Uno de los nuestros. En memoria del Cabo Raya

Martín M. Fernández Rincón.

Antiguo Cabo de la COE 31/32 GOE III (R/4º-87)

El día 26 de diciembre de 2015 nos reunimos en Albacete una representación de veteranos boinas verdes de diferentes reemplazos y en especial del 4º y 6º del 87, destinados en su día en el GOE Valencia III y provenientes de diferentes regiones de España.

El motivo de esta reunión fue apoyar a nuestro compañero Juan Marín Raya y brindar todo nuestro ánimo, afecto y energía en la peor de las batallas a la que tuvo que enfrentarse. Nuestra misión fue que el cabo Raya no se sintiera solo frente a ese enemigo terrible que sin piedad hace estragos en muchas familias. Ese adversario sibilino que ataca sin piedad, usando malas artes y destrozando vidas vigorosas en escaso margen de tiempo.

Es por ello por lo que, juntos, acudimos prestos a dar ánimo a “uno de los nuestros”, un valeroso portador de la boina verde. Más fue él quien, sacando fuerzas de flaqueza, nos insufló ánimos, mostrando una vez más los valores que nos definen: la esencia misma que encarna la boina verde.

Unos lo visitaron en el hospital, otros estuvieron presentes en la formación en su honor en la calle frente al balcón de su casa. Otros, en su sepelio; en cualquier caso, cada uno de nosotros representó al GOE III. Y todos, sin distinción y una vez más, dieron lo mejor de sí mismos. Sin embargo, todos recibimos mucho más… El cabo Juan Raya, con su actitud, ejemplo y valentía nos emocionó y nos hizo sentir orgullosos de los “valores y virtudes del guerrillero». A todos nos enseñaron que un guerrillero no debe buscar notoriedad en sus acciones. Pero, ese día escribí estas palabras desde el corazón para hacer “notorio y público” lo orgullosos que nos sentimos de haber servido a España en el GOE III. Y no solo por haber portado la boina verde, que también; sino porque, congregados en torno a Raya, demostramos que, tras veintisiete años, dichos valores permanecían incólumes en nuestros corazones y espíritu. También, quiero agradecer, en nombre de todos, la formación recibida de nuestros mandos, porque con disciplina, trabajo duro y, sobre todo, con su ejemplo supieron hacer aflorar lo mejor que había cada uno de nosotros.

Es cierto que, para muchos, somos unos locos o flipados que cuentan “batallitas”. Pero quien ha pertenecido a cualquiera de las Unidades de Operaciones  Especiales de nuestro Ejército, sabe los lazos que crea la adversidad, el esfuerzo y el trabajo en equipo. Y que estos “locos” no hicieron la mili; sino que durante nuestro servició a la patria fuimos y nos sentimos militares en todo su amplio, extenso y honroso significado.

En fin, soy hombre más de hechos que de palabras; pero no puedo dejar pasar esta ocasión sin decir lo que siento por todos vosotros y, en especial, por Juan Raya. Una vez más, nos reafirmamos en que nuestro peor enemigo es nuestra mente, si nos enfocamos en nuestras debilidades. Pero, a su vez, nuestra mente puede ser nuestro mayor aliado, si trabajamos con actitud positiva y determinación. Y Juan, con su fortaleza y actitud, hizo honor a nuestros lemas: “Que tu cuerpo y tu mente estén siempre listos. Cuando tu cuerpo diga: «¡Basta!», tu mente debe decir: «¡Adelante!»”.

No quiero extenderme más, solo decir, que fue emotivo, bello, impactante: pero, sobre todo, humano y generoso. No hay adjetivos para describir la emoción y la gratitud de Juan, su madre, padre, hermanas, hermanos y demás familia sintieron. Sin embargo, somos nosotros los que estamos más que agradecidos por lo que ese día vivimos. No nos podemos avergonzar por nuestra rabiosa impotencia ante la enfermedad. Debemos sentirnos orgullosos, más grandes, mejores que hace unas horas; porque hoy nuestra formación hombro con hombro, debajo del balcón de la casa del cabo Juan Raya, ha sido impecable, nuestro saludo y taconazo ha resonado en su corazón, el machete y las hojas de roble, símbolos del guerrillero, han brillado más que nunca en nuestras boinas verdes. Y las palabras que Juan nos dedicó desde el balcón, alzándose erguido con su boina y sus galones de cabo, cuando apenas podía mantenerse en pie…. fue todo un gesto de nobleza y fortaleza que le honra aún más.

