2º Concurso Literario de Relato corto

Y LLUEVE…

1º Premio del 2º Concurso de relato corto

Autor: Javier Rodríguez Cabrera

Antiguo guerrillero COE 32 del GOE III (5º/1989)

Asociación Guerrilleros de Valencia (A.G.V.)

Llueve, lo lleva haciendo desde hace tres días seguidos y lo hace sin parar. No es una lluvia fuerte, ni torrencial, ni amenazadora. Es una lluvia fina, que se desliza con suavidad, una lluvia que lo empapa todo a su alrededor calando hasta llegar al mismísimo centro de la tierra que en ocasiones, se torna racheada y molesta.

El ambiente es húmedo y frio. Muy frio. El lugar grisáceo y poco acogedor, no dejando ver más allá de tus propias narices, cubierto de una neblina espesa que oculta cualquier posibilidad de ver los primeros arboles a más de diez metros de distancia.

Mi cuerpo acusa ya el cansancio físico, el agotamiento mental, y el hastío de estos tres últimos días andando sin parar por el Bajo Maestrazgo.  Tres días sin parar ni un solo momento. No existen los descansos, no existen los momentos de ocio, no hay lugar para el esparcimiento y los días tienen más de veinticuatro horas solapándose con la noche. Tres intensos días sin tregua ni cuartel, cargando a la espalda con todo lo que preciso y necesito para mi estancia en aquel lugar. Y Llueve…

Mi binomio me recuerda que hay que seguir andando, mi cuerpo entumecido no responde, mi mente no es capaz de dictar orden alguna para que así sea. Hay que seguir andando, hay que llegar al PR establecido a la hora prevista, en el lugar determinado. No puedo más, y sintiendo mi cuerpo como se descompone ósea y muscularmente me pongo en pie. Dando el primer paso, arrastro conmigo el peso de mi abultada y mojada mochila. El siguiente paso, y otro más, que va desplazando mi cuerpo hacia adelante comiendo terreno al camino, aun teniendo la imperiosa necesidad de pararme y abandonarlo todo, sin llegar a importarme ni lo más mínimo las consecuencias, ni el porqué de mi estancia en ese lugar. Hay un sentimiento el cual desconozco, que es más poderoso que todo mi malestar corporal, y de esa manera, con la mente vacía de pensamientos, andando como un autómata despojado de sentimientos ni razón, llego al PR en tiempo acordado junto a mi binomio, que doy por hecho que está igual de hastiado que yo.  

Poco a poco van llegado los diferentes binomios, algunos lo han hecho ya a nuestra llegada. Todos reflejan en sus caras los mismos síntomas. Todos tiene la mirada perdida, la cabeza gacha, el andar pesado y lento, el aliento entrecortado y el habla pastosa.

El manto oscuro de la noche va cayendo sobre nosotros convirtiendo el bosque en un lugar oscuro, inhóspito, tenebroso y frio, tremendamente frio. Las órdenes eran claras, cenar por binomios y separados algo ligero, prohibido hacer ningún tipo de fuego, ni siquiera el que se utiliza para calentar con el infernillo de circunstancias. Uniformidad para instrucción nocturna y nada de utilizar el poncho para cubrirnos de la fina lluvia que nos acompaña sin tregua, por aquello del ruido. A las 22:00 Zuú, salida de nuestras dispersas y ocultas posiciones, y reunión en el claro del bosque ataviado para instrucción nocturna, gorro, jersey guerrillero, y enmascaramiento de la cara. Como un gesto casi piadoso, la lluvia ha cesado durante unos instantes y la cena la puedo hacer sin refugiarme bajo el poncho, aunque la humedad y el frio me abrazan con fuerza, como queriéndose apoderar de la mismísima alma, y arrastrarme a los confines del averno.

Obedientes a la orden recibida, todas las parejas de binomios van saliendo de sus lugares de reposo y se van concentrando preparados para la instrucción nocturna en el claro del bosque. El frío es intenso y la humedad espesa. El jersey guerrillero y el tres cuartos no son suficientes prendas para impedir que ambas circunstancias calen en mi cuerpo como el cuchillo en la mantequilla. Los sesenta minutos que supuso la preparación previa la instrucción nocturna, cena incluida, no ha sido suficiente para paliar mi sensación de cansancio, que mi cuerpo ahora inmóvil, acusa mucho más. Lejos queda aquel acogedor salón de la casa de mis padres con su calefactor debajo de la mesa camilla y la cena caliente que tu madre te ha preparado, y que proporciona el bienestar más anhelado que una persona pueda desear.  No, ahí no hay salón, mi mesa camilla que me quite el frio, ni cena caliente. Allí solo hay oscuridad, humedad, frio, desasosiego, y para colmo, como no queriéndose perder ni una sola de nuestras andanzas por aquel inhóspito lugar, la lluvia nos vuelve a visitar acariciándonos finamente la cara.

