Recuerdos de mi paso por la COE 61

Coronel Juan Zato Paadín

Antiguo teniente de la COE 61

Santiago Arribas, jefe de la COE 61 y precursor del Grupo de Alta Montaña

Santiago Arribas Pérez era el capitán jefe de la COE 61 cuando en aquel veintitantos de julio de 1974 me incorporé a la unidad, después de haber concluido el Curso de Buceador de Combate en Cartagena. Mis compañeros, tenientes ya destinados allí, eran: Luis Téllez y Rafael Dávila.

Santiago Arribas fue un precursor. Con una trayectoria militar impecable, jacetano de pro, hizo el curso de Estado Mayor antes de ascender al empleo de comandante. Destinado a continuación en la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales (EMMOE) empezó, desde entonces, y con un entusiasta grupo de oficiales y jefes de la Escuela, a dar forma a lo que más tarde serían unos éxitos indiscutibles en el montañismo de altura, con la formación de un Grupo de Alta Montaña que, comprendido, apoyado y subvencionado por el Ministerio de Defensa llegó, en los años siguientes, a la conquista de las mayores cumbres de la tierra. Empezó este  grupo atacando las alturas de Europa, Montblanc y varias más de los Alpes. Posteriormente Asia, donde coronó el Pico Comunista. En años posteriores alcanzaron cumbres en Ecuador y América Central: Nevado Huascarán, Chimborazo, Cotopaxi y Aconcagua entre otros para, ya en el año 1989, al mando de una expedición cívico-militar abordar la arista NE del Everest, sin lograr cumbre por mal tiempo.

En 1992, en una nueva expedición cívico-militar, vuelven al Everest y lo atacan por su arista sureste. Tiene éxito el intento y Francisco Gan, hoy en día teniente general y capitán en aquel entonces, alcanza la cumbre.

El éxito y rapidez de progresión desde su formación, del Grupo de Alta Montaña, al mando de Santiago Arribas, es espectacular y figura con letras de oro en los anales de nuestra Escuela y Ejército. En el empleo de coronel de Infantería y ya como Coronel Director de la EMMOE, la vida le ofreció la muerte en una cruel paradoja. Se encontraba, cuando se topó con ella, en un paseo rutinario casi, en el Montblanc, en visita de colaboración con la Escuela de Montaña Francesa. Una pequeña piedra desprendida en una fácil travesía, le alcanzó en el arco superciliar, y le cortó el nervio totalmente. La herida le produjo una intensa hemorragia que, a pesar de los esfuerzos y rapidez de evacuación de los medios franceses, acabó con su vida. La terminó en su pasión, en su terreno, en lo que amaba, por lo que luchó, se esforzó y consiguió. ¡Honor a Santiago Arribas, mi capitán! 

A los pocos días de mi incorporación empezó el “meneo” típico de las COE. Nos trasladamos a Jaca a colaborar con el Curso de OE en su fase de guerrillas. En años posteriores, y ya en el empleo de capitán jefe de la COE 52, me haría un “habitual” de estas colaboraciones.

Fase de agua en San Vicente. Una experiencia lastimera

La fase de agua en San Vicente de la Barquera nos proporcionó una experiencia lastimera. Ubicados al otro lado del puente, en la playa de enfrente, desarrollábamos normalmente las actividades programadas de incursiones, bogas, explosivos, etc.

Por la tarde de aquel fatídico día, el alcalde de San Vicente se puso en contacto con Arribas, nuestro capitán. Se había producido una gran desgracia y solicitaba nuestra ayuda. Al parecer dos chicos jóvenes de la localidad habían desaparecido en la ría, en las proximidades del puente, cuando estaban marisqueando almejas y a causa de la subida de la marea, muy intensa en aquella zona. Ningún organismo oficial, Guardia Civil, bomberos, etc., contaba con buceadores.  Protección Civil no existía. En aquellos años nadie había recibido formación, ni disponía de medios, ni equipos para intentar una recuperación de ese estilo. Solo nosotros teníamos medios para intentarlo.

Al ser el único diplomado, puse en funcionamiento un operativo de búsqueda submarina a base de boyas y filieres, como en Cartagena nos habían enseñado, en la parte del interior de la ría donde se creía que habían desaparecido. La profundidad era pequeña, máximo dos metros con marea alta, pero la visibilidad escasa. Empezamos la búsqueda unos ocho hombres, con nuestros equipos de inmersión. El teniente Dávila con unos cuatro y yo con otros tantos.

