Recuerdos de juventud

Teniente Coronel José Carlos Huerta (GOE I, UOE 13, 1982-84; 1985-87)

La presentación

Julio de 1982, día 21, mi primer destino como militar profesional, recién entregado el despacho de sargento de la Escala Básica de Suboficiales (EBS), fue al Grupo de Operaciones Especiales Órdenes Militares I, sito en Colmenar Viejo (Madrid), unidad de la que tanto me había hablado mi compañero “antiguo”, el sargento Expósito Barco en la realización del XXVI Curso de Operaciones Especiales, pues compartimos binomio y patrulla en algunas actividades en Jaca.

Recuerdo al sargento Expósito (III promoción de la EBS) darme auténticas charlas (casi conferencias) del GOE I, el “único de España”, “el mejor”, “el más potente”, “donde la espesa niebla de noviembre se corta con cuchillo”, “las fuentes heladas de las compañías en invierno”, “los BMR” … y desde ese año (1981-82) comencé a imaginarme la vida militar allí, en el GOE I. ¿Estaría a la altura de mis compañeros?

Incluso me aprendí el nombre de algunos de sus mandos antes de incorporarme: el comandante Muñoz Manero, el capitán Armendáriz, el capitán Chicoy, el capitán Jáuregui…, y algunos de los sargentos ya destinados como Tortosa Antón, Luis Vicente Canela, Agustín González, Julián Holguín, Perico Vázquez, Demetrio Peña…, aunque no entendía muy bien eso de las UOE, pues para mí eran todas COE.

Puedo asegurar que José Luis Expósito me puso al día en todo (fue mi jefe de patrulla en la supervivencia y, alguna vez, compartimos binomio en la fase de agua en la Escala (Gerona, en junio de 1982). Me habló tanto del comandante Muñoz Manero que llegué a conocerle en mi imaginación.

Como decía al principio, mi incorporación al GOE I estaba datada para el día 5 de agosto (1982), junto con otros cinco sargentos de la misma promoción (VI): Félix Cristóbal, Ángel Blanco, José Guillén, Pedro Barroso y el sargento Especialista (“Teleco”) Javier Moncada, aunque este se presentó en otro momento. Y como me gusta reconocer el terreno antes de ir a los sitios, le pedí a mi padre (yo no tenía vehículo) si me hacía el favor de acercarme una tarde del mes de julio para echar un vistazo a mi primera unidad en Colmenar Viejo. Y allí que fuimos.

Llegamos sobre las 18:00 horas, aparcamos en la acera de la UPLM y, siguiendo instrucciones del cuartelero, subimos a la primera planta donde se encontraba ¿de servicio? un brigada, con camiseta caqui (sin camisola), atareado en los papeles de la oficina. Al vernos, se levantó, se puso la “chupita” del uniforme (excusándose cortésmente) y nos saludó: brigada Viózquez Cerón. “¡Joder!, pensé, de este brigada tan operativo no me había hablado Expósito.”

Charlamos un rato con el brigada Viózquez, que nos enseñó amablemente la unidad y me puso un poco al día en cuanto a la hora de presentación y probable compañía de destino (UOE 13). Él fue el primer militar del GOE I al que me presenté extraoficialmente.

Y llegó el día 5 de agosto e hicimos la presentación oficial en la unidad, en el despacho del comandante jefe, los cinco sargentos de la VI promoción, antes mencionados: Félix, Ángel, José, Pedro y yo. “¿Da su permiso, mi comandante?”. “A la orden de usted, mi comandante, se presenta el sargento…”

El comandante Manero nos saludó y habló un rato con cada uno de nosotros, los cinco en grupo. Al dirigirse a mí, mantenía entre sus manos la carta de presentación que le remití días antes y que, al parecer, le había causado una grata impresión: estaba escrita en una perfecta caligrafía inglesa, de las de antes. El comandante comentó algo tal que así: “¡Ah!, tú eres el de la carta”. Yo me quedé un tanto perplejo.

Y es que, debo decir, que mi padre, como buen militar que fue, se anticipaba a los aspectos de cortesía militar como lo es la carta previa de presentación a tu jefe de destino. Y, desde mi publicación en el Diario Oficial, me recordada cada día, al menos dos veces, lo de la carta de presentación. Al final, como yo posponía sine die la susodicha carta, mi padre me dio un ultimátum y me dijo: “¡Firma aquí!”

Y eso hice: firmé mi primera carta de presentación a mi primer jefe de unidad, escrita en una muy elegante caligrafía inglesa (reitero, de las de antes), de la que mi padre era un auténtico maestro y que, al parecer, gustó sobremanera al jefe.

Como decía antes, el comandante Muñoz Manero habló con cada uno de los cinco. Recuerdo que preguntó a todos si le conocíamos de oídas, a lo que yo (no recuerdo la respuesta del resto) contesté: “Sí, mi comandante, tiene usted mucha fama entre los militares, sobre todo de exigente”. Al fin y al cabo, José Luis Expósito me hizo memorizar la vida y milagros del comandante D. Evaristo Muñoz Manero (DEP).

