Teniente Miguel Fernández Parra
Antiguo suboficial del GOE III y de otras unidades del MOE (BOEL XIX, UINT, GCG)
El comienzo
Nací en un pueblo costero al norte de Barcelona, lindando con la Costa Brava. De padres andaluces, en mi familia no había antecedentes militares… ninguno.
El gusanillo me entró viendo un programa en televisión, en blanco y negro, que hablaba de las diferentes unidades del Ejército. “Por Tierra, Mar y Aire” se llamaba, si la memoria no me falla. Uno de esos días, el programa trataba de una unidad especial, Operaciones Especiales, los guerrilleros. Me llamaron la atención las imágenes que los mostraban haciendo ejercicios con helicópteros, maniobras en las montañas, escalando o en el mar. Trabajaban fuera de los cuarteles, no eran numerosos, muchos con barba, eran diferentes.
Ese día escuché más atentamente lo que decían de esa unidad, su singularidad. Y, desde entonces, una idea me recorrió la cabeza: “¿Y si fuera uno de ellos? No hacer la mili, no; sino ser profesional”.
Cuando tuve que elegir en Bachiller, tenía la decisión tomada. Hablé en casa de ello, y aunque todo eran interrogantes, quería probarlo, ser militar y de Operaciones Especiales. Tomé la decisión sin saber nada de ese mundo. Ese desconocimiento siempre llevó a mis padres a tener dudas de mi elección. Solo el paso del tiempo y verme cada vez que les visitaba más confiado y contento en ese nuevo mundo, les llenó de tranquilidad.
La Academia y el Curso
En el año 82, ingresé en la AGBS. Un mundo nuevo y que no sabía qué me iba a deparar: muchas incertidumbres. Ingresamos unos 1200 alumnos. Mi objetivo no había cambiado, servir en las Unidades de Operaciones Especiales. Muchas preguntas, desde si aguantaría esa nueva vida. Si era así, ¿cuántos querrían ir a ese mismo destino? Éramos muchos…
El verme junto a mis compañeros, jóvenes y llenos de ilusión, de tan diversos sitios y situaciones, la mayoría solos por primera vez, hizo que las amistades que se forjaron fueran fuertes, sinceras, perennes y que todo ese mundo nuevo, diferente, exigente y duro fuera llevadero.
Pasaron los días, los meses y las duras jornadas de instrucción hicieron mella en el ánimo de muchos compañeros que tenían el mismo objetivo que yo. Ese año cambiaron muchos de idea algunos hasta de arma. Y al siguiente, en Infantería, éramos unos 350 alumnos de segundo. Las mismas dudas, ¿cuántas plazas saldrían para el Curso? (me gustaría aclarar, que los diplomados lo llamamos así, Curso, sin apellidos). Al finalizar ese año, nuevamente se produjo una merma en el ímpetu de compañeros y solo 12 alumnos lo solicitamos.
Si en los años anteriores, en las academias se forjaron amistades, durante el Curso, hicimos relaciones casi fraternales. Era imprescindible que fuera así para afrontar muchas situaciones. El año es largo; es una carrera de fondo con sus momentos álgidos y sin esos compañeros, sin esos lazos, es casi imposible superarlos. Unas veces te falta aliento, te falla el físico y otras, el ánimo, donde prima la fortaleza mental.
Finalizamos el XXIX Curso para el Mando de Unidades de Operaciones Especiales, 8 sargentos, nuevos boinas verdes.
Ese día, se me llenó el alma de orgullo, me acordé de mi familia, de amigos que me seguían animando en la distancia, algunos haciendo su servicio militar, de los que abandonaron esa ilusión en estos años, de los que no pudieron terminar el Curso…de mucha gente. Ese día entré a formar parte de un club de gente especial, que aún tenía que descubrir.
Como anécdota, recuerdo que siendo el más antiguo y, el primero en pedir destino, el jefe del Curso me dio una hoja con los 8 destinos que debíamos elegir. Me encargó rellenarla con nuestros nombres y nuevos destinos y, no quería saber nada de cómo lo habríamos resuelto.
Solo les pedí a mis compañeros que me dejaran un sitio con playa, ya que venía de pueblo costero y, bueno, no iba a pelear por ninguna vacante que otros desearan. Todos me dijeron que Alcoy, que estaba en Alicante era para mí… y sin dudar de mis compañeros de mil fatigas firmé. Cuando llegué a Alcoy, año 85, aún no existía internet, descubrí que la playa estaba a 50 km y yo, sin coche.
