Coronel Carlos Alba Alonso
Antiguo teniente y capitán de la COE 72
Sirva este relato para mantener vivo el recuerdo de todos los que, como tropa, suboficiales u oficiales, formaron parte de la COE 72 (Gijón) y, por qué no, de quienes de una forma u otra quedaron vinculados a ella: familias y personas con las que se mantuvo algún contacto o colaboración a lo largo de tantos días y lugares, fundamentalmente de Asturias. Mi experiencia en esta compañía fue como teniente, desde octubre del 1982 a diciembre de 1984 y como último capitán que la mandó, desde marzo de 1985 a diciembre de 1987, fecha en la que se disolvió.
En sus 22 años de existencia la COE 72 tuvo un sinfín de anécdotas y circunstancias que fueron conformando una personalidad única. Cualquier cosa que yo pueda expresar siempre estará sometida al juicio de los que compartieron conmigo los años vividos en esta compañía. Quiero pensar, no obstante, que muchos se identificarán con lo que pueda relatar con mejor o peor fortuna. Los momentos vividos son únicos y seguro que han dejado una huella íntima en todos los que las experimentamos.
Pienso que, tanto en lo que se refiere a mandos como a la tropa, no se es guerrillero por casualidad. Respecto a los mandos, además del espíritu militar que a todos se nos presupone, deben tener una especial predisposición a la aventura, a la superación de retos, al sacrificio y a asumir riesgos, entre otros rasgos personales. En mi caso creo que emociones como esas me impulsaron a realizar el curso de Operaciones Especiales XXVI (1981-1982). Acabar el curso no es algo baladí y no voy a ahora a dar argumentos para justificarlo, simplemente quiero indicar que elegir un desempeño en operaciones especiales es realmente una señal de identidad de tu carácter.
Mi etapa de teniente
Acabado el curso fui destinado a la COE 72. Sin tener ningún vínculo con Asturias, desde el primer momento fui acogido con algo más que cordialidad, sentí el respeto y el afecto del que iba a ser mi capitán, José Floriano Velasco que entendió mi situación, ya que me iba a casar unos días después de mi incorporación y supo dar una respuesta a lo que para mí era muy importante; con ello se había ganado mi respeto desde el primer momento, ¿cualidad de líder?
Volvía a encontrarme con algunos de los que habían sido compañeros de curso, Antonio Rubio Isabel y José L. G. Planchuelo, Juan C. M. Cedrún y Julio Cadavieco (de infausto recuerdo) y otros, como Jaime Hamed, Alberto Fernández, Gabriel M. Miranda, José Fran. Luego serían los tenientes Álvarez de Toledo, Olay, Carrasco y S. Artiles y los suboficiales Zambrano, Ibarbucea, Merle, Paredes, Vega (héroe en Irak), Menéndez, G. Bernardo, Doval y el cabo 1º Lastra. Desde de ese primer momento comprendí que llegaba para formar parte de un grupo pequeño de personas donde el buen trato y el respeto era la norma y rápidamente aprecié que esto iba unido estrechamente con un alto nivel de trabajo, compromiso, responsabilidad y dedicación.
La compañía tenía tres secciones, más una pequeña plana mayor al mando de un brigada/subteniente, cada sección con su teniente, dos sargentos y un cabo 1º, un total aproximadamente de 100 guerrilleros de fuerza en revista; esto lo debería corroborar el entrañable Jaime Hamed, brigada auxiliar de la compañía y del que guardo un entrañable recuerdo. ¡Qué buena y gran persona!
No era una vida placentera la que me esperaba. Eso sí, a los 23 años yo solo quería desplegar todo mi potencial y demostrarme a mí mismo, a mis jefes y subordinados que estaba preparado y dispuesto para ejercer la profesión a un alto nivel en una unidad de élite como esa.
