Teniente Coronel José Luis Maté Sánchez
Antiguo Capitán jefe de la COE 7 y de la COE EMMOE y Comandante del GOE IV
Tuve el honor, el privilegio y, por no decirlo también, la suerte de mandar la COE 7 en los años 1995 y 96. Parece poco tiempo cuando uno echa la vista atrás y aún más ahora con lo rápido que transcurre para mí; pero desde luego fue un mando de COE muy peculiar, especial, una experiencia magnifica, realmente intensa y, a veces, difícil, aunque tan enriquecedora que, en cierto modo, me enseñó y marcó en algunos aspectos hasta hoy.
Lo que recordamos de una determinada época de nuestra vida es aquello que nos impactó, que nos emocionó, que nos hizo cambiar, evolucionar, ser mejores, trabajar mucho, pero a gusto, conocer a gente extraordinaria y hacer cosas y vivir experiencias nuevas que nunca se olvidan. Todo esto que me impresionó y sucedió en mi paso por la COE 7 es lo que voy a intentar resumir en las próximas líneas y con unas fotos, que no son muy buenas, pero me traen grandes recuerdos.
Llegué a la COE 7 en marzo del 95 con mucha ilusión, con poco más de 30 años y sabiendo ya que, por uno de los planes de reestructuración del Ejército de Tierra, la COE 7, al igual que otras COE más, iba a desaparecer un año más tarde, en 1996.
Sin embargo, no solo había que afrontar esa triste realidad de la disolución de la COE 7 sino que había otro asunto complicado pendiente de resolución. Uno de los mandos de la COE 7 y tres cabos primeros profesionales, todos ellos excepcionales, estaban pendientes de la sentencia de un juicio. Un proceso que se hizo muy mediático y, lo peor de todo, se juzgó injustamente, desde mi punto de vista, primero, por los medios de comunicación y las filtraciones y, posteriormente, por el juez. Lo que allí pasó queda en la conciencia de los juzgados y juzgadores para siempre.
Creo que hicimos todo lo que pudimos por nuestros compañeros injustamente tratados, incluida una insólita maratón que preparamos unos en Palma y los acusados en el establecimiento penitenciario militar pero que, finalmente, estos no pudieron correr a pesar de mis esfuerzos. Sin embargo, esto es lo único triste que quiero escribir en este artículo porque todo lo demás fue una experiencia increíble, extraordinaria en lo humano, lo profesional y lo personal.
Tuve la suerte de contar con una tropa más que excelente, la que iba a las COE en aquellos años; con unos magníficos suboficiales, leales y entregados y con unos oficiales también fenomenales que me ayudaron mucho en un aterrizaje tan duro y atípico. Con varios de ellos, tropa y mandos, tengo aún un estrecho contacto y una relación de amistad de las que dura siempre.
Caminamos mucho por la isla, nunca olvidaré las marchas por la Tramontana y cerca de la costa que luego, años más tarde, he vuelto a recorrer por mi cuenta, aunque ya sin fusil ni el mochilón Altus y desde Andratx hasta Pollensa. Desde entonces tengo marcada en mi retina algunas de esas marchas y las vistas de algunas partes de la isla que no son habituales ni para los turistas más aventureros.
En poco más de año y medio hicimos todas las maniobras y salidas de los programas de instrucción que me aprobaron porque no quise recortar lo más mínimo, hasta casi el día antes de que se disolviese oficialmente la COE y licenciásemos a los últimos guerrilleros. Pero me gustaría destacar lo que más recuerdo de esas salidas y el porqué, lo que me queda en la mente ahora, sobre todo para los que estuvieron allí y para hacerles… hacernos recordar lo bueno que vivimos juntos.