Actualmente, si alguno de mis subordinados del siglo XXI me pide consejo referente a la redacción de la carta de presentación al jefe, al ser destinado a una unidad (no es preceptivo hacerlo, aunque añade un plus como deferencia), yo siempre les contesto lo mismo: “Redactad una carta manuscrita dirigida al jefe de la unidad de destino, en caligrafía elegante, y remitidla por correo postal y por correo electrónico (doble activado, doble encendido, como en explosivos)”. Y, les vuelvo a remarcar: “¡Manuscrita y en caligrafía elegante!”.

Sobre finales de 1996, estando destinado en el Servicio de Helicópteros de las FAMET (Colmenar Viejo), un enlace del GOE I me entregó en mano, entre otras cosas, la referida carta de presentación a mi primera unidad como militar profesional que, al leerla, evocó en mí aquel día de 5 de agosto de 1982, en el que hice (hicimos) la presentación en el sobrio despacho del jefe del GOE I, que en esta breve reseña he tratado de reflejar (Leer el artículo “Epílogo. Viento y borrasca”).

Desgraciadamente, he perdido la carta, aunque el recuerdo de memoria.

Dedicado a los ausentes.

Recuerdos de una época

Si tuviera que reflejar un aspecto claramente significativo del GOE Órdenes Militares I, en la década de los ochenta, elegiría 4 cosas: el estridente chándal verde; la camiseta azul de deporte con el emblema de OE; el Palancar como lugar geográfico y el camión Avia como vehículo.

La primera vez que vestí aquel chándal, verde fosforito, un pensamiento recorrió mi mente: “¡Jod..!, ¡Quién habrá diseñado tan horrible indumentaria!”

Nuestra emblemática camiseta azul, con su bonito emblema también azul (UOE 13) escondía una gran virtud y una pequeña pega.

En la parte positiva, si usabas la camiseta azul como pijama, al introducirte en tu saco de dormir en la tienda de campaña, los “fuegos artificiales” generados por la electricidad estática inducida por el rozamiento, sencillamente eran espectaculares.

En la parte negativa, cuando se finalizaba un ejercicio de carrera de una decena de kilómetros, la teta derecha estaba tan irritada que incluso te dolía. El habitual cross del viernes, en el que rondábamos los 20 kilómetros, la susodicha teta derecha estaba enrojecida al máximo y en lugar de “perlas ensangrentadas” de Alaska y Dinarama, disponíamos de “tetas ensangrentadas” del GOE I.

Limitado al sur por Hoyo de Manzanares, al norte por Cerceda y al oeste por Moralzarzal, se encuentra ubicado el Campo de Maniobras y Tiro de El Palancar (coloquialmente, El Palancar), en la que tantas horas, días y semanas de instrucción devengó el GOE I.

Matalasgrajas, Navalpino, la silla del Diablo, Navahuerta y otros tantos vocablos toponímicos de esa zona están marcados a fuego en la memoria colectiva de los que una vez militamos en sus filas.

Cada jueves del año, El Palancar era nuestra morada, donde realizábamos ejercicios de tiro, explosivos, prácticas con los BMR, temas tácticos y, en general, actividad militar intensa.

El pozo de frío que constituye la cuenca de El Palancar, condensaba el aire frío de la sierra norte de Madrid justo al ocaso. La sensación gélida en el cuerpo no se te pasaba hasta que el sol aparecía en el horizonte y tomabas un café caliente.

Recuerdo un jueves cualquiera de un mes cualquiera, pongamos enero de 1984, en una jornada de 24 horas típica, en el momento de tomar la militar cena servida en una tienda Parker, el vaso de agua recién echada se solidificó en el tiempo que me llevó tomarme la sopa “caliente”, calculo que 20 segundos. Nunca, ni tan siquiera en los Pirineos, pasé tanto frío. El personal se mantuvo en constante actividad física hasta la vuelta a nuestro acuartelamiento de madrugada. Solo mencionar el nombre de El Palancar me produce, aún hoy, una sensación de escalofrío que me recorre todo el cuerpo.

En la década de los 70, cuando yo era un adolescente, recuerdo un anuncio de la televisión (en blanco y negro) que finalizaba así: “Por proyecto e ilusión, Avia será su camión. ¡Avia!”

Unos 10 años después, durante mi primer destino en el GOE I, efectivamente: ¡Avia fue mi camión!

El polivalente y sencillo camión Avia, no recuerdo el modelo, equipado con el duro motor Perkins (diésel) fue nuestro vehículo base de transporte. Barato, sencillo de conducir y muy versátil, el Avia ha sido un referente de una época, que nos trasladó por toda la geografía española, prácticamente, sin problemas de mecánica.

Además, el Avia tenía una particularidad, o mejor, dos. La primera era que, una vez iniciada la marcha en la cabina del Avia, el único personal despierto era el conductor. Y es que el ronroneo del motor producía una somnolencia soporífera difícil de controlar.

¿Y la segunda particularidad? La segunda característica no técnica y no avalada científicamente, era que la cabina del Avia, tras media hora de ronroneo y vibración del motor, producía en el personal no conductor de cabina (eran dos plazas) los mismos efectos que la famosa píldora azul tan extendida en la actualidad y usada por el personal masculino que la precisa.

Madrid, 3 de diciembre de 2023

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