Y quiero terminar dedicando unas palabras a la familia de Juan, a su madre Manoli, su padre Lorenzo y a su hermana Rosario y demás familia que, como es normal, durante todo el proceso estuvieron junto a él y demostraron una entereza envidiable y, a pesar de estar rotos por el dolor, cada vez que uno de nosotros aparecía en su casa o en el hospital se desvivían en atenciones. Recuerdo un día en especial cuando Juan yacía sedado en el hospital fui a verlo y ya solo dejaban a la familia más cercana y de uno en uno.

Y conforme me vieron llegar en sus caras vi la alegría dentro de sus tristes corazones y rápidamente sus padres instaron a su hermana que estaba despidiéndose de Juan a que saliera de la habitación para que pasara yo. No podéis imaginar cómo me sentí en ese momento porque yo realmente al ser de otro reemplazo y compañía apenas tuve trato con Juan en GOE III. Sin embargo, el destino nos puso en el camino y, por azar, soy vecino de sus padres y tenemos una muy buena amistad. A lo que iba, dijeron a su hermana María Dolores que saliera para que yo le brindara mi respeto y último adiós. Y ella lo hizo gustosa dándome un beso y diciéndome: “¡Gracias, Martín, por acompañarlo, por tus visitas, por no haberlo dejado solo!”. Lo estoy relatando ahora mientras las lágrimas afloran en mis ojos. No os podéis imaginar el agradecimiento que recibí de todos ellos en esos momentos y, hoy día, cada vez que nos vemos.  Conforme salí del hospital, roto y emocionado, cogí el móvil y os escribí un WhatsApp en el que os contaba lo inmensamente agradecida que la familia estaba con nosotros y como todos se hicieron a un lado para que yo me despidiera de Juan. Y digo nosotros, porque en todo lo que hice sentí que os representaba. Y ellos así lo entendieron sin tener que mediar palabras.  Y sí, los guerreros también lloran; pero siguen adelante hasta cumplir su misión.

¡Juan!, no estás solo. Tus compañeros de ayer, hoy y siempre estamos contigo. ¡Viva el cabo Raya! ¡Viva España! ¡Siempre COE!

Anécdotas de compañeros del cabo Raya

Guerrillero Rafael Benet, R/87- 6º de la COE 32

Recuerda las maniobras con el entonces sargento Vergara, el cabo Raya y Alejandro, las peripecias que hacían para mantener el armamento en custodia a la vez que intentaban ligar en los bares de la zona de Ibi, lo que se reía nuestro compañero Raya.

También en la fase de agua en Cabo Roig, el susto que les dio el entonces comandante Bataller a él y a Raya al salir del agua en plena noche con todo el equipo de buceo. Lo vieron solo cuando ya lo tenían encima, mientras les decía: “¿Qué tal todo, chicos?”.

Guerrillero Mario Muñoz Esparza R/87-6º de la COE 32

Era su binomio. El recuerdo es que venían los dos del regimiento de artillería RAC 73 los Dolores, (Cartagena). Ahí que se fueron los dos, sin pensárselo dos veces. Recuerda varias anécdotas con el cabo. Una fue en una guardia nocturna en la fase de agua en Cabo Roig, agosto del 88. Estando por la parte de fuera del acuartelamiento, se encuentran al carnero que se tenía entonces por mascota, Canuto, que se encontraba atado. Raya propone acercarse al bicho y ahí que van fumando hacia el carnero. Este era comedor empedernido de tabaco. Le tiran los cigarrillos encendidos y este que se los come. Empieza a intentar embestirlos, a la vez que ellos se parten de risa y empiezan a tirarle trozos de yeso al tremendo bicho. Canuto, ni corto ni perezoso, embiste rompiéndolos a cabezazos. Siguen la guardia pero el bicharraco se había soltado solo y salió detrás de ellos, seguramente, poco contento por el poco tabaco compartido por ambos. Así que se refugian en la zona de las embarcaciones. Tremenda carrera les dio Canuto esa noche.