Los mandos han tenido consideración con nosotros y después de formar y dar las oportunas novedades, nos han dejado que nos sentemos en el suelo mojado y que nos agrupemos entre nosotros para intentar paliar el intenso frio del Maestrazgo. Por fin un gesto de humanidad después de tanto tiempo en aquella sierra.

El estruendo fue ensordecedor y desconcertante. No sabía lo que estaba pasando después de la deflagración del explosivo a pocos metros de nuestra posición.  Lo que al principio en la lejanía eran sombras, se tornaban de momento en figuras y después personas corriendo hacia nosotros como alma que lleva el diablo. El desconcierto se apoderó del lugar, las órdenes y contraordenes se sucedían unas tras otras, los empujones, agarrones, golpes, patadas, tortazos caían sobre mi cuerpo sin que pudiera darme tiempo a pensar del porqué de todo aquello ni qué estaba pasando. En un momento dado la oscuridad más absoluta me invadió, alguien me había bajado por completo el gorro y encintado con cinta adhesiva en la zona ocular impidiendo que cualquier haz de luz proveniente del exterior fuese captado por mis ojos.

Con las botas desatadas me trasportan entre empujones, golpes y agarres, hasta algún lugar donde caigo creo que encima de algún otro compañero que intuyo está en mi misma situación. “De rodillas y con las manos en la nuca, pegado al de adelante”, se me ordena a gritos. Al momento, detrás cae otro compañero sobre mí y las órdenes para él son las mismas.

La desazón se apodera de mí y a la puerta de mi mente llaman entonces descontroladas infinidad de preguntas ¿Que hago yo aquí?, ¿Qué necesidad hay de pasar todo esto?, ¿Dónde me lleva este sufrimiento?  Y tantas y tantas preguntas quedando todas ellas sin respuesta. Ya no hacia frio, ni notaba la humedad, ni el cansancio. Tan solo quería llorar, salir de allí e irme a mi casa y cubrirme las piernas con la manta camilla y reconfortarme con el calor del calefactor.

La voz sonó grabe y poderosa: “Han sido ustedes hechos prisioneros. A partir de ahora les invito a que colaboren y todos les será más fácil y llevadero. Si lo hacen, esta situación se tornará más placentera”. ¿Prisioneros de qué? Si no estamos en guerra. ¿Cambiar la situación? ¿Dónde tengo que firmar? Yo quiero salir de aquí y que me dejen descansar de una vez. No puedo más…El camino se hizo muy difícil y largo, tanto por el hecho de andar con las botas desabrochadas, como por la cuerda que me rodea el tobillo y a su vez el cuello y que de vez en cuando aprieta hasta el punto de llegar casi a la asfixia, así como por la presencia a mi lado de alguien que a cada traspiés que daba me soltaba un golpe en el costado, haciendo más doloroso mi particular “Vía Crucis”. Las manos sobre los hombros de mi antecesor y, en tinieblas, iba caminando hacia no sabía dónde. Y llueve…  

El lugar a donde llegamos no es ni mucho menos confortable, aunque al menos está techado y la lluvia empapa mi cuerpo. Debe de ser un lugar lúgubre, escaso de todo calor hogareño y con un cierto olor a ganado. Sumido en la misma tiniebla en la que llevo inmerso desde hace ya un buen rato, siento cómo el tiempo ha parado su progresión y los minutos se vuelven horas y las horas, simplemente, no pasan. Lejos de aminorar la intensidad de la situación, esta parece agravarse por momentos. Nos hacen colocarnos y mantenernos en posturas propias de acróbatas circenses hasta la extremaunción del dolor de las articulaciones. Vuelven a agolparse las preguntas en mi cabeza. Todas quieren respuesta y no soy capaz de dárselas, quizás sea por el dolor que estoy sufriendo en mis articulaciones, no sé…

 “No hay necesidad de sufrir esta situación, es una tontería que estéis pasando por este calvario, ¿para qué? Vosotros mismos tenéis la solución a esta situación, solo tenéis que levantar la mano y contestar a unas pocas preguntas que os vamos a hacer y todo acabará. Estáis cansados y seguro que agradeceréis una buena cena caliente y un saco de dormir. Podréis dormir hasta que os canséis. Vamos, no seáis tontos e intentéis hacerlos los héroes que esto no os va a llevar a nada bueno, algún compañero ya lo ha hecho y ahora mismo está durmiendo plácidamente después de cenar calentito.” La voz que pronunciaba este mensaje se oía fuerte y clara, dominante, sincera, amistosa… Ahora es el momento, están diciendo que puedo acabar con todo esto, estoy cansado, dolorido, ansioso, con miedo, incertidumbre y con hambre y mucho, mucho sueño. Voy a levantar la mano, sí lo voy a hacer y que acabe todo esto.

