Coronel Manuel Espiñeira Sánchez
Antiguo Teniente de la COE 92
Quiero plasmar en estas líneas aquellos recuerdos que aún perduran en la memoria de un veterano soldado que tuvo el honor de llevar en la cabeza durante tres años una boina verde y haber tenido la suerte de servir a España en la COE 92 con el empleo de teniente. Aprovecho la ocasión para dar las gracias a todos los componente de la COE: a mis dos capitanes, Manuel Alonso y Pedro San Román, que me forjaron y enseñaron todo aquello que no se encuentra en un manual y tal necesario es para el buen desarrollo de la vida militar; a mi compañero y amigo del alma, Agustín Cayuela, espejo donde yo me miraba; a mis suboficiales queridos tan serviciales y trabajadores y a mis queridos guerrilleros que, pudiendo elegir un camino más cómodo, decidieron dar un paso al frente, calarse una boina verde e ir en punta de vanguardia del Ejército español.
Recuerdo cuando en el verano del 79 me presenté en la unidad en Ronda, ya corría el rumor de que el idilio de la unidad, con ese maravilloso pueblo, estaba punto de terminar. Y todo se confirmó, cuando una mañana apareció por el acuartelamiento del Fuerte, una comisión de la Legión, liderada por una figura inconfundible, que en ese momento no logré identificar, y que estaba buscando posibles ubicaciones para unidades de la Legión. Tal fue el grado de aceptación de lo visto allí que el rumor se hizo realidad.
Del poco tiempo de mi estancia en Ronda, ya que en septiembre de 1979 comencé el XXIV Curso de Operaciones Especiales en Jaca, me queda el recuerdo de aquellas entradas a paso ligero al acuartelamiento, con la cara pintada,
chorreando en sudor y cantando canciones picantonas. Los rondeños, se paraban al vernos, se subían a las aceras y nos aplaudían al pasar. Y así, un día y otro también. Todavía se me pone la piel de gallina.
Y que voy a decir de aquellas prácticas de rápel en el pleno corazón de la ciudad con el Tajo de Ronda como testigo. En cuanto comenzaba los preparativos y se iban montando las cuerdas, ya se iba corriendo la voz en el pueblo y empezaban a formarse grupos de personas en cada una de las cuerdas, para no perderse un detalle de lo que allí iba acontecer. Y así, una vez y otra vez.
A mi regreso a la unidad después de la finalización del curso, en el verano del 80, ya se había producido el cambio más trascendental; se había abandonado Ronda y se había establecido en el Campamento Benítez, entre Málaga y Torremolinos, junto a la nacional 340, muy cerca de la costa y de lo que hoy es el centro comercial Plaza Mayor. Lo primero que se perdió fue el calor popular y aquellos cariñosos e improvisados aplausos. Seguíamos entrando a paso ligero al campamento, pero no era lo mismo; ahora nos observaban, con cara de extrañeza, la mayoría de guiris que transitaban camino de Torremolinos o Marbella. A partir de ahora dejamos de asombrar a un pueblo, para asombrar al mundo.
El traslado a Málaga nos hizo cambiar, como no podía ser de otra manera, los lugares para la instrucción y el adiestramiento; y así dejamos nuestra querida Serranía de Ronda para centrarnos en la sierra, no menos interesante, próxima al campamento, como la formada por los montes Jabalcuza, Palomas y Mirador del Lobo; donde resalta la presencia de mármoles dolomíticos blancos y azules y un suelo especial conocido como terra-rossa, debido a su alto contenido de arcilla. Un verdadero privilegio recorrer estos montes, donde su fuerte desnivel le confiere un enclave privilegiado, a modo de atalaya, desde la que se divisa toda la bahía de Málaga, la propia ciudad de Málaga, el valle del Guadalhorce, la sierra de las Nieves y hasta Sierra Nevada. No era difícil tampoco, encontrarnos a anfibios como el sapillo pintojo meridional; reptiles como el camaleón, el lagarto ocelado, la culebra bastarda o la víbora hocicuda; aves como el búho real, el águila perdicera o el águila calzada y mamíferos como la gineta y la cabra montesa.
Para llevar a cabo la instrucción y completar el conocimiento de nuestra región militar, la IX, que abarcaba las provincias de Granada, Málaga, Jaén y Almería, previamente a las salidas Alfa mensuales de diez días se seleccionaba en primer lugar una zona sobre el plano. A continuación, uno de los oficiales se trasladaba a lugar elegido para inspeccionarlo; posteriormente, informaba al ayuntamiento, dentro de cuyo término municipal se iba a instalar el vivac. Una vez ya en la zona, mientras se montaba el vivac, el capitán se desplazaba al ayuntamiento para saludar a su alcalde o alcaldesa.