El GOE III
Nos incorporamos al GOE III, 5 sargentos. El GOE III, se formó con las COE 31 y 32 y se le añadió la COE PLM de nueva formación, 3 sargentos íbamos a la COE 31 y 2 a la COE 32. Ese era el plan, pero el comandante jefe del GOEIII nos recibió en su despacho y debido a la necesidad que tenía en la nueva COE PLM, quería que algunos nos incorporáramos a ella. Queríamos estar en primera fila y aquella propuesta no era eso. El mazazo fue enorme; éramos muy jóvenes y llegamos con el ímpetu aún del Curso. Afortunadamente, con la mediación de los capitanes jefes de las COE, se decidió que nuestro destino fuera finalmente el previsto.
Llegué junto a mis compañeros en verano, justo cuando la COE 31 se preparaba para realizar su fase de agua. No tuvimos vacaciones, ni las pedimos. Estábamos deseando empezar. No recuerdo una acogida especialmente calurosa, fue correcta. Eso me hizo pensar, que no iba a ser fácil esos primeros días. Así que poco hablar y mucho hacer.
¿Qué me encontré en aquel mi primer destino?
–El Molino Payá era el acuartelamiento que acogía al GOE III. Era un poco…surrealista. Era pequeño, una carretera con bastante tráfico, lo dividía en dos… o en tres, si contamos el edificio que hacía las veces de comedor de mandos. Lo dominaba un bosque desde las alturas y, para la instrucción diaria, se salía por una senda paralela a la carretera. Ah, y tenía una pista de combate a un par de kilómetros. La zona de la PLMM, cerca del polvorín, al otro lado de la carretera. Solo lo superaba que allí se alojó años atrás una unidad de caballería, GLC DOT III… con carros.
–Los vehículos, “de época”; los willys, había uno que soltaba tanto humo por el escape que se le denominaba “cherokee”, las Dodge y la Dodge Taller, estrella indispensable en cualquier salida de maniobras. Los Avia, y el empecinamiento que teníamos en sacarlos del asfalto, y su utilización como “aviacópteros”. Y, algunos camiones, de épocas aún más pretéritas.
–El armamento, el mismo que tenían las unidades de Tierra… el mismo. Solo teníamos de especial el cuchillo guerrillero. No había nada de armamento especial en la Unidad. A mis jóvenes capitanes de hoy, les solía recordar, que yo disparé una Superestar, cuando alababan mi puntería con las para ellos desfasada HK.
–Los uniformes, eran verdes, como todas las unidades y solo se nos proporcionaban los mimetizados cuando había que desfilar o en guerrillas, ¡momento de foto! Por supuesto de devolución inmediata al terminar su uso. Y, el “pulgoso”, jersey de lana y cuello alto con cremallera, un tesoro en montaña.
–El material de montaña, …lo justo. Una vez, en la revista anual de material, vi al brigada de la COE 31 ordenar disponer dicho material para su exposición, sobre mantas y perfectamente alineados, recién sacados de un arcón de mimbre, unos martillos, encintados en paquetes de 10, nuevos, aceitados, sin mella alguna. Le pregunté: “¿Estos martillos, para que los utilizamos?” … “Para pasar revista”. Esa fue la respuesta. Así iba aprendiendo de unos y otros.
–El material de agua era lo más llamativo quizás, se notaba que era la fase más especial que se hacía, la más larga y la que se disfrutaba más. Embarcaciones neumáticas con motores de hasta 55 CV, Kayaks dobles, buen surtido de equipos de inmersión… buen equipo, en definitiva.
–Los soldados, de reemplazo, que es los que había en el año 85. Voluntarios para servir en estas unidades. Huyendo de lo fácil, de lo cómodo, con espíritu inconformista, curiosos, dispuestos a un reto del que habían oído: duro, difícil, exigente… y, con el tiempo, orgullosos de lucir su boina verde. Unos soldados excepcionales.
–Los mandos, cuando llegamos, éramos lienzos casi en blanco, procedentes de la vida civil antes de nuestra incorporación a la Academia. Y, dependiendo de lo que nos encontráramos, se podría rellenar de buenos ejemplos o malas actitudes. Esos primeros trazos son fundamentales para guiarte el resto de tu profesión, marcarán la actitud, la predisposición, los valores que llevaremos… tanto dentro como fuera de la milicia.
Y, nos encontramos con gente extraordinaria, buenos en su trabajo, ejemplares en la ejecución. Desde los jefes de las COE al resto de oficiales, suboficiales y tropa, todos ejercían desde esa ejemplaridad. Y, fue muy fácil integrarse en esa dinámica, era contagiosa… adictiva.
