Comandante médico (reserva) Antonio Bendala Ayuso
Antiguo Teniente médico del GOE II
Llegue a la Unidad, procedente del Regimiento de Infantería Castilla 16, un día de Reyes del año 1989 (era el día que cumplía el plazo de presentación) y, claro, tocó volver en día lectivo para la presentación de verdad. Pronto iba a comprender que no tenía nada que ver con el anterior destino, donde ya me habían vaticinado que mis nuevos compañeros se encargarían, poco menos, de destrozarme con sus actividades. Nada más lejos de la realidad, aunque algún intento sí que hubo. En la presentación con el Cte. jefe don Ricardo Castillo Algar (d.e.p.), por todos conocido, me anunció que allí me iban a enseñar de todo, menos medicina, claro. Sonó un poco a sentencia, sería por el aviso que traía.
No tardaron ni una hora en equiparme y en poco tiempo estaba incorporado al servicio sanitario en donde había un brigada ATS y un soldado médico de reemplazo. Este y otros que llegaron, justo es reconocerlo, siempre demostraron, a pesar de su obligatoriedad, una entrega total al servicio y a mi persona.
El botiquín estaba bien dotado para lo que, en aquellos tiempos, era lo habitual en otras unidades carentes de muchas cosas. Se ve que mi antecesor había hecho bien su trabajo. Básicamente el equipo se dividía en material de infusión, reanimación y respiración y otros de medicinas y todo tipo de férulas de inmovilización para cualquier fractura. Todos los equipos, aunque de calidad, tenían dos problemas: primero, estaban en número limitado, lo que para las actividades que se desarrollaban, distantes unas de otras, hacia que hubiera que repartirlas por lo que la limitación de material aumentaba; otro problema era el peso, todavía se empleaban mochilas y contenedores que dificultaban el traslado del material en ejercicios y maniobras donde no se podía disponer de vehículo.
Comenzó la vida diaria, con sus reconocimientos diarios, tratamientos, control de bajas y preparación de material sanitario para las múltiples actividades y ejercicios de entrenamiento.
Llegó la fase de nieve en donde, por mi inexperiencia y, a lo mejor, como prueba de mi resistencia, nunca llegué a saberlo, se cumplió el vaticinio y sufrí una mala fractura de pierna que me mantuvo alejado 3 meses; pero fue el momento en que me sentí más acompañado por mis nuevos compañeros, incluida una visita clandestina con champán al hospital por parte de varios oficiales.
Como las necesidades sanitarias eran bastantes para cubrir, la rehabilitación la hice en la fase de agua en San Juan de los Terreros. Me vino bien los ejercicios de natación y preparación para el buceo. ¡¡Lo mejor para una fractura!! pero la verdad es que la maltrecha pierna volvió a su ser.
Me llegó el primer reemplazo de reclutas con el que me fui al campamento de El Padul. El botiquín estaba instalado en una habitación pequeña, dividida en dos, donde se hacían los reconocimientos y las curas pertinentes y donde se podía localizar al personal de sanidad completo durante el día para caso de urgencias.
Una vez hechas las pertinentes exclusiones, hay que recordar que entre los reclutas solían venir toxicómanos y patologías varias incompatibles con la vida militar y más con nuestra unidad, comenzó la formación. Al principio, el botiquín era un sitio muy demandado, pues acudían muchos con la ansiada pretensión de un rebaje, cosa que no conseguían. Yo no era fácil para esto y, además, venía bien entrenado del anterior destino por lo que aquello duró poco, pero se repitió en los siguientes reemplazos con igual resultado.
Dos incidentes hubo en este primer grupo. Una mañana, y sin aviso previo, un recluta apareció en estado comatoso, por lo que avisado y hecho rápido el diagnóstico de meningitis, procedí a su traslado urgente al hospital militar de Granada, donde terminó de reponerse completamente. Se hizo la profilaxis antibiótica de todo el campamento ese mismo día; pero, antes del amanecer, a la puerta del botiquín, y muy asustados, ya había varios reclutas y algún cabo diciendo que ¡¡todos orinaban sangre!! Total, bronca del médico, porque se les había advertido que era una coloración por la medicación que se le había dado. El otro incidente lo protagonizó otro recluta que sufrió un brote psicótico nocturno, con intento de autolesión que también fue trasladado y excluido posteriormente.