Recuerdo una salida Alfa a un pueblo al sur de Jaén, que el cometido, además del endurecimiento y el reconocimiento de la zona, era el de prácticas de escalada. A las afueras del pueblo había un cerro con un cortado escalofriante; y este lugar se eligió para realizar prácticas de rápel con autoseguro. La salida del rápel tenía un poco de volado y nunca vi a tantas caras desencajadas y temblores de piernas. Ni que decir tiene, que todos realizaron las prácticas varias veces. Mencionar, que nuestra COE, nunca estuvo sobrada de material de escalada y que se limitada a cuerdas estáticas, dinámicas, cordinos individuales y mosquetones. Pasado unos años, por motivos de turismo, pasé con mi familia por la zona y los llevé a ver el cortado y cuál fue mi sorpresa cuando vi, que al pie del talud habían colocado tres enormes cruces y un cartel que decía “El Calvario”. Como no me iba acordar de mis guerrilleros que pasaron un auténtico calvario en esa zona.
Otra zona increíble que pudimos disfrutar fue la del nacimiento del río Guadalquivir, antes de que la zona fuese declarada Reserva de la Biosfera por la UNESCO en 1983, Parque Natural en 1986, así como también Zona de Especial Protección para las aves (ZAPA) en 1988. Y allí, a orillas del “Río Grande”, se montó el vivac de la supervivencia. Una mañana mientras los guerrilleros preparaban ahumados con hornos cherokee, apareció por el campamento un par de equipos de agentes forestales con cisterna, dispuestos a sofocar el posible incendio. Nadie les avisó de que nuestra estancia y los ejercicios estaban aprobados. Al final, allí se quedaron un buen rato, atentos a las prácticas.
No me puedo olvidar de otra salida Alfa en otro paraje también pintoresco y en el que contamos con la colaboración de helicópteros. El vivac estaba montado dentro del Paraje Natural de El Torcal de Antequera, concretamente en el Torcal Bajo, entre la Sierra de la Chimenea y el Torcal Alto y en el mismo Puerto de la Escaleruela (966 m de altitud) o puerto de las Escarihuelas, como gusta y suelen llamarlo los naturales de Antequera. Su nombre parece ser que se debe a su similitud a una escalera por la que subían y bajaban las caballerizas acostumbradas a aquel paso arriesgado. Junto al vivac discurría un sedero que coincidía con el trazado de la cuarta etapa del Camino Mozárabe desde Málaga (etapa Villanueva de la Concepción-Antequera). Este camino debe su nombre a que era el utilizado por los cristianos que vivían en los reinos árabes (los mozárabes) para realizar su peregrinación a Santiago de Compostela.
En este lugar de cine se llevó a cabo, además de duras marchas, varios ejercicios de infiltración y exfiltración de patrullas en helicópteros. El plato final era un rápel desde helicóptero. La expectación era máxima; el primero en salir iba a ser el teniente y, en unos segundos, a todos se le cambió la cara: a mitad del rápel, por algún rozamiento extraño, se partió el cordino individual que lo sujetaba y cayó al suelo. Gracias a Dios el teniente lograba mantenerse cogido a la cuerda, en un alarde de reflejos. Este acontecimiento no alteró la moral y todos los componentes de la unidad bajaron en rápel.
Otra salida que no puedo olvidar, por los ejercicios allí realizados, se llevó a cabo en la provincia de Almería, al oeste del pueblo de Níjar y al pie de un antiguo poblado abandonado llamado La Matanza, que creía minero, pero me equivoqué porque sus orígenes eran moriscos. Durante la salida se iba a llevar a cabo una visita de inspección de nuestro general de la brigada. El observatorio elegido era el cerro de Inox, donde se adivinaba restos de una antigua atalaya, con inmejorables vistas sobre la rambla. Los ejercicios a realizar eran un pasillo de fuego, en el fondo de la rambla, para continuar con un combate en población y posterior limpieza de la aldea La Matanza. Todo se desarrolló con fuego real y lanzamiento de granada. Fue, sin lugar a duda, uno de los ejercicios de los que me he sentido más satisfecho en mi vida militar.
Posteriormente, descubrí que los ejercicios realizados en Níjar se asemejaban a lo ocurrido allí hace quinientos años después de la rebelión de los moriscos. En las revueltas de la Navidad de 1569, cientos de familias moriscas acudieron a refugiarse al castillo morisco del peñón de Inox, cercano a Níjar, a la espera de embarcar hacia África. Informados los cristianos, reunieron un improvisado ejército de mercenarios que se adueñó fácilmente de la fortaleza y, según los
historiadores, murieron más de 400 moriscos y fueron esclavizadas casi 3000 entre mujeres, hombres y niños e incontables botines. Este fue el conocido “negocio de Inox” concluido junto al que hoy se conoce como poblado de La Matanza, en cuyos aledaños pueden encontrarse aun semiderruidos entre la maleza los muros de la antigua mezquita de Inox. También recuerdo lo que nos contaba Antonio, un culto y posiblemente el último pastor de la zona; nos narraba una leyenda, que ha pasado de generación en generación, según la cual en aquellos parajes permanecían aún ocultos, tesoros bien guardados por los moriscos.
