General de División (Reserva) Jaime Íñiguez Andrade
Capitán en la COE 12 (GOE Órdenes Militares I)
“Ama, conoce y respeta la naturaleza, a cambio ella te enseñará sus secretos” (lema guerrillero)
La ya inexistente como tal, Región Militar Centro (RMC), donde el GOE I se movía principalmente, era muy variada; la formaban, en sentido de las agujas del reloj y empezando por el norte, las provincias de Segovia, Guadalajara, Cuenca, Ciudad Real, Badajoz, Cáceres, Ávila, Madrid y Toledo. ¡Qué gran variedad de terrenos! Sierras como las de Gredos y Guadarrama, la serranía de Cuenca, la Tierra de Barros, valles como el del Tiétar o el del Lozoya, parte de Las Hurdes, de La Alcarria y de La Mancha y un larguísimo etcétera, eran testigo casi permanente de las actividades de los boinas verdes del GOE I. Parajes de gran belleza, como también el nacimiento del río Cuervo, el curso alto del río Tajo, las hoces del Duratón, el parque de Monfragüe, zonas perfectas para perderse en ellas.
La ubicación del GOE I era ideal para una unidad de operaciones especiales: cerca de los campos de tipo de El Palancar (a unos 15 Km.), del BHELTRA V (a unos 5 km)(*), de La Pedriza (a unos 15 km), del puerto de Navacerrada (a unos 30 kms), al pie de la sierra de Guadarrama; con un clima ideal para forjar boinas verdes: frío, muy frío en invierno, a veces con nevadas, caliente en verano, y lluvioso en primavera y otoño. Cuando se disolvió, contaba con unas muy buenas instalaciones de entrenamiento de acuerdo con los estándares de entonces. Todo lo anterior lo recoge con más detalle mi compañero el teniente Héctor Díez Domingo en su artículo titulado GOE I – Situación e Instalaciones de este mismo especial.
Por su localización y por la Región Militar en la que se movía, el GOE I disponía de grandes facilidades para la instrucción de su personal y el adiestramiento de sus unidades. Las actividades que entonces se realizaban iban desde las prácticas diarias en la base de Colmenar Viejo y en sus alrededores, hasta las salidas mensuales, algunas de ellas enfocadas a una parte concreta del adiestramiento y que se denominaban fases. Mi compañero, el comandante Pedro Vázquez Velasco, lo ha resumido de manera breve y concisa en su artículo titulado Nuestras Actividades de Instrucción y Adiestramiento de este mismo especial.
Cada COE del GOE I, aun con su impronta específica, realizaban unas fases similares: de nieve, de agua, de supervivencia, de escalada, de topografía, de combate en población, etc. En ellas se procuraba reunir, en la mejor zona geográfica posible, las actividades propias que daban nombre a la fase. Todas, menos la de agua (y algún ejercicio específico que el GOE se desplazó a la isla de la Cabrera, o a las provincias Vascongadas, o a la Jacetania), se llevaban a cabo en la propia región militar, pues no se necesitaba salir de ella para encontrar los lugares apropiados. Para la escalada: La Pedriza, Patones, la sierra de la Cabrera; para la supervivencia: el valle del Lozoya, Gredos, la serranía de Cuenca, zona de El Berrueco, entre otros; para el combate en población: Fraguas; para la de nieve: sierra de Guadarrama, sierra de Gredos; para combate en bosque y guerrillas y contraguerrillas: tantas y tantas.
Aunque cada fase tenía sus fines específicos, definidos genéricamente en el nombre de la misma, todas compartían las características que exige el llevar con orgullo la boina verde: dureza, sacrificio, compañerismo, dominio de la noche, confianza en los demás y en uno mismo, entre otras. Y esta última, confianza en uno mismo era, y sigue siendo, una de las características fundamentales del guerrillero de una COE, entonces, del miembro de un equipo operativo actual. Sin esa confianza en sus compañeros y en él mismo, no sería posible superar las dificultades que se pueden presentar en el cumplimiento de las demandantes misiones que ejecute.
Este artículo hará mención, en particular, a tres actividades, comunes en todas las COE, y que marcaban para siempre al guerrillero: la prueba de la boina, el tema de evasión y escape y la fase de supervivencia.
La prueba de la boina. Era una actividad que daba sentido a todo lo demás; había que ganarse el derecho a llevar la boina verde, transformarse de soldado (título ya de por sí importante) a “soldado guerrillero”. Esta se solía realizar tras unos dos meses desde la incorporación a la unidad. En la prueba de la boina el soldado se examinaba de todo lo que se le había enseñado hasta entonces, en una especie de maratón de unas 48 horas, muy duras, en el que sin parar y, prácticamente, sin dormir, iba pasando por diferentes estaciones para demostrar que el tiempo invertido en su instrucción no había sido en vano y,
sobre todo, que tenía la actitud para ser boina verde: espíritu de sacrifico, de superación, de compañerismo, control de sí mismo, valentía… El que lo superaba era premiado con la boina verde en una imposición austera, normalmente justo al acabar la prueba, para volver al acuartelamiento con ella sobre la cabeza y con la alegría que supone saberse merecedor de esta prenda.
