Manuel Andrés Suárez Oliva
Antiguo cabo R-1º/91 y cabo 1º METP COE 81
La boina verde con sus hojas de roble y machete
Era una de las razones poderosas para querer hacer el servicio militar en la COE 102-81, también la aventura, la lejanía de casa y la necesidad de ponerse a prueba. Para que, más tarde, esa boina verde tan sufrida de conseguir fuera la razón sine qua non de ser un guerrillero.
Todo empezaba con las captaciones que eran como «Los actos de fe» y los guerrilleros presentes en ellas, los apóstoles que predicaban la verdad de sentirse estar entre los mejores. ¡Miembros de un club selecto!
Los reclutas eran trasladados a la montaña de La Mina, que fue fortín y cuna guerrillera por antonomasia en el archipiélago canario. Su cota está repleta de eucaliptos y fueron durante una época los guardianes mudos del devenir de las levas jóvenes que remplazo tras remplazo, venían a endurecer su coraje y engrandecer su valor. Además, la montaña La Mina no hubiera sido la misma sin las nubes frías cargadas de humedad que se arrastran sigilosamente por la cota, pasando entre los centinelas de eucaliptos a cualquier hora del día o de la noche, ayudando a forjar poco a poco el alma de aquellos futuros guerrilleros.
Reclutas en sus primeras semanas eran despojados de su identidad individual, para solo poseer la unión colectiva adscrita al grupo de novatos. Desde el principio los nuevos percibían la pertenencia a la familia guerrillera… con matices, pues estaban aislados en La Mina, con aquellos a los que querían igualar, pero para llegar hasta ellos tenían una ardua tarea por delante con el único fin de lograr la ansiada prenda de cabeza… ¡La boina verde!
A medida que pasaban las semanas eran cada vez más conscientes de la proeza a conseguir, ya que en las pocas ocasiones que lograban un paréntesis en la formación guerrillera y cogían algo de resuello, comenzaban a entablar confiabilidades entre ellos y los veteranos que llevaban ya la boina verde. Sin embargo, de aquellos labios salían verdades incompletas y mentiras piadosas que solo conseguían añadir más dudas al recluta.
¡Nadie está preparado para enfrentarse a uno mismo! Nunca podían saber con exactitud el día que, sobre ellos, caería la responsabilidad de sobrepasar sus propios límites. Todo podría empezar en cualquier momento, en una maniobra en medio del pinar canario, en una tarde gris en La Mina o en otra isla del archipiélago. Normalmente se respiraba en el ambiente que algo iba a suceder, pero los reclutas nunca eran dueños de los tiempos.
Y de repente… ¡los empujones, los golpes, los quejidos y el ímpetu de los gritos! Todo para lograr la privación del confort, sobre todo el sentido de la visión que con la cinta precinto se lograba en su máxima expresión. Cinta que con su característico ruido ya nunca más sería una simple correa para embalar. Y a partir de ahí… comenzaba la lucha contra la incertidumbre, el frío, el hambre, el sueño y la irrealidad real de ser «prisioneros de guerra» de sus mandos y veteranos guerrilleros.
Aquellas horas eternas eran las que marcaban un antes y un después. El tiempo infinito transcurría entre los interrogatorios, las posturas inverosímiles y la retahíla del Corán o las estridencias de ruidos musicales molestos e incoherentes con todo el sentido de menoscabar la fortaleza del individuo.
En el momento de más desasosiego, aquellas voces enemigas se volvían cercanas y confidentes del logro de una parte de la gran hazaña, los ojos eran liberados del precinto malévolo. Debían continuar aún desorientados, ateridos de frío y menoscabados hasta las entrañas, hasta lograr que el amanecer les brindará una esperanza de conquistar la anhelada boina verde. Se solía culminar el gran esfuerzo con una marcha interminable a la que sumar al final rápeles, saltos de decisión o la pista americana, pero en otras ocasiones el final era el comienzo de la supervivencia.
Después de la hazaña las caras de reclutas ya no estaban, ahora eran caras distintas de hombres orgullosos que ya podían mirar como iguales aquellos que les antecedieron en otro momento. Dando fe de ello, en un acto íntimo de imposición de la boina verde compartían su gesta con los que ahora eran sus iguales. Ya sus vidas no fueron nunca las mismas, pues la responsabilidad que llevaban en sus cabezas, seguiría sobres sus hombros, aun cuando hubieran cumplido con su tiempo de servicio militar o culminara la vida castrense de servicio a la Patria.
