Un oficial de ingenieros en el GOE III

Coronel de Ingenieros (reserva) Ignacio de los Riscos Vázquez

Antiguo Teniente del GOE III

La estructura de las unidades de operaciones especiales estaba cambiando en ese año de 1983, a la vez que el XXVIII Curso para el Mando de Unidades de Guerrilleros se desarrollaba en Jaca con unos alumnos muy novedosos: alféreces de quinto curso de la Academia General Militar y suboficiales alumnos de la Academia Básica. Entre ellos se encontraban dos del arma de Ingenieros; algo nada novedoso, dado que en diferentes épocas de este curso ha habido alumnos de otras armas diferentes a Infantería.

Los GOE I, II y III se constituirían en poco tiempo, absorbiendo diversas compañías de operaciones especiales y obteniendo el estatus de unidades tipo batallón, aunque sus jefes fueran del empleo de comandante. A estas unidades se les dotaría de una plana mayor de mando y de unidad de apoyo, que encuadraría una dotación de tropa y mandos para satisfacer las necesidades de dirección de dichos grupos. El resto de compañías independientes estaban abocadas a desaparecer.

A partir de las navidades del año 1984 comenzaron a publicarse las vacantes de una ambiciosa plantilla que incluía la presencia de un oficial de Ingenieros en cada GOE. La primera en publicarse fue la de Alicante y yo, como diplomado del XXVIII curso, decidí solicitarla. Conocía muy bien a los posibles candidatos, más bien pocos, hay que decirlo, y pronto supe que era el único peticionario. Un teniente más antiguo, aguardaba la publicación de la vacante hermana en el GOE de Granada y se abstuvo de solicitarla, convirtiéndose en el segundo oficial de transmisiones en un grupo. Al verano siguiente se cubrirían las dos vacantes del GOE I y de la BOEL, con dos tenientes de la siguiente promoción a la mía.

De esta manera, allá por el mes de marzo de 1985 me presenté en el cuartel del Molino Payá en Alcoy, al entonces comandante jefe Felipe de Tiedra Calvo. Y me encontré que los más sorprendidos eran los propios mandos del GOE, que no sabían qué hacer con un oficial de Ingenieros entre tanto infante. Así que la primera decisión fue agregarme a la COE 32 para el siguiente ejercicio que resultó ser la fase de supervivencia de esa unidad y de esta manera aterricé de lleno en las Unidades de Operaciones Especiales.

Tuve la suerte que de los ocho tenientes que estaban destinados en el GOE, seis eran de mi promoción, todos muy queridos y que hicieron mi llegada y la de mi mujer, muy agradable. El capitán De Miguel fue por unas semanas mi jefe, siendo él muy conocido en el ámbito de los guerrilleros y bastante exigente con su gente, pues su dedicación al Ejército no tenía respiro. 

Quiero contar la anécdota que me ocurrió con el capitán De Miguel, pues a él le gustaba mucho las carreras de fondo y siempre ganaba a todos los oficiales del GOE. Así que, antes de que yo me presentara y sabiendo mis amigos de promoción que ya había salido destinado al GOE III, le dijeron al capitán que yo era un fenómeno corriendo y que, a partir de mi llegada, se encontraría con un contrincante formidable. Por supuesto que, en seguida me enteré de esta especie de reto antes de aterrizar en Alcoy y entonces me di cuenta que, mi fama de corredor de medio fondo ganada en la AGM al batir el récord de los mil metros, se había magnificado a las largas distancias, en las que no era sobresaliente, y por lo tanto, mis amigos me habían colocado en una situación comprometida.

Por supuesto que no iba a ser yo quien le dijera al capitán de Miguel que mi distinción no era en esa modalidad de carrera y me dispuse a sufrir un encuentro deportivo en cualquier momento. Y fue, precisamente, en esa primera salida de supervivencia, que la ocasión se la pintaron calva y todos los días por la mañana, el capitán De Miguel aparecía en ropa de deporte invitándonos a acompañarlo. Los cuatro tenientes declinábamos su amable invitación un día tras otro, hasta que nos impuso ir a correr con él a la mañana siguiente.

