Publicado el 6 marzo, 2007 por un antiguo guerrillero del GOE II
(Lolorovira). Posteado por fantasma3
Remitido por el Coronel retirado Luis García Ena
Se trata de un relato es muy revelador por lo vívido y detallado de una experiencia personal. En el fondo es una muestra de lo que se buscaba en esta, la selección de esos extraordinarios soldados. El objetivo de la prueba era la superación de instintos básicos primarios como el vértigo y la claustrofobia; la toma de decisiones individualmente como muestra de iniciativa; el valor para arrostrar los peligros; la superación del sufrimiento y la resistencia a dejarse vencer; todo ello en situación de estrés y debilidad física por agotamiento.
La prueba se hacía en la zona del pantano de los Bermejales y en el túnel hacia Alhama de Granada. Se cita a los tenientes Rafael Rojas Esparza, Ramón Molina Santiago y al sargento Juan Carlos Valverde Martín.
Año 1986 prueba de la boina
No ha amanecido y nos llevan en camiones lejos, muy lejos. En un terreno totalmente desconocido y, por binomios, nos dan cuatro puntos topográficos. Los puntos son como uno en Madrid y el otro en Huelva. Tardamos en hacer ese recorrido el día entero.
Llegamos anocheciendo al último punto, dejamos cetme y mochila y nos llevan a la entrada de un túnel que es una mega tubería de unos 3 o 4 metros de ancha. En el túnel se entra solo, cada equis tiempo, uno para adentro.
El teniente Rojas, a la entrada del túnel, va diciendo al que entra que se pegue a la pared de la derecha porque hay alcantarillas por el centro y que igual alguna no tiene tapa, además está prohibido hablar o gritar dentro y que al final hay dos salidas e indica que hay que salir por la de la derecha.
Así que nada, para adentro. Al principio, hay un pequeño reguero de agua que ni te fijas; pero luego el agua va subiendo. La oscuridad es total. Cuando el agua llega por las rodillas empiezas a mosquearte esperando que el agua no suba más. Cuando te llega por la cintura ya sí que dices: «Chungo, chungo, chungo. Esto va en serio”. Cuando el agua te alcanza casi al pecho dices: “Ya está. Como el agua me cubra, a ver para dónde nado. De aquí no salgo vivo ni de coña”. Afortunadamente, el agua no pasa del pecho.
El túnel es interminable y, con el agua que no se puede ni andar, acojonante. No sé el tiempo que estuve dentro; pero, según nos enseñaron en una foto de una placa, tiene de largo 7,5 km.
Por el centro, más o menos, hay un veterano con una linterna apuntando al que pasaba. Cuando llego a su posición y veo el túnel con la linterna la impresión es acojonante de verdad. Por fin, ves un par de puntos de luz y piensas que ya se acaba el puñetero túnel pero hasta que llegas a salir se te hace más interminable todavía.
Como iba diciendo, llego por fin al final del túnel. Hay dos salidas y tiro para la derecha como dijeron al entrar. Me parece ver una silueta de alguno y pienso que se ha equivocado de salida porque sigue de frente y le grito que dijeron por la derecha.
En esto el sargento Valverde, que está sentado en una especie de escalones que hay por arriba del túnel, me da la bulla por hablar y me dice que cuerpo a tierra. El agua en ese momento por la cintura. Yo que meto un poco la cara en el agua haciendo el paripé (por si colaba) y me dice que si quiero que baje y me lo hace él. El muy… me hizo sumergirme entero. Me pasé el resto de la prueba tiritando; no había manera de controlarlo.
Me apunta y me señala una señora rampa por donde baja el agua del túnel y me dice que hay una cuerda, que baje en rápel simple; o sea, la cuerda a la espalda y que siga por otro túnel que hay abajo. Joder, ¿más túneles? Me pongo de espaldas a la rampa y cuando voy a coger la cuerda me resbalo porque eso está lleno de musgo o lo que sea y la bajo rodando. El sargento, desde arriba, dándome voces, pero a esas alturas me importa tres cojones lo que me pueda estar diciendo. Este túnel es mucho más corto: desde que entras ves el punto de luz del final. Este lo pasas con la gorra.
Cuando estoy casi al final, medio en sombras, parece que alguien está dando patadas a algo. Efectivamente, el alguien era un instructor y el algo era Carpio. Resulta que aquí hay que meterse por una tubería de unos 50 cm de ancha. Vamos que cabes tumbado y justito.
