Vivencias de un veterano Boina Verde

Martín M. Fernández Rincón. Antiguo cabo de la COE 31/32 GOE III (R/4º-87)

Cinturón Negro 8º Dan de Karate – Real Federación Española de Karate. Maestro de Educación Primaria / Educación Física (colegio Aristos Albacete)

Estos son algunos de mis principales recuerdos durante el año de servicio en el GOE III. Etapa que, sin duda alguna, supuso un antes y un después en la vida de aquellos que pasamos por allí.

Dos prórrogas de incorporación a filas

Comenzaré este relato con un hecho que será el hilo rojo que une toda mi experiencia vital. Desde los 14 años, mi vida estuvo vertebrada en torno a la práctica del karate. El camino de las artes marciales se convirtió en mi brújula, un sendero del que disfrutaba en cada paso que daba a la par que completaba mis estudios y disfrutaba de una buena vida familiar. En el año 1983 obtuve el cinturón negro 1er Dan y poco después la titulación de Monitor de karate, todo ello por la Federación Española de Karate. Gracias a ello, comencé a dar clases mientras continuaba mi aprendizaje, prácticas y formación en todo lo que pudiera serme de utilidad. Desde mis comienzos el Dojo (lugar donde se practican artes marciales) fue mi segundo hogar; allí hice grandes amistades y aprendí valores como la disciplina, el respeto y la superación personal. Todo ello, como veremos más adelante, me fue de gran utilidad para convertirme en un guerrillero, al ser caminos coincidentes en muchos aspectos. 

Pero el destino tenía otros planes para mí. Los años pasaban y la inminente incorporación a filas se presentaba como un obstáculo en mi camino. Y con el fin de posponer el servicio militar y no dejar de hacer aquello que me apasionaba, solicité dos prórrogas por estudios en los años 1985 y 1986. Estos años extra me permitieron seguir practicando, aprendiendo y que en 1985 pudiera obtener el cinturón negro 2º Dan y la titulación de Entrenador de Regional de Karate; que era el segundo de los tres niveles de enseñanza existentes.

El Centro de Instrucción de Reclutas – CIR nº 8

Mi llamamiento a filas sucedió el 29 de julio de 1987; me incorporé al CIR nº 8 en Rabasa (Alicante). Y, como recluta del 4º reemplazo de 1987, me adapté con rapidez demostrando mi temple y compromiso. Aun así, la vida militar que me habían contado, con sus servicios de cocina, limpieza, guardias de garita, etc. no era precisamente lo que más me motivaba. La vida en el CIR era demasiado monótona al estar acostumbrado a mi propia disciplina y a la realización de múltiples actividades. Sin embargo, en medio de esta rutina de recluta surgió una inesperada oportunidad: me ofrecieron la posibilidad de, tras Jurar Bandera, incorporarme al Servicio Vigilancia del cuartel como Instructor de Defensa Personal y encargado del gimnasio. Por fin, mi pasión por el karate podría serme útil en el Ejército; y así paliar la añoranza de mi estructurada vida civil.

La captación del GOE III

En ocasiones las oportunidades no se presentan solas y, a los pocos días, a los reclutas nos informaron que podríamos asistir a una presentación y captación del GOE III. La élite del Ejército de Tierra, los prestigiosos Boinas Verdes. Su presencia imponente, su aura de misterio y la promesa de aventura encendieron una chispa en mi interior. No lo dudé ni un segundo y, al finalizar la captación en el salón de actos de Rabasa, presenté mi solicitud para alistarme a las COE. En ello vi una oportunidad única, una forma de aprovechar el año y obtener una formación excepcional en tácticas, técnicas, estrategias y armamento. Algo muy diferente a lo que conocía y que me llenaba de entusiasmo.

Sabía que esta experiencia sería un punto de inflexión en mi vida. No solo adquiriría nuevas habilidades y conocimientos, sino que, también, me enfrentaría a desafíos y retos que jamás imaginé.

