Vivencias en la COE de Las Palmas

Triki, uno de la COE 103, Fiti y Peluca, antiguos guerrilleros de la 103

La tentación

“Hijo mío, tú en la mili no te apuntes voluntario a nada”

(frase pronunciada por mi padre antes de mi partida al ejército).

1983, Tenerife, Islas Canarias. Primero fue la captación de la Legión, enseñando pecho, invitándonos en la cantina del CIR a cervezas y cogiéndose unas cogorzas impresionantes … pero yo no caí en la tentación. Después fueron los paracaidistas, chulos ellos, elegantes como un pincel y con la promesa de traernos de vuelta a Madrid … pero yo no caí en la tentación.

Por último, llegó la COE, respetados, arrogantes y con la seguridad en sí mismos que solo da saberse los únicos soldados en un ejército de pistolos. Llegaron con sus trajes mimetizados, su boina verde y sus vídeos de colores… y caí en la tentación. Recuerdo que fue mi compañero Emilio quien me animó a apuntarme. Después de la Jura, nos embarcaron para llevarnos de Tenerife a Las Palmas (COE 103).

Durante el viaje, cada vez que mencionábamos que íbamos voluntarios a la COE los comentarios de los pistolos iban de mal en peor.

-No sabéis dónde os habéis metido muchachos.

-Estáis locos.

-Más vale que desertéis antes de llegar a la COE.

-Os vais a estar arrepintiendo toda la vida.

Recuerdo que fue mi compañero Emilio quien nos animó:

– Seguro que no es para tanto, lo que pasa es que tienen envidia.

Ya en los camiones, de camino a la compañía, silencio total y la bucólica mirada del PM que nos acompañaba. Veterano en este evento, nos dio un último y enigmático consejo antes de llegar.

-No esperéis a que se paren los camiones para bajaros, si podéis saltad antes.

-Cómo, ¿saltar en marcha? ¿Vestidos de bonito y con el petate? “Este PM exagera un poco”, pensé yo.

Según llegamos a la puerta del cuartel y antes de que los camiones se hubieran detenido, ya se habían subido dos veteranos, los más grandes, que lanzaban literalmente y sin miramientos a los reclutas, con su traje de bonito y su petate, fuera del vehículo.

Cuando caí al suelo, agarrado al petate como una garrapata, me recibió otro grupo de guerrilleros que, de un amable “toque”, me indicaron el camino que debía tomar para llegar corriendo a la peluquería. Cada vez que me desviaba del camino que no conocía, salía un veterano de una esquina y de otro “toque” me enfilaba en la dirección a seguir. Amable golpe a la izquierda, pues hay que torcer a la derecha. Amable golpe a la derecha, pues hay que torcer a la izquierda.

En 4 o 5 indicaciones llegué a la peluquería. Corte de pelo al uno y vuelta a la compañía. Si no te acordabas del camino, ahí estaban los veteranos para volver a indicártelo.

A partir de ahí, todo lo recuerdo como una película muda de las antiguas, con secuencias a las que les fallan imágenes, con planos borrosos y un argumento que no entendía.

Un cabo de cuartel haciéndonos formar a gritos y patadas mientras sus propios compañeros se encargaban de romper la formación de la misma forma. No recuerdo si estuve más tiempo en posición de firmes o por el suelo. Una fuerte explosión en el cuarto de armas y ver cómo sacan en volandas a un teniente totalmente ensangrentado (era una broma de los mandos para acojonarnos), mientras el brigada nos iba dando un número diferente para cada cosa que nos entregaba. Un número para la cama, otro para el equipo, otro para el FR-8, otro para el Cetme, nos dio un número hasta para la bandeja. A uno que iba delante de mí se le ocurrió decir que no recordaba su número de cama, no tuvo ningún problema. El sargento le dijo “cuenta” y le fue dando indicaciones con un bastón mientras él contaba, hasta que llegó a su número.

Poco más recuerdo hasta que llegó la noche. Noche de cuchillos largos. Noche de “toques” y desolación. Noche de arrepentimiento. Noche de verdadera locura…  qué noche la de aquel día. Antes del amanecer algunos de mis compañeros ya llevaban el estigma que nos acompañaría durante semanas: un tremendo moratón producido por los “pechazos”. Poco antes del toque de diana logré meterme en mi cama. Oí sollozos en la litera de arriba, alguien escondido debajo de la manta temblaba convulsivamente. Dolorido y asustado, era mi compañero Emilio. Al amanecer nos llevaron a hacer el campamento de reclutas en Coloradas, pero eso, es ya otra historia …

Triki

Espíritu guerrillero

Con vuestro permiso voy a relataros mi primer día en Las Rehoyas. Recuerdo la amabilidad de nuestros captadores, que nos las prometían muy felices cuando montados en un Avia nos dirigíamos al cuartel. Nos hablaban de algo que entonces a mí me sonaba a chino: el espíritu guerrillero, decían.