Otra actividad que un boina verde difícilmente olvidará era la temida Evasión y Escape. Se trataba de exponer al guerrillero, de la forma más realista posible, al trato que recibiría en caso de caer prisionero por entidades que no respetan los convenios establecidos, más frecuentes de lo que gustaría. Que fuera capaz de aguantar sin hablar el tiempo necesario para no poner en peligro ni la misión que había ido a ejecutar, ni a su unidad, ni a sus compañeros. Curiosamente, la mayor parte de la información extraída no procedía de los interrogatorios, por muy duros que fueran, sino de cuando alguien se hacía pasar por prisionero, se situaba junto a otro, cuando todavía se estaba encapuchado y, a través de cuchicheos, se obtenía el punto de reunión, la contraseña, etc., triquiñuelas para las que también hay que estar preparado. Esta actividad duraba de 24 a 48 horas y podía continuar con la supervivencia (en caso de que los prisioneros consiguieran evadirse…). La imaginación y experiencia de los mandos de cada COE hacían que esta actividad fuera extremadamente realista y dura.
De entre todas las fases, había una que era muy especial y que, posiblemente para muchos, significara un antes y un después; en sentido casi similar a las dos actividades anteriores, se podría decir que marcaba carácter: era la de supervivencia. Una fase que se realizaba en primavera o en otoño, en función del resto del programa anual de la COE; no hay los mismos recursos en una estación que en otra, así que se aprovechaba cualquier otra actividad para enseñar qué recursos son utilizables en cada época y cómo. Si, por ejemplo, se hacía la supervivencia en primavera, rica en brotes de plantas silvestres como el helecho, diente de león, etc., no se recurría a bayas tipo majuelo, rosal silvestre, moras, etc., más propias del otoño; luego, en este caso en las fases de otoño, cualquier momento era bueno para enseñar esos recursos. Igualmente, en la fase de agua se explicaba cómo se podía sobrevivir en el mar y en la costa y cómo conseguir agua potable. Esta fase de supervivencia, además de enseñar cómo mantenerse con pocos medios, tenía otro objetivo fundamental, quizá más importante que las técnicas que se enseñaban en sí: el endurecimiento físico y psicológico del guerrillero.
La supervivencia solía empezar por sorpresa, tras un tema táctico en el que la unidad se tenía que exfiltrar andando, en una dura marcha de, normalmente, dos jornadas y en la que se disponía de comida para solo un día; de esta manera, se llegaba a la zona donde se realizaría la supervivencia cansado y con hambre que ayudara al cuerpo de los guerrilleros a alimentarse de recursos nuevos, escasos y no condimentados como gustaría. En algunos casos se empezaba tras la evasión y escape comentada más arriba.
Se dividía a la unidad en grupos de 4 y durante los 8 a 10 días siguientes las actividades se dirigían a recoger recursos (cada día se enseñaba uno nuevo que se iba añadiendo a los del día anterior), preparar hornos de circunstancias, refugios, pescar, poner trampas para cazar, etc. De esos cuatro hombres, por la mañana, uno se quedaba en el refugio para mejorar y cuidar el mismo, el fuego, etc., otro buscaba recursos vegetales, otro pescaba o cazaba, otro preparaba el pan; tareas por las que iban rotando todos. La tarde se dedicaba a preparar utensilios, la matanza y aprovechado de diferentes animales, el ahumado de la carne, curtido de la piel, preparación de su sangre, limpieza y secado de pescado, elaboración de prendas de circunstancias ¡cómo no acordarse de las albarcas confeccionadas con neumáticos de coche, o de los sacos de dormir hechos a partir de hojas secas! (¡y de la sopa de ortigas!).
Además de lo anterior, había que mantener en perfecto estado el armamento y el equipo, se estaba en una situación táctica, así como una apropiada higiene personal, que ayudaba a que la moral permaneciera intacta. Se trataba, en suma, de aprender técnicas de supervivencia, de estar ocupado para no pensar mucho en el escaso alimento ingerido y la correspondiente sensación de hambre, de mantenerse preparado y alerta y, sobre todo, de continuar adquiriendo esa gran confianza en uno mismo propia de los boinas verdes.
Normalmente, la supervivencia acababa con otra marcha, no tan dura como la inicial, pero suficiente para comprobar que efectivamente, cuando uno cree que no puede más, el guerrillero sí puede.
Las tres actividades expuestas serían merecedoras de artículos específicos que las desarrollaran con más detalle; en cualquier caso, como esta revista está enfocada sobre todo a los que ya las han realizado, seguro que cada uno se acordará bien de todas ellas y le traerá recuerdos inolvidables.
Los que las pasaron, los que las superaron, los que dieron el paso para apuntarse a lo más duro del servicio militar de entonces y de ahora: gracias por vuestro sacrificio y entrega; España nunca os podrá devolver lo que disteis, lo que dais cada día.
Soto del Real, 3 de febrero de 2024
(*) La Capitanía General autorizó contactos directos entre el GOE I y las FAMET para aprovechar las actividades de instrucción y adiestramiento de cada unidad para entrenamiento mutuo; así, el GOE I hacía más horas en helicópteros que las oficialmente asignadas anuales. Estas actividades servían tanto para mejorar el adiestramiento de ambas unidades como para la implementación y práctica de procedimientos específicos; se podría considerar como el inicio de lo que luego FAMET llamó “alas verdes” (por sus tripulaciones especialmente designadas para apoyar a las operaciones especiales).