Es verdad que La Mina quedó triste y sola, por las decisiones políticas que usurparon a las siguientes generaciones el derecho a seguir siendo distintos, al aroma de los eucaliptos y la sombra de las nubes.
Aunque la compañía fue trasladada a la base de Hoya Fría el espíritu incorruptible del alma guerrillera, siguió forjando guerrilleros tenaces, de coraje, valor y entrega para dejar el listón alto y la honra de la COE tinerfeña en el lugar que se merecía… ¡Como si nunca se hubieran ido de La Mina! Esto fue gracias a que los mandos y guerrilleros venideros consiguieron con dogma, firmeza y ejemplo que aquel legado histórico no se desvaneciera en el olvido en simples recuerdos y anécdotas efímeras.
Se consiguió, pues la Compañía de Operaciones Especiales de Tenerife continúo escribiendo en mayúsculas su crónica de honor y gloria, que ya desde 1969 en acuartelamiento de San Carlos y a partir 1972 en La Mina, otros habían rubricado.
Hoy día peregrinamos año tras año, los guerrilleros de la 102 y 81, a las ruinas de La Mina, para mantener incorruptible el espíritu forjado con sacrificio y entrega, encastrando una vez más nuestra boina verde con orgullo y satisfacción.
La montaña de La Mina
El pasado vuelve a mí a través del olor a eucalipto y de la brisa húmeda que arrastra nubes grises en el otoño presente, las cuales, amenazan lluvia atravesando la montaña de La Mina. Y, entre tanto, yo recorro las ruinas donde se forjaron los guerrilleros de una época, de una vida.
Al caminar por aquí, retumban en mí los recuerdos atrapados en mi memoria, llenos de emociones, alegrías y tristezas. De unos jóvenes en busca de sí mismos o de aventura, para demostrar o demostrarse algo. Solo sentirnos diferentes a la mayoría nos hacía anhelar esa vida guerrillera que tanto nos brindaba, que tanto nos ofrecía. Pues nos llevaría a envolvernos con la madre naturaleza al amparo cómplice de la noche. Ella era amiga de la luna y las estrellas. Esas compañeras fieles que nos guiaban a los jóvenes guerrilleros de cara pintada en aquel sigiloso andar nocturno. Y toda aquella entrega, esfuerzo y sacrificio nos hacía olvidar la pesada carga que, a muchos, nos empujó a descubrir nuestros propios límites, nuestros propios miedos, nuestra propia voluntad y nuestra propia fuerza escondida tras la cara de la juventud.
Sigo pisando por donde pase muchas tardes de incertidumbre juvenil, en medio de esta montaña, montaña de La Mina. Arriban ahora también a mis oídos desde el recuerdo los estribillos de aquellas canciones guerrilleras, las cuales levantaban nuestros corazones lejos del hogar y del calor de los nuestros y nos daban coraje y orgullo, en nuestra labor de aprender el oficio del guerrillero. Se erizan mis sentidos evocando una canción en especial que rezaba: “Es La Mina un lujoso hotel…”, ese lujoso hotel de familia improvisada donde nos sentíamos como hermanos y sin tener la misma sangre; pero siendo capaces de derramarla los unos por los otros y sin ser necesariamente en el campo de batalla.
Ahora, mis pasos se pierden en deambular por las ruinas que me dieron cobijo, calor, disciplina, coraje y valor. Mis pies recordando sus momentos de juventud, se dirigen escalera arriba, hacia la compañía. Hoy en ruinas. Voy rememorando en silencio las carreras por estas escaleras de esos jóvenes guerrilleros que éramos, para formar, salir, hacer deporte, instrucción y marcharnos de maniobras. Y mientras, miradas fugaces a las fotos que colgaban de esta escalera. Eran de épocas pasadas y recientes, donde había hombres jóvenes con caras rudas y pobladas barbas o con caras juveniles y asustadas. Eran de un pasado mezclado en blanco y negro y en color.