La experiencia y el conocimiento suma, la predisposición, la iniciativa, multiplica. Y, aquellos que allí estaban, excepcionales, multiplicaban por mucho. Así que tocó ponerse a su altura y, sinceramente, creo que lo hicimos.
Mis experiencias en el GOE III
Durante los primeros meses, siempre íbamos con algún mando más veterano, que hiciera de ejemplo y “freno” supervisor del “nuevo” para que no metiera la pata más de lo aconsejable. Luego, cuando me tocó a mí ese papel, lo entendí perfectamente. Todos tenemos que seguir los procedimientos, sobre todo los de seguridad, las normas que se han instalado en el tiempo, incluso las no escritas. De esta forma se van chequeando las cosas aprendidas en el Curso, y aprendiendo las nuevas propias de la idiosincrasia de la unidad.
Poco a poco, ganando la confianza, íbamos teniendo más autonomía en el día a día de la instrucción. Había fases en que vivía con mis hombres 10 días sin más contacto con mi unidad que una radio de VHF, tenías que ser mando, psicólogo y, a veces, enfermero. Tenía 22 años.
Pero, cuando estás rodeado de los mejores, su ejemplo siempre fue un estímulo. Tuve la suerte de coincidir con un grupo de gente con una capacidad de trabajo enorme, que disfrutaba de su profesión y con fuerte personalidad. Todo ello me marcó en esa primera etapa profesional.
Es necesario hacer hincapié en el grupo humano que había porque sin ellos, no se puede entender la evolución de GOE. Todos iban más allá de lo que exigía su trabajo.
En ese entorno y ambiente transcurrieron mis dos primeros años: pocos medios, mucho entusiasmo y un ambiente inmejorable. Las constantes maniobras, guerrillas, ejercicios nos motivaban a sacar lo mejor de nuestros soldados y de nosotros mismos. Cada reemplazo que llegaba nuevo, intentábamos mejorar al anterior. Modificando lo necesario para ello, nuevos ejercicios de tiro, nuevos supuestos de guerrillas, nuevas formas de enseñanza…
Teníamos también dos lugares que utilizábamos en la instrucción y que con el tiempo se han modificado para las nuevas exigencias que requiere la instrucción hoy en día:
–El destacamento de Cabo Roig, ese antiguo cuartel que lo fue de la Guardia Civil y que año tras año utilizábamos para la fase de agua y cada año sufría el vandalismo del abandono. Pero, volvíamos una y otra vez reparando esas heridas. Las carreras al amanecer, los baños en las playas aún desiertas… y, la exigencia del mar, cada día cambiante en su oleaje, viento, medusas, de día y de noche, y que disfrutamos y, a veces, padecimos. Recuerdo algún soldado que nunca se había bañado en el mar, los que no sabían nadar, muchas anécdotas, pero todos terminábamos haciendo los 8 km de natación y los 40 km de boga.
–El Campo de Maniobras de Agost que, como todos los CTM que se precien, está situado en un lugar inhóspito por su sequedad, el aire que frecuentemente lo azota y el frío de sus noches. Una de las veces que lo frecuentábamos era cuando llegaba un nuevo reemplazo y se hacía el endurecimiento, 40 días… y 40 noches. Las características del CTM de Agost, contribuía a ese escenario de aislamiento.
El GOE desarrollaba su actividad diaria y recuerdo que en aquella época cada COE iba por su cuenta, celosas a perder la independencia de la que habían disfrutado aisladas hasta 1984 que se integraron en el GOE III.
Las dos querían imponer sus costumbres sobre el criterio de la otra. No había intención mala, solo eso, resistencia al cambio de un nuevo ciclo en las Operaciones Especiales. Una rivalidad sana.
Una vez, encontramos un hacha en el monte. Tenía pintado en el mango de madera una franja amarilla que la delataba perteneciente a la COE 32. Al llevarla de vuelta, la intención era pintarla de rojo y… para nosotros: la COE 31 pintaba su material con ese color. La sorpresa vino, cuando al arañar el color amarillo, debajo había color rojo… Otro momento que ilustra esa resistencia al cambio fue en una formación de GOE, ensayo de un acto venidero. Una COE formaba siempre con mochila de combate y la otra COE, sin ella. Hubo cierta discusión en un corrillo entre los capitanes y el jefe del GOE. Al final, no llegó la sangre al río.