El proceso de selección de los futuros Boinas Verdes

Al igual que mis compañeros, tuve que superar un primer filtro para poder alistarme. Las pruebas de admisión constaban de tres partes:

En primer lugar, realizamos unos test psicotécnicos. No me parecieron especialmente difíciles, aunque sí que exigían cierta concentración y agilidad mental. A continuación, rellenamos unos impresos donde contábamos nuestras experiencias educativas, aficiones e intereses. Esta parte me pareció un poco tediosa, pero supongo que era necesaria para conocer mejor a cada uno de nosotros. Por último, realizamos unas pruebas físicas. Para mí no supusieron ningún problema debido a mis años de preparación física y mental en el camino del karate. De hecho, todos los compañeros deportistas las superaron también con holgura. No obstante, era consciente de que la verdadera batalla se libraría en el terreno psicológico, algo que dejaré para más adelante.

Como anécdota, quiero contar que durante las pruebas físicas me tocó ser supervisado por el entonces teniente Demetrio Muñoz, quien años más tarde llegó a ser el general al mando del MOE. Durante la supervisión de las pruebas de flexiones, abdominales y otros ejercicios, el teniente me ordenó parar en varias ocasiones, diciendo: “¡Para ya, hombre, que me aburro de tanto contar!” Esto provocó las risas de los demás aspirantes y mandos que habían formado un corrillo a mi alrededor.

Superadas las pruebas de admisión, me encontraba un paso más cerca de alcanzar mi objetivo; aunque era consciente de que el camino solo acababa de comenzar. Lo que me esperaba a partir de entonces sería mucho más duro y exigente, tanto física como psicológicamente.

Nos reciben en el GOE III

Al finalizar el periodo de instrucción básica en el CIR y Jurar Bandera me incorporé a mi nuevo destino el GOE III en donde me esperaba el cabo Armero, que me acompañó ante el sargento García de la COE 31 que me hizo varias preguntas sobre mis expectativas y preparación. El sargento García mostró un gran interés en mi experiencia como cinturón negro de karate y me formuló otras preguntas para hacerse una idea de mi personalidad.

Durante la entrevista, me transmitió una excelente sensación de profesionalidad, respeto y exigencia, algo que me motivó aún más a seguir adelante. Su actitud me confirmó que había elegido el camino correcto y que me encontraba en manos de auténticos profesionales. A partir de ese día, me convertí en un miembro activo de la COE 31 dispuesto a afrontar los retos que me esperaban con la máxima dedicación y esfuerzo.

Con el tiempo, lo que más me impactó del sargento García fue su calidad humana. Era una gran persona con una excelente forma física. También tenía una gran afición a la fotografía, al igual que el capitán Bataller. Solía llevar consigo su cámara réflex, con la que capturaba momentos especiales de la vida en la Unidad. Guardo con gran cariño un retrato que me hizo con la gorra mimetizada durante el periodo de endurecimiento y que me regaló unas semanas después: un recuerdo invaluable para mí.

El endurecimiento: Un mes de pruebas y superación

Una vez en la COE 31, nos vimos inmersos en un exigente periodo de adaptación, instrucción y adiestramiento. En el mismo, durante poco más de un mes tuvimos que superar la fase conocida como endurecimiento. Su objetivo era instruirnos, formarnos y prepararnos para convertirnos en guerrilleros. Las pruebas físicas y psicológicas a las que fuimos sometidos eran extremas. Los mandos no solo buscaban nuestra resistencia física, sino también nuestra fortaleza mental y nuestra capacidad para trabajar en equipo y tomar decisiones bajo presión.

En mi opinión, este periodo también servía como filtro para diferenciar a los potenciales guerrilleros de aquellos que solamente querían lucir la boina.

El endurecimiento fue una experiencia dura y desafiante, pero también una de las más importantes de nuestra formación. Nos permitió descubrir nuestros límites y superar nuestras debilidades. Aprendimos a tragarnos nuestros miedos, dudas e incertidumbre y a seguir adelante. ¡Siempre adelante! Y como dice la máxima: “Si te caes siete veces, levántate ocho”. Y conocimos el valor de la disciplina, del compañerismo y la capacidad de sacrificio esenciales para un miembro de las COE.