Solo el teniente que estaba de servicio se libró del suplicio que nos tenía preparado, pues nuestro jefe, aprovechando que la primera semana había corrido solo por los parajes de la sierra de los Calares del Mundo, había diseñado un circuito bastante duro, por nosotros desconocido, que incluía el cruce de un arroyo bien nutrido por dos veces, para que llevásemos los pies bien calados una buena parte del trayecto. Ni qué decir tiene que, al cabo de veinte minutos, todos los tenientes íbamos exhaustos; pero sin tirar la toalla en ningún momento. Afortunadamente, en el último tramo de la carrera, uno de los oficiales desfalleció en una larga cuesta que nos aguardaba cariñosamente como regalo de postre y tuvimos que pararnos todos a esperarlo, por lo que el capitán De Miguel no descubrió que los demás estábamos al borde de la asfixia.

Anécdotas aparte, al capitán Bataller, que entonces era el oficial más antiguo y ocupaba el puesto de jefe de la Plana Mayor de Mando, ya me había encontrado a mi regreso de esa fase de supervivencia, un par de puestos a ocupar. Pasé a ser el oficial de S2 del GOE y el jefe de la unidad de Apoyo. No era la mejor aspiración para un teniente en primera vida, pero he de decir que el tiempo que estuve bajo el mando del capitán Bataller, aprendí mucho de él y se portó de manera muy profesional. Recuerdo que uno de los primeros días, me pasó un borrador de cometidos que comprendía todas las tareas habituales a desempeñar. El listado era inacabable y yo ufanamente me empeñaba en acometer todos y cada uno de ellos, hasta que unas semanas más tarde, le comenté a mi jefe que era imposible que pudiera llevar a cabo todos ellos y su respuesta fue muy instructiva: “Lo sé; pero de esta manera nunca estarás ocioso”. En realidad, no hacía falta que me hubiese dado esa lista de cometidos, pues en el GOE siempre faltaba tiempo para desempeñar todas las tareas pendientes.

Lo curioso es que, en aquella época, la boina verde era el distintivo en el que todos se fijaban y algunos no se habían percatado de que yo pertenecía al arma de Ingenieros y se sorprendían al descubrirlo por casualidad. Tanto era así, que el mismo comandante Tiedra, al regresar de una jura de bandera en Marines, me encontró tomando un café en la cantina a media mañana y al verme me dijo: “¡Eras tú, claro que eras tú!”. Yo en seguida me puse en prevengan, pensando que había metido la pata en alguna cuestión del servicio y entonces el comandante se pidió un café y tranquilamente me contó lo que le había sucedido el fin de semana.

“Estaba el palco de mandos de unidad presenciando el desfile de los nuevos soldados en Marines y, al finalizar, el coronel del regimiento de Ingenieros que lo presidía, se acercó a mí y me dijo que un amigo de su promoción tenía un hijo destinado en mi unidad, que se apellidaba De los Riscos. Yo no te recordaba en ese momento y negué tu presencia. Entonces él me dio detalles de que eras teniente y de Ingenieros y yo le contesté muy seriamente que conocía a todos los oficiales bajo mi mando y todos ellos eran de infantería, por ser el GOE unidad propia de esta arma. Y ahora te veo aquí y me doy cuenta de que metí bien la pata”. Efectivamente, el coronel era de la misma promoción de mi padre y se hablaban habitualmente, por lo que me imagino la siguiente charla que mantuvieron, en la que un teniente de Ingenieros del GOE III se encontraba en situación de busca y captura.   