La COE estaba ubicada en el acuartelamiento de Simancas, en el barrio del Coto de San Nicolás de Gijón. Su lema, “disparar sobre nosotros el enemigo está dentro”, me impresionó nada más llegar. La COE compartía guarnición con la Agrupación Mixta de Encuadramiento nº 7, así pues, teníamos como vecinos a ingenieros, artilleros y jinetes. La convivencia no era mala, aunque al ser tan distintos nuestros cometidos, afloraban discrepancias que resolvía con la habilidad consiguiente nuestro capitán, permitiendo que todo nuestro esfuerzo y empeño recayera en la instrucción de nuestros guerrilleros.
Las instalaciones para la tropa no eran muy cómodas, como era común en la época: nave corrida como dormitorio, servicios que dejaban mucho que desear, alimentación justa, sobre todo si tenemos en cuenta que eran jóvenes y llegaban con mucha hambre a la hora de comer. No recuerdo muchos locutorios, ni zonas recreativas salvo las escasas y pobres zonas deportivas y algún espacio en el interior de la propia compañía, eso sí, la humedad en el ambiente lo impregnaba todo.
En este entorno, la tropa salía o se entretenía como podía y se generaban estrechos vínculos de compañerismo. Había que tener mucho cuidado con las novatadas, sobre todo en los primeros meses de incorporación. El trato era duro y exigente pero también había momentos para el asueto y la relajación. La vida durante esos meses se compartía con el que tenías al lado y se compartían muchas experiencias codo con codo, tanto mandos como tropa, lo que estrechaba los lazos de lealtad y camaradería, algo que con el tiempo hemos podido comprobar como de gran valor.
Pero, ¿de dónde venía la tropa?… Como decía había tres secciones y por lo tanto la tropa procedía de llamamientos diferentes. Un equipo de captación al mando de un oficial se desplazaba al CIR nº 12 del Ferral de Bernesga (León) para conseguir alistar al personal correspondiente. Yo tuve que hacer mis correspondientes captaciones que consistían en una charla donde se exponía a los reclutas cuales eran las características de nuestra unidad y los requisitos necesarios para los que voluntariamente quisieran cumplir el servicio militar en nuestra COE. Se les hacía una pequeña exhibición con el equipo de guerrilleros vestidos con el uniforme de camuflaje y las caras pintadas con colores al efecto. Después de una charla con proyección de imágenes y película en súper 8, se realizaban demostraciones de ejercicios de salto de aparatos, rápel, lanzamiento desde camiones, tablas de combate y defensa personal, …
Con la gente inscrita se efectuaban unas pruebas físicas para comprobar su estado de preparación y una selección de los más aptos. Se les advertía que durante su estancia en la COE se les iba a exigir mucho esfuerzo y trabajo. A cambio, se les ofrecía una experiencia repleta de aventuras con continuas prácticas en la naturaleza, fuera de los cuarteles, sin guardias ni mucha instrucción de orden cerrado. Todo ello sin recibir una paga extra como los que se alistaban con los equipos de captación de legionarios y paracaidistas, que siempre resultaban ser una incómoda competencia. Lo cierto es que quien se apuntaba a la COE sabía a lo que venía.
Para el soldado, el primer contacto con la COE era un buen corte de pelo, un equipamiento adicional y un mes aproximadamente de instrucción intensa y exigente, que tendría como culminación el acto de “entrega de la boina”, algo que se hacía desear y suponía el logro del distintivo del soldado de operaciones especiales: la boina verde, prenda de gran valor sentimental que para conseguirla debía ganarse tras demostrar ser merecedor de ella. En ocasiones había que aplazar su entrega a alguno que inicialmente no alcanzaba el nivel exigido, aunque recuerdo pocos casos.
Eran jóvenes que provenían de muchos sitios de España, incluso alguno del extranjero, como Juan Francico G. Álvarez “el Belga”, pero había un núcleo duro de asturianos que daban personalidad a nuestra COE y el acento asturiano predominaba en las tertulias y conversaciones. También había voluntarios, jóvenes de 17 años que hacían más tiempo de servicio militar y escogían la COE para hacer la mili -un mérito añadido- y daban continuidad a los reemplazos. Con algunos de ellos he podido mantener relación con el tiempo: Raúl Otazo, Javier Escartín “el Zorro”, …
Con el paso del tiempo valoras más a aquellos jóvenes que voluntariamente eligieron prestar su servicio militar obligatorio, su compromiso con la defensa nacional, en una COE donde tuvieron la oportunidad de conocer mejor a sus Fuerzas Armadas desde dentro y convivir en un entorno igualitario de exigencias, donde se sabe otorgar valor a lo importante cuando se dispone de lo imprescindible, a la vez que se aprende a convivir y a experimentar el verdadero espíritu de la camaradería. Algo que les unía mucho eran sus canciones, sus “alias” que les identificaban y, como no, tantas experiencias duras compartidas en compañía del binomio.