Durante esta fase, no nos daban ni un minuto de tregua, pues lo que buscaban era: “Romper nuestro espíritu y comprobar cómo reaccionábamos ante situaciones extremas”. La inoculación de estrés era constante en todo lo que hacíamos, con el objetivo de prepararnos frente a los escenarios más reales. Es cierto que hubo momentos especialmente duros o como allí nos decían: “Situaciones que, al menos, hay que pasar una vez en la vida. Algunos compañeros no pudieron soportar la presión como uno de ellos que, durante un ejercicio de recorrido nocturno, se separó de su binomio y se escondió. Lo encontramos fuera de sí, con un ataque de pánico tan fuerte que lo tuvieron que llevar a botiquín y no recuerdo si fue licenciado o asignado fuera de operaciones especiales. O alguno que lo pasó muy mal en los pasillos de fuego; pero con ayuda de los compañeros lo superaron.

Durante el pasillo de fuego, pasábamos bajo las alambradas, siendo barridos con munición real y trazadoras silbando por encima de nosotros. Este intenso fuego provenía de varias ametralladoras media MG con apoyo fijo en trípode. Además, estaban las explosiones de las cargas de trilita con cebo eléctrico dispuestas a nuestro alrededor junto al lanzamiento de botes de humo. Todo ello representaba un escenario bélico de lo más real y, al tiempo, supimos de todas las medidas de seguridad implementadas para evitar accidentes.  Incluso en el supuesto de que alguien, presa del pánico, se levantara y saliera corriendo. Las ametralladoras estaban ancladas y direccionadas de forma que, aunque algún guerrillero saltara no hubiera peligro. Y los explosivos no tenían metralla y estaban colocados de manera que la onda expansiva fuera hacia arriba.

Asignación de binomios

Tras el encuadramiento, los mandos procedieron a la asignación de binomios. En mi caso, me tocó formar binomio con el guerrillero Manuel Fargueta, un valenciano de Alginet, de baja estatura, pero gran corazón y que aguantaba lo que le echaran. Juntos formábamos un binomio formidable e hicimos una gran amistad que ha perdurado durante todo este tiempo. Desde el principio congeniamos a la perfección y aunque, de vez en cuando, discutíamos siempre era lo justo para chincharnos un poco y después echar unas risas. Podría contar muchas anécdotas, pero me gustaría destacar una en particular: Durante un recorrido nocturno en el que debíamos llegar a diferentes puntos marcados en el mapa, donde nos esperaban mandos para verificar nuestra puntualidad, Fargueta y yo tuvimos una pequeña discrepancia. Yo estaba convencido de que habíamos llegado al punto correcto, pero él no lo tenía tan claro. De repente, tras una roca, escuchamos la voz del sargento García, quien nos espetó: «¡Sí, es aquí!», y acto seguido se dejó ver y rio por nuestra conversación. Y así fue como completamos una prueba más dentro del tiempo establecido.

Fargueta no solo fue mi compañero de armas, sino también un gran amigo. Juntos vivimos momentos inolvidables y superamos pruebas que nos fortalecieron. Sin duda alguna, formar binomio con él fue una gran suerte.

Participación en una misión humanitaria: Inundaciones de Orihuela de 1987

El endurecimiento nos transformó en guerreros preparados para afrontar cualquier misión con valentía, disciplina y sacrificio. Y esa misión no tardó en llegar, porque como colofón al periodo de adaptación o endurecimiento tuvimos una misión real. Y esta fue acudir en auxilio de la población de Orihuela que sufrió de forma devastadora los efectos de la riada tras las lluvias torrenciales que acaecieron allí y en otros puntos de la comarca de la Vega Baja del Segura, el 4 de noviembre de 1987. Ese aciago día cayeron 316 litros por metro cuadrado en 24 horas. Esta experiencia, sin lugar a duda, nos marcó para siempre. Las inundaciones de Orihuela fueron un capítulo difícil en la historia de esta localidad y otras de la región de Levante. Y un capítulo que demostró lo mejor de nosotros mismos y que nos llenó de orgullo y nos recuerda que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay esperanza. Además de ser la culminación de todos nuestros esfuerzos en una situación real, recibimos como premio la preciada boina verde.

Recibimos la boina verde: Símbolo de pertenencia a una Unidad de Operaciones Especiales

Cuando volvimos al cuartel de Rabasa tras terminar nuestro servicio en Orihuela nos mandaron formar y acto seguido los mandos comenzaron a entregar nuestras boinas a nuestros abuelos: los veteranos. Y estos nos harían entrega de la preciada boina verde a la que siempre permaneceremos ligados en cuerpo y alma hasta el final de nuestros días. Recibirla de manos de nuestros veteranos fue un momento cargado de emoción y significado. Sus palabras de aliento y sus miradas llenas de orgullo nos llenaron de una profunda motivación y un inquebrantable sentido de pertenencia a las COE.