Las guerrillas en Mallorca y, sobre todo, las de Menorca siempre llamativas y muy originales en las que la COE 7 éramos los “malos” a los que había que capturar antes de su extracción por mar en una franja costera y en un tiempo muy limitado que nos dejaba sin dormir todas las noches de las maniobras para cambiar de zonas y poner a prueba no solo nuestra capacidad física y mental sino también nuestra astucia e imaginación en la preparación y la ejecución. Este ejercicio FTX en el 95 en Menorca fue todo un éxito por parte de la COE y mereció una felicitación extraordinaria por escrito de la Comandancia de Baleares a propuesta de la Jefatura de Tropas de Mallorca.
Las fases de agua en Cabo Pinar, las IBS y las zódiacs, las aletas, la máscara, el chaleco, nadar, nadar y nadar sin parar, salvo para bucear, de día y de noche, cruzar la bahía de Pollensa, correr portando las IBS encima de las cabezas, correr, correr y correr, subir y bajar las cuestas de cabo Pinar, los explosivos, reparar las embarcaciones, la supervivencia, la rica comida que nos traía mi auxiliar Soriano, el endurecimiento, la prueba de la boina donde casi se nos fue Crespí, ¡qué susto! ¡Qué fases de agua más singulares e inolvidables en el paraíso de cabo Pinar!, duras y exigentes pero que nos unían a todos como ninguna otra experiencia puede unir a una unidad militar. Eso tenía la COE, todas las COE, personas normales que se hacían o se creían “especiales”, que hacían cosas no tan especiales, aunque entonces nos lo parecía, pero que terminaban por crear unos lazos indestructibles de las mejores virtudes militares.
La fase de agua solía coincidir anualmente con la colaboración con el Curso de OE en el ejercicio COPRINO, que incluía un salto paracaidista en alta mar que siempre tenía riesgos y potenciales complicaciones y que me quitaba el sueño los días antes para su preparación pero que resolvimos muy bien cuando lo llevé a cabo con mi COE 7 y el buen hacer de todos mis subordinados.
También hice todo lo posible para hacer otras cosas algo menos habituales por Baleares, irnos lejos, hacer nieve y montaña. A finales de verano del 95 participamos en la Prueba de Infiltración de Unidades de Operaciones Especiales (PIPOE) por última vez y luego me costó relativamente poco convencer al entonces comandante de Miguel y a su jefe, a quien Dios guarde siempre, porque fue de lo mejor entre los mejores, al teniente coronel Fernando Carbonell Sotillo, de que la COE de Baleares, la COE del agua, la tropa profesional y mandos, tenía también que hacer alta montaña y esquiar en el Pirineo en invierno, en la Molina, con el GOE IV, al que luego iría años más tarde.
Recuerdo las inolvidables salidas para los endurecimientos, el combate en población, la escalada, los barrancos de la isla, las marchas nocturnas, las últimas pruebas de la boina en cala Figuera, en Lluch, en Enderrocat, en Felanitx, en Artá, en Cúber. Las pateadas, como le gustaba llamar a la tropa a las marchas topográficas por los montes de Palma. No se nos resistió ni el Puig Mayor, ni el Galatzó, ni el Tomir, ni el Masanella. Subir a todos los montes es una buena o mala costumbre que aprendí de niño con mi padre, que perfeccioné por años cerca de Jaca, mi pueblo, y que sigo hoy practicando muy habitualmente allá donde voy y hay montañas.
Pero como todo en esta vida, los que hicieron posible todo esto fueron las personas, nuestros guerrilleros y la motivación que su formación nos inspiraba a los que teníamos la enorme responsabilidad de instruirlos y convertirlos en algo que ni ellos mismos se podían creer cuando se incorporaban con su petate. Ver cómo llegaban con temor y emoción y cómo en pocos meses se podía hacer de ellos los mejores soldados de España, duros, entregados, sacrificados y valientes era una recompensa inmensa y motivadora. Pero, sobre todo, verlos felices y orgullosos de su boina verde, a pesar de las palizas que se pegaban y por lo que pasaban, es algo que nunca se olvida y es, por eso, por lo que todos estos veteranos boinas verdes siguen orgullosos muchos años después como el día que se ganaron su boina en su querida COE, la COE 7.