Vicente Bataller, General de Brigada (retirado)
Presidente de la FEDA VBVE
Introducción
Desde que en 1976 experimenté por primera vez una supervivencia con motivo de realizar el Curso de Operaciones Especiales en la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales (EMMOE) de Jaca (Huesca), me fascinó este tema. Aprovechando el entorno geográfico del Pirineo aragonés, en Jaca se obliga a los alumnos a mantener un continuo contacto con la naturaleza, donde, además de aprender a subsistir en una situación de emergencia, también se contemplan disciplinas tan diversas como el esquí, escalada, orientación, vida y movimiento en montaña, submarinismo, paracaidismo y otras actividades, todas ellas obviamente desarrolladas fuera del escenario urbano.
Conviene recordar que, de muchas de estas actividades, y del deporte en general, el ejército ha sido pionero en introducirlas y difundirlas dentro de la sociedad española. Sin ir más lejos fue en 1945, con la creación de la Escuela Militar de Montaña, cuando por primera vez en suelo hispano se impartieron clases de esquí, escalada y montañismo. Anteriormente ya había ocurrido lo mismo con la enseñanza de la educación física; fue la Escuela Central de Educación Física de Toledo el primer centro oficial en enseñar esta materia. Lo mismo pasó con el submarinismo, que dio sus primeros pasos en el Centro de Buceo de la Armada de Cartagena, y el paracaidismo, que se estrenó en la Escuela de Paracaidismo del Ejército del Aire de Alcantarilla (Murcia).
Luego, con el transcurrir de los años, estas actividades con un cierto grado de riesgo, practicadas inicialmente como una necesidad surgida para el adecuado entrenamiento de algunas unidades especiales de las fuerzas armadas españolas, traspasaron los muros de los cuarteles y se proyectaron sobre multitud de clubes civiles donde empezaron a impartirse como deportes de aventura, actuando inicialmente de profesores, en la mayoría de los casos, militares o antiguos soldados que habían adquirido la experiencia durante su estancia en el ejército. Lógicamente, con el tiempo, estos centros privados perfeccionaron las diferentes técnicas, e igualaron o incluso superaron, en algunos casos, a las propias escuelas militares.
Mis veinte años de destino en unidades de montaña y operaciones especiales (sobre todo en estas últimas), me han dado la oportunidad de conocer a fondo el entorno natural a lo largo de múltiples días de vivaqueo en el campo, y de dirigir, en varias ocasiones, “supervivencias”, especialidad a la que me aficioné desde que fui profesor de esta materia en el curso de operaciones especiales de la Legión (1983-84), desarrollado esta vez en un enclave distinto, pero no por ello menos bello, la serranía de Ronda. Escribí desde entonces varios artículos sobre este tema en las revistas Ejército y Defensa Internacional.
Tipos de supervivencia
Se entiende por supervivencia, en su sentido más amplio, el conjunto de actos o estado por el que se continúa viviendo a pesar de afrontar carencias a corto y medio plazo de extrema gravedad. Admite un escenario artificial o una causa distinta a la catástrofe natural como puede ser una guerra o un encarcelamiento tercermundista. Desde un punto de vista militar, la supervivencia se contempla como una situación en la que un combatiente, o una unidad, se ven obligados a subsistir con los recursos que le proporciona la naturaleza, así como mantener las condiciones físicas y psíquicas que le den la posibilidad de seguir con vida y combatir. Se puede clasificar en individual, cuando la realiza una sola persona, o colectiva si afecta a un grupo. Ambas modalidades pueden darse en una situación obligada o prevista, denominándose entonces supervivencia de emergencia o voluntaria respectivamente. A su vez, esta puede dividirse en controlada o incontrolada, según exista o no un grupo de instructores o monitores que la dirijan técnicamente y proporcionen ciertos recursos.
Las prácticas de supervivencia en las COE se enmarcan, por tanto, en una supervivencia colectiva, prevista y controlada por unos mandos que actúan como instructores. Consisten en adiestrar a los boinas verdes a que subsistan en el monte, solo y exclusivamente con los medios naturales a su alcance. Se les enseña a pescar, con aparejos fabricados por ellos, a cazar con trampas y armas de igual procedencia, a fabricar pan, a diferenciar las distintas plantas y, por supuesto, a recolectar las comestibles y cocinarlas. También fabrican sus propias cabañas, utensilios, zapatos, etc.
Esta experiencia ayuda a los boinas verdes a vencer la aversión natural ante algunos alimentos, a superar la sensación de angustia producida por el hambre, así como a fomentar aún más la seguridad en sí mismos. La convivencia en grupos reducidos, la distribución equitativa del trabajo y de los alimentos, la tolerancia al esfuerzo físico continuado y la presión constante ejercida por los mandos en todas las actividades permite el conocimiento de los límites de resistencia tanto individuales como el de los compañeros y del grupo. Podemos afirmar que, superada la fase, el boina verde, tras los descubrimientos de índole físico, fisiológico, psíquico y social, se encuentra preparado para enfrentarse a situaciones difíciles por sí solo, con iniciativa, determinación y espíritu de unidad.