En lo que se refiere a la instrucción, las tres secciones, al estar nutridas de diferentes llamamientos, lo hacían de forma separada y en zonas abiertas de las inmediaciones del cuartel, del que siempre se salía cantando a paso ligero. ¡Cuánta gente nos observaba con admiración al oír nuestras canciones guerrilleras y distinguir en nuestro porte un espíritu de esfuerzo y sacrificio!
Se subía al campo de tiro de la Providencia, hoy convertido en un espacio verde donde hay colocada una estatua que recuerda a la “madre del emigrante”. Fueron muchas subidas y bajadas, seguro que muy recordadas por aquellos que las compartimos. Las Mestas, Viesques, Ceares, Bernueces, Santurio, Deva,… siempre buscando espacios donde pasar desapercibidos y poder realizar nuestra instrucción diaria, individual, por binomios, equipos/pelotón o de sección con ejercicios de marchas y orientación, emboscadas y contraemboscadas, pasos semipermanentes y escalada, defensa personal, transmisiones, camuflaje, tiro y explosivos y un largo etcétera que componía la base de trabajo de nuestro Plan de Instrucción y Adiestramiento.
La climatología de esos años fue dura, a veces muy dura en los largos otoños e inviernos donde la lluvia no podía interrumpir nuestras prácticas. Esto hacía más penosa la instrucción y suponía un problema para el desgaste del equipo y material que sufría mucho con la humedad y que obligaba a un mantenimiento especialmente cuidadoso del mismo.
Todas las semanas se realizaba un ejercicio nocturno que suponía alargar la jornada de trabajo sin merma de la siguiente. El no hacer guardias es lo que tenía….
Cada mes, como era preceptivo en todas las COE, se efectuaban prácticas de instrucción continuadas de 10 o 20 días, algunas específicas, como la fase de nieve en Pajares, donde nos alojamos en el albergue de Villamanín (León); la de agua, en Poo de Llanes o Luarca; la de supervivencia, en Amieva (hoy Parque Natural); la de escalada, en Sotres; la de topográfica y paso de ríos, helicópteros, endurecimiento, tiro y explosivos,…
Pero nuestras maniobras por excelencia siempre eran las de guerrillas y contraguerrillas. En ellas, la compañía trabajaba sola o con unidades de la BRIDOT VII, Brigada de Caballería, Brigada Paracaidista, incluso en cooperación con la COE 71 de Oviedo. Fueron muchas las unidades, muchas las experiencias, muchos los contratiempos, muchos relatos que hoy resultarían poco acordes a la corrección y normas implantadas con el paso de los años. También participábamos en desfiles, exhibiciones y demostraciones con motivo de festividades, FFAA o en ferias como la de Gijón.
Durante nuestras prácticas de esquí, escalada y desplazamientos por la cordillera y Picos de Europa nos gustaba colaborar con la Guardia Civil, tanto con el destacamento de Pajares como el de Cangas de Onís. También resultaban muy estimulantes los ejercicios realizados con la unidad de helicópteros de Logroño por su gran habilidad para trabajar en montaña: transportes, rápeles, acciones de infiltración o evasión, …
Nuestro contacto con la población local era algo inherente a nuestros ejercicios y por todos los sitios por donde pasábamos éramos bien recibidos, todo el mundo tenía un hijo haciendo la mili o la había hecho. Nos integrábamos mucho con la población rural de los pueblos y aldeas donde permanecíamos, nos cedían locales, escuelas y naves para soportar mejor las inclemencias del tiempo, a veces hasta nos daban pan de comer y asiento a la lumbre. Esto formaba parte de la idiosincrasia de las COE, integrarse y darse a conocer a la población, “ganar corazones y mentes” que se diría hoy. También se colaboraba con algún tipo de apoyo para resolver alguna necesidad puntual que se nos planteaba sobre la marcha y que podíamos asumir.
