Teniente (reserva) Manuel García González
Sargento y Sargento primero en el GOE III
Me retaron a escribir un artículo que hablase de los suboficiales del GOE III, hombre, siempre es difícil hablar de los tuyos, de los de tu club, pero qué orgullo que me den a mí esa voz.
Pensando en que escribir caí en la cuenta de que toda mi vida he sido suboficial del GOE III, cuando estuve destinado en China, en la embajada, yo era suboficial del GOE III, vistiendo el uniforme de regular, en Ceuta, yo era suboficial del GOE III, también edité vídeos en el gabinete del JEME sin dejar de ser suboficial del GOE III. Ahora soy teniente en la reserva y sigo siendo suboficial del GOE III y eso no me lo puede quitar nadie.
No es mi intención hablar de esos suboficiales de forma genérica pues el artículo se llenaría de expresiones que no estoy buscando. Voy a ser mucho más honesto, no me voy a perder en la exaltación lírica del colectivo y, en un ejercicio de valor, voy a hablar de suboficiales con nombre y apellidos. Con ese propósito viajaré a dos momentos de mi vida militar: empezaré en Alcoy, mi pueblo, corría 1984 y eran los días de la fundación del GOE III. Venía yo de la cuarenta uno, una buena COE ubicada en la pequeña Disneyland, en Barcelona. Allí ya había tenido trato con muy buenos suboficiales, pero fue en tierras alicantinas donde, como diría don Miguel, “gigantes verdes”, y gigantes vi. Concretamente me encontré con dos.
En los primeros momentos de la fundación del GOE III, hicimos servicios y guardias en el cuartel de Alzamora, hoy es un centro comercial, y coincidí, en la formación nocturna de mi primer servicio, con un sargento primero que llevaba puesta su boina con un estilo muy particular. Le recuerdo de complexión fuerte, una vara verde en la mano y a su costado una perra dóberman que le miraba, ansiosa, por si ordenaba algo. Yo no sé si a los guerrilleros les acojonaba la imagen… a mí sí.
Quién me iba a decir que con el tiempo ese gigante sería uno de los compañeros con el que viviría algunas de las mejores aventuras de mi vida militar, como aquella noche de maniobras en la que saltábamos muros de piedra en Alemania y caímos en un cementerio; pero bueno eso es historia para otro artículo o para no contarla nunca más. Era el sargento primero Terencio Pérez.
El otro gigante del que quiero hablar es el brigada Manuel Viózquez.
Viózquez, como apellido, es voz gallega y significa “hijo del camino”. Recuerdo los días en la 31, cuando se oía su vozarrón y todo el mundo ponía las orejas tiesas esperando no ser el motivo de la subida de decibelios.
Bueno pues después de conocer a estos dos suboficiales me di cuenta de que ellos iban a ser mi referente, yo quería ser ese tipo de militar. De ambos, solo puedo decir que nunca conseguí entender como sabían hacer de todo y, además, hacerlo bien. También me impresionaba que fuesen dos tipos disciplinados a muerte pero que nunca, nunca, bajaban la vista ante nadie. A los sargentos nos apretaban duro y consiguieron mostrarnos que ser de operaciones especiales y ser suboficial no es tarea fácil; pero, en algunas ocasiones, llegas a tocar el cielo con la punta de los dedos.
Aquellos eran tiempos convulsos y los GOE se dieron cuenta que tenían que luchar por su supervivencia. En ese contexto, el GOE III fue precoz en forjar una imagen de unidad potente y con futuro.
En mi modesta opinión, el buen inicio de partida lo consiguió el GOE III mostrando, de entrada, un trío de ases. Eran tres capitanes: Bataller, De Miguel y Acevedo. ¡Madre mía!, cuánta culpa tienen estos tres nombres de que, hoy en día, el MOE esté ubicado en Alicante. Pero quedaban más tríos por mostrar. La COE 31 puso sobre la mesa un trío de tenientes: Colomina, Fullana y Muñoz. Hombre, con esas cartas bien que podíais, me diréis. Pero para no salirme del tema del artículo, os voy a hablar del otro trío que la COE 31 se había sacado de la manga. Era un trio de sargentos: Parra, Blas y Jordá. Por favor, dejadme que os los dibuje.
El sargento Parra es un tipo que dispara confianza y tranquilidad en cualquier situación. Podía haber sido un buen futbolista, pero decidió ser suboficial de operaciones especiales. Si necesitas un sargento que no se ponga nervioso, pase lo que pase, entonces llámale.
El sargento Jordá, “Jordi”, es un tipo que te gana carreras en el desierto con su moto y si se le estropea, encuentra un oasis, coge una llave inglesa y la arregla allí mismo y no, tampoco era de los que se ponían ni siquiera un poco nervioso, pasase lo que pasase.