A partir de ese día, la boina verde se convirtió en un símbolo de identidad que nos distingue como parte de una hermandad única y que nos recuerda el compromiso que adquirimos con España.

Caballero Cubierto: Un gran honor

Nuestro comandante Nicolás Perote Pellón, tuvo el privilegio de ser nombrado Caballero Cubierto por la Corporación Municipal de Orihuela en 1988 en reconocimiento y agradecimiento a nuestra labor humanitaria durante las inundaciones. Y, junto a mi compañero Herrera, tuve el honor de ser el portaestandarte que abrió la procesión del Santo Entierro de Cristo en Semana Santa, donde nuestro comandante recibió dicho nombramiento. De este acto tengo un recuerdo imborrable y que además quedó plasmado en la fotografía de un periódico en la que el comandante, Herrera y yo salimos retratados portando el estandarte. Si bien, la verdadera recompensa de este servicio en Orihuela no residió en los honores o reconocimientos, sino en la satisfacción de haber ayudado a las personas que más lo necesitaban en un momento tan crítico.

Sensei y cabo instructor en el tatami del cuartel

Para mi sorpresa, al llegar al GOE III, tanto los mandos como los veteranos ya sabían que era karateka. Si bien nunca recibí un trato de favor, sí que se me permitieron ciertos privilegios a cambio de mi colaboración en las clases de combate cuerpo a cuerpo o defensa personal que hasta entonces impartían algunos mandos en sus respectivas compañías.

Es posible que mi relación con los mandos también se viera influenciada por el hecho de ser algo mayor que la media de mis compañeros, ya que debido a las prórrogas de estudios cumplí los 22 años durante mi servicio militar.

Recuerdo con nostalgia el primer día que se me ordenó formar a mi sección y llevarla a paso ligero hacia el gimnasio del cuartel. Aunque siempre procuro mantener mi ego bajo control, he de reconocer que ese día me sentí muy orgulloso de llevar a la sección formada, todos corriendo con el Gi de dotación (uniforme para las artes marciales) y cinturón blanco, mientras que yo vestía mi propio karategi y cinturón negro.

Estas formaciones llamaban la atención, y mi cinturón negro también. En el tatami del gimnasio nos esperaban el teniente Fullana y el sargento Llamas. Llamas en karategi y con cinturón marrón. El teniente, con el chándal de la unidad y un libro de defensa personal de la academia militar en sus manos, me dio algunas pautas sobre lo que quería que hiciéramos y me dijo que me hiciera cargo de la clase ese día y en lo sucesivo.

Comencé la clase tratando de que la instrucción fuera lo más asequible posible para el personal inexperto en estas lides. Desde ese día, muchos de mis compañeros me pusieron el sobrenombre de «sensei», que en japonés significa «el que ha vivido más, el que va delante», refiriéndose a la mayor experiencia en aquello que se enseña; sea un arte marcial u otra disciplina.

Gracias a esta responsabilidad que se me encomendó se me permitía ir a practicar al gimnasio, el cual estaba equipado de tatami o suelo acolchado para la práctica de artes marciales. Y así lo hacía cada vez que podía, a veces con el sargento Llamas, que era un buen karateka. Cuando estábamos en el Dojo el sargento Llamas me decía que lo tratara sin formalismos, aunque era difícil que no se me escapara un «¡A la orden, mi sargento!».

Una broma pesada y la lección aprendida

Durante una de las clases de combate cuerpo a cuerpo, dos compañeros tuvieron la «brillante» e inoportuna idea de gastarme una broma. Mientras explicaba una técnica a un grupo, uno de ellos se agachó sigilosamente detrás de mí y el otro me empujó con fuerza. Desequilibrado, caí hacia atrás, me levanté de un salto, dispuesto a darle su merecido al bromista. Y en milésimas de segundo, recuperé el control y puse mi pierna y mis puños delante de su rostro; frenando los golpes para no llegar a tocarlo pero que sintiera su presencia. Y ese instante lo experimenté como si me viera a mí mismo actuando a cámara lenta, porque mi intención inicial era darle una lección. Algo superior me llevó a hacerlo sin llegar a golpearlo pues, aunque actuó mal, seguía siendo un compañero.  Tras esto, un silencio sepulcral se apoderó de la sala y las risas se esfumaron. Y con firmeza y autoridad dejé claro que durante la instrucción era su sensei y su cabo instructor. Y que no toleraría faltas de respeto, ni bromas de ese tipo. La lección quedó aprendida. Lo que se aprende bien durante la instrucción debe aparecer cuando es necesario.

