Carlos Blond Álvarez del Manzano
General de Brigada. Antiguo Teniente de la COE 62
Como bien relata el presidente de la FEDA-VBVE, Vicente Bataller Alventosa, en el artículo «Las UOE: Ejercicios internacionales y misiones en el exterior» (revista Boina Verde nº 5, junio 2022), la participación de las COE en el periodo 1962 a 1979 consistió en ejercicios de guerrillas y contraguerrillas con los boinas verdes norteamericanos en los «Sarrio» y «Trabuco», desarrollados en España, y acciones tipo comando con los franceses en las «Eugenie».
El primer ejercicio, «Eugenie I-72», fue una colaboración de una unidad de la Brigada Paracaidista (BRIPAC) con el Ejército francés y esas eran las previsiones para el año 1973. Sin embargo, sin que conozca las causas, entre el día 8 y 12 de marzo de 1973, me comisionaron, junto al teniente Luis Álvarez González de la COE 51 de Zaragoza, bajo las órdenes del entonces capitán Manuel Gordo Gracia, para asistir en Dieuze, Francia, a las reuniones de coordinación del ejercicio «Eugenie I/73».
Dieuze es una comuna francesa situada en el departamento de Mosela, de la región del Gran Este a unos 40 kilómetros de Nancy y al oeste de Estrasburgo. Allí llegamos los dos jóvenes tenientes en tren tras pasar por Paris, donde pudimos disfrutar de las bondades de la ciudad en aquellos años.
De regreso, y con un equipo operativo de diez hombres de las COE 51 y COE 62, nos concentramos en la Escuela Militar de Montaña en Jaca entre el 23 de marzo y el 13 de mayo. Fueron veintidós días intensos, sin descanso, en donde practicamos hasta la saciedad las técnicas y procedimientos a utilizar en el citado ejercicio.
«Eugenie I/73» se desarrolló en la isla de Córcega con la participación de equipos operativos de varios países europeos, todos ellos con misiones de «renseignement»; es decir, de obtención de información, a excepción de los dos equipos españoles a los que se les asignó cometidos de acción directa.
De la reunión previa en el 13 Regimiento de Dragones Paracaidistas (en francés, 13 Régiment de Dragons Parachutistes, 13 RDP), unidad de reconocimiento de largo alcance, regresamos a España con un voluminoso dosier de los objetivos a atacar. Entre ellos se encontraban puentes de ferrocarril y nudos de comunicaciones ferroviarias, lo que nos obligó a preparar, y luego transportar hasta la citada isla, todo tipo de cargas simuladas.
El 14 de mayo, en un avión de la fuerza aérea española, nos trasladamos al acuartelamiento del 13 RDP, en donde los diplomados en paracaidismo realizamos varios saltos desde helicóptero para obtener el «Brevet parachutiste», certificado de paracaidista militar francés que sancionaba el entrenamiento y autorizaba para efectuar saltos en paracaídas franceses del tipo BMP, lo que nos posibilitaba ser lanzados en Córcega. Allí saltamos los dos tenientes y el brigada Leandro Martín, que por aquella época estaba agregado en la COE 62 por no contar con ningún otro diplomado en OE. El otro suboficial de la COE 51, el sargento Fernando Yago, aún no estaba diplomado.
En las proximidades de la base de Solenzara, Córcega, saltamos la noche del 16 de mayo desde el avión Noratlas, tras ir pertrechados con el incómodo paracaídas francés durante más de dos horas de vuelo. La zona, como consta en el certificado del Brevet que cada uno de nosotros nos ganamos, figuraba en rojo, al considerarlo salto de guerra. Me explico, no se trataba de un terreno llano y sin obstáculos; al llegar al suelo y alcanzar la zona de reunión, señalizada durante escaso tiempo con luz parpadeante, atravesamos una carretera bordeada de árboles de altura considerable, un arroyo con cañaverales en sus márgenes y varias lindes de alambre de espino entre campos. Esta era la zona de salto donde nos soltó el avión.
Reunidos con el resto de nuestros hombres, que aterrizaron en la base de Solenzara, recorrimos la isla hasta el extremo norte para ser exfiltrados por la armada francesa el 26 de mayo. En los diez días de ejercicio, la Gendarmería y la Legión extranjera materializaron el enemigo. Como es lógico, nos desplazamos y actuamos sobre los objetivos siempre de noche, lo que originó situaciones inciertas y no exentas de curiosidad.
De ellas, recuerdo el paso obligado por una zona de cabañas en las inmediaciones de Corte, en el centro de la isla, donde estaba previsto que partisanos nos proporcionasen alimentos para seis días. Sin embargo, resultó que la zona marcada era un campo de prácticas de uno de los regimientos de la Legión Extranjera. Tal es así, que a media mañana desde nuestro refugio diurno observamos a legionarios maniobrando por doquier. A ello debo añadir que los previstos partisanos no fueron tales, sino el comandante Gordo (ya había ascendido), que figuraba en los equipos de coordinación del ejercicio. Por su parte, los víveres que nos suministró se encontraban todos en dudoso estado de conservación, como patatas medio podridas…, toda una «alegría» y, aún más, si pensamos lo días que quedaban por delante.
El transporte del equipo y las cargas simuladas para colocar en los objetivos suponía llevar mochilas de bastantes más kilos de lo normal, por lo que los desplazamientos nocturnos y de muchos kilómetros eran realmente duros. Recuerdo que una de las noches, tras dos horas de camino, después de un pequeño descanso, me advirtieron que uno de los guerrilleros de mi equipo había perdido el subfusil. La papeleta, afortunadamente, se resolvió bien, pues desandando el camino, acompañado de su binomio, lo recuperó, aunque no se unieron al grupo hasta bien entrado el día.
En cuanto a los kilómetros andados por la isla, de Solenzara a Corte había más de 70, de allí a la estación de ferrocarril de Ponte-Leccia, unos 30, y otros 80 hasta llegar al punto de evacuación. Eso sí, como queda dicho, todos los movimientos los realizamos de noche, al igual que recogida de la información que recibíamos de los equipos de «renseignement» de los otros países. Al final, actuamos y cumplimos nuestra misión en todos los objetivos asignados.
Fue una experiencia inolvidable, máxime en unos años en los que la participación en ejercicios con naciones extranjeras era escasa, por no decir prácticamente nula, en las unidades del Ejército español, con la excepción de la BRIPAC, que actuaba con franceses y portugueses en los ejercicios anuales, «Galia», «Iberia» o «Lusitania».
Ya en España, la vida en la unidad continuó al ritmo de siempre. El 28 de mayo, dos días después del regreso, me incorporaba a la zona del Carrascal, Navarra, en donde realizábamos las prácticas de escalada y el 20 de junio, al mando de una guerrilla, tomé parte en ejercicios de doble acción en la zona de Leiza, Navarra.
Me es preciso recordar que en aquellos años, por cuestiones políticas, los hombres incorporados a la COE 62 en Bilbao no podían ser de Vascongadas, con la dificultad que ello entrañaba, al no contar con personal que conociera ese aliado esencial para la guerrilla: el hábitat.