Juan Ramón Zato Paadín
Coronel. Antiguo capitán de la COE 52
Corría el mes de mayo de 1977 cuando recibí la noticia y orden subsiguiente de aprestar la compañía para unas maniobras conjuntas en Francia.
Previamente nos trasladamos a Dieutze, cerca de Nancy, en el norte del país vecino, el comandante Gordo, jefe del Curso de OE de la EMMOE de Jaca, el capitán jefe de la COE 51, Ferrer Sequera y yo.
Allí, en el cuartel general (CG) del Regimiento Paracaidista, durante dos días, tuvimos las reuniones necesarias para coordinar la operación conjunta que se iba a celebrar en Cahors, cerca de Toulouse y a la que una de las dos COE asistiría al completo.
Al parecer, según creía yo, era la primera vez que una unidad española, de cualquier tipo, participaba en unas maniobras conjuntas fuera del territorio español. Asistían equipos de operaciones especiales de Inglaterra (SAS), holandeses, griegos, franceses y nosotros: los españoles. El enemigo lo componían varias unidades francesas: el 2º Regimiento Paracaidista de la Legión de Extranjeros (REP), un Regimiento Paracaidista y varios destacamentos de las Compañías Republicanas de Seguridad (CRS). El Estado Mayor Central (EMC) decidió que la unidad que tomaría parte sería la COE 52, la mía. ¡Un honor, sin duda alguna!
En la 52 existía un soldado atípico, Fernando Moreno. Llegó a la COE en una captación de reclutas rutinaria en el Centro de Instrucción de Reclutas (CIR) de Zaragoza. Al cabo de un pequeño tiempo el teniente a cargo de su instrucción me indicó que había un fenómeno entre la tropa recién incorporada: sabía de todo y parecía que era más militar que ninguno. Lo llamé a mi presencia y me informó de más detalles. Almeriense de nacimiento, al poco de nacer su familia emigró a Francia. Allí se instalaron y, a los 20 años, se alistó en la Legión Extranjera (2º REP).
Realizó su instrucción en la base de Bonifacio (Córcega) y pasó, después, destinado a una base del REP en Albi. Al cabo de tres años, y por razones que no me quiso explicar ni yo le pregunté, desertó y pasó la frontera en un tren debajo de un vagón. Regresó a su pueblo y se fue a trabajar a Zaragoza. En esa ciudad regularizó su situación y se empadronó, por lo cual, según era costumbre en aquella época (ya había visto un caso parecido en Regulares 5, en Melilla, con un antiguo componente de otro REP), lo llamaron para cumplir el servicio militar en el CIR. Cuando fue un equipo de captación de la COE 52, se apuntó y apareció como miembro de la compañía.
La verdad es que era un profesional formado y bellísima persona; así que, inmediatamente, lo nombré enlace personal mío. Iba conmigo a todos lados y daba gusto verle funcionar. Me contó, con el tiempo, maneras y métodos, chismes y diretes de la Legión Extranjera como para escribir un libro. Yo lo tenía que cortar.
Se constituyó la COE en tres grupos operativos de veinte hombres cada uno, más otros cinco de apoyo al comandante Gordo en el CG de Cahors. Yo me puse al mando del primer grupo y mis tenientes de los otros dos. El resto de guerrilleros quedó en Barbastro al mando del brigada.
Mi enlace, Moreno, no quería ir a Francia. Temía que lo capturaran. Puesto en contacto con el Estado Mayor de BRIDOT me indicaron que era un soldado español a todos los efectos y que no me preocupara de nada más. Pero Moreno estaba asustado.
Días antes del traslado a Francia se me presentó en Barbastro un brigada de Intendencia del EMC, de la Pagaduría correspondiente. Me indicó que, dado que no estaban contempladas dietas para tropa en maniobras en el extranjero, el EMC había dispuesto una cantidad a repartir entre la tropa asistente. Me entregó un sobre amarillo clásico con un montón de billetes (fueron generosos en Madrid). Llamé al brigada de la COE, se confeccionó un estadillo, se dividió el dinero entre los guerrilleros, se les pagó, firmaron la nómina y el brigada de Madrid se marchó con el original. Yo me quedé alelado y volví a no comprender el nivel administrativo que entonces teníamos en nuestro ejército. Funcionábamos a golpe de «Fondos P».
Un Hércules C-130 nos trasladó desde Zaragoza al aeropuerto militar francés de Cahors. Nos recibió un oficial aposentador francés y nos alojamos en una nave donde reposaba ya el equipo completo de SAS inglés. Al día siguiente, en la formación del desayuno, a primera hora, mi enlace, Moreno, me indicó que al lado nuestro estaba ubicado el 2º REP francés, unidad de la que había desertado hacía ya casi dos años. Le indiqué que no diera mucho el cante y que permaneciera conmigo. Me acerqué a su capitán, nos saludamos, comentamos el tema y él, más acostumbrado que yo a esas desapariciones, no le dio más importancia. Los dos lo consideramos como gajes del oficio. A raíz de lo anterior, a Moreno se le hacían los dedos huéspedes saludando a algún colega legionario francés conocido. ¡Casualidades de la vida!
