Luis Alberto Jiménez, guerrillero de la UPLM
Mi paso por la sección de transmisiones como buceador de apoyo en el GOE I comienza, y se lo debo enteramente a un joven teniente llamado Antonio Pérez-Rendón sin el cual no podría haber vivido con la intensidad que lo hice, aquel año 89 lleno de tantas emociones y, por supuesto, el estar escribiendo este artículo.
Mi captación la realizó personalmente el citado teniente en Cáceres y, ya entonces, me dio la impresión de persona seria y responsable (lo que es). Aquí he de añadir un paréntesis personal: en aquel entonces mis padres, personas súper protectoras, me comentaron que era una locura unirme a esta unidad, pues tenía fama de ser muy operativa y peligrosa. Recuerdo también, con gran cariño, que al día siguiente me dijeron textualmente: “Mamá y yo hemos pensado que debes hacer lo que te gusta”, dando vía libre a mis objetivos, pues estaba dispuesto a renunciar a ellos por no preocuparlos (es curioso ver con el tiempo cómo puede cambiar la vida en función de la decisión que tomes).
Posteriormente a la jura de bandera tuvimos un ejercicio preparatorio para unas maniobras con la OTAN, mencionadas en el artículo del teniente Pérez-Rendón.
Más tarde (finales de marzo), y después de unas pruebas físicas, fui seleccionado para realizar el curso de buceador de apoyo en la Regimiento de Ingenieros y Pontoneros de Monzalbarba (Zaragoza). Yo ya era buceador deportivo de primera clase, pero este curso supuso para mí una experiencia única en todos los sentidos. Realmente nos podemos sentir orgullosos de nuestras Fuerzas Armadas, en especial de sus mandos, en aquel entonces la tropa era voluntaria, porque qué mejor fuerza que la de un voluntario y sus superiores, que están ahí porque creen en lo que hacen. Mencionar a personas con las que sigo teniendo amistad como Luis Aroca, Óscar Pont, Ernesto (mi binomio en el curso y ahora bombero en la Comunidad Autónoma de Murcia) y otros tantos como Miguel Ángel Santamaría y muchos más que, desgraciadamente y dada mi mala cabeza, no recuerdo sus nombres, pero si la buena relación que existió.
No puedo dejar de hacer alusión al teniente Flores, uno de los instructores, por su entrega y una frase que mencionó cuando finalizamos y que realmente me emocionó. Nos dijo: “Enhorabuena. Iría a la guerra con vosotros”, creo que es la mayor confianza que alguien puede depositar en un compañero.
Finalizado el adiestramiento, volví a la base de Colmenar (principios de verano), donde todo el grupo se dispuso a realizar la fase de buceo, para lo cual nos trasladamos a Cabo Roig (Alicante). Aquel año la cosa no acabó bien, pues a finales de septiembre sufrimos una gota fría que literalmente destrozó el campamento.
Recogimos y ordenamos el material restante y, ya de vuelta en Colmenar, la compañía desfiló en el día de la Hispanidad (yo desgraciadamente no, pues no había podido prepararme al estar dedicado por completo a las actividades subacuáticas).
En noviembre fui trasladado al hospital Gómez Ulla para ser intervenido de un quiste en el coxis para, poco después, ser licenciado con el resto de mis compañeros. Diré con gran sentimiento que fue uno de mis mejores años por todo lo vivido, la camaradería y amistades que de allí salieron, ese espíritu de aventura y de sacar la adversidad adelante.
Para finalizar diré que el destino, los astros o Dios mismo quiso que hace unos 3 meses, y después de 35 años casi sin saber uno de otro (por habernos perdido la pista), don Antonio amarrara su embarcación en el mismísimo costado de estribor de mi “Peregrina”, así se llama la mía, y así pude retomar una amistad después de “un pequeño paréntesis”, pues tenemos planeadas nuevas singladuras en este mar que es la vida.
03 de diciembre de 2023