En nuestras salidas, de vez en cuando, recibíamos la visita de nuestro general de la BRIDOT VII. Nos gustaba que ese día fuera lluvioso y que cuanta más agua cayese mejor, ya que después de mojarnos tanto en las prácticas mensuales, a veces las visitas se hacían con sol y esto no nos gustaba. Siempre recordaré en mi etapa de capitán las visitas del Capitán General Pedrosa, cercano y preocupado por la unidad y sobre todo por sus soldados y que pernoctaba en nuestro campamento en una pequeña tienda aneto, lo que suponía un quebradero de cabeza para su Estado Mayor. Nada usual para la época.
Llegado a este punto relataré una anécdota de las que te marcan. La COE estábamos de salida por la zona minera de Langreo, creo recordar. En un momento de asueto el capitán y yo nos acercamos a un “Chigre” de una aldea a tomar un café o cerveza, no sé. Esa zona minera era dura por sus gentes y lo que tenían todavía algunos en su memoria. Había un paisano que no nos miraba bien y no hacía más que hacer comentarios en voz alta para que le oyéramos, lo que se dice por allí “un faltosu”. Yo le comentaba a mi capitán que había que decirle algo aquel paisano porque estaba pasándose de la raya y él me dijo: “Tranquilo, no pasa nada” y al momento dijo en voz alta: “Ponle a ese hombre una ronda que le invitamos”. Creo que no se lo esperaba y poco a poco empezó a cambiar su discurso… al rato estábamos juntos y compartíamos barra y conversación, que acabó con una despedida cordial no sin antes intercambiar un buen rato de charla. “Lo ves” me dijo, esto es así, la gente tiene que poder expresar lo que piensa, después hay que mostrarse como eres, ponerte a su nivel y demostrar que no eres más que ellos, que compartes sus preocupaciones y que te sometes a las incomodidades de un trabajo duro como ellos. Todo resuelto, lección aprendida.
Eran muchas las aventuras que vivíamos; cada salida era un lugar nuevo, aunque a veces se repetían los escenarios. Siempre buscábamos la sorpresa, el ir un poco más allá. La experiencia nos permitía, a medida que pasaba el tiempo, afrontar las situaciones con más confianza y seguridad y mejorar la instrucción de la unidad. En la supervivencia de 1984 no sé cómo nos descolgamos la sección por unos riscos para llegar a la zona de supervivencia, con mucho cuidado sí, pero cuando vimos por donde habíamos bajado no nos lo hubiéramos creído. Nuestro capitán podía distinguir por dónde bajábamos, observaba perplejo nuestro descenso y hacía lo que podía por darnos indicaciones. No había marcha atrás. Son momentos donde como mando uno se pone a prueba en su determinación y en cómo dar confianza a los demás para superar la situación.
La escalada y el agua no solían ser actividades cómodas para el soldado, aunque siempre existía algún especialista que nos ayudaba a los mandos. Había que prestar mucha atención y establecer medidas de seguridad ante cualquier contingencia, así como conseguir la mejor instrucción posible sin merma de su integridad física, aunque siempre nos gustaba trabajar con cierto nivel de presión, algo habitual en el carácter guerrillero. Un carácter puesto a prueba en la “fase de evasión y escape” en donde se podían observar muchos comportamientos ante situaciones complicadas de gestionar a nivel individual, pero que seguro ayudaban a un mejor autoconocimiento y autocontrol personal.
Un acontecimiento muy especial para mí fue nuestra participación en el desfile de las FFAA de 1984 en Valladolid que transcurrió por el Paseo de Zorrilla, escenario de toda mi infancia y protagonista de muchos acontecimientos de mi vida familiar. En esta ocasión yo no era un chiquillo sino un teniente que marchaba delante de su sección de la COE ante la mirada de mi madre, hermanos, amigos y conciudadanos. Fue para mí un momento muy hermoso lleno de emoción y orgullo que jamás olvidaré.