Si bien esta broma pesada me colocó en una situación comprometida, también me permitió demostrar mi autocontrol, profesionalidad y capacidad para liderar.

Mi experiencia como instructor de defensa personal en el GOE III fue sin duda enriquecedora. Me permitió compartir mis conocimientos con mis compañeros y ganarme su respeto y confianza.

Desde estos días para gran parte de mis compañeros y mandos pasé a ser conocido como el “sensei”.

El nombramiento de cabo: Un nuevo capítulo en mi vida militar

Al poco de llegar al cuartel tras la Jura de Bandera, algunos de nosotros recibimos la noticia de que estábamos propuestos para ascender a cabo, siempre y cuando cumpliésemos con las expectativas depositadas en nosotros. La noticia nos llenó de ilusión y motivación y nos impulsó a dar lo mejor de nosotros mismos en cada entrenamiento y misión.

Finalmente, el 2 de diciembre de 1987, el comandante Perote firmó mi nombramiento de cabo, junto con el de otros compañeros. El momento en que nuestro nombramiento salió en la orden y fue leído durante la formación antes del toque de retreta fue sin duda uno de los más emocionantes de mi carrera militar.

Ser cabo conllevaba una gran responsabilidad. Significaba asumir un rol de liderazgo y guía para mis compañeros, ser un ejemplo de disciplina y profesionalidad y estar siempre dispuesto a dar un paso al frente ante cualquier desafío.

A partir de ese día, asumí mi nuevo cargo con entusiasmo y determinación, dispuesto a afrontar los retos que me esperaban por delante.

Principales maniobras, actividades, ejercicios tácticos y otros hechos relevantes:

Tiro de combate e instintivo: Fuimos adiestrados en el uso del fusil CETME, subfusil, pistola y armas colectivas (mortero, AML, etc.). El campo de tiro de Agost fue un escenario fundamental en nuestra formación. Allí, pusimos a prueba nuestras habilidades de tiro en una variedad de escenarios y condiciones, desde situaciones diurnas hasta nocturnas, desde posiciones estáticas hasta en movimiento, y con diferentes tipos de armas y municiones. También realizamos pruebas de tiro instintivo en bosque, para desarrollar la capacidad de reaccionar y disparar a objetivos estratégicamente distribuidos y debiendo evitar trampas simuladas. Este tipo de entrenamiento se realizaba con munición de fogueo. Por otro lado, la ametralladora ligera MG, aunque de ligera no tenía nada, se convirtió en una de nuestras armas más utilizadas. Debíamos aprender a manejarla con fluidez y precisión y a alimentarla con rapidez bajo presión.

El RPG, pasillo de fuego, trazadoras, granadas manuales y granadas de fusil: El RPG, un arma antitanque de gran potencia nos exigía un manejo cuidadoso y preciso para evitar accidentes. El pasillo de fuego nos ponía a prueba en situaciones de combate en la que las balas silbaban por encima de nuestras cabezas y las explosiones se sucedían a nuestro alrededor. Las trazadoras iluminaban la trayectoria de nuestras balas, permitiéndonos corregir nuestra puntería y observar el efecto de nuestros disparos. Las granadas manuales, de fusil y el uso de explosivos eran una herramienta fundamental en ciertas operaciones.

El adiestramiento en el campo de tiro de Agost fue una experiencia intensa y exigente, pero también gratificante. Nos permitió desarrollar las habilidades de tiro necesarias para afrontar cualquier situación de combate con confianza y precisión. Además, reforzó nuestro trabajo en equipo y nuestra capacidad para adaptarnos a diferentes escenarios y condicione

Prácticas de combate en agua y buceo con equipos autónomos. Entrenamiento táctico y técnico en el agua en el que aprendimos a nadar con equipo táctico, a desembarcar desde una zódiac y a realizar rescates y diferentes operativos en este elemento.