A la segunda rotación de ida y vuelta, en la segunda filier, me toca un soldado mío y me indica, por gesto adecuado que ¡allí estaban! En el fondo, los dos casi niños, de unos 14/16  años, hinchaditos, prácticamente juntos. Los subimos a superficie, se acercó la lancha, se les llevó al muelle y allí fue la debacle de la gente, mucha, que allí se encontraba. A mí se me revolvió el estómago y llevo la imagen vívida en mi memoria desde entonces. Se creía que resbalaron en el limo, apenas nadaban, se pusieron nerviosos, la marea subió y no supieron reaccionar. Penosa experiencia, ¡Dios mío! Experiencia que, si no igual, si similar, sufrí años más tarde, en un nefasto día de Año Nuevo, en Barbastro, cuando de capitán mandaba la COE 52.

Elizondo. Un pueblo que acabó amigo de la COE 61

Iba a ser una salida normal al monte, mensual de diez días, la que aquel mes de septiembre debíamos a efectuar a Elizondo ( Navarra). Lo que ignorábamos era que se iba a convertir en la Operación “Iruña” y que iba a durar cerca de nueve meses… La situación del terrorismo en aquel tiempo era tremenda y los asesinados por ETA cada vez aumentaban más. La mayoría de ellos, guardias civiles.

Se creó un intento de impermeabilización de la frontera con Francia: La COE 62 de Bilbao, entre Vera de Bidasoa y Quinto Real. La COE 61, la nuestra, entre Quinto Real y Dancharinea y la Compañía de Esquiadores de Estella más al Este, con base en el Campamento de El Carrascal. Y digo intento porque no teníamos orden alguna de actuación directa. Simplemente se trataba de una operación de disuasión…

Nos instalamos, previo permiso, en el antiguo colegio de Lecároz, donde ¡oh paradojas de la vida!, se formó el embrión de ETA en los años 50/60. Allí estudiaron Álvarez Emparanza, Xiquierdi, Otaola, Garaicoetxea, Arzallus, Chillida, Oteiza y…hasta Pujol. Era, en sus comienzos, un colegio elitista de clases altas y pudientes, vascas y catalanas.

Las instalaciones del ala este del viejo colegio, donde nos acoplamos, estaban cerradas y llenas de material inútil. El colegio nuevo se erguía en unos locales anexos. Allí estaba, también, la comunidad de capuchinos profesores. Supimos que a una parte de la comunidad, los más jóvenes, no les había gustado nada, nadita, que nos instaláramos en sus predios. Pero el director era “adicto a la causa” y nos lo permitió. Charlábamos con él alguna vez, respiraba carlismo antiguo por todos sus poros y nos contaba algún problemilla de la comunidad que dirigía.

Sacamos toneladas de material y porquería diversa. El colegio antiguo, que sufrió un incendio en 1962, lo pusimos de dulce, como siempre sabemos hacer. Llevamos camas metálicas desde el campamento de El Carrascal, organizamos y preparamos todo lo habido y por venir, y al cabo de un par de días estábamos perfectamente dispuestos a nuestra labor de “disuasión” que, como inciso y “off the record”, siempre me causó estupor y consideré inútil. Y ello porque pienso, y pensé siempre, que esa no era labor de Operaciones Especiales pero, ¡a lo mejor sí!, pues al principio en el pueblo y en la zona nos veían y miraban como extraterrestres, con nuestros mimetizados, barbas, boinas y toda la parafernalia. Observaba a la gente como muy preocupada por lo que no sabía que ocurría. Alguno llegó a preguntar si había estado de guerra y esas cosas.

Nos costó integrarnos y que nos aceptaran pero lo conseguimos al cabo del tiempo, cuando vieron nuestra disposición de ayudar a la población civil: arreglamos la Iglesia de Elizondo, ayudamos a un vecino, reparamos unas pasarelas, etc. ¡lo que sabemos bien hacer, siempre! Hasta tal punto que en la cabalgata de Reyes de ese año de 1975, un cabo nuestro, de gran y poblada barba negra se convirtió en Rey Gaspar y sus pajes fueron otros cuantos guerrilleros. Teníamos en la COE gran número de soldados cántabros, siempre muy cantarines. Se organizó un coro, en contacto con el párroco y en la misa de Epifanía, abarrotada de público, cantaron tres composiciones clásicas de Navidad. Todavía lo recuerdo y creo que fue ya el despegue definitivo de las buenas relaciones entre la COE y el pueblo. No tuvimos, nunca, ningún problema.

