Coronel Miguel Cervilla Lupión (retirado)
Capitán fundador del GOE II (Granada). Antiguo Teniente en COE 21 (Tarifa). Antiguo Capitán jefe de la COE 21 (Tarifa). Capitán en el GOE II. Comandante jefe del GOE IV (Barcelona)
La situación inicial era la siguiente:
La COE 22 se encontraba de salida mensual en el campamento Alférez Rubio Moscoso (familiarmente para nosotros El Padul), desde el 18 de noviembre de 1985 e iba a durar la salida hasta el 29.
Allí se realizaba todo tipo de actividades: topografía; tiro individual y con armas colectivas, incluso existía una galería de tiro de pistola y subfusil; escalada y pasos semipermanentes; paso de pista de aplicación; conguito; patrulleo; instrucción de PRP; transmisiones; explosivos; prácticas con helicópteros; el periodo básico y de endurecimiento con su prueba de la boina; etc.
En esas fechas de fundación se hacía un poco de todo. El campamento permitía dormir bajo techo y en literas a todo el personal, ya que se disponía de naves barracón para alojamiento, con sus estufas de leña que los calentaban y un hermoso comedor con cocina fija. Se tenía, en aquel entonces, hasta agua potable de unos grandes depósitos; aunque duchas, pocas.
Disponíamos de los vehículos que se solicitaron a la PLMM, pues desde un principio de creación del GOE se decidió reunir todos en el escalón de mantenimiento, dependiendo de la cuarta sección del Grupo, incluidos los conductores. Intentaban siempre que fuera el mismo personal el que apoyara a la misma COE.
El día 27 de noviembre se recibió una llamada telefónica de la PLMM del GOE (¡sí!, se tenía teléfono civil, que se encontraba en los locales del destacamento que lo custodiaba) y nos informaron de que teníamos que enviar todos los vehículos a Granada; se debían entregar y sustituir por unos nuevos a la semana siguiente. Me puse en contacto con el comandante jefe y le informé de que me quedaba con dos Land Rover por seguridad. No me poso pegas.
Me pasé toda la mañana, dándole vueltas a cómo regresar al acuartelamiento (a 32 km). Empecé por diseñar patrullas a nivel sargento para que, campo a través, la noche del 27 al 28 regresar al acuartelamiento. No era complicado, pero hacía un frío que pelaba y con los dos vehículos no podría acudir a tiempo a cualquier punto si surgía alguna necesidad.
Durante la comida de ese día, hablando con los mandos, se me cruzaron los cables e hice la propuesta de realizar una marcha nocturna por el arcén (en la actualidad no lo realizaría por la inseguridad que supone). Iríamos corriendo con equipo (mochila de combate y fusil) hasta el acuartelamiento bien entrada la noche ya que así el tráfico sería mucho menor.
El equipo mayor (las mochilas grandes y equipo de campamento) lo dejaríamos en custodia en el campamento y lo recogeríamos cuando dispusiéramos de vehículos.
Se lo comunique a la tropa en una formación casi al anochecer y debíamos de hacer una selección y retirar a los que nos podían dar problemas. Fue muy difícil hacerlo, todos eran voluntarios, nadie se echó atrás. Hasta fue difícil dotar a los dos Land Rover de personal, ya que uno de los vehículos iría delante abriendo la marcha y otro detrás cerrándola. Por supuesto, el comandante no sabía nada de esto. Si se lo hubiese comunicado, aquella noche ¡se hubiera venido con nosotros! Jejejeje.
La salida la efectuamos sobre las 23 horas del 27. Se corría, abrigados con el jersey de montaña, por los dos márgenes de la carretera, con señalización en la cabecera y en la cola con Land Rover y linternas encendidas en todo el trayecto. Aquella primera carretera hasta el Puerto del Suspiro del Moro, la que va de La Cabra a Almuñécar, la corrimos sin problemas; pero de los 20 minutos corriendo y 5 andando, se pasó a 15 y 5. Se notaba el sufrir de la gente. Se iba cantando, como siempre, para mitigar lo que íbamos notando: cansancio y rozaduras de botas, de la mochila y en la entrepierna. Después del Puerto del Suspiro del Moro, entramos en la carretera nacional (no es la actual autovía). Por suerte había poco tráfico y pasamos por Alhendín, Otura, Ogíjares, Armilla y, por fin, Granada. A la entrada por el Camino de Ronda, se hizo un parón cortito para ajustarse el equipo y parecer más uniformados. Y así, a paso ligero, entramos aquella madrugada del 28 de noviembre, después de casi 4 horas y media de marcha forzada. Tengo que decir que allí nadie hablaba de cansancio, de rozaduras de aspeados, de los pies recalentados, de las botas o del asfalto.
Mis órdenes fueron, recoger las mochilas, limpiar el fusil y duchas, ¡sííííí, duchas! No sé cómo se consiguieron abrir, pues eran del acuartelamiento y, a continuación, y para sorpresa de todos, decidí, por mi cuenta y riesgo, darles aquel jueves de madrugada pase de fin de semana hasta el lunes: total, se lo adelantaba un día. Se lo merecían.
Claro antes de la formación de las 8, me presenté al comandante jefe a comunicarle, todo lo acontecido y sus novedades. ¡Sin novedad!