La COE 51 en el corazón

Dr. Javier García-Valiño Abós

Profesor de Filosofía y Alférez de Infantería de complemento (reserva)

Han pasado ya muchos años desde aquellos primeros encuentros con la COE 51, siendo un chaval de diez a trece años. Son recuerdos que siempre han permanecido muy vivos en mi memoria y en mi corazón; reavivados en muchas conversaciones con mi padre y también, en los últimos años, con muchos guerrilleros y mandos que sirvieron en la compañía a las órdenes del capitán García-Valiño Molina.

Pocos meses después de volver con mi familia del Sahara español (hoy Sáhara Occidental) a Zaragoza, mi padre obtuvo destino en la COE 51. Como capitán, la mandó durante tres años y casi tres meses: desde el 20 de junio de 1976 hasta su ascenso a comandante el 11 de noviembre de 1979; sin duda, una de las etapas más fructíferas de su carrera militar, en la que ha servido en unidades y destinos muy diversos.

Siendo un niño, conocí la COE y desde entonces he sentido un gran afecto y admiración hacia todos sus miembros. En varias ocasiones, estuve con mi padre en el acuartelamiento de Valdespartera (Zaragoza), donde pude percibir un ambiente militar y humano muy especial. Además, en muchas ocasiones, haciendo deporte –corriendo– con mi padre, conocí bien el campo de maniobras: el terreno de campo abierto y monte bajo, más o menos árido o estepario, cercano al cuartel y a las ruinas de la ermita de Santa Bárbara: hermosos parajes naturales que, con el desarrollo urbano, desgraciadamente han ido desapareciendo, pero perviven en esa geografía interior del alma.

Mi padre salía de maniobras todos los meses y, con frecuencia, nos contaba experiencias de la COE. Con la atenta mirada de un niño que admiraba a su padre en todo, me sentía atraído por el ambiente de la COE.

Ahora bien, mis mejores recuerdos de la compañía son de diversas prácticas y maniobras en el campo, acompañando a mi padre; en particular, dos maniobras acuáticas, la fase de agua y unas prácticas de supervivencia. Fueron experiencias intensas, hermosas y de cierta dureza, que quiero evocar en este artículo con un sentimiento de gratitud y de cierta nostalgia.

La primera experiencia guerrillera fue en julio de 1977, acompañando al capitán, durante mis vacaciones de verano, poco antes de cumplir los once años. Del 5 al 14 de julio, en el pantano de El Grado (Huesca), la COE realizó prácticas acuáticas y subacuáticas, inmersión y recorrido de orillas, cruces de ríos y pantanos.

Recuerdo bien la carrera que hacíamos al comienzo de la mañana, antes del desayuno, así como las actividades acuáticas en las orillas del embalse y en superficie: a pie, nadando y con lanchas. Percibí un ambiente de compañerismo, exigencia y trabajo bien hecho. Me sentí muy bien acogido por los guerrilleros y los mandos. 

Durante aquellas maniobras acuáticas, recuerdo bien la visita del general jefe de la BRIDOT V a la COE 51. Al verme, se quedó un poco perplejo, y entonces el capitán le aclaró, en broma, quién era yo: un corneta que estaba a punto de ascender a cabo; y la escena hizo mucha gracia a los oficiales que acompañaban al general.

Inmediatamente después de la fase de agua, la compañía se trasladó desde El Grado hasta un hermoso valle del Pirineo aragonés: el Valle de San Nicolás de Bujaruelo (Huesca), donde permaneció del 14 al 23 de julio en prácticas de supervivencia (estival). Al menos una vez, pernocté con mi padre en el bosque: en un vivac (vivaque): un pequeño refugio natural, hecho con ramas de boj, usando las esterillas y el saco de dormir. Durante esos días, pude observar cómo los guerrilleros sabían aprovechar con gran habilidad los escasos recursos naturales que les ofrecía el bosque pirenaico para sobrevivir en esos largos días de verano.

 A continuación, se incluye una foto tomada al finalizar la supervivencia: el día 23 de julio de 1977, en un ambiente festivo, celebrando ese momento tan esperado con un sabroso cordero asado al fuego, después de varios días de notable escasez y, sin duda, bastante hambre. Ciertamente, aquellos guerrilleros estaban más que preparados para combatir y sobrevivir en condiciones extremas. En la foto aparecen el capitán y varios guerrilleros sentados sobre la hierba, y yo de pie.  