A continuación, llegó la fase de supervivencia en la sierra de Cazorla. Toda una experiencia y en la que pude aprender multitud de cosas que para un oficial médico regular eran totalmente desconocidas, por lo que yo también era un alumno más. Especialmente impactante, y esos días de mayor cuidado médico, fue el ejercicio de trato de prisioneros, desconocido para mí, como tantas otras cosas que viví y que pusieron a prueba también mis conocimientos profesionales.
Llegaron los ejercicios de guerrillas en los que se me encargó la labor de transmitir todas las noches a varias horas, vía radio, mensajes en clave para los distintos equipos. Me recordaba a las transmisiones que hacían los espías en guerras anteriores, pero la verdad es que me gustaba mucho.
Las prácticas de explosivos eran otro cantar. Esas no admiten errores y, lamentablemente, el GOE ya tenía la muerte de un teniente (d.e.p.), en fechas muy próximas a su agregación al mismo, fallecido en esas circunstancias. También aprendí no solo las técnicas, sino la minuciosidad y respeto a la seguridad con que se hacían.
Como no podían faltar otros tropiezos, en otra de las fases de agua y buceando en la costa de Granada, en uno de los ejercicios siguiendo las instrucciones del brigada al mando, comencé a buscar la salida hacia la playa. La mala visibilidad, supongo que la inexperiencia y quién sabe, otro intento de deshacerse de mí, hicieron que me desorientara y tomara el camino totalmente opuesto, o sea hacia la lejanía, hasta que sentí un fuerte tirón del equipo. Era la providencial mano del brigada que, siempre vigilando, seguro evitó un gran problema. Siempre le estaré agradecido.
Ya una vez hecho a la actividad de la unidad y supongo que habiendo pasado el examen que, unos y otros, nos hicimos, me sentí totalmente integrado entre aquellos compañeros, mandos y tropas, que con sus consultas médicas, no solo de temas profesionales, sino particulares y muchas veces familiares, me demostraron que, a pesar de no ser diplomado en Operaciones, también tenía mi sitio en la unidad.
Como siempre termina llegando alguna prueba más, estuve en las inundaciones de Málaga de aquellas fechas, donde una vez más pude comprobar la entrega de todo el mundo en circunstancias difíciles, incluso, con algún que otro desplante que ciertas autoridades civiles tuvieron con nosotros a pesar de la ayuda que se les prestaba; pero eso también curte.
Quizá eché de menos, y así lo hice saber en más de una ocasión, no solo a mis mandos de la unidad sino a los de Sanidad Militar, la falta de una preparación específica y reglada, en todas estas actividades, puramente militares, necesarias en este tipo de unidades y que los médicos tuvimos que aprender a base del buen hacer de los mandos y de los ¨trompazos¨ que sufrimos.
Siempre consideré una de las mejores cualidades de la Unidad el que se valorara la preparación específica de cada uno, sin tener en cuenta el empleo que ostentaba el que preparaba y mandaba determinada actividad. Es la mejor manera de obtener buenos resultados.
Y pasados los casi dos años que estuve destinado, y como cada cual en su rama debe de intentar alcanzar su mayor nivel, oposité a la especialidad militar de neurocirugía, plaza que obtuve, incorporándome en ella al Hospital Militar Gómez Ulla.
De mi paso por el GOE II me llevé amigos, experiencia militar y habilidades que me sirvieron en mis posteriores cinco campañas antárticas, vivencias, alguna lesión y, sobre todo, la satisfacción de haber pertenecido a esta gran Unidad.
No quisiera terminar sin dar las gracias a todos aquellos que hicieron posible lo narrado anteriormente. Sigo quedando, como siempre, a las órdenes de todos los mandos. Para los fallecidos mi respeto, recuerdo y oración; para todos, un fuerte abrazo.