Coronel de Infantería Miguel Ángel Simón Picapeo
Diplomado en OE y piloto de helicópteros
Aunque a nadie extrañara su actitud estoica ante cualquier situación, prueba de un carácter indomable, quizá algunos desconozcan que el capitán don Evaristo Muñoz Manero se lesionó en un pie, en una clase de defensa personal, durante el XIII Curso de Operaciones Especiales (1968-1969).
Quien haya sufrido un percance similar sabe bien lo dolorosos que pueden llegar a ser esos accidentes, localizados en unos huesecillos tan pequeños, frágiles y sensibles como son el dedo meñique y su primo el quinto metatarsiano.
Decidido a no perder ni una sesión del exigente programa, su respuesta al contratiempo fue un fuerte vendaje oclusivo, la confianza en sus impolutas botas y mucho aguante unido a un envidiable sentido del humor.
Por el generoso afecto con el que siempre me trató, quiero creer que no le disgustaría leer este soneto que dedico a su memoria:
Botas de tres hebillas, camaradas,
se aferran a la roca en la escalada,
al saltar del camión son una almohada
y en los trotes sin fin están aladas.
De barro, lluvia y nieve enmascaradas,
se deslizan sin ruido en la infiltrada
y preparan pacientes la emboscada,
leales compañeras, bien cuidadas.
Babiecas de guerrilleros andantes,
se adaptan a los pies como dos guantes,
un binomio perfecto, emparejadas.
Brillan en las revistas cual lucero
y desfilan templadas en acero,
quizá gastadas, mas jamás cansadas.
Picas es el apelativo cariñoso que Evaristo me asignó cuando nos conocimos en 1967, en la Escuela Central de Educación Física y, desde entonces, se convirtió en nuestra contraseña privada.
Volvimos a encontrarnos en la década de los ochenta en Colmenar Viejo. Las bases Coronel Maté y San Pedro son vecinas y hacían fácil el contacto frecuente, reuniones en las que no podía faltar nuestra participación, cada dos de mayo, en los aniversarios del GOE I, bien en las magníficas instalaciones de su acuartelamiento o en esas maravillas de la naturaleza que son La Pedriza y el valle del Lozoya.
Nos emocionábamos con las vibrantes arengas del teniente coronel Muñoz Manero, realizábamos algún ejercicio con el helicóptero, en tierra firme o en el agua, y disfrutábamos con los afamados pinchos del hospitalario Córdoba, suboficial de gran profesionalidad y bonhomía. Además de admirar el elevado espíritu militar que se respiraba en tan selecta unidad.
Una de las últimas veces que nos vimos, en un encuentro inesperado, cálido y fugaz, hará ya una veintena de años. Fue ante un paso de peatones en Moncloa, cuando el teniente general en la reserva regresaba a casa terminada su actividad física diaria en el Parque del Oeste. Charlamos durante unos intensos minutos, cuando el semáforo se abrió de nuevo me animó con el familiar “¡Vamos, Picas!”, y cruzamos al trote la avenida.
Continuó a paso ligero hacia su domicilio y, a mí, se me agolparon los recuerdos.
IN MEMORIAM
Madrid, a 25 de enero de 2024