Las maniobras, lejos de nuestra base, también tenían lo suyo. Si salían quince vehículos, se sabía a ciencia cierta que dos o tres de ellos no llegarían a destino, hablamos de Albacete provincia. Y que, casi con toda seguridad, uno pasaría las maniobras en una carretera con los mecánicos intentando que funcionara… para el regreso. Esto era proporcional y si el GOE salía al completo, pues más vehículos adornaban las carreteras. Otros inconvenientes eran los despistes en los cruces cuando perdías al vehículo de delante. Sin móviles e incluso sin mapa de carreteras, no era raro llegar alguna hora después que todo el convoy a destino.
De esa época, como hito antes no realizado, recuerdo nuestro paso por los peñones e islas del norte de África fueron durante tres veranos. Tuvimos esa suerte y, como siempre, se dio lo mejor de nuestra gente. Allí se hicieron fases de agua, endurecimiento, combate en población y todo ello sin menoscabar la principal misión de guarnición. Para ello hubo que llevar todos los víveres y pertrechos, empaquetados y listados, que estuvieran depositados en tiempo y forma en Málaga. Un reto más, que se saldó con una sobresaliente actuación.
Rabasa
En el año 86, el GOE III se trasladó a su nueva base en el acuartelamiento de Rabasa. En principio era una mejora sustancial, ya que se tenía el apoyo de una Base, con todos sus servicios, que harían la vida de la unidad más llevadera.
Pero no fue así desde el principio. Los alojamientos que nos tocó eran barracones metálicos. Hay que imaginarse trabajar en ellos en verano en Alicante, dormitorios de más de 100 soldados con temperaturas de más de 40º de día. Tiramos de mástiles y redes mimetizadas, creamos sombra con lo que teníamos. Sobrevivimos así hasta que, poco a poco, nos fueron dando más instalaciones y mejores.
Desde ese momento, el GOE fue creciendo en personal destinado a la COE PLM; más especialistas, mecánicos, armeros, de transmisiones… También apareció el primer LR 109, uno. Se modernizaron los vehículos, ligeros y camiones, desaparecieron los veteranos, los “americanos”. En armamento, seguimos sin ser especiales; pero sí que éramos una de las unidades a las que primero nos daban el nuevo armamento, nuevas pistolas y el nuevo fusil de 5´56 mm, aunque echábamos de menos la fiabilidad de las anteriores. También llegaron las primeras radios de HF, con muchas pruebas para, como decían los de transmisiones, “confiar en el enlace”, llegar a confiar cuando estabas a muchos kilómetros y todo dependía de ese enlace radio.
Nos trasladamos a los nuevos edificios asignados en el acuartelamiento. Estos ya de obra. Tenían en su interior, aseos y duchas, cuartos varios para armamento y oficinas… El cambio fue la noche y el día. Los viejos barracones de metal se dejaron como almacenes.
El GOE iba creciendo a ojos vista. Más personal, nuevas oficinas para la PLMM, más medios. Aparcamiento de vehículos, lavadero, dependencias compartidas de armamento con otras unidades del acuartelamiento, polvorines. Y, una cosa muy importante, aquellas dos COE, que se resistían a perder su idiosincrasia, se transformaron en las dos unidades operativas del GOE III. Se unificaron formas de actuación, se centralizaron sus equipamientos y la PLMM dirigía su instrucción. Nuevas misiones llegaron y siempre se afrontaron sin perder ese espíritu que hicieron diferentes a nuestras unidades.
Dentro de las nuevas estructuras, se creó la Sala de Identificación de Materiales (SIM). Fue un hito. La instrucción del personal del GOE en conocimiento de vehículos y armamento del Pacto de Varsovia fue de excelencia. Una vez más, gracias a la iniciativa, la ilusión y el extraordinario trabajo de lo mejor que hemos tenido: nuestros hombres. Muchas fueron las autoridades militares que quisieron ver esa sala de la que todos hablaban, para intentar hacer lo mismo en sus unidades.
Y, también, empezaron los ejercicios en el extranjero. En Alemania fueron los primeros, de patrullas de reconocimiento en profundidad. Experimentábamos, las tácticas, números de integrantes, armas para la misión, alimentación, horas de sueño y enlaces… Fue una experiencia enriquecedora, aprendimos mucho de esos “experimentos” y pudimos valorar cómo estábamos en ese ambiente internacional. En material humano, sobrados. En lo demás… mucho que hacer.
Recuerdos…
Aquellos primeros años marcaron el resto de mi carrera militar. A los valores que traía de casa, se sumaron los propios de la profesión y, a lo largo de los años, han sido los que han regido mi actuación no solo en la milicia sino, sobre todo, en la vida. Tuve la suerte de elegir mi profesión y acertar.
A día de hoy, puedo presumir de amigos de esa época, compañeros, mandos y tropa con la que tuve el honor de compartir algo más que un tiempo en común.
“Jamás se da más”