En el otoño de 1984 y mientras estaba revalidando el Curso de Paracaidismo en Alcantarilla, recibí una llamada de mi capitán en la que me informaba de que había llegado un télex solicitando un teniente de la COE para la realizar el Curso Comando Jefe de Sección (nivel II) en Francia y tenía que responder inmediatamente. Al ser el más antiguo y tener conocimientos de francés finalmente me designaron para ir a realizarlo. Para mí era un reto dado que no había tenido una experiencia anterior con el ejército francés y me tenía que desplazar solo, pero finalmente resultó muy satisfactorio. Las prácticas y ejercicios que allí efectué, así como el nivel de exigencia del curso no fue ningún problema después de haber superado nuestro Curso de OE. Lo que más me impresionó fueron las pistas que tenían de adiestramiento con un diseño muy adaptado para el adiestramiento físico y de habilidades, de obstáculos naturales reforzados con obras de fábrica, que los hacía complicados a la vez que entretenidos. Había pistas diseñadas para pasar individualmente y otras en equipo. Aquella experiencia me resultó de mucha utilidad y también he sacado provecho de ella en otros destinos.
Mis últimas maniobras de teniente fueron unos ejercicios de guerrillas y contraguerrillas con la COE 71; nosotros éramos la contraguerrilla y yo, como teniente más antiguo, la dirigía mientras que nuestro capitán coordinaba todo el ejercicio. Como broche final de mi etapa de teniente fue una bonita experiencia y un importante reto personal. En estas maniobras tuve la oportunidad de constatar el temple de mi capitán con motivo de una visita del general Ponsoda, Gobernador Militar de Asturias, hombre de carácter difícil, con un estilo de mando de los generales de la época, que quiso poner a prueba al jefe de la COE. Pero el capitán Floriano, experimentado en el trato con los generales que inspeccionaban la COE, desde el capitán general al general jefe de la BRIDOT VII, supo guardar la compostura y salir airoso de la situación. Una vez más nos dio lecciones de un liderazgo, que yo, como ya teniente veterano, supe recoger y asimilar.
Mi etapa de capitán
Mi destino como capitán en la COE 72 fue un regalo inesperado al coincidir mi ascenso con el cambio de destino del capitán Floriano. Ello me permitió continuar en la unidad casi sin solución de continuidad y sacar un gran provecho a la experiencia acumulada como teniente de la misma. No fue fácil, pues importantes candidatos se postulaban, pero el destino se puso de mi parte para que así fuera y siempre agradeceré esa gran oportunidad que me ofreció la vida
Fueron tres meses los que transcurrieron hasta mi nueva incorporación y durante este tiempo se produjo el traslado de la compañía y del Regimiento Príncipe nº 3 al nuevo acuartelamiento de Cabo Noval en Pola de Siero. Aquello suponía un nuevo entorno, unos nuevos vecinos y unas nuevas relaciones de trabajo que cambiaban en parte nuestra rutina hasta entonces. El cambio de acuartelamiento se llevó a cabo bajo el mando del teniente más antiguo, Ramón Álvarez de Toledo, apoyado por Fermín Olay y los suboficiales destinados, con el brigada Paredes al frente, muy buena gente también.
Para la COE su nueva ubicación no fue un problema, sino todo lo contrario. Pudimos disfrutar de un acuartelamiento nuevo con más comodidades, mejores servicios, más medios y un campo de tiro a las puertas del acuartelamiento. Por el contrario, ahora como capitán, me tocaba entenderme con la plana mayor de un regimiento de Infantería, como lo era el Príncipe nº 3, que también se tenía que acostumbrar a tener una unidad como la nuestra tan cerca y tan distinta. Digo esto porque, aunque de teniente hay cosas que no se aprecian, me di cuenta de la importancia de las relaciones con la unidad que te acoge. Hay que pensar que tanto los oficiales como los suboficiales y tropa estábamos exentos de hacer servicios de seguridad, aunque no de cuartel y que todos los días disponíamos de la unidad al completo para poder hacer una instrucción programada y eso generaba comparaciones y algún que otro natural recelo. Si tenemos presente que en la COE siempre presumíamos de nuestra idiosincrasia, de nuestro uniforme de camuflaje y de la boina verde que el resto de soldados del cuartel no disponían, el que saltara de vez en cuando alguna que otra chispa no era problema que no tuviera solución.