Defensa personal. Práctica de resolución de situaciones tácticas buscando, ante todo, la funcionalidad y operatividad de las acciones de defensa o eliminación del enemigo.

Ejercicios con ejércitos de la OTAN y cooperación con helicópteros. Participamos en la operación Trabuco 88. Unas maniobras realizadas junto a los Boinas Verdes americanos, miembros de la BRIPAC y el GOE III. En esta maniobra yo era miembro de la OCA (organización clandestina de apoyo) por lo que íbamos vestidos como civiles. Y nuestra misión era recoger a un piloto derribado, protegerlo y trasladarlo a terreno amigo. Como anécdota decir que el piloto no estaba nada acostumbrado a los pateos por la montaña y aunque estuviera en buena forma, definitivamente la montaña no era lo suyo.

Conocimientos de topografía y manejo del plano y brújula tanto de día como de noche. Realizamos diferentes ejercicios de orientación en los que debíamos completar un itinerario a través de un terreno desconocido utilizando únicamente nuestra brújula y mapa. Y luego todo ello integrado en las diferentes maniobras o salidas tácticas a la montaña.

Supervivencia. En esta fase que realizamos en Elche de la Sierra, aprendimos a sobrevivir en la montaña y cómo buscar comida, agua, cocer pan, ahumar o cocinar en horno cherokee. A construir un refugio en un entorno hostil y a calentar nuestro lecho enterrando piedras calientes debajo del mismo y muchas cosas más. En esta fase hubo muchas anécdotas y más de uno se picó algún hoyo por tratar de hacer alguna pequeña trampa con la comida o buscar algún atajo en las tareas. 

 –Pícate un hoyo: Era el correctivo que en ocasiones y durante las maniobras se aplicaba ante una metedura de pata grave. En el cual el o los implicados deberían cavar un hoyo de las dimensiones que se les ordenara. Dependiendo esto de la envergadura de la pifia.

Rápel y escalada. Escalar en montaña o trepar por estructuras y hacer descensos de rápel en montaña y rápel volado desde puentes o helicópteros formaban parte de nuestro adiestramiento en los diferentes ejercicios.

Protección y escolta de convoyes.  Nos enseñaron a realizar las misiones típicas de contraguerrilla: Protección de objetivos, escolta de convoyes, contraemboscada, cercos de protección, etc.

Prácticas de movimiento y vida en alta montaña. Como parte de nuestra formación, cada mes realizábamos una salida al campo de, al menos, 10 días en donde poníamos en práctica todo lo aprendido durante la instrucción. Como la progresión en terreno montañoso, donde debíamos superar diferentes obstáculos y desafíos a la vez que aprendíamos a orientarnos y actuar como guerrilleros. Estas salidas eran una oportunidad para poner a prueba nuestras habilidades en situaciones extremas y para forjar el espíritu de equipo.

Sirva de ejemplo la Tractor que constaba de unos recorridos de 40, 50 o 60 km por la sierra, con la mochila de montaña y toda la equipación al completo (más 30 kg) con diferentes variaciones de desnivel acumulado. Enfrentar las inclemencias del clima, desde el frío gélido de la montaña hasta el calor abrasador, era parte integral de nuestro entrenamiento en cualquier momento del día o de la noche. Durante una de nuestras salidas de movimiento en montaña, esta vez en la sierra del Segura, no me encontraba nada bien; tenía fiebre y me sentía bastante débil. Aun así, decidí no decir nada y salir como uno más.

Después de horas de patear la montaña subiendo y bajando por donde era requerido llegó un momento en el que al ir a apoyar una pierna esta se me quedó hecha un bloque y, a continuación, la otra. Y a punto estuve de caerme rodando montaña abajo como un pelele; pero, gracias a la rápida intervención del guerrillero Guijarro, él y otros compañeros pudieron auxiliarme pues durante al menos un minuto no podía mover las piernas. Aquí aprendí por las malas lo que era que te diera una pájara, sin duda la fiebre hizo también su trabajo. Me ayudaron a bajar y me llevaron al “brujo”, nuestro sanitario, que me trató y quedé rebajado de servicio hasta nueva orden. Esa noche dormimos a cubierto en un salón de actos de Paterna del Madera (Albacete) y yo en la zona habilitada como botiquín. Pero, al poco, pude y pedí el alta una y otra vez para volver a irme con mis compañeros al día siguiente.