Lo primero que piensas es en rezar porque como esa tubería, estrecha de cojones, fuese de larga como el túnel apaga y vámonos. La situación es cómica para hartarse a reír, pero yo no tenía ganas. Yo estoy firme esperando que el instructor me diga qué hacer. Resulta que el Carpio es más bien gordito y no cabe por la tubería y el instructor está empeñado en meterlo. Le mete la cabeza dentro y le da patadas en el culo; pero no hay manera: no cabe. En esto que empieza a llegar más gente por detrás y el instructor está con un cabreo de cojones porque se le acumulaba el trabajo. Se lleva a Carpio unos metros y le dice que o la tubería o que se tire por donde le señala. Debe de estar alto porque Carpio le pide un paracaídas y, otra vez, a discutir los dos: «Que cómo me voy a tirar por ahí; que tal y cual».
Yo estoy allí, firme, calado hasta los huesos y tiritando de frío, quedándome con la sonrisa de Alaska, ya que le doy cuatro voces al instructor para que me diga de una puta vez qué tengo que hacer. Él, conmigo, igual a voces. Total, que me apunta y que me meta por la tubería. Aquí se cabe justito, justito y, a rastras, avanzas. Por dentro se hace un poco más ancha porque cabes de rodillas, pero agachado. De pronto, se acaba esa zona más ancha, pero como la oscuridad es total tú no lo ves y te pegas de frente contra una pared y vuelves arrastras otra vez.
Esta es mucho más corta que el túnel; ni comparación. Al final, asomas la cabeza y te encuentras rodeado por todas partes de pared y, delante, un vacío que se ve todo oscuro.
Me encuentro metido, casi encajado, en una tubería de unos 50 cm de ancha y asomo la cabeza: estoy rodeado de pared. Delante tengo un vacío. Miro para abajo y veo todo oscuro. A la izquierda, medio parecía (porque sigue siendo de noche y se ve regular) como el cauce de un río artificial. De frente, la pared del cauce y arriba, oscuro, como si fueran matorrales grandes.
Digo: “Bueno, ¿y ahora qué hago aquí?”. No se ve a nadie. En esto que hacia arriba a la derecha veo, en una lumbre, crecer las llamas. Se conoce que el encargado de la fogata se ha ido a buscar leña. Le grito: «A la orden». Me coje los datos y me dice que salte y que para abajo hasta el siguiente punto.
Digo: “¡¿Para ahí abajo… qué hay!?”.
Como no se ve mucho, no podía calcular bien la altura; pero tampoco es mucha; más o menos entre 2 y 4 metros; no creo que haya más.
Me dice que hay agua y que mejor no la beba. Digo: “Ya y qué… ¿hay que tirarse de cabeza o qué?
Me contesta: «Yo que tú, caería de pie».
Le pregunto que cómo hago para caer de pie si los traigo un metro ochenta detrás y me dice que muy fácil, buscándote la vida.
Dichosa frase. Está, el “¡No me cuentes cuentos!” y el “¡Jódete y no haber venido!”. Te lo tienen que estar restregando todos los días tres o cuatro veces, si no no son felices.
Saco un poco el cuerpo, tanteo toda la pared de alrededor por si hay algo para agarrarse y… nada, lisa completamente. Así es que me meto otra vez para dentro de la tubería. Total, que intento agarrarme del filo inferior de la tubería y empiezo a sacar el cuerpo; pero me retuerzo la cabeza contra la pared y no termino de salir. «Oooootra vez pa’dentro». Aquí me da la risa, parezco una araña saliendo y entrando del agujero. Al final digo: «A tomar por culo. Tiro para adelante y a ver si me puedo dar la vuelta en el aire”.
Bueno más o menos caigo de espalda. El instructor no mentía: agua era, pero como una cuarta nada más porque debajo de esta poca agua lo que hay es por lo menos medio metro de purito y asqueroso cieno. La impresión que te da cuando caes y ves que eso está blando y que te vas hundiendo……flipas. Son escasos segundos hasta que tocas fondo, pero de cojones. Este tramo, aparte de asqueroso, es agobiante. Son unos cuantos metros de cieno hasta las rodillas, más o menos, y una pequeña rampa que tiene agua. Ni que decir tiene que te caes un montón de veces porque vas a sacar el pie y no sale y te caes. Encima las botas de hebilla que llevas la mitad de las veces se me quedan dentro del cieno.
Te pringas de cieno hasta las células madre.
Hay cuatro o cinco de estos. Unos metros de cieno, un pequeño muro y la rampita. En cada rampa descansaba porque la pelea con el cieno hasta el muro me quita la poca energía que me queda. Terminado este tramo de los cienos estás medio zombi, de cieno hasta la medula y, prácticamente, agotado.
Hay otra hoguera con un instructor que me vacila no sé qué de perfume; pero no tengo yo ganas de bromitas. Lo dirá por el pestazo a cieno que llevo. Me dice que de frente y que me agarre a las rocas de la derecha, que está jodida la cosa.
Esto es una especie de pasillo con dos murallas de rocas y arbustos a los lados que se van separando y llegas a un río. A mí, me pareció el Tajo directamente y, por supuesto, el agua va subiendo de nivel y cada vez con más fuerza la corriente. Tengo que agarrarte con fuerza porque la corriente crece a marchas forzadas. La roca es muy buena, llena de huecos como si fuera un queso gruyer.