El día siguiente fue de adaptación, normas, equipamiento, disposición y briefing general. Esa noche cada equipo partió en camiones en distintas direcciones. En el punto inicial, un mando francés me entregó un sobre y desapareció con los camiones. La identificación nocturna del punto de estación fue muy dificultosa. A continuación, lectura e interpretación correcta de la misión del grupo; impartí órdenes sucesivas e iniciamos la marcha.
El objetivo final era la destrucción y captura de su guarnición, de un puente metálico de ferrocarril sobre el río Lot, que se encontraba a unos 80 km del punto de partida, en uno de sus muchos y pronunciados meandros. Nos encontrábamos en Quercy, una región parecida, en su flora y vegetación, a Galicia o Asturias. Muy arbolada, grandes campos y praderas verdes, caseríos aislados, muchas vallas electrificadas con las que tropezamos alguna vez y relativas pocas vías de comunicación importantes.
El 5º día teníamos que atacar el objetivo del que nos entregaron composición y materiales para poder calcular los medios adecuados a su derribo. Toda la noche anduvimos; al amanecer nos emboscamos; la noche siguiente, lo mismo y así sucesivamente. La tercera noche, mi vanguardia de cuatro hombres fue descubierta por una pareja de CRS. Los perros son los grandes enemigos del andar del guerrillero.
Uno de los hombres se dispersó en la huida y perdimos su contacto, el resto continuamos la marcha durante las dos jornadas que quedaban para llegar al punto de reunión final, antes del ataque. Todos mis hombres lo sabían, estaban preparados y disponían de cartografía individual.
Me llevé una alegría inmensa cuando, al cabo de dos días al llegar al citado punto de reunión, me encontré a mi guerrillero allí, como un clavo, esperando a su equipo. Me demostró que la instrucción era la adecuada, que la COE funcionaba y que mis hombres poseían recursos y sabían lo que tenían que hacer por sí mismos que era, al fin y a la postre, lo que intentábamos conseguir durante su tiempo en filas.
Fabricamos explosivos, simulados con tacos de madera, adecuamos hombres y cargas, equipos de ataque y protección, vías de escape. Después de una cuidadosa observación durante un día y medio, el equipo principal, se deslizó con cuerdas por el talud del túnel y sobre la vía, inutilizó a los dos centinelas franceses, atacó al resto del pequeño grupo de seis hombres de guarnición mientras un sargento y su equipo procedían a la colocación de explosivos en vigas metálicas y plataforma de vías, según el estudio previo de días anteriores. Al terminar, me acerqué al final del puente donde se encontraba un oficial árbitro. Evaluó el ataque, sacó unas fotos de los explosivos colocados, nos saludamos y despedimos.
Por la línea de evasión señalada, nos retiramos. En día y medio llegamos, en tiempo y rumbo, al punto de extracción de zona de todo el equipo. Dos helicópteros nos recogieron y regresamos al campamento de Cahors. La paliza de esos días fue de las que se anotan en la memoria.
El día siguiente se empleó en el gran briefing final con todas las unidades al completo y la Dirección del Ejercicio al frente. Se analizaron todas las acciones efectuadas por los componentes de los equipos operativos de los diferentes países. Al llegar al español, y una vez expuestas las tres acciones por parte de sus oficiales árbitros correspondientes, con exposición de fotos y tiempos, el general jefe francés al mando del ejercicio combinado nos felicitó en público e hizo mención expresa a que la unidad española no era profesional sino de reemplazo obligatorio. Fue una gran satisfacción para mí y para todos mis oficiales, suboficiales y tropa.
Esa tarde noche, y cuando ya todo había terminado, me fui con mis mandos a cenar a Montauban; nos lo merecíamos. Al regreso al campamento, en la nave donde dormimos junto al equipo SAS nos encontramos con un festival de mucho cuidado. Los británicos habían destacado un vehículo al surtidor de bebidas más cercano. En la nave, con los españoles animando, organizaron un peculiar concurso: una mesa alargada inundada de cerveza llegaba casi hasta la pared; solo un pequeño espacio separaba ambas, mesa y pared.
El juego consistía en que los individuos corrían a toda velocidad, con el torso desnudo, hacia la gran mesa. Se lanzaban sobre ella, resbalaban sobre la cerveza hasta el final con la pretensión de escurrirse para abajo por el hueco y evitar, así, el trastazo contra la pared. Unos lo conseguían, otros se dejaron algún cuerno en la mampostería, otros caían por el costado sin lograr empotrar la mollera en la pared, pero lo que sí lograron todos fue el coger una borrachera espectacular. Llegamos en el momento álgido del festejo hasta que, al cabo de un rato, como aquello no tenía visos de terminar, corté por lo sano poniendo firmes a propios y extraños, aun a pesar de las protestas de algún británico.
Al día siguiente, temprano, salimos del aeropuerto de Cahors hacia Zaragoza. Formados en el hangar, nos despidió muy emotivamente un teniente coronel francés del Regimiento Paracaidista.