Lo conseguí y volví a salir con ellos, pero a las horas la fiebre pudo conmigo y no pude acabar el recorrido. El teniente médico me dijo que ya me lo había advertido, que era muy cabezón, a lo que yo respondí: “Tenía que intentarlo, mi teniente”. Y así fue, hice todo lo posible para no ser un lastre, ni sacar partido de la situación y hacer todo lo que hacían mis compañeros. Como anécdota de los recorridos nocturnos era usual que alguien se “quedara conectado”; esto es, cuando caminábamos en hilera y nos mandaban una parada táctica, alguno no se enteraba por ir andando medio dormido y se chocaba con el compañero parado delante suyo.

Nuestros mandos: Hombres que dejaron huella

Los mandos que tuve durante mi servicio en el GOE III fueron, sin duda alguna, hombres excepcionales que dejaron una huella imborrable en nuestra vida. Cada uno de ellos aportó su estilo y personalidad; pero todos compartimos un mismo objetivo: formarnos como boinas verdes y convertirnos en guerrilleros por si algún día nuestro país nos necesitara.

El comandante Perote: Un líder experimentado y exigente

El comandante Perote era el oficial al mando del GOE III durante mi estancia en él. Un hombre curtido, que había participado en la Marcha Verde del Sahara. Su imponente presencia, su porte militar y su mirada severa inspiraban respeto. El comandante era cinturón negro de Judo y siempre me preguntaba por cómo llevaba mi práctica y la instrucción de mis compañeros. Y me decía que si necesitaba algo para mi labor que se lo solicitara directamente.

El capitán Bataller: Apasionado por la naturaleza

El capitán Bataller fue el oficial al mando durante la época en que algunos de mis compañeros y yo fuimos reasignados de la COE 31 a la COE 32. Al principio, cambiar de compañía no nos gustó a ninguno, pero pronto lo superamos pues el capitán Bataller era un líder excepcional, con una gran capacidad de mando y un profundo conocimiento de las técnicas de supervivencia y movimiento en montaña. Era un apasionado de la naturaleza y documentaba meticulosamente todas nuestras actividades con su cámara fotográfica. En la compañía, el capitán Bataller había creado una auténtica herboristería. En ella, se podían encontrar tarros con todo tipo de plantas medicinales, cada uno con su nombre correspondiente. De hecho, su pasión por la naturaleza lo llevó a escribir libros sobre supervivencia y vida en la montaña.

El capitán Acevedo: Exigente y carismático

El capitán Acevedo fue el primer oficial al mando que conocí al llegar a la COE 31. Su peculiar acento, su fino sentido del humor y su característico: «¡Estáis apollardaos!», todavía resuenan en mi memoria. Era un líder exigente, pero a la vez justo y comprensivo. Esperaba lo mejor de sus soldados y siempre estaba dispuesto a darles la formación y el apoyo que necesitaban para alcanzar su máximo potencial.

El teniente Canela: Un oficial ejemplar

Entre los excelentes oficiales con los que tuve el honor de servir, el teniente Canela ocupa un lugar destacado. Su profesionalismo, elocuencia y capacidad para transmitir conocimientos lo convertían en un oficial ejemplar, admirado por todos aquellos que tuvimos la oportunidad de trabajar con él.

El brigada Viózquez: Un ejemplo a seguir

Desde el primer momento, su presencia imponente intimidaba. Su mirada severa y su voz firme dejaban claro que no estaba allí para juegos. Durante las siguientes semanas, el brigada Viózquez nos puso a prueba con un duro entrenamiento e instrucción. Nos exigía lo máximo y mejor de nosotros mismos, tanto física como mentalmente. Sus órdenes eran estrictas y no toleraba la mediocridad. Ante todo, su deber era prepararnos lo mejor y más real posible para cualquiera de los supuestos tácticos u operativos en los que éramos adiestrados.  Cuando ya no hubiera otro remedio o para evitar males mayores allí deberíamos ir nosotros. ¡Y vaya si nos prepararon!

