Voladura subacuática

Javier Rodríguez Cabrera   

Antiguo guerrillero de la COE 32 (GOE III)

Cabo Roig, Alicante, 07:00 h de la mañana de un día a finales del mes de septiembre del año 1990. La COE 32 perteneciente al GOE III de Alicante realizaba la fase de instrucción marítima, más comúnmente conocida como fase de agua.

Los equipos de actuación llevaban funcionando desde principios de mes cuando se llegó al cuartel, previa selección del personal, para ubicar cada uno en un equipo Alfa, Beta y los Patos. El equipo Alfa se instruía en técnicas de submarinismo, recorridos de orientación submarina diurna y nocturna y misiones que conllevaran actuaciones submarinas o combinadas con terrestres. El equi­po Beta se adiestraba en el manejo de embarcaciones de remo IBS e infiltra­ciones, tanto a nado como en embarcaciones, hacia el medio terrestre. Y los Patos, llamados de esta manera por su incapacidad para desarrollar acti­vidades acuáticas, generalmente por no saber nadar, y a los cuales se les enseñaba a nadar, aparte de perder el miedo al mar y sus profundidades. Al estilo guerrillero, claro está.

Ante la primera selección realizada en el acuartelamiento de Rabasa, a mí se me ubicó en el equipo Alfa y estuvimos realizando durante todo el mes diversos ejercicios destinados a la inmersión subacuá­tica. Sobre todo a desenvolvernos en un medio que era relativamente extraño para la mayoría de nosotros. Conocimiento y manejo del material que utilizábamos: botellas, boquilla, chalecos y sus complementos, pro­fundímetros, cinturón con su adecuado plomaje, neoprenos, colocación y mantenimiento, etc.

Después de haber realizado varias de las actividades encomendadas, comenzamos a instruirnos sobre colocación de explosivos a profundidad submarina con la finalidad de llevar a cabo el ejercicio final, la voladura subacuática. Para ello, durante varios días estuvimos practicando los nudos adecuados para la correcta colocación de los explo­sivos. Los hacíamos sumergidos a pulmón a unos ocho metros de profun­didad, primero practicábamos con pequeños trozos de cordino de 3 o 4 milímetros que simulaban el cordón detonante. Era bastante complicada su confección, pues los cabos de los cordinos flotaban y se movían al antojo de la marea como si de un baile de anguilas se tratara. La respira­ción contenida comenzaba a presionar el pecho y se hacía cada vez más imperiosa la necesidad de inspirar una fuerte bocanada de aire, el mismo que iba faltando y que hacía que la situación se complicara hasta irreme­diablemente salir a la superficie sin el nudo acabado de hacer, la vista nublada y ver la cara del sargento de turno con los ojos envenenados en sangre, diciéndote eso de: «¡Capullo, antes de subir, primero tienes que terminar el nudo!».

Hoy era el día, hoy se llevaría a cabo la voladura subacuática y, por eso, hoy no podía haber ningún fallo. La operación era delicada y arriesga­da y todo tenía que estar a punto y controlado.

Tras el toque de diana, la formación, recuento del personal y dadas las novedades oportunas todo el mundo se dispuso a desayunar. Después, vestidos con camiseta y calzón corto para empezar la carrera continua y gimnasia, luego una ducha y cada equipo a sus labores. El equipo Alfa se reunió con los mandos para preparar el ejercicio, tratamiento de los explosivos, envoltura y preparado de los mismos con cordón detonante.

El día anterior, mi binomio y yo nos habíamos acercado a la farma­cia más cercana, ordenados por el sargento, para comprar dos cajas de pre­servativos los cuales servirían para iniciar la mecha a través del método de inyección. El mechero de inyección se colocaba dentro de un preser­vativo y se ataba bien, pues este era el método más efectivo para imperme­abilizarlo del agua completamente. Cuando llegamos a la farmacia vesti­dos con nuestros uniformes, caladas nuestras boinas en la cabeza y nos dispusimos a comprar el encargo, el local se encontraba ocupado por unas cuatro o cinco personas y cuando nos tocó el turno pedimos nuestras cajas correspondientes, abonando las mismas al instante bajo la atenta mirada de las personas que allí estaban. Detrás de mí pude escuchar una exclamación que decía: «¡Joder! ¡Y eso que dicen que cuando hacen la mili les dan bro­muro!». Las sonrisas siguieron a la exclamación.

Al equipo Alfa se nos entregó el material preciso para realizar el ejercicio. Cada miembro tendría que manipular el explosivo, realizar la preparación con el cordón detonante y, por último, fijarlo mediante el nudo ya practicado en los días anteriores al hilo filiar que unía varios bloques de construcción que simulaban el objetivo a destruir. Así que cogí el explosivo y lo preparé con minucioso cuidado, todo ello bajo la atenta mirada del sargento que no quitaba ojo a mis movimientos. De esta mane­ra, lo hicimos todos, uno tras otro, hasta llegar al último. Los nervios esta­ban a flor de piel; había que tirarse en marcha de la zódiac en la zona asig­nada, bajar a unos ocho metros de profundidad a pulmón, colocar median­te el preciso nudo el explosivo al hilo filiar y salir rápidamente a la super­ficie, donde habría que nadar lo más rápido posible de nuevo a la zódiac para salir «a la puta carrera acuática» a zona segura.