Mis relaciones con los capitanes del regimiento de la época fueron estrechas y cordiales y de todos ellos guardo un recuerdo muy entrañable y afectuoso por todo aquello que nos unió en lo profesional y personal.
Una de las primeras cosas que se me ocurrió al iniciar mi mando de la COE en 1985, quizás fruto de esa manera de querer hacer más singular la unidad, fue la de tomar una mascota como imagen de la compañía y un lema que nos diera un sello de identidad que nos diferenciara del resto de las COE. Para ello elegimos el oso, un animal emblemático de la cordillera Cantábrica que nos acogía en muchas de nuestras salidas. Quisimos destacar con ello cualidades como la fortaleza y determinación de un animal que camina mucho tiempo por el bosque y no se deja ver. Como lema elegimos la parte final del verso que enmarca la entrada del Curso de Operaciones Especiales “…obedece, pelea, triunfa y muere”. A alguno ya se lo tuve que explicar alguna vez.
El gran desgaste que sufría el equipo del soldado, así como el armamento, el material de campamento y vehículos por su continuo uso y las inclemencias climatológicas, sobre todo la lluvia a las que estaban sometidos, hacía del inventario un verdadero problema. Gracias al apoyo recibido desde el Grupo de Intendencia de Valladolid, al mando del comandante Alejo de la Torre y del de Grupo de Mantenimiento, las cosas resultaron más llevaderas, pues nos facilitaron la gestión de bajas prematuras por deterioro o pérdida y que las revistas periódicas no fueran un quebradero de cabeza. Con ello pude comprobar cómo se valoraba el trabajo de las COE y el aprecio que se les tenía, en una época donde estos asuntos administrativos ocupaban más tiempo del necesario y conveniente.
Creo que fue a finales de 1985 cuando se nos encomendó la confección de un manual de instrucción para el soldado de operaciones especiales. Consistía en redactar algo así como todas las fichas de tarea de cada una de las actividades que debía realizar un soldado de OE. Al principio fue complicado de programar, pero finalmente tomó forma en varios cuadernos, uno por actividad: orientación, tiro, explosivos, transmisiones, agua, escalada, supervivencia, emboscadas, golpes de manos, cercos, paso de ríos, esquí…
El trabajo mereció la felicitación personal por escrito del Capitán General a todos los participantes en el mismo, algo de lo que sigo estando orgulloso porque nos adelantamos en el tiempo unos cuantos años. La pena es que no sé la difusión que pudo tener el citado manual, a nosotros sí nos sirvió.
En las prácticas de esquí de la fase de nieve de 1986 sufrí un accidente que me obligó a estar algún tiempo de baja, pero que no me impidió poder incorporarme pronto al trabajo con alguna limitación, algo que hoy en día no sería posible ya que todo ha cambiado mucho desde entonces.
En el verano de ese mismo año 1986 sucedió algo que nunca hubiera podido imaginar y que creo que para los que no lo vivieron será difícil de entender en su justa medida. No obstante, lo intentaré. La compañía disfrutaba de su permiso en el mes de verano cuando recibí una llamada del Cuartel General de la BRIDOT VII, era mi antiguo capitán que ahora se encontraba destinado allí. “-¿Carlos estás sentado? – No, pues siéntate que tengo que decirte algo importante. La COE 72 tiene que hacer el próximo relevo para cubrir la guarnición de las islas Chafarinas, es una orden que ha llegado del EMC. Tú tienes que ir la próxima semana a realizar el reconocimiento de zona con el GOE I que está ahora allí desplegado y entonces recibirás instrucciones más detalladas”. Y ahí empezó toda una aventura, que intentaré ser lo más breve posible al relatarla.
