Teniente General (R) Teodoro Baños Alonso
Teniente y Capitán en la COE 81/102
A veces me pregunto por qué decidí comenzar mi carrera militar en una unidad de este tipo.
Ya desde niño, veía pasar desde mi casa a los guerrilleros que captaba la COE de Plasencia, lo que pienso que tuvo una gran influencia en mí a la hora de ser militar. Posteriormente, en la Academia, un compañero me hablaba de estas unidades, lo que, poco a poco, me fue entusiasmando, pues pensaba que, por mi forma de ser, me adaptaría muy bien a una Unidad de Operaciones Especiales. Además, he de reconocer que me encantaba el distintivo.
Es curioso como los pequeños detalles a veces influyen en decisiones que, con el tiempo, han sido de las más importantes de tu vida.
El 6 de agosto de 1979 hice mi presentación en la COE 102.
Aquella soleada mañana me recibió mi capitán y, tras mi presentación a la compañía, junto a un compañero que también se incorporaba, ahora gran amigo, nos desplazamos al regimiento a cumplir con las obligaciones reglamentarias de un recién llegado. Todavía me impresiona cómo temblaban las escaleras cuando, cual manada de búfalos, los sodados corrían para formar.
Caminábamos juntos en silencio, rumiando cada uno sus pensamientos. Por mi parte, yo me sentía muy ilusionado, aunque dudando de mi capacidad para formar parte de aquella unidad tan exigente y prestigiosa y preguntándome sobre lo que yo podría aportar.
Pero, a partir de este momento, y gracias a Dios, las dudas empezaron a diluirse y todo comenzó a transcurrir con naturalidad: al día siguiente nos desplazamos a la isla de La Palma, donde completamos un reconocimiento de la zona sur y unas guerrillas, finalizando la salida con un inolvidable y accidentado descenso a la Caldera de Taburiente.
Solo habían transcurrido 15 días desde mi llegada y ya volvía en el barco totalmente integrado en mi sección y seguro de que no me había equivocado en mi decisión, que este tipo de vida militar era la que yo quería para mí.
A partir de aquel momento, empecé a recorrer la senda por la que hemos transitado la mayoría de los guerrilleros: el curso de OE en Jaca, la dura preparación en la montaña de La Mina, las salidas mensuales al campo, donde gozábamos y practicábamos… y, sobre todo, el disfrute con los compañeros con los que tuve la suerte de coincidir, que siempre me ayudaron y enseñaron. Fue entonces cuando se establecieron los cimientos en los que me he apoyado durante mi vida militar y civil.
Ahora, cuando vuelvo mi vista atrás, vienen a mi memoria la entrega y el detalle con que preparábamos cualquier actividad, por nimia que fuera: el tiro o los explosivos, el pasillo de fogueo, las marchas, reconocimientos y patrullas, la escalada, la supervivencia, las operaciones especiales, el combate en agua… Por supuesto, todas ellas ligadas a lugares espectaculares y mágicos del archipiélago canario y siempre corriendo y siempre cantando.
Estoy seguro de que todos los que han pasado por nuestra unidad guardan en un lugar destacado de su memoria todos estos nombres: Los Cristianos, Puerto de Santiago, las Cuadras de D. Benito, la península de Anaga, el Roque de Taborno, Barranco del Río, Barranco Hondo, Aldea Blanca, los Partidos de Franqui, Arenas Negras, el Porís de Abona, Las Lagunetas, Montaña del Cerro, los Órganos, las Cañadas, Fuencaliente, Garajonay, el Golfo, la Restinga… y tantos otros.
Sí, yo me acuerdo muy bien de todos e, incluso, de vez en cuando sueño con ellos y vuelvo a sentir, como en aquellos años, la humedad de nuestra montaña de la Mina, el salitre en la boca cuando al anochecer nos sumergíamos en el océano, el aroma del brezo y la laurisilva de la península de Anaga, mezclado con el humo de las hogueras de la supervivencia, la fina lluvia sobre los helechos del barranco de la Galga y los Tilos, camino de la laguna de Barlovento, el olor a azufre del Teide, cuando, de madrugada, completábamos el final de nuestra ascensión desde el borde del mar para observar desde el pico el amanecer del mundo, con todas las Islas Canarias a nuestros pies.
La resina de los pinos sigue impregnando nuestros uniformes durante el descenso a la Caldera de Taburiente; la tierra mojada continúa también pegada a nuestra cara, igual que cuando atravesábamos el bosque nocturno de Garajonay. La intensa fragancia, mezcla de brisa marina y plataneras, vuelve a colarse en nuestros pulmones cuando bajamos por la estrecha senda hacia el Golfo; tampoco se ha ido el ruido sordo del helicóptero que nos vuelve a acompañar en esa infiltración nocturna hacia el bosque sin fin. Siento todo esto y, no sé si aún dormido o ya despierto, vuelvo a rememorar las miradas de los que están a mi lado durante el golpe de mano, con su cara pintada, y que me transmiten sus ansias de disfrutar de estos momentos que ya nos pertenecerán por siempre jamás.
Pero en esta madeja de recuerdos, prevalece sobre todos el de nuestros queridos guerrilleros, jóvenes inquietos que no quisieron esconderse durante su servicio militar, que se presentaban voluntarios para formar parte de esta compañía invencible, que te perseguían e insistían durante la captación para que los eligieras, pues no querían perderse la oportunidad de aprender, de conocerse en el esfuerzo, de respirar valores morales, emociones y principios que iban a marcar sus vidas para siempre.
Qué suerte haber podido convivir con estos héroes anónimos, con los que compartí los fundamentos de nuestra forma de ser como guerrilleros:
Que todo es posible. Solo tenemos que machacarnos física y mentalmente y repetir, una y otra vez, cualquier actividad hasta que la posibilidad del fracaso se diluya en nuestro empeño.
Que los valores morales son los que nos han formado y marcado.
Que nuestros pensamientos y corazones siempre impulsarán nuestras ilusiones y, ya se sabe, que un guerrillero ilusionado es imparable.
Que lo más importante es mi compañero, mi binomio, por el que daría mi vida, mi compañía y, a través de ella, España y los españoles. Esa fue siempre la prioridad: el servicio a nuestra Patria.
En fin, os recuerdo, queridos boinas verdes, como siempre os presentabais: felices de haber pasado por nuestra Compañía de Operaciones Especiales 102/81, honrados por haber sido capaces de ganar el privilegio de portar la boina verde y de lucir orgullosos el machete y las ramas de roble, que para nosotros representan el valor, la fuerza y el ansia de libertad, austeros y sacrificados, siempre por encima de penalidades y privaciones, íntimamente satisfechos por el deber cumplido con creces, afortunados por haber podido trabajar juntos en nuestro amor a España.
Ha sido y siempre será un honor y un privilegio haber podido compartir con todos una parte importante de mi vida. Muchas gracias por vuestro ejemplo, por vuestra ilusión y por vuestra amistad. Siempre estáis en mis mejores pensamientos.