Mi paso por la COE de la EMMOE

Juan Castillo Sánchez, Tío Juan (Cabo I de España y V de Alemania)

Con 18 años, convertirme en un boina verde, fue el mayor sueño de mi vida. Fue un sentimiento muy profundo, un fiel compromiso con unos compañeros, una finalidad y una bandera.

Enseguida me di cuenta de que una COE no era como lo pintaba el populacho. El compañerismo se forjó desde el primer instante al estar, todos los integrantes de mi unidad, sujetos a una disciplina y a un trabajo muy serio lleno de sacrificios.

Para nosotros, la boina verde es el símbolo más preciado de un guerrillero, es el máximo honor. Representa todas nuestras cualidades. Sin ella, no se puede concebir un guerrillero y, con ella, un guerrillero español no tiene parangón.

Seguíamos muchas tradiciones que, como en cualquier otra COE, forjaban una manera de ser y de comportarse. Cuando se podía, buscábamos momentos de asueto para divertirnos y pasarlo bien y, en ocasiones, casi sin quererlo, éramos el comentario del resto de unidades que nos conocían, definiendo así un señalado respeto, cosa que, por otro lado, nos satisfacía. En mi caso, como cabo 1º profesional, notaba perfectamente cómo los soldadicos del acuartelamiento me miraban de reojillo al pasar delante de ellos, murmurando sobre mí.

Todos éramos voluntarios y me llevaba muy bien con el resto de la tropa. Además, siempre tuve el apoyo y cariño de mis compañeros del cuadro de mandos; pero, sobre todo, tuve dos personas que influyeron grandemente en mi personalidad: la primera fue mi padrino de guerra el Tío Luis (Luis Salavert Celdrá), un sargento 1º que me instruía tanto en lo militar como en lo personal, pues constantemente me daba buenos consejos, y con el que mantenía numerosas conversaciones de lo divino y de lo humano. Por su influencia, acabé por tener mi propio nombre de guerra, Tío Juan. La segunda fue el capitán Carbonell. Fui su enlace operativo y guardaespaldas. Donde iba él, yo le seguía. Estas dos queridas personas, acabaron de forjar mi manera de pensar y actuar.

Además de nuestra instrucción específica, también realizábamos temas de doble acción o en conjunción con el curso de OE para mandos del Ejército de Tierra. Sucedió que, a los pocos meses, me tocó ser jefe de una guerrilla, en un ejercicio con el curso, ambos en el mismo bando. Aquello supuso para mí una preocupación, pues me estrenaba como líder guerrillero, lo que suponía tener dotes de organizador, instrucción adecuada para conducir la lucha de guerrillas y, muy en especial, obtener, interpretar y explotar la información sobre el adversario. Tuvimos que dar un golpe de mano en un apeadero de RENFE, en lo que se conocía como un “ataque de valoración”, lográndolo con éxito y, con ello, adquirí más experiencia militar. Poco a poco, crecí profesionalmente.

Conforme pasaban los años, los alumnos del curso empezaron a tenerme muy en cuenta, pues en numerosas ocasiones les tomaba como prisioneros, por lo que mi nombre de guerra ya no pasaba desapercibido.

La COE imprimió carácter. Aprendí a ser disciplinado, noble y leal, con espíritu de servicio. Todos los que hemos servido en este tipo de unidades, bien podemos decir con orgullo que pertenecemos a una gran familia.

Antes de licenciarme, tuve la idea de anotar en un cuaderno todas las anécdotas que recordaba a lo largo del tiempo que permanecí en la COE, con la idea de publicarlas algún día. En consecuencia, el mes noviembre de 2021, coincidiendo con el XL aniversario de nuestra COE de la EMMOE, tuvo lugar en las instalaciones de La Escuela en Jaca la presentación del libro que tanto deseaba tener en las manos: MEMORIAS DE UN BOINA VERDE.

Lógicamente, no me considero un escritor; pero, con este libro, pretendí dejar por escrito muchas de aquellas vivencias y otros datos que destacaron durante los años que serví en la COE de la Escuela en el tiempo comprendido entre la fundación de la unidad, en noviembre de 1981, hasta mi licencia en octubre de 1988.

Pronto me convencí de que podría incluir, también, breves relatos anecdóticos y alguna cosilla más para plasmarlos en un libro. El lector encontrará relatos muy diversos, alegres, cómicos, tristes, trágicos, curiosos, palabras malsonantes, refranes, voces y expresiones aragonesas, anécdotas que nos harían sonrojar en otras circunstancias e, incluso, relatos que podrían llegar a herir la sensibilidad del lector. Como ejemplo, me gustaría destacar el siguiente pasaje que, como muchos otros, puede ser muy común en la época de las COE:

Origen del “Tío Juan” como nombre de guerra

Escoger un nombre de guerra es una tradición en operaciones especiales. Puede ser impuesto porque alguno se lo gane a pulso o uno mismo decida qué nombre ponerse. Pero en sí, indica una cualidad que posee un individuo por cualquier motivo. Pero no era requisito indispensable buscarlo de inmediato, sino que podría quedar establecido en varias semanas.

En estas unidades especiales, es costumbre que un veterano se haga cargo de un soldado nuevo para apadrinarle, lo que vendrá a llamarse respectivamente “padrino de guerra” y “ahijado de guerra”.

Entré de lleno en la COE como cabo 1º, proveniente de otra unidad militar. Enseguida, un sargento 1º me apadrinó. Luis, como así se llamaba, cuando hacíamos algo de cualquier índole y los muchachos querían dar su parecer, para unificar criterios y doctrina, cortando las desavenencias, siempre acababa diciendo: “¡De todos los que estamos aquí, el que más sabe de todo esto es el tío Luis!” “¡Aquí se hace lo que dice el tío Luis, que es el que más sabe de esto!” “Así que no os enrolléis Charles Bollers, que os enrolláis más que las persianas” Lo decía muy a menudo. Se convirtió en una costumbre, siempre con respeto y subordinación, pero tratando de que sus soldados fueran lo más felices posibles, por ser una preocupación constante el instruirles como soldados y personas, bromeando y cumpliendo como tales. De esta manera, lo de “tío Luis” caló tan hondo, que se quedó con este nombre de guerra entre nosotros. Por admiración a este excelente militar y mejor persona, acabé también con lo de “Tío Juan”.

El Tío Luis empezó de soldado en la COE-32 de Paterna, Valencia, donde hizo la mili como cabo 1º y se reenganchó posteriormente. Al ascender a sargento, realizó el Curso de OE. Me contaba muchas cosas y me instruía en muchas otras profesionales y de la vida; pues, apenas, tenía yo 18 años.

También fui bautizado con un segundo nombre, “Temerario”, nombre que aún recuerdan los más antiguos. 

A lo largo de mi trayectoria profesional tuve tres ahijados. “Coyote” fue el primero, que llegó a ser un buen cabo, y se licenció al finalizar su servicio militar. Los dos siguientes fueron cabos 1º profesionales. “Tío Pepe”, gallego de un Concello de Pontevedra, que durante su servicio militar ascendió y, enseguida, lo apadriné; se reenganchó más tarde, siempre estaba sonriendo. Posteriormente, se presentó a la oposición para ingresar en la Academia General Básica de Suboficiales y siguió la carrera militar. Y el maño “Tío Miguel” que vino rebotado de una unidad de pistolos que se disolvió en Zaragoza.

“Y fueron tiempos felices. Fue la cruda realidad de la COE”.

Quizás escriba una segunda parte…

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