Y quien me iba a decir, que 23 años después de aquel pasillo de fuego, y por el destino que ocupaba, me iba a corresponder trasladar a una norma oficial, la descripción, desarrollo y uso de un pasillo de estas características, de lo que ya venían haciendo las unidades de OE desde hacía muchos años. Después de la aprobación de la citada normativa por el EME me tocó validar los primeros pasillos de fuego como instalaciones fijas en diversos campos de maniobras y tiro; entre otros, el ubicado en el de Las Navetas en Ronda.
Todos los años, una de las salidas coincidía con un ejercicio de doble acción, de guerrillas y contraguerrillas, con el regimiento Córdoba 10 que acogía a la COE hermana, dirigidas por el Estado Mayor de la BRIDOT IX. Pero en 1981, si no recuerdo mal, se organizó un ejercicio táctico con la Brigada de Reserva de Almería en el que participaron las COE 91 y 92. El terreno elegido eran las Sierras de Gádor y Alhamilla y a mi sección le correspondió el valle del río Andarax. La verdad es que no tuve mucha suerte en el reparto. Uno de los grandes problemas que sufrimos fue el abastecimiento de agua. Recuerdo una tarde, durante el reconocimiento del terreno previo, que en un camino ancho que se avistaba en una divisoria lejana destacaba una construcción que parecía una fuente de agua con un abrevadero. Vimos el cielo abierto y emprendimos una marcha hacia la fuente para proveernos de agua. Después de varias horas, la sorpresa no pudo ser mayor: sobre la fuente destacaba un letrero que decía “Nuevo Méjico”. La fuente había sido un decorado de una película ambientada en la Revolución Mejicana.
Durante el ejercicio, una tarde recibimos un mensaje por radio que, una vez descifrado, nos ordenaba atacar un vivac de compañía. El objetivo se encontraba en una explanada a las afueras de Santa Fe de Mondújar, al otro lado del río Andarax y próximo a la estación de ferrocarril. La posición estaba fuertemente defendida y muy difícil de tomar por su situación geográfica. Después de varios días de observación descubrimos su punto débil; todas las madrugadas hacia parada en el pueblo un tren regional cuyo destino final era Almería. Al atardecer de un día, emprendimos la marcha hacia la estación anterior, que era el apeadero de Fuente Santa, a unos diez kilómetros en línea recta. Una vez allí, se sacaron billetes para cada uno de los componentes de la guerrilla y, mientras se esperaba el tren, nos dispusimos a dar el último repaso de la operación. Llegado el convoy nos subimos todos en el mismo vagón, que iba casi vacío y expliqué a los sorprendidos viajeros el objetivo de la maniobra. Los civiles estaban más nerviosos que nosotros por el resultado de la operación. Los veinte minutos que duró el viaje se nos hizo eterno, pues permanecimos de rodillas en el vagón para no ser vistos a través las ventanillas en la oscuridad de la madrugada. Una vez se detuvo el tren en el destino final, con el factor sorpresa a nuestro favor, cada componente de la guerrilla se dirigió velozmente a su tarea señalada. ¡Misión cumplida!
Como no recordar la fase de nieve en Sierra Nevada, veinte días maravillosos. Nos alojábamos en el Regimiento Córdoba 10 de Granada y diariamente subíamos a primera hora a la sierra para estrenar las pistas. Los visitantes de la estación se sorprendían de cómo aquellos soldados, con esos equipos “vintage”, eran capaces en tan poco tiempo de bajar las inclinadas pistas negras de la estación de esquí. Y qué voy a decir de los acuerdos que se conseguían, con restaurantes de la carretera de la sierra, para que, con la parte de la comida de la dieta de alimentación, nos proporcionasen el almuerzo. El culmen fue llegar al mismo acuerdo con el restaurante de Borreguiles, a pie de pista a 2645 metros de altitud.
Otro cambio trascendental se produjo en 1981, cuando se trasladó la fase de agua, de un lugar paradisiaco, como era San Luis de Sabinillas, en el límite oeste de Málaga, en plena Costa del Sol, a otro de película, convertido en diciembre de 1987 en el Parque Natural de Cabo de Gata, con acantilados y fondos marinos catalogados entre los de mayor calidad del litoral mediterráneo español. A las afueras del pueblo de Las Negras, por aquella época una preciosa aldea de pescadores, instalamos el campamento y cada día pasábamos horas y horas en el mar, con el equipo de agua reglamentario en nuestra unidad: un par de aletas y gafas. Recuerdo que, cuando soplaba el levante o el poniente, que era lo habitual, nos dirigíamos a través de una sinuosa senda a Cala San Pedro, una paradisiaca playa protegida de los vientos y que tenía de todo: arena blanca y aguas turquesas, fortaleza medieval, manantial de agua dulce en la misma orilla y una colonia de hippies. Según los lugareños de la zona, en la cala se practicaba el nudismo, pero ello no ocurrió mientras estuvieron allí los guerrilleros.
En fin, unos recuerdos ya lejanos que pasé en una magnífica unidad, en una COE de película.