capitán Varela, nos esperaba en la compañía para interesarse por todos, y con café caliente y algo de …

Mi evasión y escape.

Guerrillero veterano José Antonio Fernández Cubiella (1976/1977).

Teníamos el punto de reunión, a la quinta madrugada, a unos 100 km hacia la sierra.

Comenzó al anochecer; nos sacaron del cuartel con el camión hasta Gibraleón, allí lo primero que decidió el grupo fue reponer fuerzas y cenar para acometer la caminata que teníamos por delante para toda la noche.

Os situó, noche desapacible: con lluvia y fuerte viento, mucho frío, con unos 20 km de recorrido y con el equipo completo a la espalda. Favorable: teníamos una línea de ferrocarril de vía estrecha que nos llevaría andando al destino elegido. Desfavorable, el agua, el viento, el frío, el puente sobre el río Ódiel. Os lo podéis imaginar, puente de estructura de hierro, traviesas de madera al aire y mojadas por la lluvia, un viento con rachas muy fuertes, el agua se oía muy caudalosa y muy profunda, un horror. A esto le tenéis que añadir, en mi caso particular, que el tocino blanco que comí en Gibraleón, me hizo reacción y me dejó sin fuerzas para seguir la andadura. ¿Cuál era la solución?

Gracias a que estaba muy arraigado el lema de que «nadie se queda atrás», Cobiella se cargó mi mochila en su pecho y Garijo y mi binomio, Jesús Sáez, me colgaron en sus hombros (si no es por ellos, me quedo a mitad de camino). ¡Compañerismo!

Recuerdo que o la segunda o tercera etapa la hicimos montados en un camión de los que transportaba troncos de madera, lo que nos permitió estar escondidos dos días en una caseta de monte. Cuando estábamos allí, el sargento Lesmes ordenó por radio que le diéramos las coordenadas del punto en que estábamos. Tanto insistió, que le remitimos las de un cerro que divisábamos desde dicha caseta y que estaba como a unos 4 o 5 km.  Vimos como mandó a los reclutas a buscarnos, no nos encontraron y se cabreó.

Cuando a la quinta mañana llegamos al punto de reunión, se quedaron dos de los nuestros en la cuneta, a la espera del convoy que nos iba a recoger. A su llegada, con los mandos, y tras un buen rato de hablar para conocer éstos dónde estaba el resto del grupo, cuando nos querían dar el ejercicio por no realizado – ya que no aparecía el resto del grupo, y a la señal convenida por los nuestros, aparecimos de debajo de los matorrales situados en la ladera (estaban a 50 metros en la cuneta y no nos veían).

Tanto a Lesmes como a Caro nos felicitaron por la acción; y por supuesto nuestro capitán.

Orgulloso de servir en una COE.

Guerrillero veterano Miguel López Laínez (1976/1977).

Recuerdo la entrada a la base de Morón en Sevilla, de cómo pusimos las cargas y salimos a toda leche por el rio. Al final el capitán Varela nos esperaba con la cazuela de café y la copita de coñac.

Son actuaciones que no se olvidan, como el tiro con fuego real en el campo de Mazagón, o el rapel de la peña Arias Montano, que hoy esta irreconocible. Antes del confinamiento estuve unos días que fueron preciosos recordando nuestros tiempos; debajo de la peña teníamos una cueva que hoy esta con verjas.

Muchas veces me paro a pensar de qué pasta estamos hecho todos los que hemos servido en este cuerpo, cuando llegamos al campamento, deseaba tener otra preparación diferente, como militar ser lo que hoy en día es un profesional. Cuando eres elegido a un cuerpo de operaciones especiales con una preparación fuera de lo normal, te das cuenta de la similitud de pensamiento, de la unión que se crea y del hermanamiento que, a día de hoy, prevalece. Me hubiera gustado ser psicólogo para saber qué pasa por la mente de todos los que servimos en las COE y que nos llena de orgullo.

Sin barba o sin alta del hospital.

Trinidad Olmedo Cortez (1971/1972).

Cuando me fracturé el peroné, me llevaron al hospital provincial en La Merced. Estuve dos días sin que me viera ni un médico ni nadie. El pie, entre rojo y negro, e inflamado.  De aquella manera mi padre venía todos los días y el tercer día me vio y me dijo, «sigues igual, voy arreglar esto al momento». Me llevaron en ambulancia al hospital militar de Sevilla y me pusieron la escayola. Todo perfecto, mi capitán me visitó, me dio dinero y me dijo: «pasa el tribunal y vete para casa». Bueno, cuando me puse delante del coronel médico me dijo que si no me afeitaba no me dejaba marchar a casa. Mi capitán volvió de nuevo a la semana siguiente, me dio dinero, y me dijo: ¿tu qué haces aquí? Le contesté: «el coronel quiere que me afeite si quiero marchar para Huelva». Me contestó: «pues como te afeites te corto los cojones». «Dile a ese coronel quien soy yo». Solicité pasar de nuevo el tribunal y cuando me vio el coronel médico me dijo: «otra vez usted aquí sin afeitarse». Le contesté: «miré usted, mi coronel, mi capitán me dijo que si me afeitaba me cortaba los cojones». El coronel me preguntó: ¿y quién es tu capitán? Le contesté: «es Don Tomas Varela Gómez, de la COE 22 de Huelva». Ja ja ja. Me tiró el papel en la mesa y me dijo: «anda hijo, vete con tu capitán para Huelva».

Emboscada en la carretera de Trigueros.

Veterano guerrillero José Antonio Fernández Cubiella (1975/1976).

Creo recordar que la emboscada fue en la carretera que llevaba a Trigueros, al lado de una dehesa de toros bravos. Nuestro grupo, para atajar, pasamos por medio de ella, con esos animales que nos miraban todos altivos mientras nosotros teníamos las pelotas de corbata. Al inicio de la emboscada, para efectuar el barreamiento, nos encontrábamos el cabo Aurensaz y yo.

Con balas de fogueo y la bocacha preparada para disparar a ráfaga, esperamos al convoy tumbados en la cuneta. Los demás compañeros se encontraban escondidos entre los árboles, detrás de las alambradas de cierre de la dehesa. Llovía sin parar; en la cuneta nos entraba el agua por el cuello y nos salía por las botas.

Cuando se acercó el convoy, se escuchó decir a los mandos del regimiento: “al que coja a un guerrillero, un mes de permiso”. No vieron el alambre de espino que cortaba la carretera. Al llegar el convoy salimos a mitad de la carretera, soltamos los taponazos y corrimos a escondernos entre los árboles a través del hueco que dejamos para escapar.

Mientras tanto, los nuestros, escondidos, lanzaban las bolas de yeso. Al final, todos los vehículos estaban manchados de blanco. A la la mañana siguiente, cuando vieron los vehículos así, no salió ningún pistolo del cuartel hasta que todo estuviese limpio. Algún camión tenía yeso incluso en el radiador, así que tuvieron trabajo.

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