Careciendo de toda amabilidad me trasladan a un nuevo lugar.  Las preguntas ya no las oía en el interior de mi mente, sino que las escuchaba claras y directas a través de mis oídos. Alguien de manera amistosa y dándole un sentido rozando lo paternal me preguntaba por mi nombre, graduación y mi estado, y aquella situación me desconcierta por minutos. Mi cuerpo estaba machacado, el frio lo siento intensamente, el sueño aun agudiza más mi cansancio físico y hace tiempo que mi estado psíquico se está apoderando de mí dándome órdenes contrarias a mi voluntad y me traiciona por momentos. Aquella voz tranquilizadora, conciliadora, amistosa me reconforta y me envuelve. Me trasporta a un estado de paz y tranquilidad del que no quisiera salir, abandonando de una vez por todas esta infernal situación de la que ya estoy harto y creo que no podré soportar mucho más.

Respondo a las preguntas casi con lágrimas en los ojos y sumido en un abatimiento mental, la voz sigue conciliadora, casi es un susurro y su tono es agradable y parece sincero al decir que lo estaba haciendo bien y que este “vía crucis” si yo quería terminaría pronto. Si yo quería…Si yo quería…Solo si yo quería. Tan solo tendría que responder a las siguientes preguntas y tenía reservado para mí una cena caliente y un lugar seco y confortable en una de las tiendas, donde al calor que proporciona un saco de dormir, podría descansar hasta que quisiera. Si yo quería…

La batería de preguntas comenzó. ¿A qué unidad perteneces?, ¿qué hacéis por aquí?, ¿cuál es vuestro cometido y vuestro objetivo?, ¿hay más hombres o más unidades por la zona?, ¿dónde está vuestro campamento?

Cuarenta y cinco días seguidos en un campamento de instrucción, son suficientes para saber que a ninguna de esas preguntas puedo contestar, pero si las contesto todo se acaba y mi amigo, el de la voz agradable, me proporcionará lo que ahora mismo necesito. Comida, calor y descaso.

A estas alturas, he perdido la noción del tiempo, no puedo tener más sensación de frio, agotamiento, miedo, e incertidumbre. Llevo así durante horas o quizás días….no sé. Si contesto a unas simples preguntas todo se acaba. ¡Pero todo…! Se acaba la ilusión de pertenecer con orgullo a una prestigiosa unidad. Se acaba distinguirme como guerrillero portando en mi cabeza la prenda más preciada, la boina verde. Se acaba ir con la cabeza alta y sentiré de ahí en adelante la deshonra más despreciable de haberme traicionado a mí mismo, a mis valores, a mis principios…

El silencio roto por el ruido de la lluvia al caer sobre las hojas ya mojadas del profundo bosque, el susurro del viento envolviendo las ramas de los árboles bailando con ellas, fue lo único que se escuchó en aquel lugar como respuesta a las preguntas formuladas por la voz, que por momentos se tornó agresiva y hostil, abandonado por completo su tono enternecedor y paternal.

Mi decisión hizo que la situación cambiase a peor, y las amenazas de ejercer acciones desagradables para que respondiese a las preguntas se cumplieron, y cada pregunta tenía aparejada una respuesta. No sé…

En el mismo estado que un trapo usado, volví al lugar de donde partí, las posturas incomodas volvieron a sucederse. No sé cuánto tiempo había pasado hasta oír ráfagas de tiros en el exterior de la estancia cochambrosa donde debíamos estar. Ahora la voz que hablaba me resultaba familiar. Sí, es nuestro sargento quien nos decía:  “Estáis todos liberados, ya os podéis poner en pie y quitaros los gorros y las cintas de los ojos”. Con miedo y poco a poco hice caso a la orden dada. Todos lo hicimos. Las lágrimas corrían por mis mejillas sin control, confundidas con una risa nerviosa casi descontrolada que me invadía al ver que todo había terminado y se sucedían los abrazos compartiendo el júbilo con el resto de compañeros. Habíamos terminado el “Trato prisionero”.

Salí del lugar al exterior, observo la tibia luz grisácea del amanecer en el horizonte. Y llueve…

CAPTURA Y HOSTIGAMIENTO

2º Premio del 2º Concurso de relato corto

Autor: Manuel Casas Barea

Antiguo cabo de la COE 21 (77/78)

Relato de una captura y hostigamiento por parte de COE 21 en el pueblo de Villanueva de la Serena (Badajoz) con motivo de la Operación * Orellana 78 *.

Los mandos de la sección eran:

-Capitán: D. Fernando Sancho de Sopranis y Andújar

-Teniente: D. Elicio Herrera Sánchez

-Sargento: D. Francisco Rodríguez Cervantes

-Sargento:  D. Manuel García Guzmán.