De manera natural, con el tiempo me fui haciendo cargo de áreas que estaban asociadas a mi arma, comenzando por las transmisiones. Se creó un pelotón de soldados bajo mi mando para que les instruyera en las nuevas necesidades de enlace que el mando de un GOE necesitaba y, como era habitual en nuestro ejército, la iniciativa y la inventiva suplió la falta de recursos que teníamos. Recuerdo que adquirimos una radio de HF civil Kenwood de alta gama, que pasó a ser el pilar de nuestra comunicación a larga distancia. Fabricamos antenas dipolo y sus mástiles para elevarla en cualquier terreno. Hasta llevamos a cabo nuestros propios ejercicios de transmisiones, cavando pozos para ocultarnos de día, mientras manteníamos el enlace en toda circunstancia.

Al teniente especialista de radio, que se llamaba Ignacio como yo, lo asignaron a mi equipo y era digno de ver cómo ese veterano con más de cincuenta años llevaba a cabo todas las tareas que yo le asignaba, eso sí, con su cigarrillo medio colgando de la boca en toda ocasión. De esta manera, conseguimos tener un almacén de transmisiones bastante apañado para la época, que se vio reforzado cuando nos invitaron a participar en el ejercicio “Schinderhannes” en la Alemania buena, pues en esos años aún existía la Democrática, que era de todo menos eso.

Para este ejercicio necesitábamos unos equipos militares modernos que nos permitiesen enlazar los equipos operativos que se infiltrarían en la retaguardia enemiga y, afortunadamente, nos asignaron unos nuevos que acababa de recibir en el parque de transmisiones. Me fui a Madrid a recoger el nuevo material y regresé muy contento con casi todo, excepto por un pequeño detalle que hacía inservibles las radios: ¡todos los cargadores se habían devuelto al fabricante británico por no cumplir las especificaciones! Pero, a veces, la fortuna se alía con los más intrépidos y algún oficial de Madrid recordó que en el periodo de pruebas de estos equipos, llevado a cabo en el Regimiento de Ingenieros de Valencia, se habían quedado varios cargadores sin devolver al fabricante. 

De nuevo, y tras hacer las gestiones necesarias, me planté en la base de Marines y, tras una pequeña búsqueda, me entregaron los imprescindibles cargadores. Mi curiosidad me hizo preguntarle al oficial encargado de ese almacén la razón de que aún tuviese ese material que no le servía para nada y la respuesta fue para enmarcarla: “El año pasado tuvimos que preparar una revista de material y, al encontrar estos cargadores olvidados en un cajón, hicimos un escrito a Madrid para que nos lo retirasen y la contestación fue que si no sabíamos cómo utilizar el material, era mejor que pidiésemos destino a otra unidad. Por esta razón, lo arrinconamos en una esquina y nos olvidamos de ello”. Gracias a la impertinente de respuesta de alguien de Madrid, nosotros estábamos salvados.

Estos equipos de HF llevaban un dispositivo digital que permitía introducir un texto cifrado y enviarlo en un par de segundos, lo que evitaba que el enemigo pudiera interferir la señal, ni tampoco localizar el origen. En la base alemana, instalamos nuestras antenas y recuerdo que los mástiles se cayeron la primera noche antes de comenzar el ejercicio y es que el suelo de césped donde habíamos clavado las piquetas estaba tan blando que no se sujetaban: no contábamos que en tierras germanas llueve casi todos los días. Así que tuvimos que reforzar todos los tirantes con más puntos de anclaje y de esta manera conseguimos estabilizarlos. El ejercicio fue todo un éxito y nuestras patrullas hicieron un meritorio trabajo, incluida la patrulla del GOE II que nos acompañó en esa ocasión.

Mi paso por el GOE III me dio la oportunidad de realizar el curso de buceador elemental y, tras finalizarlo, mis tareas se multiplicaron, haciéndome cargo del almacén de buceo. En un par de años había mandado la unidad de apoyo, era S2 de la unidad y disponía de dos bonitos parques de transmisiones y de buceo. Sin embargo, el destino me deparaba otra sorpresa y fue a raíz de un incidente político que obligó a cesar en el mando a un teniente de la COE 31 y su relevo fui yo. Por espacio de casi nueve meses me convertí probablemente en el único teniente de Ingenieros que ha mandado una sección de guerrilleros en un GOE. Recordemos que la tropa era de reemplazo y su presencia se limitaba a un año y tras formarlos y llevarlos a un buen punto de operatividad, se licenciaban, tocando empezar desde cero de nuevo.   