También en la fase de supervivencia, con más hambre que un maestro de escuela. Un día, después de llover, se van por caracoles siendo la patrulla que más recolectó y recibiendo como premio un huevo por su ardua tarea. Cocinaron los caracoles, directamente sin lavar a la sartén, un puñado de sal y al fuego compartiendo con los otros dos componentes del equipo: León y Caballero. Después de dar cuenta de los caracoles, solo quedaban los caparazones. Raya que se agarra uno pequeño y se lo mete a la boca y dice: “Vamos que, así torraícos, están buenos”. Dieron buena cuenta de tan gran festín con los caparazones incluidos… “lo que no te mata te engorda” recuerda muchas anécdotas con mucha nostalgia y cariño. Raya era un tipo muy fuerte; su trabajo en la vida civil había sido en una cantera de piedra, súper deportista; pero, ante todo, lo recuerda como un excelente compañero y amigo. Era el que siempre estaba para lo que hiciera falta. Fue un tipo genial, magnífico guerrillero.

Guerrillero Juan Alfonso Guaita R/87-4º de la COE 32

Recuerdo a Juan Raya, un tipo alto y pelirrojo, fuerte y callado, respetuoso donde los haya, nunca le escuché queja o lamento; un hombre que se le recuerda por lo que hacía y que supo ganarse el respeto de sus veteranos y compañeros. Yo entonces poco sabía de su vida, creo que era nacido en Cieza. Recuerdo, años después, paseando por la playa a un tipo que empieza a gritarme desde el agua: “Guaita, Guaita, hostias cuánto tiempo sin verte”. Ahí estaba Raya con una sonrisa de oreja a oreja. Parecía que no había pasado el tiempo; tremendo abrazo que nos dimos; aprovechamos para ponernos al día como dos marujas guerrilleras.

 Sabía que su vida no era fácil, encadenaba trabajos duros en el campo y tenía que mantener a su familia. Al final se tuvo que volver con sus padres que lo cuidaron hasta sus últimos días. No fue una vida fácil la suya, pero cuando fui a despedirlo, antes de su fallecimiento, me quedó claro lo que me transmitió con el abrazo que nos dimos. Su mirada era  limpia y serena, del que después de sufrir mucho sabe que se va antes de tiempo; pero con el deber cumplido y convencido de quien lo ha dado todo, no tiene obligación de dar más, a sabiendas que no le debía nada a nadie, con la conciencia tranquila del que no ha hecho más que vivir con respecto a los demás. Me recordó a aquel Juan Marín Raya que vi en esa playa feliz, con sus hijas y aquel cabo boina verde, orgullo y espejo de todos los guerrilleros. Se fue con su boina, se marchó con el respeto de todos. Yo no fui a su sepelio pero tengo claro que los que fueron lo despidieron como se merecía un pedazo de hombre y un gran guerrillero, rodeado de los suyos.

El día en que sus compañeros formamos en la calle para darle nuestro último adiós, su entereza al despedirse de cada uno de nosotros, su cara en el balcón me reafirmó lo que yo ya sabía: gran boina verde pero mejor persona. Ese día me acompañará siempre, solo le pido a Dios que cuando me toque irme, lo haga con el valor y la entereza con que se fue mi cabo Raya.

La muerte no es final. Raya siempre estará vivo en el recuerdo de su familia y de sus compañeros. De esa manera siempre estará con nosotros: “Siempre COE”

Manuel Viózquez Cerón, brigada jefe de instrucción

En unas de las conversaciones que frecuentemente tengo con el cabo Salomón, cabo Rincón y algún componente más de esa asociación Vinalopó, me informaron del mal pronóstico de la enfermedad del cabo Raya, en esa navidad donde sus compañeros le dieron un gran abrazo, sabiendo todos que, desgraciadamente, sería el último; pero no contaban con la entereza de Juan que, en vez de recibir los ánimos de los hermanos de armas, se impuso con su boina de cabo y ante la formación, dio su última arenga moral como buen cabo guerrillero.

Gracias a Rincón (nuestro querido Sensei) tuve la suerte de hablar con el cabo Raya que, al igual que con sus guerrilleros, me habló con gran alegría, amabilidad, fortaleza, mientras yo, disimuladamente, para no hacerle sentir la pena, le felicitaba las navidades a él y extensivo a su familia. Me  dejó un poco herido al decirme: “A la orden, mi brigada. Qué alegría hablar con usted”. No se puede sentir más pena, impotencia y rabia. Era la despedida de un gran cabo guerrillero al que recibí, nada más jurar bandera, para que hicieran el periodo de adaptación e instrucción individual bajo mi mando. Donde quiera que estés: “Yo también estoy a las órdenes tuyas”.

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