Operación «Iruña»

El funcionamiento de la COE durante tantísimos meses era muy peculiar, dado lo que pretendíamos. Dividida nuestra zona en sectores y cada sección asignada a uno de ellos, tratamos de conseguir una información detallada de todo lo que había y se movía. Para ello, y en contacto permanente con la Guardia Civil y, en ocasiones, con el Cuerpo General de Policía, patrullábamos incansablemente por nuestros sectores y recabamos y anotamos toda la información obtenida sobre el terreno, hombres, caseríos, línea de mugas, línea P de fortificación antigua, posibles puntos y zonas de entrada de comandos, etc. Ocasionalmente, en diferentes puntos montábamos emboscadas estáticas o inmediatas, tanto de día como por la tarde o noche. Aquello era un “no parar” continuo. Estábamos operando de día, de  tarde, de noche, por grupos, por secciones, por equipos, por binomios.. Siempre había alguien en cualquier sitio. Los guardias civiles estaban encantados, con sus pobres medios de entonces: manteo, mosquetón, linterna y botas de agua. Me daba rabia el comparar esos medios tan toscos, con el interés y dedicación que demostraban en todos sus servicios. ¡Eran admirables!

Trasladamos al papel, poco a poco, la considerable cantidad de datos de toda clase recogidos. Al cabo de un par de meses disponíamos de un “tocho” con un montón de páginas, croquis, planos, dibujos, supuestos, opiniones, posibles, etc., que era una preciosidad. El informe terminaba con unas deducciones finales y con una hipótesis probable de entrada, desde Francia, de comando o grupo de ETA en un plazo determinado y por dos vías casi seguras. Se elevó a la superioridad y se pidió aclaración precisa sobre “modo de actuación” caso de encuentro. ¡Vamos que queríamos órdenes concretas! Nunca las tuvimos, el asunto quedó indeterminado.

Pues bien, una noche del mes de marzo, una pareja de la Guardia Civil estaba de servicio cerca  de la muga de frontera, en una de las avenidas posibles de entrada marcadas claramente por nosotros en el informe. Un coche “lanzadera”, como es habitual, en primer lugar viene por la carretera. Los guardias tuvieron un momento de duda. Los intentan parar, no se detienen, empiezan los disparos. Uno de la pareja sale herido y el otro indemne. El coche huye, pero posteriormente fueron detenidos sus ocupantes en Pamplona, según nos enteramos al día siguiente.

¡Se cumplieron exactamente nuestras previsiones de posible entrada de comando, en tiempo y lugar! En aquella zona se solía emboscar el teniente Dávila con su sección. Si el encuentro se hubiera producido con sus hombres, a los terroristas les hubiera tocado la lotería de Navidad anticipada, ¡seguro!

Luis Téllez había ascendido a capitán hacía poco tiempo. En su vacante vino Crespo, de la XXVI Promoción. Yo sería, dentro de un par de meses más, el siguiente en ascender.

Pero la COE 61 continuaba en Elizondo. Iban ya para siete meses nuestra estancia allí y nos preguntábamos si nos habrían cambiado ya, para siempre, de lugar de destino y no nos lo habían comunicado, porque aquella situación no se acababa nunca. A nuestras familias las teníamos olvidadas. Se hacía durísimo y más aún con la sensación de abandono por parte del mando, que no informaba a la COE de posibles relevos por otra unidad.

Y allí ascendí a capitán, a principios de abril, en Elizondo. Un día, al regresar a Lecároz con mi sección después de una incursión más, me lo comunica mi brigada y mi capitán. Se me caían lagrimones por las barbas, no sé si de rabia, decepción, pena, cariño por mis guerrilleros, o por alegría de ascender y volver a Burgos con mi mujer y mis hijos y olvidarme del Valle del Baztán, tan precioso y con tan buenas gentes. Allí, en Elizondo, en el colegio de Lecároz, continuó la COE 61 durante mucho tiempo más. Recogí mis enseres y, con una última mirada de melancolía, partí para Burgos, al Regimiento San Marcial, a presentarme a su coronel y tomar posesión de mi nuevo empleo.

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