Vivencias de la Mili

Manuel Palomino Cano

Antiguo guerrillero de la COE 102

Tuve el privilegio de servir en la COE 102 en el reemplazo 1º del 86, a las órdenes del entonces teniente Ángel Miguel Santamaría Sánchez.

Aún hoy y después de tantos años, recuerdo con emoción muchas de las frases utilizadas en nuestra instrucción diaria: “¡El que no tiene cabeza debe tener piernas! ¡No hay mayor amante de la paz que un militar!”

Recuerdo cuando nos vinieron a recoger a Hoya Fría para llevarnos al cuartel de la Mina. Yo convencí a un compañero, que hizo el viaje conmigo desde Sevilla, de que se apuntara a la COE cuando el sargento Barbado le dijo al cabo “mándalos a formar que ya son nuestros”, cuando vi la cara que puso y los gritos que daba pensé “Mama mía, dónde me he metido”. Golpes van y vienen. Vamos, vamos “a la puta carrera”, “A formar buscando la estrella Polar”. Se les había perdido y había que buscarla camino de La Mina. Ya en el camión ese amigo que se apuntó conmigo, López Castrillo, que después fue cabo, me miraba con cara descompuesta y me decía “¡Dónde me has metido!”

Llegó el endurecimiento en Arenas Negras: ¡Cuerpo a tierra! ¡En pie! ¡Prevengan! ¡En guardia! En la cocina portátil se me ocurrió pedir un paño al cabo primero Barredo: “¡Para eso soy un primero de la COE, para buscarte un paño! Ven que te voy a dar un paño: pin, pan, pon, pun” y me dio un paño. Luego, más tarde, limpieza del campamento. Me mandaron a vaciar una papelera con tan mala suerte que aquella papelera no tenía cubo ni bolsa. Dentro, los papales y restos estaban sueltos, así que con la que me había caído anteriormente con el paño ¿quién no vaciaba la papelera?  ¿Recordáis cómo eran aquellas papeleras de Arenas Negras? Medios troncos de árboles formando un círculo unidos por dos anillos metálicos y un tronco central enterrado medio metro o más. Me metí debajo como pude. Arranque la papelera y me la eche a cuestas. Todavía me pregunto de dónde saqué fuerzas, porque la papelera parecía que pesaba una tonelada. Me vio el teniente Hidalgo y me preguntó “¿Dónde vas con eso? ¿Qué has liado?”. “A la orden, mi teniente. A vaciarla”. En el fondo creo que se estaba descojonando al igual que yo cuando se lo cuento a alguien.

No recuerdo bien cuál fue la siguiente maniobra, en la Esperanza o en Fuerteventura. Ahí empezaron a salir las cosas bien. Recorridos topográficos, golpes de mano, emboscadas y, sobre todo, a perder el miedo a los “toques”…  “Nos gusta mucho. Queremos más. Nos va la marcha cantidad”. 

Estando en el tatami de rodillas con aquellas cintas magnetofónicas interminables que decían algo así: “Guerrilleros opresores habéis invadido nuestra tierra. Vais a morir”. Cuando acababa la cinta por una cara, mientras le daban la vuelta saltaba música de la radio. Yo me ponía a moverme al ritmo de la música. Con la cara tapada, no sabía quién entraba o salía.

El teniente Santamaría se acercó a mí y al oído me dijo: “Negro pijo, pasas de todo. No eres muy valiente, ahora te vas a cagar”. Me cogieron por los brazos; me sacaron fuera; colocaron unas colchonetas y simularon que me arrojaban por un precipicio. Mientras me llevan de los brazos pensaba: “Anda, anda chulo, baila ahora”, pero bien, prueba superada; y eso que mi mano izquierda cayó fuera de la colchoneta. Ni rechisté. ¡Lo orgulloso que me sentía cuando me colocaron mi boina verde!

Jura de Bandera: los primeros en jurar como guerrilleros. Todo un honor y seguro que pocos aprendieron a desfilar en un día. Nosotros lo conseguimos y de eso se encargó el teniente Santamaría y los sargentos Corral y Barbado. Bajamos al regimiento sin ensayos previos, como era de esperar fue un desastre. Mientras volvíamos a La Mina, Santamaría nos decía: “Os vais a enterar. Me habéis hecho quedar mal. Mañana sabréis desfilar”. Primero, ducha fresquita con uniforme y todo, pin, pan, pin, pan. Todo el día sin parar y para terminar sudadera. Toda la ropa de faena de la taquilla incluyendo el tres cuartos y a correr. Uno de los días más largos y duros. Mereció la pena. Aprendimos a desfilar. Nos dijo alguien que el coronel alucinaba. Llegó el día del desfile frente a la Familia Real. Uno de los días más emocionantes. Todo un verdadero honor.