Cuando por fin llegamos, nada más bajarse la barrera, una horda de tíos con trajes muy chulos “mimetizado” y cara de locos se subían a los camiones Avias en marcha. Primero, salió mi petate después, yo por la parte de atrás y así uno por uno; y todo esto en apenas 70 u 80 metros. Nos formaron frente a la compañía. En ese momento pensé: “Joder, ¿dónde te has metido gilipollas?”

Ya anochecía y aquellos tíos con el mimetizado se relamían. Lo que pasó aquella noche ya os lo contaré más tarde. Llegué a comprender lo que antes me sonaba a chino: El espíritu guerrillero, pero eso es otra historia …

El artículo 1° del credo del guerrillero dice que esté donde esté siempre ira “a la puta carrera”

Uno de la COE 103

La Cueva

Estábamos en la parte alta de una ladera, en la que encontramos una cueva para quedarnos allí, con todos los equipos, mientras nos dirigíamos al punto de encuentro. El grupo lo formábamos unos 25 o 30 guerrilleros aproximadamente.

Al cabo Artigas y a mí, nos ordenó el sargento que saliéramos de la cueva y subiéramos más arriba, como a unos 50 o 75 metros por encima de ella, para vigilar el entorno y poder observar y comprobar desde ahí que nuestra posición era segura. Llevábamos con nosotros una radio BBC, la que nos mantendría permanentemente en contacto con el sargento y el resto del grupo.

Al cabo de un tiempo de llegar a nuestra posición y estar vigilantes en ella, vimos acercarse a una patrulla de pistolos encabezada por un alférez subiendo por la ladera, encaminándose hacia la posición donde se encontraba el grupo de la cueva, así que empezamos a llamar por radio a los guerrilleros que estaban en ella.

Nadie nos respondía y, con los nervios creciendo por segundos, seguimos insistiendo una y otra vez sin éxito, mientras veíamos que la patrulla se acercaba cada vez más a la entrada.

Supongo que no obteníamos respuesta porque se habrían quedado dormidos, o bien tenían la radio apagada o la cobertura no llegaba… podrían ser mil motivos.

Así que llegados a ese punto, y sin saber de qué otra forma actuar, no lo pensamos dos veces y empezamos a gritar con todas nuestras fuerzas -¡dispersión. dispersión!, y a pegar tiros al aire con el FR8 como unos posesos, con el fin de delatar su posición y que nuestros compañeros nos escucharan. Nosotros lo veíamos muy negro, la verdad. Los veíamos prácticamente en la cueva y nuestros compañeros no habían salido aún. Acto seguido, mi binomio y yo hicimos lo que habríamos hecho en un caso real. No nos iban a coger a todos. Así que nos fuimos cagando leches de allí. Puedo decir que nos tiramos tres días por ahí dando tumbos. Sin rumbo fijo, dando rodeos a la zona del ejercicio y hostigando a todo el que se cruzaba en nuestro camino.

Dimos algún golpe de mano y emboscadas a algún camión de pistolos que se movía entre puntos, lo asaltábamos, les creábamos la confusión y desaparecíamos con la misma rapidez. No sé los kilómetros que pudimos hacer en esos tres días, pero fueron muchos, cargados con la mochila Altus y todo el equipo de combate. En alguna ocasión enterrábamos las mochilas, si localizábamos algún grupo de soldados asentado, para asaltarles, sorprenderles, fastidiarles el momento y salir como el rayo de ahí hacia cualquier parte. Luego ya habría tiempo de volver a por ellas y seguir vagando por la zona.

En uno de esos asaltos, hacia el tercer día, nos encontramos con un montón de pistolos que echaron a correr detrás de nosotros. Recuerdo que habíamos llegado cerca de su campamento y, en plena carrera, nos adelantó un Land Rover que paró un poco más adelante. En el asiento del copiloto iba un mando, no recuerdo si un comandante o teniente coronel, que nos ordenó que parásemos y nos recogió.

Nos fue diciendo que les había dicho a sus soldados que no salieran a por nosotros, porque con los guerrilleros no podrían. Que los guerrilleros corrían muchos más que ellos y que no nos cansábamos nunca. Fue un rato bastante ameno.

Nos estuvo contando un montón de batallitas y de anécdotas, que a él siempre le habían caído muy bien los guerrilleros, que conocía muchos mandos compañeros suyos que habían realizado el curso de operaciones especiales, etc. Nos demostró bastante estima, la verdad.

Nos llevó a su campamento y allí nos dieron de comer bastante bien (fue eso o el hambre desesperado que arrastrábamos) y, poco después, nos devolvieron al punto de reunión que teníamos concertado con el resto de nuestros compañeros.

