Leyendas COE 81 (Hoya Fría)

Juan Pedro Ceballo Rodríguez

Antiguo guerrillero de la COE 81 R/2°1995

El olvido revolotea como un cuervo negro sobre todos nosotros, la mente con el paso de los años va desechando vivencias, va enterrando en lo más profundo de la psique las diferentes experiencias dejando sólo a flote las más impactantes, o determinantes.

El olvido lo cubre todo de negrura. Pero la mente colectiva, eso con lo cual se crean las leyendas, anexionan sensaciones y sentimientos a palabras o definiciones que pasan de generación en generación e incorporan esos adjetivos al sentido intrínseco de la palabra. Guerrillero es una de esas palabras. Los boinas verdes se han convertido por méritos propios en sinónimo de gallardía, de coraje, de disciplina, de honor y todo eso merecido, por incontables de esas historias que el olvido ha borrado incluso de esos que las vivieron,  pero que han sobrevivido con el paso del tiempo gracias a que se han amalgamado a la cultura popular.

Y con esto, yo quería poner mi grano de arena, rememorando el 8 de diciembre de 1996, día de la patrona la Inmaculada donde como cada año se organizaban tanto festejos como desfiles en honor a ella en los que participaba la COE 81 de Hoya Fría. Tras un desfile donde las cabezas coronadas por aceitunadas boinas miraban al sol de la mañana y el paso de los guerrilleros sonaban al unísono como si el pisotón de un gigante hiciera temblar la tierra, tras una marcha militar impecable, disciplinada y con el brío digno de la juventud y las ganas que albergaban los cuerpos de los guerrilleros que formamos parte de ella, volvimos hartos de orgullo a nuestra compañía.

El día debería haber acabado ahí, tras recoger y dejar las cosas en perfecto estado de revista, llenos de jolgorio por un trabajo bien hecho en conmemoración de nuestra patrona, pero no fue el caso. Un numeroso grupo de pistolos, soldados de otras compañías a los que denominábamos así tanto de manera “cariñosa” como despectiva dada su poca disciplina y buen hacer, se acercaron a la puerta de nuestra compañía a proferir diferentes insultos y amenazas aprovechándose de su elevado número en comparación con el nuestro.

En esos tiempos puede que por el nivel de adrenalina, hormonas o yo que sé pero eso sí, con el marcado sentido del honor y del deber a mis mandos y compañeros salí raudo de la compañía a encararlos de una manera más bien física, incluso hostil, cuando en la otra puerta de la compañía vi a mis superiores.

Pensé en la que me iba a caer por mi temperamental actuación cuando el primero Oliva allí presente vociferó “a qué esperáis, a por ellos “. 

Esa voz dio comienzo a una beligerante confrontación entre la turba de pistolos y los guerrilleros que salían tras de mí en masa y al galope contra ellos. El embiste fue como si un tren de mercancías golpeara contra el ganado.

No tuvieron ninguna oportunidad, cada uno de nosotros en el fragor de la batalla era como un centenar de ellos, les cayeron puñetazos, patadas, tortas por todos lados haciendo que tardaran más tiempo posicionarse para buscar jaleo que en salir con el rabo entre las piernas.

Acabando la trifulca nos pusimos firmes frente a la compañía, sabíamos de buena fe que este bravo acto tampoco era un acto legítimo y que posiblemente tuviera consecuencias, no porque no se lo merecieran, más bien porque representábamos lo mejor del ejército y eso también incluía la templanza.

Aun así no nos arrepentíamos, ninguno de nosotros incluidos nuestros primeros.

El alférez Morales, gran hombre donde los haya, nos miró como sólo ese hombre sabía hacerlo, se cuadró frente a nosotros y nos regañó, no recuerdo sus palabras, lo único que recuerdo es esa sonrisa en su cara, esa sonrisa llena de orgullo, ese orgullo secreto por una compañía que defendería tanto a su país como el honor de sus mandos, compañeros y credo con un machete entre los dientes y la dureza del roble en su corazón.

No hubo castigo. Lo que hubo fue un rumor dentro de todo el recinto militar, habladurías sobre un grupo indomable, sobre una compañía invencible, sobre unas personas tan duras físicamente como de espíritu. Sobre gente que no se deja insultar, amedrentar ni permite que se lo hagan a los suyos, independientemente de que lo pueda ocurrir, lo que hubo fue un sincretismo, un paso más hacia la leyenda de los boinas verdes.

Porque lo quieran o no una vez guerrillero pertenecemos a esa leyenda, porque lo quieran o no una vez que vistes la boina verde, no sólo la vistes en tu cabeza, la llevas de por vida en el alma y en el corazón.

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