Otra anécdota que recuerdo como si fuese ayer: al entonces teniente Aguado y al cabo Armas trataban de arrancar el diter (motor compresor) con el que llenaban las botellas de aire comprimido para la fase de agua. No había manera de ponerlo en marcha y después de un buen rato intentándolo, preguntó el teniente Aguado: “¿Alguien sabe algo de motores?”. “¡A la orden, mi teniente!” Me voy para el diter. Una mano en la manivela y otra al descompresor. Tiro de manivela, suelto descompresor y ¡hala!, motor arrancado. ¡Cómo me acuerdo de la cara que puso Aguado!

Primera fase de agua: fue dura y yo que apenas sabía flotar, lo pase regular. En uno de los recorridos de superficie me tuvieron que sacar del agua con hipotermia. Eso sí, mi binomio levantó la mano sin mi consentimiento, pues yo le decía: “No levantes la mano que llegamos”.

Llegó la Isla Bonita, grandiosos pateos, paisajes inigualables: Caldera de Taburiente, Roque de los Muchachos y espectacular la cerveza que nos trajo, después de muchas horas sin agua, el entonces sargento Frades. Creo recordar que hacía poco que se había vuelto a incorporar a la unidad, a mí me llamaba Flechas. Le recordaba a un comandante que tuvo en Jaca en el curso de operaciones especiales.

Cuando volvimos de permiso asistí a la segunda fase de agua. Esa la disfrute, el agua estaba más caliente era más completa: saltar de helicópteros, rápel, boga, desembarcos, recorridos de superficie, etc. Como no todos podíamos hacer las prácticas por falta de tiempo, Santamaría hizo una especie de quiniela. Una noche en la que el mar estaba muy picado, nos dijo que era muy peligroso, que había que hacer un recorrido. Solo voluntarios. Él, previamente, hizo una lista. Solo falló en uno. Dijo: “Os conozco mejor que vuestra propia madre”. Nos nombró y solo falló en uno. Así que fuimos los que hicimos el rápel del helicóptero. Fue flipante.

El día del rápel me cogió las pulsaciones 120 ppm. Me dijo: “Negro Pijo, estás acojonado”. Le digo: “No, mi teniente. Mi corazón siempre está así. Es la emoción”. En esta maniobra se incorporó Baños Alonso, el capitán. Después, la partida de Santamaría. Se casaba y unos cursos que tenía que hacer. Nos licenciamos y no nos volvimos a ver. Maniobra en el Porís de Abona. Topografía, un recorrido que nos manda el teniente Hidalgo. Hizo mal los cálculos o no sabía que éramos tan buenos en topografía, la cuestión es que no nos esperaba hasta la hora de almorzar. En la mitad de tiempo estamos allí. Santamaría nos preparó bien, nos dijo: “Mañana os vais a enterar”. Pedazo de recorrido, bien oscurecido y todavía estamos buscando los botes. Recorrido que no se acabó. Dieron orden de volver al campamento así que almorzamos y cenamos de una atacada.

La subida al Teide me la perdí. Una fuerte sinusitis me llevó al hospital.

La guinda del pastel, la supervivencia. Ahí lo pase realmente mal, con apenas sesenta y pocos kilos no me quedaron fuerzas para el último pateo de bajada a nivel del mar. No podía con la pesada mochila y, en los repechos, ahí estaba mi compañero, el cabo Quirós, para animarme y tirar de mí.

El día de licenciarnos, el sargento Barbado nos despedía entre lágrimas. Estas son algunas de mis peripecias de aquel tiempo en la COE 102.

Sin lugar a duda, mi paso por la COE me ha dado fuerza en momentos difíciles de mi vida.

Para terminar, un afectuoso recuerdo a compañeros ya fallecidos: Ramiro Ejea, Monsalvo Montoliu, Blanco Alonso, Martino.

Como buen guerrillero conservó mi boina verde en mi mesita de noche pues le queda una última misión. Ha de acompañarme en mi último viaje.

Guerrillero sumiso, valeroso y abnegado, pelea triunfa y muere.

Un abrazo a todos los guerrilleros habidos y por haber.

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