General de División Javier Sancho Sifre
Siendo teniente del Batallón de Helicópteros de Transporte V, se me ordena formar parte de la tripulación del helicóptero Chinook ET-403, al mando del capitán Esteban Verástegui, con la finalidad de trasladar a una unidad de operaciones especiales del GOE I a la base de Fritzlar en Alemania, para participar en el ejercicio SCHINDERHANNES. Era el mes de mayo de 1985.
Tras embarcar al personal del GOE I en la base de Colmenar Viejo, despegamos con rumbo a Gerona. Una vez abandonado dicho aeropuerto y cuando nos encontrábamos en ruta a la base aérea de Valence, próximos a la población de Bollene, se encendió una luz de precaución en el panel de avisos del helicóptero. Correspondía a un detector de partículas magnéticas de la turbina nº 2. En esa situación, el procedimiento requiere realizar una toma de precaución aunque no de manera inmediata, sí en un lugar apropiado. Como nos encontrábamos a 4 km de un aeródromo se decidió continuar los dos minutos de vuelo que faltaban para aterrizar en este, donde en caso que fuera necesario, se dispondría de los apoyos aeronáuticos y de mantenimiento que permitieran solventar cualquier posible incidencia.
Sin embargo, no había transcurrido ni un minuto de vuelo, cuando se comienza a escuchar un fuerte ruido, olor a quemado y los instrumentos mostrando una pérdida total de presión de aceite y una muy elevada temperatura en el motor nº 2, acompañada de las correspondientes luces en el panel de aviso.
En ese momento yo me encontraba a los mandos del helicóptero, y reaccioné de inmediato. Procedí a traspasar los controles de vuelo al capitán Esteban como comandante de aeronave y piloto con mayor experiencia, quien rápidamente inició una autorrotación mientras yo le iba cantando los parámetros de vuelo durante el descenso. Se trataba de llegar cuanto antes al suelo porque es una maniobra en la que se adquiere un régimen de descenso muy fuerte (el personal del GOE I comentó que llegaron a dar con la cabeza en el techo del helicóptero). La maniobra finalizó con una toma con potencia sobre el viñedo que sobrevolábamos en ese momento, destrozando no pocas cepas en el aterrizaje.
No se habían detenido las palas del rotor, cuando el dueño del viñedo apareció en una moto y al comprobar que no había daños personales desapareció. Mientras nosotros esperábamos la reprimenda y quejas del dueño por los daños ocasionados en el viñedo, para sorpresa nuestra, volvió a los pocos minutos con termos de café, pastas y manzanas. Afortunadamente, el dueño era un “Pied Noir” que había combatido en Argel y que sentía devoción hacia los militares. No podíamos haber caído en mejor lugar.
La emergencia sufrida fue completamente inusual. Es la única de estas características que se ha producido en los 50 años del Chinook en nuestro ejército desde que se comenzó a operar con este helicóptero allá por 1973. Se desprendió un engranaje de la transmisión del motor que pulverizó literalmente esa transmisión y causó daños muy serios en la transmisión de combinación, que es la encargada de sincronizar que en el giro de ambos rotores, las palas del rotor delantero no choquen con las del trasero.
La situación se resolvió de manera automática. No hay miedo y no hay estrés porque no hay tiempo para pensar, más allá de ejecutar la maniobra apropiada para hacer frente a la emergencia. Es decir, para realizar el procedimiento tantas veces ensayado en los correspondientes programas de instrucción. No obstante, al llegar a tierra y tomar conciencia de la gravedad de los daños ocasionados es cuando, por un momento, un sudor frío te recorre todo el cuerpo. La rápida reacción en la resolución de la emergencia, junto al hecho de que nos encontrábamos a una altitud de sólo 1000 pies, facilitó el feliz desenlace que, en otras circunstancias, hubiera tenido fatales consecuencias. Si nos hubiéramos encontrado a mayor altitud, los rotores hubieran podido terminar colisionando entre sí.
Pero lo importante en aquel momento era evaluar los daños y articular las acciones necesarias para que la misión no se viera afectada y que el personal del GOE I que transportábamos llegara en tiempo oportuno al “briefing” con el que daría comienzo el ejercicio.
Gracias a que la casa de dueño del viñedo estaba a solo 200 m del helicóptero, se pudo desde allí contactar telefónicamente con la base de Colmenar. Era domingo, sobre las 17:00 y era necesario activar una tripulación y el personal especialista necesario para preparar un motor, transmisiones y elementos de apoyo necesarios para recuperar nuestro helicóptero. De este modo, al finalizar la tarde, todo estaba dispuesto en Colmenar, y un segundo Chinook despegó sobre las 21:30 con todo el material necesario en dirección a Gerona.
El plan era que este segundo Chinook, una vez descargara el material, lo utilizáramos para continuar con la misión de participación en el ejercicio SCHINDERHANNES, mientras que el personal y equipo procedente de la base de Colmenar se quedara en el viñedo para recuperar el helicóptero.
Las condiciones meteorológicas eran nefastas, por lo que el segundo Chinook solo pudo llegar a la base de Zaragoza esa noche. Se preparó meteorología y ruta para continuar y así, tras un breve descanso, despegaron sobre las 05:00. Repostaje en Gerona y continuar el vuelo. La meteorología seguía sin ayudar por lo que no es hasta las 11:30 cuando escuchamos en el viñedo el sonido del Chinook que se aproximaba. Realizamos el procedimiento de “homming” con una radio portátil en FM, aterrizando este segundo helicóptero próximo al nuestro, con mucho cuidado para no romper más cepas del viñedo.
Tras las formalidades de rigor se descargó todo el material, se le presentó a la nueva tripulación al dueño de la finca, tras lo que se embarcó el material y personal del GOE en el Chinook recién llegado de Colmenar, continuamos con la misión y llegamos a la base de Fritzlar en Alemania en tiempo oportuno para participar en el “briefing” e iniciar el ejercicio con el resto de países participantes. Misión cumplida.
La actitud del dueño del viñedo -Monsieur Couret- fue ejemplar en todo momento. Nos alojó a toda la tripulación del helicóptero en su casa la primera noche y nos dio de cenar y desayunar. Permitió que la unidad del GOE I instalara un pequeño campamento en su finca. Facilitó usar el teléfono de su vivienda (evidentemente en aquellos años, no existían los móviles), con lo que pudimos realizar todas las gestiones que fueron necesarias con la base de Colmenar, Agregaduría Militar en Francia, gendarmería y unidades de la Legión Extranjera que prestaron seguridad en la zona. Y es más, continuó proporcionando apoyo a nuestros militares durante los 15 días que permanecieron en el viñedo hasta que se logró reparar el helicóptero y pudieron regresar a Colmenar. Además, por mucho que se le insistió y por más que se le ofreció, siempre rechazó cualquier tipo de indemnización o compensación por los daños ocasionados. Allí dejamos un amigo para siempre.
Madrid, a 11 de diciembre de 2023