Mi capitán, durante este periodo, fue Acevedo y como en todos los tenientes bisoños como yo, dejó huella en mí, incluida una pequeña sanción disciplinaria bien merecida y que me sirvió para aprender a no distraerme de mis obligaciones. Un día, en una salida de agua, en pleno mes de julio, llevamos a cabo un cambio de biorritmo en la unidad; es decir, ir atrasando el horario poco a poco, para finalizar haciendo de noche, lo que normalmente se hace de día. El experimento era curioso, pues desayunábamos al anochecer, comíamos después de medianoche y cenábamos al amanecer, para irnos a dormir durante el día. Entonces al capitán Acevedo se le ocurrió que yo les podría dar una charla sobre transmisiones a los guerrilleros y me tomé un tiempo para prepararla, intentando que mis explicaciones fuesen lo más clara posibles.

Creo que fue todo un espectáculo, ver a la desprotegida tropa, a eso de las dos de la madrugada, hora natural de que esa juventud que me rodeaba estuviera tomando copas en una discoteca, recibir una andanada tras otra de nociones de antenas, de propagación y de diversos equipos de transmisiones, sin que sus cuerpos estuvieran aún adaptados al cambio horario. He de decir, que quien más, quien menos, aguantó como pudo el chaparrón. Confieso que la charla fue densa y difícil de masticar para gente venida en su mayoría de pueblos, aunque yo lo pasé también mal tratando de interesar a la audiencia sobre algo que ni les iba ni les venía.

Fue en esta salida, creo que recodar, que nos llegó un helicóptero Bo-105 de apoyo para un ejercicio, que coincidentemente lo tripulaba un oficial de Ingenieros de mi promoción, el teniente Castro. Así que como estábamos “aburridos” solo se nos ocurrió hacer una práctica tipo James Bond: sobre una lancha fuera borda rígida que disponíamos en la unidad, manteniendo un rumbo fijo a media velocidad, intentar engancharse al patín del helicóptero, aguantar un giro completo y volver a aterrizar de un salto en la cubierta. Cuando me tocó a mí el turno, me sentí bastante seguro manteniendo el equilibrio sobre la embarcación en marcha y tampoco me resulto difícil agarrar el patín de aparato. La cosa ya no fue tan estupenda, cuando te das cuenta que a poco que el vuelo sea más rápido, te vas al agua sin remisión. Aguanté como pude y conseguí aterrizar en la lancha con un pequeño resbalón que no me ocasionó daño alguno. La conclusión fue que James Bond es un falso y no hace ni la mitad de las acciones que aparecen en pantalla. 

Antes de que esto ocurriera, el comandante Tiedra ascendió a teniente coronel y le relevó el comandante Jaime Perote. Admirable profesional que, con una pierna quebrada por múltiples sitios en un accidente de helicóptero que sufrió, prefirió mantenerse en la carrera militar, antes que pedir la baja por pérdida de condiciones físicas y nos demostró una y otra vez que estaba a la altura de lo demás, afrontando retos que otros ni se hubiesen planteado por ser los jefes, como ocurrió en la marcha del GOE III al completo desde Alcoy a Alicante. Por lo demás, yo estuve muy cerca de él, cuando al terminar el mando de sección, regresé a la S2 y a mis cometidos varios y de esta manera pude comprobar que el verso de Calderón de la Barca seguía siendo realidad en muchos de nuestros oficiales veteranos:  “…porque aquí a lo que sospecho, no adorna el vestido al pecho, que el pecho adorna al vestido.”.