Normalmente, estas prácticas comienzan tras un ejercicio de táctico donde la unidad ha quedado rebasada por el adversario, se encuentra lejos de las líneas propias, y cuenta solo con los recursos que obtengan de la naturaleza para sobrevivir. No obstante, en ocasiones este ejercicio puede ir precedido de una captura e interrogatorio de prisioneros y posteriormente de una evasión y escape, lo que supone incrementar, a la dura experiencia de la supervivencia, una presión psicológica previa (prisioneros) y un elevado desgaste energético por la marcha prolongada en que se traduce la evasión, realizada obviamente sin contar con alimentos.
Homínidos: la supervivencia la especie
Las prácticas de supervivencia, cada vez más en auge como hemos mencionado, han sido sin embargo habituales en la historia del hombre. No en balde nuestros antepasados, para subsistir y obtener comida, tuvieron que aprender a fabricar utensilios, lanzar objetos, refugiarse de las inclemencias del tiempo, encender fuego, cazar, pescar…
Fueron durante muchos miles de años actividades obligatorias y aún lo siguen siendo para determinadas tribus que, actualmente, viven en condiciones primitivas. ¿Existe una herencia filogenética de los aprendizajes de subsistencia del hombre primitivo, transmitida a través de los genes, generación tras generación hasta nuestros días?
Hasta que el hombre adquirió un cierto grado de civilización, la supervivencia de la especie ha sido una constante en su historia evolutiva. Al principio los árboles ofrecían a los homínidos no solo protección contra las fieras sino alimentos al alcance de la mano.
La destrucción de enormes masas de bosques, como consecuencia de las glaciaciones, obligaron a nuestros antepasados a tener que vivir en grandes sabanas y adaptarse por lo tanto a un nuevo entorno en el que aprendieron a cazar animales, comer hierbas del suelo y defenderse de los carnívoros terrestres.
Este reajuste conductual posibilitó el dominio del bipedismo (austrolopitecus), precisamente con un modo de supervivencia (a mayor altura, mejor vigilancia contra los depredadores), que junto con otros comportamientos beneficiosos fueron transmitidos genéticamente, heredando los hijos las técnicas de subsistencia aprendidas por los padres. Al quedar las manos libres y permitir por lo tanto la utilización de instrumentos extracorporales, estas técnicas se perfeccionaron, especialmente por el homo-sapiens que fue capaz de controlar el fuego y llevar a cabo lanzamientos de gran precisión.
Por otro lado, la evolución social de la vivencia en grupo ha pasado cronológicamente por la cueva, choza, pequeño poblado, pueblo rural, ciudad y gran urbe, con una entidad del grupo que ha variado desde una o varias familias hasta varios millones de personas, y el marco ambiental, desde el contacto con la naturaleza, como exclusivo medio de vida, hasta la dependencia casi absoluta del hormigón y la máquina como única forma de subsistencia. Los descendientes de los homínidos, ahora, en la mayoría de los casos, disponen de todo aquello que carecían con solo apretar un botón o abrir un frigorífico.
En este sentido, los cuadros de mando y soldados que se incorporan al ejército procedentes de esa sociedad del bienestar deben de estar preparados para, en caso de crisis, vivir situaciones estresantes, sin descartar que puedan caer prisioneros o incluso verse obligados a sobrevivir con los recursos naturales tras quedarse aislados durante una operación militar. En los boinas verdes, montañeros y paracaidistas, debido a las misiones que tienen encomendadas, esta posibilidad es aún mayor.
La supervivencia en el siglo XXI
Las primeras escuelas de supervivencia fueron militares, creadas de una necesidad descubierta durante la II Guerra Mundial y conflictos posteriores para salvar a pilotos abatidos, náufragos, evadidos de campos de prisioneros… Estas experiencias se trasladaron posteriormente al campo de la protección civil, especialmente en Estados Unidos y Centroeuropa, para sobrevivir a las catástrofes naturales como terremotos inundaciones, huracanes, maremotos, temporales de nieve… Finalmente pasaron al terreno de la educación, dentro de las actividades a practicar en la naturaleza, como origen primario del resto de actividades, pues según las reflexiones citadas anteriormente, nuestros antepasados más remotos, para sobrevivir, para comer, tuvieron que aprender a orientarse, a correr, a nadar, a trepar, a bucear, a saltar, a lanzar,… Estas actividades que con el tiempo dejaron de ser más necesarias, adquirieron un carácter lúdico y se convirtieron en deportes.
Veamos a continuación, como ha evolucionado la supervivencia en los últimos tiempos. El embrión de la primera escuela de supervivencia se crea en USA por el coronel Stampados en el aeródromo de Carson, Colorado, en diciembre de 1949. De allí, se traslada en 1952 a Stead, Nevada, donde cada curso dura alrededor de dos meses. Pronto se organiza otra escuela en McCall, Idaho. Más tarde, Gran Bretaña y la Unión Soviética, al ver la utilidad de estas enseñanzas, fundan sus propios centros militares especializados en esta materia. Actualmente, en el ámbito militar occidental, se imparten cursos de supervivencia en todos los ejércitos, especialmente para pilotos, marinos y fuerzas especiales. Existe una escuela de la OTAN en Weingarten, Alemania, país que además cuenta desde 1960 con un centro propio en Hamburgo. En Italia, Portugal, Francia, Bélgica, Holanda y Grecia se desarrollan cursos con una duración que oscila entre quince días y un mes.