Terminada la supervivencia, una patrulla de la COE se trasladó a Cataluña para prestar servicios en unos ejercicios de submarinismo, en colaboración con la COE 41 (Barcelona), quizá organizados por el curso de Operaciones Especiales de la EMMOE (Jaca). Los ejercicios fueron en el litoral de La Escala (Girona), en la Costa Brava. Recuerdo que el capitán, los sargentos Pérez Orleans y Porras y yo hicimos el viaje juntos en un vehículo, desde Zaragoza hasta La Escala, en un ambiente muy cordial.

Mi padre y yo nos quedamos en una tienda de campaña, entre pinos piñoneros, muy cerca de una hermosa cala y de un camping. Cada mañana, ambos corríamos cerca del mar y luego nos bañábamos en una cala. Me quedé cautivado por la belleza de aquel ecosistema litoral: los pinares, las calas de aguas transparentes, los fondos marinos. Durante la mañana, el capitán y ambos sargentos podían supervisar las actividades de sus guerrilleros.

La segunda experiencia guerrillera fue junto a mi hermano, Ignacio García-Valiño Abós (1968-2014), de quien conservamos un recuerdo entrañable. Deseo dedicar este artículo a la memoria de Nacho, psicólogo escolar y gran escritor: autor de novelas, cuentos y ensayos.

Esa experiencia junto a Nacho fue del 4 al 12 de septiembre de 1979, antes de comenzar el nuevo curso escolar: durante las prácticas de instrucción en aguas de superficie, en el pantano de El Grado y en el embalse de Barasona (o de Joaquín Costa), en Graus (Huesca). Esas fueron las últimas maniobras del capitán con la COE 51.

A continuación, se incluye una hermosa foto tomada en el día de su undécimo cumpleaños (yo tenía 13 años): el día 9 de septiembre de 1979. En la foto, Nacho y yo estamos junto a todos los mandos de la COE en la tienda grande donde ellos compartían la comida y aparece él con una tarta en las manos: seguramente fue un detalle del brigada Serapio, que se aprecia muy bien en la foto.

Mi padre recuerda un episodio gracioso y entrañable con Nacho como protagonista. Una mañana, después de la carrera matutina y el desayuno, cuando el capitán y los demás mandos estaban aún en la tienda planificando las operaciones de la jornada, Nacho le pide permiso para entrar y expresa “formalmente” una queja: había dormido mal porque había goteras en la tienda de campaña, el desayuno estaba frío, etc. Entonces el capitán, orgulloso en cierto modo del sentido crítico de su hijo, le responde: “Su reclamación ha sido desestimada; puede retirarse”. El sargento Porras comenta: “Pero mi capitán, ¡pobre chaval!”

Recuerdo bien el día en que recibimos la buena noticia –ya muy esperada– del ascenso a comandante. Fue durante la visita de un teniente coronel, amigo de mi padre. Aquel día, para celebrarlo, el brigada Serapio había comprado un postre algo especial para la comida en el campo de la compañía.

Conservo un grato recuerdo de aquel suboficial andaluz, hombre sencillo y afable, gran profesional, que echó raíces en la noble tierra aragonesa. Deseamos rendir ahora en este monográfico un homenaje de gratitud a D. Pedro Jiménez Serapio (1945-2022), a quien todos recordamos con especial cariño.

También recuerdo bien al brigada Sánchez, hombre serio y austero, que llevaba con rigor y eficacia la logística de la compañía, y en él se apoyaba el capitán.

Durante aquellos días –intensos e inolvidables– de maniobras acuáticas y prácticas de supervivencia, conocí de cerca a los guerrilleros y fui testigo de su forma de actuar; sobre todo, su disciplina, fortaleza de ánimo, compañerismo y sentido del humor; y pude apreciar el buen espíritu que reinaba en la COE 51.

Durante ambas fases de agua, cada mañana solía correr con un grupo de guerrilleros, dirigido por algún mando. En una ocasión salí con el grupo del sargento Camello, que en todo tenía un estilo peculiar y se hacía querer. A él le gustaba correr despacito: a un paso lento y constante. (Camello había estado destinado en el Sahara español, donde había coincidido con mi padre).

También me embarqué varias veces con guerrilleros e incluso hice rápel con ellos. Durante la visita del general de la brigada, estuve en el embalse con una patrulla: nadando en una operación acuática y también navegando en una pequeña embarcación.

En cierta ocasión, los sargentos Porras y Orleans pasaron revista de armamento y, al examinar mi gran cuchillo –que el capitán me había prestado–, me amonestaron porque no estaba muy limpio.