Continúo deambulando por donde la emoción me embarga y los recuerdos me invaden, paseando entre camaretas hoy vacías. Aquí era donde descansábamos, resguardados de las noches frías y húmedas de La Mina. Aquí era donde la intimidad se limitaba a tu cama y tu taquilla. Esa taquilla que guardaba los pequeños enseres y las pequeñas glorias de nuestras preciadas posesiones. Recuerdo todo limpio, en orden, sobre todo, a la hora de pasar revista. Hoy, hoy está sucio, mancillado y violado por gente que nunca podrá entender el significado escondido, encerrado y enterrado entre estas paredes y nuestros corazones. Entro a los baños donde nos afeitábamos, nos aseábamos para revista y para paseo. A veces también nos resguardábamos allí en las horas del hastío solitario.
La Mina, recorrerla eriza mis sentidos aflorando mis vivencias de pactos juveniles, compañerismo, hermandad, honor, confidencias, penas y glorias, custodiadas en el tiempo por este edificio, por este recinto encerrado en esta montaña. Ahora mi andar divaga por las dependencias, hoy vacías y avasalladas, donde el olor húmedo de eucalipto sigue llenando mis pulmones, para poder seguir recorriendo los recuerdos de mi mente y las ruinas de esta montaña. Ellos, me trasladan a esa época de disciplina militar, fraternidad, frustración, sacrificio, penuria y arrojo.
Entre nostalgias llego al comedor santuario de admiración guerrillera, pues todo nuestro significado, nuestra razón de ser y nuestro orgullo estaba pintado en ese mural de la pared con pasión y con exactitud, plasmando el día, la noche, la luna, nuestra tierra, el mar, el cielo, nuestro hacer y el guerrillero. Ese guerrillero que no entiendo sin ser por y para el pueblo. Así lo guardo en mi corazón, pues la pared no pudo aguantar el ataque vil de la mano cobarde que lo mancilló ¡Pero da igual, mientras lo llevemos dentro aquellos que lo sudamos y lo palpamos! Él, ese guerrillero, seguirá en nuestras almas, nuestras historias, nuestra memoria guerrillera y nunca desaparecerá hasta que nosotros nos vayamos.
Vuelta Atlética por Etapas a Tenerife
En la COE 81 nos hacíamos visibles ante la sociedad tinerfeña para tener un vínculo de complicidad y cordialidad, pues uno de los principales objetivos de las unidades de operaciones especiales por todos conocidos es conseguir el apoyo de la población.
Una de las maneras en tiempos de paz es participar en los eventos deportivos. Uno de esos eventos fue La Vuelta Atlética a la isla de Tenerife. Era una carrera por etapas que se celebraba el día de Canarias, todos los 30 de mayo. En sus orígenes comenzaba en Santa Cruz, muy temprano, con diferentes tramos y distintas distancias, todo dependiendo de la orografía del terreno.
La prueba transcurría hacia la zona sur de la isla por la carretera vieja utilizada antiguamente cuando no existía la autopista. Municipio a municipio se pasaba de la vertiente sur a la norte con unos perfiles topográfico más duros, llegando a última hora de la tarde a la Plaza de España donde estaba la meta final.
Ni que decir tiene que la unidad desplegaba sus mejores corredores, apoyados por personal guerrillero y medios motorizados de la COE para todas las etapas de la carrera.
A continuación, se narran tres tramos distintos y en diferentes años que realicé durante mi estancia en la COE.La primera historia es del año 92, etapa de Fasnia a Villa de Arico con 17 km, en la unidad me conocen por Oliva y hacía poco que había accedido como voluntario especial a la COE 81. Ese año todavía era fumador del tabaco negro canario «krüger».
De esa etapa recuerdo con intensidad los últimos kilómetros de carrera, pues como iba sufriendo un poco… bastante, por ser fumador, en un momento dado me alcanzó un veterano corredor sexagenario o casi y me pegué a él, como un perenquén se pega a la pared, tan solo tenía 19 años. Él empezó a transmitirme sus conocimientos y ánimos, una máxima quedó grabada a fuego… «No debes correr con los puños cerrados, hazlo con las manos abiertas pues también respiran».
Cuando teníamos la meta a unos cientos de metros me ánimo a esprintar, negándome a ello, cruzamos juntos la meta con nuestros brazos alzados y uniendo veteranía y juventud. Desde ese día no recuerdo haber cerrado mis puños más al correr.