Al llegar allí, nos enteramos que a todos ellos, los que dejamos en el interior de la cueva, los árbitros habían decidido penalizarles con tres días de inhabilitación.

Según nos dijeron nuestro sargento, el que estaba al mando, no les permitió salir de la cueva para enfrentarse a ellos y merendárselos, puesto que nada más asomar fuera había un barranco bastante frondoso y peligroso y, precavidamente, el sargento pensó que podía ocurrir una desgracia si al salir en medio del asalto alguien caía en él.

Se comentaba que ya había tenido algún percance parecido en otra ocasión, con la funesta consecuencia del fallecimiento de un soldado y no quiso correr riesgos innecesarios.

Tanto a mí como a mi binomio, nos felicitaron discretamente por lo que hicimos en aquellos días. Fuimos capaces de improvisar sobre la marcha, de molestar lo suficiente al “enemigo” y de ir solventando bastante bien todos los imprevistos por propia iniciativa; todo ello, sin ceder en ningún momento ante todas las contrariedades que nos surgieron por el camino.

Para finalizar, quisiera dedicar por completo este escrito y el recuerdo de estas líneas a ese compañero que vivió todo aquello a mi lado, mi binomio, mi amigo, mi hermano: el cabo boina verde Josep Artigas Soria. Que en paz descanse.

Fiti

En la presa

Se acercaban guerrillas. Ese año tocaba en Fuerteventura. Como siempre, unas semanas antes, habíamos ido a reconocerla y, por patrullas, a ver algunos puntos estratégicos. Yo estaba en la patrulla con el sargento. Me dijo que iríamos a una presa donde él y yo tendríamos que dar un golpe de mano. Teníamos que reconocer el camino de escapatoria hacia un pueblo que estaba a 10 km.

Así fue. Esos días yo cogí a unos cuantos compañeros y nos fuimos a realizar el camino de vuelta y a enterrar las dos mochilas Altus: la del sargento y la mía. Semana de guerrillas. Días antes ya la habíamos liado en un campamento pistolo. Hora zulú. Nos desplazamos hacia nuestro objetivo, llegamos al lago, nos ponemos el equipo de agua y nos metemos en él. Un kilómetro después llegamos a la misma base de la presa. Fue entonces cuando el sargento saca el gran petardo, y:

-“Peluca, saca el mechero.”. Saco el mechero.

-“Venga dale.”. Chif, chif, chif, chif, chif.

-“Joder, no funciona mi sargento.” (Todo esto transcurría metidos en el agua.) -“Me cago en la p.” -respondió.-“A ver el mío”, Chif, chuf, chif, chuf… -“¡Hos., c.!”

-“Saca el spray y mete la pintada.”

Eso funcionó. Como pude, pinté “COE”. Es tremendamente difícil pintar algo metido en el agua.

-“¿Y ahora qué, mi sargento?”

 -“Pues a grito pelado”, respondió.

-“¡Pistoloooooo,  pistoloooooooo!”, llamando  al centinela que había arriba en la presa.

No me acuerdo muy bien, pero creo que el chaval, del miedo, se lio a gritar y pegar tiros. Cuando vino el mando pertinente, esta fue la conversación:

-“Que sepa que esta presa como objetivo, ha sido tomada”, dijo mi sargento.

-“De eso nada”: respondió el mando pistolo -“Mi centinela les ha visto y no hemos escuchado ninguna explosión.”

-“¡No me toque los c.! Hace dos horas que estamos aquí abajo, hemos dejado la pintada porque el petardo ha fallado.”

Como la noche era noche, o sea, muy negra, ellos no nos podían ver. -“Pero dónde están y por dónde van a salir?”, preguntó el mando pistolo. Ja, ja. ja … ¡Qué ingenuo!

-“Cualquier sitio es bueno para salir”, contestó el sargento.

Rápidamente se empezaron a movilizar para cortarnos todos los pasos de escapatoria posibles, pero salimos. Cogimos el camino que semanas antes yo debía haber memorizado, desenterramos las Altus y subimos por la montaña. Desde arriba todavía veíamos como nos estaban buscando. El camino se hizo largo, tuvimos algún que otro despiste, pero al final llegamos al pueblo y al punto de reunión con otras patrullas. Pero no terminó aquí, la noche siguiente, nos enteramos que en ese mismo pueblo, había un asentamiento pistolo.

-“Peluca, esta noche te vas y les haces hostigamiento.”

-“A la orden”

Me vestí de civil. Me dejaron una vespino. Cogí el FR8 y unas bengalas y allí que me fui a tocarles los c. un rato. Era como un loco. Dejaba en marcha la vespino, encendía las bengalas, pegaba tiros y gritaba, cogía la moto y me iba… Así hasta tres veces. Me lo pasé bomba.

Peluca

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