Conservo un recuerdo especial de algunos mandos que sirvieron con mi padre, pues con ellos tuve una relación más o menos cercana. Hay que destacar la profesionalidad y entrega de todos ellos. Quiero mencionar a los cabos primeros –Martín, Ágreda, Yarritu y Benejam–; los sargentos Pérez Orleans, Porras, Camello, Cabrero, Baena, Nogueiras y Lorente; los brigadas Sánchez y Serapio; el alférez Jiménez Yago, un hombre entrañable a quien todos recordamos con afecto; y el teniente Bayo, que acababa de salir de la Academia: comenzó su andadura como oficial boina verde en la 51 junto al veterano capitán.

Con respecto al estilo de mando del capitán García-Valiño, lo que me han transmitido algunos veteranos y mandos, y lo que yo mismo he observado, es muy claro: “Tu padre no daba órdenes: simplemente decía lo que había que hacer”, me decía el guerrillero José Osuna. El sargento Pérez Orleans lo expresaba así: “Lo más destacable del estilo de mando de García-Valiño era el dejarles en libertad de acción a sus mandos subordinados”. El capitán delegaba en ellos, pues confiaba en sus hombres: sabía escuchar y acoger sus propuestas e iniciativas. Consciente del buen espíritu que reinaba en la compañía, se apoyaba en la experiencia de los mandos y guerrilleros y les dejaba un ámbito de libertad: “dejar hacer”, pero mostrando claramente su idea táctica –acorde, en cada caso, con la orden de operaciones– y cómo quería que se hicieran las cosas. Sin dejar de programar las actividades, amaba el “orden abierto”, no le gustaba el “orden cerrado” ni la homogeneidad.

En este sentido, creo que su estilo de mando puede evocar una característica notable de los buenos oficiales; por ejemplo, en el Ejército británico, al que él mismo prestaba atención: crear las condiciones para que, en un ambiente de confianza y lealtad, con una disciplina no coercitiva, no basada en el miedo, cada hombre pueda aportar su experiencia y sus mejores cualidades al servicio de la unidad. Se trata de una disciplina que no sofoca la libre iniciativa personal, sino que más bien la promueve. Así pues, la experiencia de nuestros guerrilleros de la 51 muestra claramente que el ejercicio de la obediencia, bien entendida, no se contrapone a la libertad personal, sino que puede darse una convergencia fecunda de obediencia y libertad. (La palabra “obediencia” deriva del latín ob audire: oír, escuchar atenta y dócilmente).

Esta realidad fue vivida por muchos guerrilleros de esa época. Uno de ellos me relataba su experiencia. Cuando le tocó incorporarse al servicio militar en Zaragoza, él venía de lejos, su sensibilidad y actitud era muy contraria al mundo militar. Durante su estancia en el Centro de Instrucción de Reclutas (CIR), estaba “en rebeldía”: procuraba eludir todas las tareas (“se escaqueaba”, diríamos coloquialmente). Al llegar a la COE 51, encontró un ambiente especial, marcado por el compañerismo, la cooperación y la confianza, y un estilo de mando, desde el capitán hasta los cabos primeros, que, sin dejar de ser exigente, le sorprendió gratamente. Entonces fue cambiando su actitud y su visión: sentía la compañía como propia, confiaba en sus mandos –en especial, un sentimiento de lealtad a su capitán–, se involucraba activamente, hasta llegar a ser uno de los guerrilleros más apreciados de la compañía. 

Las experiencias que he narrado las viví con la intensidad e ilusión de un chaval, y dejaron una huella honda en mi carácter. Además, durante muchos años, en muchas ocasiones, mi padre y otros veteranos han compartido conmigo recuerdos y anécdotas de la COE que se han unido a mis recuerdos infantiles y me han dado las claves para interpretarlos mejor y extraer lecciones para mi propia vida.

En todos los encuentros posteriores a aquella época, los veteranos han puesto siempre de relieve la profesionalidad y cualidades de todos sus mandos y, en particular, la humanidad y cercanía de su capitán. Ciertamente, todos somos humanos y tenemos fallos; pero la verdad es que ellos se sienten contentos y orgullosos de haber servido a sus órdenes y le siguen expresando, cada uno a su manera, su respeto y cariño.

Por último, quisiera destacar el más valioso legado de aquella época memorable: el buen espíritu guerrillero, la concordia y la profunda amistad que hay entre todos ellos. Hoy puedo asegurar que con esos veteranos yo me iría, sin dudarlo un momento, “al fin del mundo”.

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