Estados Unidos, como pionero en este campo, es la nación más avanzada, y actualmente realiza cursos de instructor de supervivencia en sus diferentes modalidades: de combate, en el mar, en el ártico, en selva y en el agua. Como ejemplo de uno de ellos, el de Instructor, tiene una duración de seis meses y consta de nueve fases, donde sucesivamente se experimentan supervivencias en distintos tipos de terreno, campos de prisioneros, etc. Esta escuela se considera la más especializada del mundo por la minuciosa recopilación de datos de supervivientes reales. En definitiva, el ejército estadounidense, que conoce por experiencia la importancia de la evasión, el escape, la supervivencia y la información obtenida de los interrogatorios, invierte mucho tiempo en entrenar a sus hombres en estas técnicas en base a las observaciones de soldados y marineros que ya han experimentado este tipo de penurias en diferentes conflictos.
En lo que a España se refiere, las primeras nociones de supervivencia aparecen en 1945, con la creación de la Escuela Militar de Montaña en Jaca (Huesca) como centro de enseñanza para diplomar a mandos del ejército en esquí, escalada, vida y movimiento en este entorno. Más tarde, en 1957, se imparte por primera vez el curso de operaciones especiales, entonces denominado de “guerrilleros”, con clara influencia de la doctrina USA, motivo por el que la instrucción de supervivencia empieza a considerarse importante, sobre todo para las fuerzas especiales. Con los años, oficiales españoles que realizan cursos extranjeros de supervivencia, sobre todo en Estados Unidos y Alemania, aportan mejoras técnicas que se incorporan al curso español de OE para cuadros de mando.
A partir de 1962, con la fundación de las primeras compañías de operaciones especiales (COE), cientos de jóvenes españoles que voluntariamente encuadran sus filas pasan por esta experiencia durante unos 10 días. El entonces capitán Vázquez Soler, gran aficionado a la naturaleza, jefe durante muchos años de la COE 12 de Plasencia y más tarde, ya de comandante, jefe del curso de OE de la escuela de Jaca, se considera como uno de los militares más expertos y que más impulsó esta materia desde sus inicios. En lo que respecta a la infantería de marina y el ejército del aire, inicialmente envían a formar instructores a la escuela de Jaca, de manera que el adiestramiento en supervivencia se extiende dentro de las fuerzas armadas. En 1984, se crea un curso especial para pilotos de aviación en la escuela de paracaidismo de Alcantarilla (Murcia), donde se introducen las prácticas de supervivencia en el mar. Posteriormente, se incluyen nociones de cómo sobrevivir en la naturaleza en los cursos de formación de pilotos de helicópteros.
Fuera del ámbito militar, en la década de los 80, aparecen en nuestro país multitud de manuales sobre supervivencia que invaden las librerías en señal de una fuerte demanda social. La mayoría son escritos por antiguos oficiales o soldados de las fuerzas especiales extranjeras; ofrecen una copia de los reglamentos militares, no siempre válidos en la geografía española. También se organizan las primeras escuelas de supervivencia en España; el naturalista Lorenzo Mediano es uno de los pioneros en esta materia, vive y practica la supervivencia en pleno Pirineo y organiza cursillos en la zona de Graus (Huesca). Por primera vez en España, nace una supervivencia fuera del contexto militar que se relaciona con los deportes de aventura, con un enfoque educacional.
Siguiendo sus pasos, en el ámbito civil se crean escuelas de supervivencia en diferentes puntos del territorio español y se imparten cursos técnicos de distintos niveles (básico, medio, avanzado…) y en diferentes tipos de terreno (montañoso, desértico, en el mar…).
Sin embargo, existen facetas de índole psicológico y sociológico más difíciles de poner en práctica y experimentar de manera similar a como ocurre en las COE, donde los soldados no saben ni cuándo empieza ni cuándo termina la supervivencia, ni en qué lugar va a instalarse el vivac, ni los días previos de marcha hasta llegar al mismo.
En definitiva, los boinas verdes son los que en España más años de experiencia tienen en este campo, precisamente porque sus misiones especiales, llevadas a cabo en la profundidad de la retaguardia enemiga, según lo dicho, les pueden conducir en más de una ocasión a quedarse aislados sin posibilidad de recibir apoyo logístico y, en consecuencia, tener que subsistir con tan solo los recursos que les ofrece la naturaleza. Situación que también se puede presentar durante la estancia en un campo de prisioneros o tras la evasión de este.
Extraído del libro Prácticas de Supervivencia en la COE. Bataller, Vicente. Fundación Tercio de Extranjeros. Está agotado, pero se puede ver o descargar en la Web de la Federación https://fedavbve.com/libros/