Son muchas las anécdotas y vivencias en los casi cuatro años que estuve destinado en el GOE III, muchas para contarlas con una copa de vino en la mano junto con amigos y otras para grabarlas en piedra y que se mantengan en el recuerdo. Recuerdo la excelente labor de los suboficiales con las fichas de material del Pacto de Varsovia, aparte de su alta profesionalidad y su excelente preparación en variados campos. También había un número importante de mandos que no eran diplomados y que hicieron un trabajo importante tanto administrativo como en sus especialidades correspondientes.

De los especialistas, además de a mi amigo Ignacio de radio, recuerdo dos anécdotas: la primera de un sargento de automóviles que se empeñó en sufrir una supervivencia con la tropa a los efectos de tener una experiencia singular. El pobre pasó tanta hambre que cuando veía a sus amigos suboficiales siempre les interpelaba: “Ya me lo decía mi padre: zapatero a tus zapatos, zapatero a tus zapatos”. 

Y la segunda ocurrió en el campo militar de Chinchilla con todo el GOE III desplegado. A mí me tocó instalar unas antenas en lo alto de un pico y allí me fui con mi gente y mi material. Al atardecer comenzó a nevar, por lo que dispuse que mi gente preparara un pequeño vivac y se preparara para una noche de frío. En ese momento, llegó el comandante Perote a visitarnos y creo que encontró todo en buen estado; aunque notó que en esas alturas el frío era más intenso que en la base instalada en el llano. Así que me pidió el auricular para hacer una llamada y ordenar que tres mandos especialistas cogieran un vehículo y subieran hasta el punto donde nos encontrábamos.

Yo no sabía la razón de dicha orden, pero el jefe en seguida me confesó: “Hace un rato, hice una ronda por la base y entré en una tienda cabañita en la que encontré a estos tres sentados alrededor de una mesita y con un brasero de carbón, bien calentitos. Veamos que tan bien preparados están para el combate”.  Al cabo de veinte minutos llegaban los tres incautos al pico y se presentaban al comandante Perote para recibir órdenes particulares. Esta fue muy escueta: pasarían allí la noche con el resto de la gente de transmisiones. Los tres mudaron su cara instantáneamente y pidieron permiso para ir a buscar su equipo y el jefe les contestó: “Ningún soldado, y menos de una unidad de operaciones especiales, se mueve de su silla sin llevar su equipo completo consigo. Esta noche la pasaréis aquí con lo que tenéis y así aprenderéis la lección”. Por supuesto que la marcharse el comandante, yo les dejé todo lo que pude, pero ni de lejos estaban tan cómodos como en su guarida con calefacción. Os aseguro que nunca más volví a ver a nadie de la unidad desplazarse sin su mochila, no fuera a ser que terminasen en un pico nevado, durmiendo toda la noche al raso.

Las unidades son escuela para todos y un GOE lo es más por la dureza y la especialidad de sus componentes. No deben ser motivo de envidia por el hecho de que dispongan de más recursos o más dinero para sus ejercicios, como me acusaba un capitán de una unidad regular del Ejército, cuando aún llevaba la boina verde sobre mi cabeza. Todo lo contrario, debe ser causa de satisfacción de todos, pues de esta manera, se aseguran ser capaces de cumplir los exclusivos objetivos que se les indiquen, normalmente con alto riesgo de su integridad.

Finalmente, quiero dejar un recuerdo para aquellos que dieron su vida, tanto en el tiempo en el que yo estuve sirviendo en el GOE III del año 1985 al 89, el cabo 1º Marcote en un accidente de camión, al que le fallaron los frenos en una pendiente prolongada como los que fallecieron en acto de servicio en años posteriores.

Termino este artículo brindando por todos los que antes, ahora y en el futuro dedican su vocación a estas unidades tan especiales como su nombre indica. Un saludo guerrillero a todos y un fuerte abrazo a todos con los que compartí esa bonita experiencia.

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