Teniente Coronel de sanidad Víctor Phares Martínez
Aún hoy, desde mi casa, oigo los toques militares de fajina, bandera, oración, etc. del antiguo CIR nº 1 entonces y, hoy, base logística de la División Acorazada. Y esto es debido a que, gracias a mi primer destino como médico militar, vine al GOE en Colmenar Viejo y, tras 23 años en activo en el ejército, puedo decir que, para mí, era la unidad más bonita y mejor en aquellos momentos y aún hoy lo sigo considerando.
Me presenté, un día de agosto, al capitán Camacho en la UOE 11 quien me dijo que me fuera de vacaciones y volviera en septiembre para salir de maniobras de guerrilla en los montes de Toledo, con uniformidad M67, mochila y saco de dormir que, por cierto, tuve que pedir prestado y sería el motivo de una anécdota.
Así, el día 5 septiembre de 1979, y, a las 05:30 de la mañana, me presenté en la puerta del barracón de la Compañía de Plana Mayor, siendo recibido por el que luego sería mi gran amigo, el brigada Luis Córdoba Gigante, quien me facilitó y agradecí, en ese momento, un café calentito.
Me puse a las órdenes del que, en aquel momento, era el capitán José María Armendáriz la Roche, el cual me ordenó subir a la caja de su Land Rover para salir a mi primera maniobra de guerrilla, ilusionante y, a la par, asustado pues solo contaba con un sanitario y una bolsa de socorro cuya dotación podría ser suficiente para atender un campamento infantil. ¡¡Dios nos coja confesados!!
Y así, como un guerrillero advenedizo, empezó mi vida militar en la unidad más importante en la que prestaría mis servicios hasta el final de mi vida castrense.
Al poco tiempo, vino destinado mi buen amigo, Pedro García, ATS asimilado a brigada, como siempre decía él, y que, a pesar de que nunca cogía el paso, siempre se le quería y se contaba con él.
Como la misión encomendada era la de crear un servicio médico acorde con esta unidad tan importante y potente, conté con la ayuda de diverso personal sanitario, tanto en la Jefatura de Sanidad Regional como en el Cuartel General del Ejército en la sección de material sanitario, así como en el Parque de Sanidad de Carabanchel, y todo ello haciendo, como decía el “jefe», perdón, mi comandante Muñoz Manero, utilizando la «Operación Taburete».
Tras todas esas numerosas gestiones, conseguimos tal cantidad de material, que llamó la atención por la diversidad y la cantidad, desde bolsas de socorro actualizadas, botiquines lanzables, equipos de oxigenoterapia del ejército, férulas hinchables de empresas privadas, mantas térmicas aislantes, equipos de oxígeno líquido portátil, y que, hoy en día, son utilizadas en las unidades del SAMUR y 112; pero nosotros, en los años ochenta, ya los teníamos y, además, para cada unidad operativa el mismo material.
Conseguimos dotar de binomios sanitarios, médico y enfermero, a cada una de las 4 unidades operativas (UEO) que formaban este grupo, llegando a tener prácticamente una sección sanitaria con todo su material y equipo.
Cuando más feliz estaba, y en aplicación del artículo 59, me destinan a la Compañía de Sanidad de la Brigada XII en Campamento. Pero gracias a mi general Lago Román, vilmente asesinado, y a mi teniente coronel Muñoz Manero, me trajeron de vuelta “a casa «, con mis amigos, mis jefes, mis compañeros. Todos éramos jóvenes y con mucha ganas de hacer cosas y, como decía el “jefe», ya tenía que estar hecho ayer.
Como una gran familia de 400 hombres que éramos, y muy feliz por cierto, fui ejerciendo, en ocasiones, de médico de cabecera de los destinados y moradores en Colmenar Viejo así como de sus familias.
He vivido momentos importantísimos a nivel profesional, actuando con los medios de que disponíamos, ya óptimos, en el campo, en casos reales, atropellos en maniobras, accidentes varios y que, gracias a Dios, fueron sin grandes consecuencias, evitando epidemias como la meningitis en el CIR en el año 1980, clorando el agua de los aljibes en la maniobras en la región de Cáceres, donde ya existía alerta de cólera por la gran sequía, etc.