El sargento Blas. Jamás he conocido a nadie con más ilusión ni más fuerte. De hecho, es el tipo más fuerte que conozco, indestructible. A día de hoy, con mis doce lustros, he decidido que el ejercicio más arriesgado que hago es pasear rápido, pero Alfonso Blas se niega a cumplir treinta y así sigue, con veintitantos, y sin nadie que lo pare.
Entonces, decidme: ¿Cómo no iba a funcionar el GOE III?
En aquella época íbamos a la fase de agua desde Alcoy a Cabo Roig atravesando la Carrasqueta. El camión de duchas se quedó sin frenos. Hubo un terrible accidente y el cabo primero Andrés Marcote falleció. Desde entonces no hay día que no lo recuerde, aunque sea solo un momento.
El brigada Viózquez tuvo que lidiar con ese trago. Es en los momentos difíciles donde sale lo mejor de los militares que lo son de verdad.
El otro momento histórico del que quiero hablar para ilustrar mi relato nos sitúa en 1994, cuando la COE avispa al mando del capitán Colomina, ¿os suena el nombre? conformó el NOE de la Agrupación Córdoba.
Pues sí, una Compañía de Operaciones Especiales al completo y bajo mandato de la ONU desplegó en Bosnia y Herzegovina. Llegamos en abril de 1994. Yo estaba encuadrado en una sección en la que el jefe era el teniente Canela, otro crack con sangre de suboficial. A sus órdenes estábamos tres sargentos, de los cuales, yo era el más antiguo. Es de los otros dos sargentos de esa sección de los que os quiero hablar para poder ilustrar lo que es un suboficial de operaciones especiales y del GOE III.
Uno era el sargento Marcelino Ortiz y el otro era el sargento Julio Hernández. En la actualidad, hay suboficiales mayores del MOE con nombres muy parecidos.
Yo, viendo cómo hacían las cosas estos dos modernos, solo podía sentir admiración. Alguna vez tuve la suerte de mandar la sección, en alguna misión puntual, y allí íbamos los tres centauros blancos de la ONU circulando por las defectuosas carreteras de los alrededores de Mostar. Los dos sargentos en cuestión, eran puntuales y disciplinados cumplidores de las órdenes del teniente Canela; pero, para mi asombro, cuando la misión la mandaba yo, ponían, si cabe, aún más empeño en que todo fuese bien y, a veces, no era fácil que las cosas fueran bien. Después, durante los años en los que estuve destinado en Alicante me demostraron que se puede ser humilde y grande a la vez, que se puede ser muy disciplinado y a la vez tener un criterio propio y de mucho peso. Ellos me enseñaron como los suboficiales logran, de forma natural, casi sin pretenderlo, ese engranaje necesario entre los oficiales y los guerrilleros.
Fueron días increíbles en aquella nuestra primera misión internacional. Pululaba por allí otra pareja de sargentos que eran el terror de los militares que no eran de operaciones especiales. Lo escribo así porque no sé si en este artículo se puede escribir pistolo.
Eran Nicolás Galiana y Fernando Casas. Aún recuerdo a Fernando en la puerta del comedor de la base en Medjugorje, a la hora del desayuno, dando los buenos días unos decibelios más alto de lo que los espíritus sensibles podían soportar. De hecho, nos llamaron la atención ante una actitud tan… bueno, nadie supo explicar tan qué, pero que molestaba.
A los pocos días, el BMR de Fernando sufrió un doloroso accidente y cayó rodando por la ladera de una de las montañas que flanqueaban Mostar. Fernando murió y también el bueno de Mirko, el intérprete croata, viejo y cascarrabias, que se declaraba fan incondicional de los Boinas Verdes españoles.
Y voy a cortar ya, que me caliento y me enrollo. Por favor, que no se me enfade ningún suboficial del GOE III si no ha aparecido en el texto. De los Navarro, Escobar, Molinés, Cartagena, Llamas, Vich, Vicario, Lamazares, Guillén, Chacón, San Juan, Méndez, Álvarez, Calzada, Plácido, etc. se podría escribir no un artículo sino un libro de cada uno. No ha sido un tema de relevancia sino de espacio.
A día de hoy, vivo en Madrid y la vida me mantiene ocupado, pero no hay un solo día en que no recuerde, aunque solo sea un momento, al cabo 1º Andrés Marcote Oliva y al sargento Fernando Casas Martín. También se me suele dibujar una sonrisa cuando aparece en mi memoria cualquiera de las muchas vivencias que disfruté en mi querido GOE III. Si la vida me ha premiado con algo, ha sido con la distinción de ser miembro de uno de los clubs más selectos que existen: suboficial del GOE III.