Teniente (reserva) Héctor Díez Domingo
Sargento en la COE 51, COE 103, COE 13 del GOE I. Sargento primero en la COE 13 y PLMM del GOE I. Brigada en la PLMM y COE 32 del GOE III/MOE
Podría hablar en primera persona de nuestra élite con la perspectiva que proporcionan mis 18 años en unidades de operaciones especiales, pero realmente me ha acompañado durante los más de 40 años de carrera militar. No es un fenómeno individual o puntual, sino que debemos contemplarlo desde 1961, fecha de creación de la primera unidad de operaciones especiales, porque siempre ha estado ahí.
Esa élite ha estado con nosotros en los buenos y, especialmente, en los malos momentos; con frío y con calor; también en las celebraciones, pero más intensamente en las enfermedades y lesiones; nos ha acompañado por toda la geografía nacional e internacional.
Por supuesto, al hablar de la auténtica élite de los boina verdes, me refiero a nuestras mujeres, parte fundamental del equipo operativo que nos ha facilitado ese soporte físico y apoyo emocional que nos ha permitido mantener la calma y cordura para llevar a cabo no solo el día a día, sino todo tipo de misiones que nos encomendaban.
Todos hablamos de lo que ha significado nuestra mujer en todos los aspectos de nuestra vida, pero quiero con estas letras dejar manifestación pública y escrita de nuestro reconocimiento. Ya sabéis aquello de “verba volant, scrípta mánent” (las palabras se las lleva el viento, lo escrito permanece).
Hablo en primera persona con la intención de que todas nuestras mujeres se vean reflejadas y se enorgullezcan de su papel fundamental en esta obra y a sabiendas de compartir este sentimiento de agradecimiento con todos los que han servido a nuestra Patria en las mejores unidades del mundo.
Recuerdo que, durante el curso de operaciones especiales en Jaca, en los escasos momentos libres, salíamos a la ciudad a desconectar. Después de pasar por la iglesia para dar gracias a Dios por haber aguantado otro día más, llegaba el momento de la llamada telefónica para dar novedades y acabar poniendo en duda tu capacidad para poder con todo aquello. Y ahí empezó todo, con esa labor psicológica para animarte y elevar tu espíritu para que salieras de ahí diciendo: “Venga, a por otro días más”.
Superado el curso llegó el momento de destino en las unidades a lo que hemos de sumar otros cambios que condicionaban todo, como el nacimiento de los hijos y aumento de responsabilidades. Para los menos conocedores del tipo de vida de estas unidades explicaré brevemente que el régimen de vida, entre maniobras, ejercicios de instrucción de tiro nocturno y los servicios propios de la unidad, era un mínimo de 18 días al mes fuera de casa. Eso era en el mejor de los casos pues había meses con maniobras de mayor duración como las fases de agua y nieve, u otros servicios de seguridad y protección como la defensa de los peñones (Chafarinas, Alhucemas y Vélez de la Gomera) que ocupábamos durante más de un mes. Durante esos periodos de tiempo, todo, absolutamente todo, recaía sobre los hombros de ella, su trabajo fuera de casa, sus estudios, el trabajo en casa, los niños, la economía, los imprevistos… Y, después de todos esos días sin vida, poner buena cara porque regresábamos a casa.
Especial mención merecen aquellos momentos en los que fuimos designados para participar en algunas de las operaciones internacionales. Sí, nos íbamos a la guerra, con todos los condicionantes emocionales que conlleva, especialmente para los que se quedan aquí. Cuando participas en alguna operación de estas, la situación te imbuye, el estrés y la tensión, son, y deben ser, tu compañero de viaje. En ese contexto, lo anormal se vuelve normal y tu realidad cambia. Pero lo importante es que la realidad de los que se quedan también cambia radicalmente. Además de las responsabilidades ya contempladas y asumidas en las situaciones ya habituales de ausencia, hay que añadir todas las inherentes a esta situación tan especial. Fortaleza física y mental para que no se note que estás preocupada por él, especialmente por la falta de noticias, para seguir dando ese apoyo constante e incondicional, para hacer que los niños se evadan de determinados comentarios sociales y hagan suyo el hecho de que su papá está lejos porque está ayudando a otros niños que lo necesitan. Todo esto es fácil decirlo, pero realmente lo comprenden aquellas personas que se han encontrado en esta situación. Recuerdo que en mi primera misión nos dieron unos panfletos para dárselos a nuestras mujeres. Yo lo hice y no se me olvidará cómo cambiaba su cara de color cuando leía: “Dúchate todos los días, mantente guapa, bien vestida y maquillada, aprende a cómo pagar la luz o dónde se corta el agua…” y me decía: “¿Pero con quién se creen que están hablando?”. Realmente, no lo sabían.
Podría estar escribiendo horas y no acabaría de mostrar lo fundamental de su labor en nuestro cometido. Como decía Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias” y mis circunstancias no pueden tener sentido si le quitamos la parte más importante, las personas que nos han acompañado y han hecho posible que seamos lo que somos; nuestras mujeres, nuestra élite.
Ellas no llevan la boina verde en la cabeza pero sin lugar a duda, la llevan en un lugar muy especial en su corazón.
Hoyo de Manzanares a 26 de noviembre de 2023