A nivel de oficial médico, momentos históricos, como la noche del 23F, el juicio del 23F, la salida a Vitoria y todo lo que iba aparejado con dicha maniobra, emocionante, tensa, rara, difícil… pero importante y gratificante al poder finalizarla sin situaciones lamentables.
Decir GOE significa, paso ligero, actividad frenética, acciones intrépidas, como las que he vivido en El Palancar una vez a la semana, la noche del jueves al viernes vivaqueando en la tienda Aneto con un frío de cuidado y teniendo las botas limpias para poder leer la Orden, como así exigía el jefe. Y eso sí, entrar a la mañana siguiente en el acuartelamiento, con la boina bien puesta, a paso ligero y cantando:
«Aquí, la más principal hazaña es obedecer…».
Eso no quita, que nuestro querido jefe, un 28 de diciembre, a las 10 de la mañana, mandara formar al grupo entero, con mochila de combate y, con él a la cabeza, dijo: “¡De frente, paso maniobra!”. Sufrimos la inocentada de caminar hasta El Palancar. Primera etapa en los hangares de la academia de Hoyo de Manzanares para tomar un refrigerio mientras comenzaba a nevar y a llover al mismo tiempo. Bajamos a El Palancar a hacer tiro nocturno y con los primeros inicios de congelación, deseábamos ver llegar a los camiones con algo caliente que tomar antes de volver nuevamente a la base. Hicimos una parada otra vez en los hangares de la Academia de Ingenieros y donde mi querido comandante Muñoz Manero gritó: “Médico”. Lógicamente contesté: “A sus órdenes”, y me dice, a las 11 de la noche, yo aterido y empapado por no haber metido los calcetines de repuesto en la mochila de combate, que le dolía una muela, y yo, sin ningún ánimo, contesté: “¿Solo le duele la muela, mi comandante? Pues a mí me duele todo, menos la muela”, a lo que ni me contestó, pero me comprendió.
Ese día me salvé, pero acabé congelado de frío, como medio grupo, por poner papel de periódicos, en vez de los calcetines y las zapatillas de repuesto. Ya no se me olvidará.
Y cómo no, Cabrera, para mí la salida más bonita, importante, difícil y constructiva; pues, desde las semanas previas, organizamos simulacros en las salidas y entradas del helicóptero, pasamos por las pruebas varias de alimentación, a base de frutos secos y latas de conservas, que suponían demasiado peso para llevar encima. Hubo que fabricar un pan durable para la ocasión, en colaboración con la panificadora militar de Campamento, y por gestiones con Laboratorios Ulta, conseguí 600 sobres de leche artificial en monodosis para un desayuno casi normalito, etc. Incluso dotación de transporte individual del material, como fue en mi caso, y que, además del reglamentario, debía de transportar una camilla o, por ejemplo, a mi amigo Luis Córdoba, que debía de llevar un botiquín lanzable y del que estaba a punto de lanzarlo por la incomodidad que le suponía; pero, al final y como siempre, en las penurias se nos juntaba la alegría de estar unidos y la chispa que siempre surgía de encontrarle el lado cómico a algunas situaciones.
Como la que me ocurrió a mí en aquellas maniobras de los Montes de Toledo, esas que comentaba al principio, y que, al ser mi primera salida al campo, no tenía saco de dormir y me lo prestó un familiar; pero claro, el tamaño de mi sobrina no era el mío y en el campamento base que se montó en aquella maniobra, yo me introduje muy feliz como pude en dicho saco y cerré la cremallera. Y allá, sobre las 3 de la mañana, la guerrilla atacó el campamento y yo no pude salir del saco por ser incapaz de abrir la cremallera. Así que tuve que soportar, a la guerrilla saltando por encima de mí y viendo como con el espray anulaban todo lo que había alrededor. Al final, y cuando se fue la guerrilla, pedí ayuda a mi brigada Córdoba para que me desabrochara el dichoso saco de dormir.
Con todo eso, hoy, estoy deseando volver a ponerme la boina verde y con el paso ligero gritar con mis compañeros:
¡¡¡AQUÍ, LA MÁS PRINCIPAL HAZAÑA ES OBEDECER!!!
Madrid, a 20 de noviembre de 2023