La segunda es del año 95, si no recuerdo mal. Me encomendaron la última etapa. De El Sauzal a Santa Cruz por la carretera vieja, unos 24 km. Afortunadamente ya hacía unos años que había dejado de fumar y era considerado un corredor notable en la unidad, habiendo ascendido a cabo 1° en el año 94. Para esa carrera me empeñe en estrenar unas Nike, grave error. Como siempre el alférez Morales nos metía presión, para dar lo mejor de nosotros. El perfil topográfico de la prueba tenía un desnivel fuerte en la subida hasta Gumasa y luego se suavizaba hasta llegar callejeando por La Laguna, para después descender por La Cuesta hasta llegar a la meta en La Plaza de España por la carretera vieja. Me salió mal la carrera. De esta etapa saqué varias conclusiones: no estrenar calzado deportivo y no creer que siempre te va a salir una buena carrera.
La última experiencia es del año 1996, también la última de la COE 81, pues a finales de ese año se disolvieron todas las COE y algunos GOE debido a la reestructuración orgánica del ET que culminaría con la creación del MOE en Alicante, por la inminente profesionalización. Para esta edición elegí la etapa de Santiago del Teide al Tanque de 12 km y con un perfil topográfico de «V» invertida coronada por el Puerto de Erjos, siendo el primer tramo de la «V» de un desnivel más pronunciado y corto, en cambio el segundo tramo con un desnivel a ratos suaves, a ratos cañero y largo hasta la meta. Consigo localizar al alférez y comienza a retransmitirme el «parte de guerra». ¡Joder! Este año el listón está muy alto, íbamos sextos por equipos y en las clasificaciones individuales se habían conseguido varios triunfos entre los tres primeros puestos. ¡Buf! ¡Qué presión! Y más después del fiasco del año anterior, mi esperanza estaba en no llegar el último.
Dan la salida y después de un pequeño tramo llano comienza la subida al puerto de Erjos. Mi intención era aguantar lo máximo posible al grupo de cabeza y no sufrir, para reservarme en la bajada. La verdad no recuerdo en qué momento me vi tirando del grupo de cabeza y con capacidad para ir un poco más fuerte. ¡No me lo creía! Además, me sentía pletórico y desde el furgón de la unidad estaban como locos animándome. Al final crucé la meta en 3° puesto… ¡¡¡COE!!! Una vez en Santa Cruz se realiza la entrega de trofeos. Recogiendo la COE 81 la flamante copa por su merecido y currado quinto puesto por equipos.
Además de los trofeos por las clasificaciones individuales en las etapas correspondientes. Y ahí estaba yo, todo orgulloso con mi copita de tercer clasificado, que hoy en día conservo: la primera de toda mi etapa deportiva.
Todo un colofón con honor de esta COE 81 que estaba escribiendo las últimas páginas de su gran historia, la cual fue forjada durante los últimos veinticuatro años desde su creación al final de la década de los sesenta y que al principio de sus orígenes era conocida como COE 102.
1991 Traslado de La Mina a Hoya Fría
Comienza la década de los 90 con la guerra del golfo en su apogeo. En año 1991 son llamados a filas los nacidos en 1972, fue en ese año cuando la COE 102 se trasladó al acuartelamiento de la montaña de La Mina, estrenando dichas instalaciones el 22 de septiembre y al mando de la compañía estaba el capitán Manuel González Navarro.
En 1991 servirían en la unidad los reemplazos 1° y 3°. Los impares eran movidos entre islas, aprendiendo así que existían matices culturales y acentos distintos entre las siete islas y los incorporados de la península.
La llegada a La Mina, nunca se olvida, lo primero el cambio brusco de temperatura y más en enero. Una vez abandonada la carretera, el asfalto acababa abruptamente y el camión daba bandazos hasta encarar la estrecha pista asfaltada que llevaba hasta el arco de entrada junto al cuerpo de guardia. En ese instante el olor a tierra húmeda y un aroma característico invadía el ambiente, provenía de los eucaliptos que eran custodios de la historia y los secretos de la montaña castrense, dando la voz de alarma con la llegada de los nuevos reclutas: “¡¡Carne fresca!!”. Entonces la cordialidad y el compadreo de la captación desaparecían y los guerrilleros se tornaban hostiles. ¡No hubo ningún atisbo de empatía! Pues los gritos, los empujones y algún pechazo serían a partir de ahora el día a día. Nos mandaron a formar y lo hicimos a trompicones, mientras los veteranos, cuan lobos exaltados en el frenesí de la cacería ante un rebaño asustado, esperaban cualquier error nuestro para saltar entre nosotros a dentelladas. En aquel momento de adrenalina y expectación máxima fuimos conscientes de la decisión tomada.