En un momento dado, la corriente es demasiado fuerte y yo ya no tengo fuerzas. No puedo avanzar; lo intento una y otra vez, pero nada. Soy incapaz de seguir. Los brazos se me duermen y las manos las tengo agarrotadas y me duelen un montón. Digo: «Hasta aquí hemos llegado, amigo. Se acabó». Me entra tal tristeza y tal impotencia y tanta desesperación al ver que no puedo seguir que me arranco a llorar. Pienso que voy a ser el único que no lo consiga; que todos lo conseguirán menos yo. Me estoy imaginando la entrega de boinas y yo apartado por mierdecilla. Joder qué mal me siento y qué vacío más grande.
Pero el destino solo me está vacilando y la situación cambia radicalmente en forma de niño cabezón bululú y cansino que siempre estaba en la compañía cantando canciones raras de no sé qué de unas moscas que tenía en una caja. Dormía por mi zona en la compañía y cada vez que se me cruzaba se ponía nariz con nariz y te cantaba una de estas canciones raras de las moscas. Como decía, estoy KO; no puedo más y de pronto oigo gritar: «Cógemeeeeee. Cógemeeeeee». El Manjón, el volunta de las moscas, baja dando zarpazos en el agua a toda velocidad. Todo es muy rápido y no me da tiempo ni a pensar. Suelto mi mano izquierda. La alargo todo lo que puedo y le pillo por el cuello de la guerrera, por detrás. Dos segundos más o cinco centímetros más alejado de mí y no lo pillo. Se agarra a mi brazo como un poseso y le digo: «Rápido a las rocas porque me arrastra a mí también». Se pone a decir: «Gracias, tío. Gracias, tío. No veas qué corriente. ¿Eh?». Y dice: «Vamos». El puto niño, que cualquiera sabe si se podía haber ahogado, a los tres minutos de estar agarrados en las rocas me dice: «Vamos». ¡Me deja flipado!
Por vergüenza torera sigo, y no sé por qué, pero esta vez voy. Poco a poco, vamos avanzando y las rocas van girando a la derecha. La corriente no es tan fuerte. Seguimos hasta llegar a una pequeña playa con otra hoguera y otro instructor. La maldita noche es ya eterna; no se termina nunca y cada punto es peor que el anterior.
Me enseña una cuerda que está a ras de agua y me dice: «¡Hala! Agárrate a la cuerda y a cruzar el río, que ya es lo último».
A lo ancho, el río es impresionante. Pienso que es un señor río cruzarlo a lo ancho de una vez; pero claro pensar algo con los mandos de la COE es perder el tiempo. La cuerda tira hacia arriba, de frente a la corriente como en diagonal. En cuanto avanzas unos metros te cubre el agua. Aquí hay mucha luz de farolas, o lo que sean, y, según avanzas, ves el río de frente a ti y a los lados, dos pedazos de muros. En el extremo final hay alguien gritando, dándote ánimos para que sigas, que ya es lo último, etcétera. El recorrido en esa cuerda es más grande de lo que te esperas, por lo menos 20 o 30 metros si no son más. La impresión que causa cuando miras de frente al río es apabullante; sientes su poder en forma de corriente, es exagerada; «es la hostia». Yo lo tengo súper claro. No me volverá a pasar lo de las rocas; o cruzo por la cuerda o me ahogo, pero que muy a gusto. ¡Antes muerto que sin boina!
Ya lo creo que lo paso… «muy putas», pero lo paso, porque me hundo con la cuerda; salgo a flote; avanzo un poco; me hundo…en fin, que cruzo.
Cuando llego al final el que está allí me dice: «Enhorabuena, guerrillero. Sube por esa cuesta que ya se acabó el agua». Joder con la cuestecita. ¡Qué empinada! Pero yo voy ya en modo automático.
Llego arriba y está el teniente Molina y un montón de mochilas de combate y cetmes. Me dice que busque lo mío y, señalándome con el brazo, me indica dirección noroeste al campamento. Ni planos ni leches. Me encuentro al Coke que va abrazado a sí mismo hecho una pena y le digo que en cuanto estemos un poco lejos hacemos una lumbre. La hacemos y, en diez minutos, nos quedamos fritos tumbados encima de un montón de piedras. Tardamos en llegar al campamento ni se sabe. Pasamos por pueblos pequeños preguntando por El Padul y todos nos dicen lo mismo: «Sí, eso está hacia allá, pero está muy lejos.» Sí está lejos, sí. Al final, en una carretera nos ponemos a hacer dedo y un colega, en un furgón grande, nos deja muy cerca. Al parecer a algunos los ha tenido que ir a buscar la Guardia Civil porque acabamos dispersos por media Granada.
«COE, siempre adelante».