La COE se encontraba de permiso como he dicho y lo primero que había que hacer era activar el plan de llamada y avisar a todo el personal para su reincorporación adelantada del permiso antes de su finalización. Las primeras llamadas fueron a mis tenientes Álvarez de Toledo, Sánchez Artiles, Olay Fanjul y a mi auxiliar el subteniente Paredes. Se hizo lo que se pudo y conseguimos que la COE, casi al completo, se incorporara en el tiempo necesario.
Yo efectué el reconocimiento y tuve que realizar por adelantado, y sobre la marcha, tres pedidos para 15 días de suministro (Chafarinas, Peñón de Vélez y Peñón de Alhucemas). Era la primera COE independiente que ejecutaba esta misión y no disponíamos de ningún tipo de apoyo logístico ni unidad superior en qué apoyarse, así que hubo que organizarlo todo. Lo siguiente fue preparar el equipo, armamento, munición y material de toda la unidad en tres bloques distintos, ya que la unidad se desplegaba en los tres islotes. Todo esto en un tiempo récord de menos de 15 días.
La compañía embarcó de noche en la estación Gijón en un tren ordinario de largo recorrido con el personal en departamentos de viajeros y el material, equipo, armamento y munición en un vagón de mercancías que llevaba el convoy. Nuestro destino era Madrid Chamartín, donde llegamos a primera hora de la mañana. Allí nos deparaba la sorpresa de no encontrar a nadie que nos trasladara a Atocha para volver a coger otro tren hasta Málaga. La única solución que se nos dio ante la consulta realizada fue la de coger el metro para llegar a Atocha. Y así fue, toda la compañía en vagones de metro, con armamento, munición y equipo. Algo “mágico”, no pasó nada porque Dios no quiso. El viaje a Málaga fue en un tren en condiciones similares al anterior y posteriormente fueron los helicópteros quienes nos hicieron llegar a los islotes. Todo aquello fue muy rápido, pero nos había puesto a prueba a todos y conseguimos realizarlo sin incidentes importantes.
Se nos informó antes de llegar a los islotes que con anterioridad había sucedido un accidente mortal en unas prácticas acuáticas y algún incidente con fuego real, pero sin consecuencias, lo que nos ponía sobre aviso de que la estancia podría tener alguna sorpresa. No obstante, la permanencia de 30 días en los islotes fue tranquila pero peculiar, dado que la unidad no estaba entrenada para la realización de la defensa estática de un punto sensible. Se realizaban guardias y ejercicios diarios de instrucción para hacer frente a las posibles contingencias y amenazas que nos marcaba el plan de seguridad, que compaginábamos con prácticas de nuestro programa de instrucción específico de OE; va en el ADN de las COE el no olvidar nuestra preparación. Con tanto tiempo al día también teníamos ocasión para el ocio y las relaciones personales.
Hubo alguna alarma y también que dar refugio a algún pescador y atención sanitaria a algún ciudadano marroquí de la zona; vamos lo habitual en la vida de los islotes. Aquello fue una experiencia que nunca hubiéramos pensado vivir, pero supimos adaptarnos y cumplir la misión perfectamente y sin ningún incidente negativo a destacar, salvo para el subteniente Pareces que a los pocos días se le comunicó que cesaba en la COE y pasaba destinado a la BRIPAC por servidumbre del curso paracaidista.
El regreso a Gijón empezó bien ya que fuimos helitransportados desde Melilla a Madrid en Chinook, en ese viaje pude comprobar con mi amigo y compañero Javier Sancho Sifre como se podía conducir un Chinook sin manos.