La Mina sobrecoge por todos sus rincones y la primera vez que entramos al edificio principal fue para subir a las camaretas a la orden de… ¡¡A la carrera!! Fuimos a tropel por aquellas escaleras, atisbando que sus paredes estaban repletas de las imágenes de aquellos que ya habían servido con honor y orgullo en La COE 102-81. A pesar de estar próxima a sus 18 septiembres, las instalaciones se mantenían aparentemente sin mácula.
Para desayunar, comer o cenar se formaba delante del comedor al lado de las cocheras. Los cabos en cabeza, luego los guerrilleros más veteranos, seguían los veteranillos y en último lugar… nosotros con caras pasmadas y el canguelo en el cuerpo. ¡Aquí fue el primer cuenta COE! Oímos un golpe seco tras otro a la vez que el cabo de cuartel enumeraba cada hilera acercándose a nuestra formación y entrevimos que el susodicho venía dando un golpe en el pecho al primero de cada hilera y al llegar a nuestra formación… ¡¡PUM!! El que recibió aquella bienvenida acabó encima del segundo y así prácticamente uno tras otro. Ni qué decir tiene que a partir de ese día, esa era la fila a evitar. Dio novedades al oficial o suboficial y pasaron los cabos que tenían su propia mesa; luego los veteranos y, por último, nosotros que al entrar quedamos sobrecogidos e impresionados ante la obra de arte que ocupaba la pared de la izquierda al entrar. Ahí estaba resumido el sentir y la esencia guerrillera transmitiendo, sin palabras, el día a día que nos esperaba en la unidad. ¡La vida del guerrillero!
Al cabo de unos días nos permitieron salir de paseo y siempre se hacían dos formaciones, en la explanada junto al cuarto del «brujo» y la furrielería; una era la de los afortunados que podían y dejaban salir, después de exhaustiva revista y la otra los arrestados que se les deshonraba despojándoles de su preciada boina verde, teniendo que volver a cubrirse con la gorrilla de pistolo, prenda despreciada después del esfuerzo y sacrificio para obtener la de los laureles y el machete. A estos les quedaba una larga tarde o día, si era fin de semana, ya que deberían afrontar diferentes tareas que el oficial o suboficial les asignará como el 2×2, el gallinero, la limpieza de toda la montaña y un largo etcétera.
Los mandos siempre tuvieron esa aura de cuasi dioses en la mitología griega, pues tenían el «Imperio» lugar donde se retiraban a debatir las próximas acciones y misiones a llevar a cabo con la compañía o recibir a los VIP o simplemente relajarse entre sus cuatro paredes. Lugar vetado hasta para el cabo de cuartel o el cabo comandante de la guardia que esperaban fuera para dar novedades; el único mortal guerrillero autorizado para circular libremente entre aquellas paredes era el encargado del Imperio.
Para el resto, el hogar guerrillero con su barra, su mesa de ping-pong, las estanterías plagadas de algunas metopas y los diferentes trofeos obtenidos en los años de vida de la compañía. Además de una sala de televisión, donde evidentemente los cabos y veteranos ocupaban las primeras filas.
En febrero la primera maniobra: endurecimiento en Las Lagunetas de La Esperanza y con la esperanza de sentir calor y las ropas secas. En marzo, El Hierro en Aviocar. Es una isla pequeña, pero no fácilmente domable. En abril, Fuerteventura. Isla árida donde sol y viento curten nuestros pasos de soldado a guerrillero. En mayo, Arenas Negras y noches heladas. Aquí hubo un antes y un después para la gran mayoría del reemplazo pues la gorra de pistolo murió. A finales de este mes se nombran los nuevos cabos y también la repesca de la prueba de la boina a los que todavía paseaban gorrilla de pistolo sobre sus cabezas, pues ya comenzaban a llegar los nuevos reclutas de las captaciones: “¡¡La carne fresca!!”. Corderos asustados para los nuevos lobos salvajes de La Mina, nuestro reemplazo pasaba al siguiente nivel.
A principios de junio a La Palma del acuartelamiento del Fuerte a la Cumbre Nueva para ejercicios de contraguerrilla y protección de autoridades. A mitad de ese mes, maniobras en la antigua leprosería para hacer fase de explosivos y combate en población. Es una zona árida y expuesta a los infatigables alisios. Se concluía con la subida al pico más alto de España, el Teide con 3718 metros.