Pero, detrás de la dureza del veterano brigada Viózquez, se escondía un hombre que se preocupaba genuinamente por nuestro bienestar y, sobre todo, por darnos la mejor instrucción y lo mejor de sí mismo. Recuerdo una anécdota en particular que ilustra su carácter. Una tarde como de costumbre, salimos a correr por el interior del cuartel en la hora asignada para hacer ejercicio físico. La noche anterior había llovido bastante y había muchos charcos y barro. De repente, el brigada cayó de bruces sobre un charco. Un silencio incómodo se apoderó del grupo, esperando su reacción. Pero para nuestra sorpresa, en lugar de enfurecerse, el brigada se levantó de un salto, y ordenó: «¡Todos al charco a hacer flexiones!».

Al principio, no lo podíamos creer. Entre risas nerviosas, obedecimos la orden. El brigada, empapado y embarrado, completó las flexiones junto a nosotros. Aquella noche aprendimos que incluso en los momentos más difíciles, la disciplina y el buen humor podían ir de la mano. El brigada Viózquez fue un instructor excepcional. Nos enseñó la importancia del trabajo duro, la disciplina y el respeto. Pero más allá de eso, nos inculcó los valores más importantes en la vida militar.

El sargento Llamas: Un suboficial fuera de lo común

En la COE 32 el sargento Francisco Llamas era una figura que no pasaba desapercibida. Su peculiar carácter y sentido del humor lo convertían en un suboficial atípico; pero, sin duda, uno de los más memorables. Compartía con él una afición especial por las artes marciales, como mencioné en otra parte de este escrito. Esta pasión en común creó un vínculo especial entre nosotros, más allá de la relación jerárquica.

El sargento Llamas era exigente en su trabajo, como debía ser; pero, a la vez, era muy campechano, especialmente durante los operativos. Su personalidad distendida y bromista ayudaba a aliviar la tensión en momentos difíciles. Su estilo era, sin duda, único. En las salidas al campo, solía llevar una pamela americana que le daba un aire excéntrico. Además, siempre iba armado con su revólver Llama Comanche del calibre 357 Magnum y una escopeta policial de corredera. Recuerdo con especial cariño las prácticas de tiro en el campo de Agost. El sargento Llamas era un tirador excepcional y disfrutaba enseñándonos técnicas y trucos. Su entusiasmo era contagioso y siempre nos motivaba a dar lo mejor de nosotros mismos.

El reencuentro después de 25 años: Una historia de camaradería y amistad

La vida después del servicio militar puede llevarnos por caminos diferentes, separándonos de aquellos con quienes compartimos experiencias únicas y lazos inquebrantables.

En mi caso, desde que me licencié, no había vuelto a ver a ninguno de mis compañeros o mandos, salvo a alguno de Albacete o algún otro que por casualidades de la vida me encontré por mi ciudad. Pero recuerdo un día que, después de 25 años, contacté con el cabo Salomón con el que tuve y tengo gran amistad al ser ambos originalmente de la COE 31 y que juntos nos reasignaron a la COE 32. Dicho esto, ese día me llegó un mensaje a través de Facebook y lo primero que me dijo fue: “Por fin te he encontrado, Sensei”, apelativo por el que aún me llaman compañeros y mandos. Entonces me habló de la ardua labor que él y otros compañeros estaban haciendo para volver a unirnos y organizar un encuentro tras 25 años y así fue nos reunimos compañeros y mando por primera vez tras este tiempo en un restaurante de Villena a medio camino para la mayoría de nosotros. Fue, sin duda, un momento inolvidable. El reencuentro con compañeros y mandos, después de tanto tiempo, permitió revivir recuerdos, compartir historias y retomar los lazos que nos unían. Tras unos minutos de reencuentro era como si el tiempo no hubiera pasado y ese hilo rojo que unía nuestras vidas permanecía intacto. Fue curioso que al ver a algún compañero no recordaba su nombre, pero en cuanto escuchaba su voz su nombre venía a mi cabeza junto a un montón de recuerdos y vivencias.

Y tras este primer encuentro se crearon grupos de WhatsApp y veteranos de nuestro reemplazo y otros, siguiendo la iniciativa del cabo Salomón, formamos la Agrupación de Veteranos Boinas Verdes del Vinalopó y propiciamos así encuentros y actividades periódicas. Y, cada año, guerrilleros boinas verdes de toda España celebramos el día del Veterano Boina Verde en los actos organizados por la FEDA-VBVE.

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