En Madrid de nuevo nos esperaba una sorpresa en la estación a la hora de embarcar. El interventor quería que saliera el tren cuando todavía no habíamos podido instalarnos por lo dificultoso de la operación y tuve que decirle personalmente “colocaré un soldado delante de la máquina hasta que embarque el último soldado”; todavía me sorprendo al recordarlo, pero funcionó. Esta vez teníamos que viajar en vagones de pasajeros corridos y con billetes con numeración aleatoria y con toda la impedimenta, armamento y munición en los mismos vagones. Algo que resultó curioso a los propios viajeros del tren y no digamos a nosotros que no creíamos lo que estaba sucediendo. En fin, un despropósito que me costó algún problema que otro por el informe final que tuve que redactar. Pero eso son cosas que van de oficio.
Mi tiempo en la COE transcurría repleto de maniobras y ejercicios siempre enmarcados en un gran ambiente de trabajo y aprendizaje constante. Otro de esos momentos fueron las guerrillas “Francisquete 1987” con la BRIPAC. La cosa pintaba difícil, las dos COE asturianas hacíamos de unidades guerrilleras para la BRIPAC y querían darnos duro, era la zona de Guadalupe, una zona desconocida para nosotros y sin poder preparar una cobertura adecuada de apoyo en la población, muy amplios espacios no siempre con la masa boscosa que nos hubiera gustado, pero era un reto importante que había que superar con buena nota. Personalmente creo que nuestra actuación estuvo a la altura de las circunstancias, aunque siempre surgen discrepancias en el juicio crítico final. Mi grata sorpresa fue la felicitación que nos hicieron los propios capitanes paracaidistas por nuestro trabajo y resultados, también lo guardo en el recuerdo.
Con esto nos acercamos indefectiblemente a lo que no tenía solución y era la disolución de las dos COE en Asturias. Hubo momentos, como siempre, donde parece que las cosas van a ser de otra manera. Nos hablaron de que se estudiaba la posibilidad de ubicar el nuevo GOE VI en el acuartelamiento de Cabo Noval, dadas las características del acuartelamiento, su campo de tiro y maniobras, pero finalmente no fue así.
Los mandos perdíamos destino y quedábamos disponibles, la tropa debía incorporarse a la COE 82 de Orense y todo el equipo y material debía ser entregado en las instalaciones del Acuartelamiento del Cumial en Orense. Me acompañaron en ese momento el teniente Olay, el brigada Merle, los sargentos Cedrún, Vega, G. Bernardo, Doval y el cabo1º Lastra
Los dos últimos meses fueron grises, los mandos iban pidiendo destino el que podía, había que hacer inventarios y documentación para el cierre de los mismos, el equipo y material tenía que ser embalado para su transporte. La actividad decreció en sus últimos días y todo se consumó con el traslado. Llegamos al Cumial una fría noche de invierno, un acuartelamiento separado de la ciudad de Orense donde la COE 82 llevaba mucho tiempo establecida, fuimos recibidos por el capitán Sanjurjo que amablemente nos hizo de anfitrión ese día y el siguiente, realizamos las entregas y las firmamos, no hubo reparos ni exigencias y todo se desarrolló con normalidad. La moral no era alta, he de decirlo, nos veíamos entregados a un destino incierto del que no se esperaba nada especial.
Personalmente para mí fue muy difícil despedirme de aquellos soldados, pocas palabras de ánimo podía transmitirles, sí que sabía que al menos se encontraban con compañeros de boina y no les resultaría extraña la vida allí. Hasta nuestro perro Pontón acompañó a sus camaradas hasta el final. Después fue como desaparecer entre la niebla, todos aquellos años vividos se esfumaban de la realidad para formar ya parte del recuerdo, recuerdo que aún pervive en mi memoria y espero me acompañe hasta el final de mis días.
El Diario de Operaciones de la Compañía desde su creación fue depositado en el Mando de Operaciones Especiales para su custodia y conservación, así como el banderín de la compañía con la asta que lo mantuvo en alto durante 22 años.
Aquellos años en la COE 72 marcaron mi vida militar, no fue mi primer destino, tampoco el último. He aprendido en todos y cada uno de los destinos en los que he servido y en todos he empeñado mi esfuerzo y talento, he disfrutado de todos ellos al máximo, pero el ímpetu de la juventud, la idiosincrasia de la COE y el espíritu de la unidad me hechizó y marco para siempre.