Nos encontrábamos cobijados y descansando escondidos en la parte trasera de la iglesia y la superioridad había pedido al párroco permiso para vigilar desde lo alto del campanario los posibles movimientos por esa zona. A primera hora de la mañana los observadores detectaron un vehículo que se dedicaba a poner señalizaciones para que, después, un convoy pudiera dirigirse hacia un asentamiento previsto para acampar.  Se ordenó a una patrulla ir a cambiar el sentido de las señalizaciones y dirigirlos a la plaza del pueblo con el consiguiente lío que se podría formar.

Llegó un aviso de los observadores en el que se indicaba que un todo terreno militar se dirigía hacia el pueblo y empezamos, entre nosotros, a preguntarnos qué decidirían los mandos.  Inmediatamente deciden que se les podría hacer una emboscada al entrar a la plaza. Nos presentamos voluntarios los cabos Andrés Piña y Manuel Casas.  Con el visto bueno de nuestros mandos nos escondimos en unos portales, uno a cada lado de la calle y, al pasar el vehículo, Piña les mete el cetme por delante y yo por la parte trasera y, ¡oh sorpresa!, no habíamos visto tantas estrellas juntas en un espacio tan reducido: una parte importante de los mandos de un regimiento de artillería se encontraban allí. Al verse encañonados, el enfado fue monumental. Nos dieron la orden de bajar las armas diciéndonos que nosotros nos lo habíamos tomado muy en serio.  Al instante avisamos a nuestro capitán que después de saludarlos (nosotros nos retiramos un poco) estuvieron hablando hasta que se marcharon.

Acamparon en un terreno elevado rodeado de pinares a pocos kilómetros del pueblo y después de este acontecimiento nos propusieron voluntarios para que, hacia la caída del sol, ir y tocarles un poco las narices para que estuvieran en vela toda la noche pensando en los guerrilleros. Después de hablar con mi patrulla pedimos ir voluntarios a calentarles un poco la cabeza.

El grupo era el cabo Manuel Casas Barea y los guerrilleros Manuel Álvarez, Alfonso Arroyo, Alfredo Melero, Jesús Sánchez Muñoz (Triana) q. e. p. d. y, a última hora, pidió venir el guerrillero Benasque, de un reemplazo posterior a nosotros, y que tenía mucha ilusión en ir con los veteranos.

Las órdenes que teníamos eran claras: acercarnos lo que pudiéramos y alborotar el gallinero. A la puesta del sol teníamos controlado a dos centinelas que estaban demasiado cerca para pasar entre ellos, por lo que decidimos ir a su encuentro con todo lo que pudiera delatarnos como boina y hombreras perfectamente guardados, el cetme en la espalda, en fila india y hablando muy fuerte entre nosotros como entre risas y bromas. Yo encabezaba la fila y decidimos que sería el único que hablara con ellos si se presentaba la ocasión. A los pocos metros, un centinela nos dio el alto y nosotros proseguimos como si no lo hubiéramos oído. Al poco, otra vez:  “¡Alto! ¿Quién va?”. A lo que contesté: “Manuel de la primera que venimos de comprar tabaco del pueblo y nos hemos descuidado un poco”, y nos acercamos a darle tabaco.

El centinela nos comentó que les habían dicho que los guerrilleros podían estar cerca y, en décimas de segundo, los dos estaban encañonados y amarrados a un pino, los cetmes amarrados en otro pino cercano. Nos rogaron y suplicaron incluso, con alguna lágrima, que no les quitáramos el cetme, a lo que les prometimos que solo haríamos un poco de jaleo y nos marcharíamos, lo que los tranquilizó (durante todos estos años después me he acordado de la situación y pido perdón desde aquí por haberles hecho pasar un mal rato). Con Benasque de vigilancia, los rodeamos y, al primer disparo mío, los demás tenían que disparar (fogueo), cada uno desde un punto diferente para que hubiera disparos en todas las direcciones y pensaran que éramos un grupo más numeroso y al final les obsequiamos con algunos botes de humo.

El regimiento estaba formando para repartir la cena, por lo que el ruido y el desorden que se formó fue mayúsculo. A esa hora, el fuego del cañón del cetme se veía y detectaba nuestras posiciones, pero fue tan rápido que no les dio tiempo a reaccionar y, en segundos, habíamos disparado y tres compañeros volvimos con los centinelas. Esperamos un poco y, al faltar dos, decidimos irnos al punto de reunión. En el camino se nos junto otro y solo faltaba Manuel Álvarez que llegó cojeando a causa de una pedrada que le habían dado en la rodilla. Se oyeron algunos disparos de pistola por parte de algún mando que serían al aire.

Salimos rápido, a paso ligero, ya de noche y llegamos a la plaza de Villanueva, donde un binomio nos esperaba para llevarnos al Chinook que nos esperaba. De allí a Orellana a  incorporarnos con resto de la compañía.

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