El teniente nos había explicado claramente lo que nos podía pasar en caso de estar demasiado cerca cuando se produjera la explosión y, la verdad, es que fue muy claro y conciso, así que a nadie le quedó duda. La onda expansiva en el agua se multiplica bastantes veces más que en tierra, por lo que las partes «huecas» del cuerpo saldrían disparadas en pequeños cachitos cual puzle de cinco mil piezas. Eso sí, ese puzle por mucho empeño que se pusiera no podría terminarse.

Nos subimos a la zódiac, cada miembro llevaba su correspondiente explosivo ya preparado, simplemente quedaría fijarlo al objetivo median­te el nudo y, después, se conectarían a la mecha retardarte. El sargento se dirigió a toda velocidad hacia el punto fijado, el resto de la COE se encontraba en los acantilados de la zona para observar la realización del ejercicio. Cuando llegamos al punto, a la voz de ya, dada por el sargento, uno a uno íbamos lanzándonos al agua y según nos sumergíamos iniciábamos el picado hacia los bloques. Había que dominar la respiración, la confección del nudo y, sobre todo, los nervios, los dichosos nervios, así que sin pen­sarlo demasiado, después de arrojarme al agua bajé en picado hasta mi posición y, con la mayor efectividad que pude, realicé el nudo a la primera y sin problema alguno. El cordón detonante era mucho más rígido que los cordinos con los que habíamos estado practicando y eso facilitaba mucho la confección del nudo. Cuando me aseguré de que todo estaba bien colo­cado, subí como un globo hinchado de oxígeno hacia la superficie, dejan­do en el fondo al teniente, el cual tenía puesto el equipo de buceo comple­to y comprobaba que todo estuviese en orden.

Me dirigí a toda velocidad nadando hacia la zódiac siguiendo las órdenes del sargento que decía: «¡Venga rápido, rápido, sube!». El equipo Alfa había terminado su cometido, todos estábamos en la embarcación y el sargento encaró la misma a toda velocidad a una zona segura. Poco después vimos la embarcación del teniente que hacía lo mismo, la mecha ya había sido iniciada mediante inyección y allí sobraba todo el mundo. Unos tres minutos después, y bajo un espectacular estruendo, salieron cual géiseres descontrolados tres cañones de agua hacia el cielo acompañado de un gran oleaje. ¡Impresionante! Acabábamos de volar nuestro primer obje­tivo y allí abajo no podía haber quedado nada.

Tras unos quince minutos de seguridad la embarcación del teniente se dirigió por segunda vez al lugar donde se había efectuado la explosión. El mismo teniente con su equipo de buceo bajó al fondo para la inspección de seguridad y revisar que lodos los explosivos hubiesen explosionado. Cuando subió a la superficie nos hizo el gesto de ok y todas las embarca­ciones nos dirigimos al puerto deportivo de Cabo Roig.

La misión había terminado; nuestra primera voladura acuática había sido completada perfectamente y eso nos llenaba de orgullo y de alegría. Una vez más nos habíamos superado a nosotros mismos; habíamos dominado varios elementos; estábamos pictóricos y orgullosos de ser guerrilleros y haber decidido realizar nuestro servicio militar en una COE de un GOE.

Por esta y muchas otras  vivencias en el GOE III,   quisiera mandar un recuerdo desde aquí a los mandos que pertenecieron a nuestras respectivas COE y GOE.

Gracias a ellos somos lo que somos, guerrilleros. Ellos supieron formarnos e instruirnos para que fuésemos una de las mejores unidades del Ejército español. Ejemplo de marcialidad militar, supieron trasmitirla, a veces, con métodos poco ortodoxos; pero siempre conscientes de hasta dónde podían llegar y sabiendo que cualquier situación tiene un límite.

Jefe del GOE, capitanes, tenientes, subtenientes, brigadas, sargentos y algún que otro cabo 1º que no dudaron ni un instante en ponerse al frente de sus guerrilleros y pasar un pasillo de fuego, andar por un río de agua helada, reptar como uno más, rapelar desde cualquier helicóptero, puente o pared de cualquier montaña, diferenciándose con ello del clásico mando pistolo.

Unos mandos inflexibles, duros, exigentes, extremadamente exigentes. Pero unos mandos que siempre han sabido tener la moral de sus guerrilleros por las nubes, que nos han hecho sentir diferentes, que no han dudado en enaltecer a sus guerrilleros frente a otros mandos de otras unidades.

Que después de un chorreo que te mueres, con el correspondiente correctivo, te han acercado en un momento dado su cantimplora para que le dieras un trago, que haciendo gala de su alta profesionalidad, los hemos podido observar y, con ello, aprender de su preparación guerrillera en guerrillas, golpes de mano, emboscadas, etc.

Todos hemos tenido a ese mando al que de una u otra forma hemos admirado, siendo capaz de ir junto a él hasta el infierno y cortarle los huevos al mismísimo diablo.

Me vais a perdonar el atrevimiento, pero creo hablar en nombre de todos o por lo menos de casi todos, al decir que nos sentimos orgullosos de haber servido bajo las órdenes de unos mandos que nos sacaron la sangre; pero que, con ello, nos enseñaron que el guerrillero hasta sin una gota de sangre es capaz de cumplir con su cometido.

¡GRACIAS POR HACERNOS LO QUE SOMOS!

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