DE “PAPEL MACHÉ”
Juan Rodríguez Bancalero
Antiguo guerrillero COE 92
No es ese emblema de roble,
exorno para tu presumir.
Tampoco la boina verde,
está hecha para ti.
No naciste guerrillero,
y nunca podrás revivir
esos momentos sublimes
que yo para mí elegí.
Si lo pasé mal o no,
poco importa eso ahora;
quien vivió esa aventura,
sabe bien lo que se añora.
No vengas corriendo en disfraz
a contar heroicidades,
que en tu falsa boca suenan
como auténticas maldades.
Para mis compañeros, auténticos guerrilleros. ¡Siempre C.O.E!
LA NOCHE ES NUESTRA
Agustín Martín Sánchez
El sol ya se escondió;
empezamos el ritual.
Nos desprendemos de los destellos;
de los brillos chivatos
que nos pudieran delatar.
Incluso, nuestra apreciada boina,
con su sagrado emblema,
es ocultada en un bolsillo del ropaje
para mejor ocasión.
La bufanda tubular,
conocida popularmente como braga,
es enrollada, ocupando su lugar.
Eso sí, con el tabú
del abrazo a las orejas.
Pues ello, según la tradición,
es cosa de pistolos.
El corcho quemado por la cerilla,
enajena los rasgos de la cara,
con diestros y raudos restregones.
El silencio se hace ley
para las bocas y los pies.
La misión los quiere mudos,
sin chasquidos, sin resuellos.
Se avanza en la noche,
con la cadencia que el silencio marca.
Tres kilómetros nos separan de la fiesta.
El frío pela, y el vaho que nos sale de la boca
sustituye al prohibido humo del cigarro.
Las trochas y la retama
son los únicos testigos.
Los pasos se revisten
de una inercia impretendida.
Ya estamos cerca.
El mando indica con un gesto,
que se trasmite del próximo al distante,
la orden de parar.
Segundos después
y nuevamente por señas,
se nos exige echar el cuerpo a tierra.
Nos pegamos al suelo,
sin hacerle ningún daño,
evitando así,
qué la tierra exhale su quejido delator,
y haga que el lugar
se convierta en avispero.
Nos deslizamos con el sigilo
del lagarto y la serpiente
al acecho de sus presas.
Por fin el objetivo está a la vista;
a unos escasos metros de nosotros.
Los ojos se abren más si cabe,
escudriñando aquello que se intuye.
La espera de la orden ejecutora
nos mantiene en un impás
de tensión y cierto nerviosismo.
Esta llega casi de inmediato.
Cada uno sabe ya su cometido.
Tras dar matarile a los centinelas,
con un desangrador y asfixiante
corte en la garganta.
Cuatro a cubrir los flancos
por si hubiera jarana.
El resto, a volar la antena.
Dos llevan los explosivos,
y uno los detonadores.
Una vez dejada en fuera de juego
la vigilancia,
y a la orden del capitán,
con premura y encorvados,
se llega a la base de la torre.
Se colocan las cargas
en los puntos más sensibles.
La coordinación y la rapidez
son fundamentales
para el éxito de la empresa.
Salimos zumbando de allí.
Visto y no visto.
Dan comienzo los fuegos de artificio,
y la bulla se desata,
instantes después,
el silencio de nuevo manda.
La fiesta terminó.
Se va sumando la gente
a la exfiltración,
y todos abandonamos el lugar
a la puta carrera.
Unos cientos de metros después,
y ya a viva voz,
se nos ordena parar.
Se nos forma;
y se nos dice,
que todo salió a pedir de boca;
sin ningún fallo reseñable.
Iniciamos el camino de vuelta;
lo hacemos también en silencio,
pero ya menos estricto.
Llegamos al campamento,
rompemos filas,
y nos dirigimos por binomios
a las tiendas de campaña,
con el cansancio atado a las piernas,
y el sueño avanzando
en los párpados
y en las pupilas de los ojos.