El 7 de julio, Jura de Bandera de ambos reemplazos, pues el capitán Aguado pidió permiso al general de la Zona Militar de Canarias para no parar la instrucción guerrillera y la maniobra del Hierro. Ese mismo mes, en Los Cristianos, fase de agua. El campamento a la espalda de la montaña de Guaza y frente al mar. Por delante 16 días a tope, se finaliza con el ejercicio Tritón realizado con la Armada.
El cambio de ubicación se fraguó en 1989, debido a la reestructuración del Ejército de Tierra llevada a cabo desde las altas esferas en Madrid y, más aún, con la merma de los presupuestos. Ya no se apostaba por mantener unas instalaciones bastante obsoletas y alejadas del grueso de infantería. Las nuevas edificaciones en la base de Hoya Fría tardaron unos dos años en estar a punto para satisfacer las necesidades de la compañía.
Los reemplazos de 1991 nunca tuvimos conocimiento del traslado hasta un par de semanas antes. Fue cuando los cabos encargados de las diferentes dependencias bajamos con algunos guerrilleros para limpiar la nueva compañía a principios de agosto. Todo estaba impoluto y nuevo, pero no era del agrado nuestro ya que significaba que unos guerrilleros asalvajados y con poca sociabilidad hacia los pistolos tendrían que compartir espacio vital con aquellos que nunca podrían comprender nuestro alto nivel de disciplina, arrojo y entrega.
El día 24 de agosto de 1991 se pone el punto y final a, casi, 18 años de formación guerrillera al abrigo de los eucaliptos y la intimidad de La Mina. Los mandos siempre requirieron un alto nivel de disciplina para demostrar que el límite es una línea que siempre se puede superar.
Las instalaciones son cerradas y precintadas por el oficial de cuartel, el teniente D. José Carlos Rodríguez Pérez (fallecido en acto de servicio en Latifiya, Irak) y el suboficial de cuartel, el sargento D. Jesús Lamazares Cebrián. Mientras un convoy de tres camiones 4×4, varios Land Rover 109, una Mercedes Benz MB 120 y dos Montesas enduro dejaban su hogar. La caravana iba en silencio sin la algarabía de otros momentos; los comienzos y los cambios no son fáciles, pero el guerrillero está hecho para adaptarse.
Los primeros encontronazos no se hicieron esperar. Uno fue por los machetes, al haber algunos mandos pistolos que nos quisieron despojar de él, pero no lo lograron. Se puso punto y final a lo de ponerse la gorrilla de pistolo al estar arrestados. El comedor era común y los pistolos solían ir al libre albedrío. El capitán Aguado, con mucho acierto, incluyó en las normas de la Base que las unidades que fueran en formación tendrían preferencia de paso. Y la COE 81 comenzó con sus pasos ligeros y sus canciones guerrilleras a inundar de marcialidad militar el hastío reinante en aquella base de Hoya Fría. Intentamos mantener la costumbre de una mesa para los cabos, pero fue complicado al tener que completar las mesas y, entonces, los pobres pistolos se dieron cuenta que los que caían, tanto en una mesa de cabos como en una de guerrilleros, no comían. Teniendo unas grecas con nosotros el cabo 1° pistolo de cocina.
En noviembre se retoman las maniobras con supervivencia en la zona alta de Ravelo. Luego la primera Patrona de Infantería en Hoya Fría. En enero fase de escalada en Ifonche y, también, prueba de la boina para los del tercero, ya con los nuevos tenientes al mando de la unidad Fernando Bermejo Correa y Luis Miguel González Garijo y los sargentos José Carlos Moliné, Miguel Ángel Ruiz Galay y Miguel Ángel Moro Barrio apoyados por el sargento veterano San Agustín Vallaure que también saldría pronto destinado.
A finales de enero, el 91/1° cumplió con su compromiso a la Patria y, entre lágrimas, se despidieron de sus compañeros guerrilleros, con la certeza de que estos cumplirían con el compromiso de transmitir el espíritu de La Mina… valor, disciplina y gloria, pues en sus corazones guerreros yacía el legado que pasarían a los sucesivos reemplazos que se atrevieran a servir con honor y humildad en la COE 81.
Dedicado a los guerrilleros de la COE 102-81 de Tenerife.