Teniente Coronel (retirado) Antonio Luis Vicente Canela
Antiguo Teniente y Capitán del GOE III
Próximamente se publicará en la revista Boina Verde un monográfico sobre el GOE III. Con tal motivo, se ha pedido a todos los que un día formamos en sus filas, y desfilamos tras su guion, que nos animemos a escribir un artículo que refleje nuestras experiencias, vivencias y anécdotas para que queden plasmadas en esa magnífica revista que, sin ninguna duda, será un valioso documento de consulta para generaciones venideras.
Me puse a ello, y, durante los primeros días de la canícula veraniega, repasé toda la bibliografía de la que dispongo con el ánimo de refrescar la memoria. No en vano llegué al GOE III en julio de 1987, y, aunque en Alicante no llueva demasiado: ¡Ya ha llovido!
Una vez finalizado el recorrido por las páginas de las publicaciones que reúnen diferentes textos y fotografías —prácticamente todas salidas de la pluma del general Vicente Bataller—, me encuentro con que, en realidad, ya está casi todo contado, y es difícil aportar alguna cosa nueva que no se haya dicho. ¿Qué enfoque darle, pues, a un artículo de forma que no resulte tan tedioso como para que el lector lo abandone tras deslizar la vista por las primeras líneas? Bueno, siempre se puede recurrir a las impresiones personales, a los sentimientos, pero tampoco creo que consiguieran captar demasiado su atención.
Tras un segundo repaso, encuentro (mejor dicho, no encuentro) una referencia concreta que narre un episodio que fue, en su momento, determinante para el GOE III, para Alicante, y para las Operaciones Especiales (OE) en España. Así que intentaré relatarlo, y pido disculpas de antemano, pues es más que posible que en mi cabeza bailen ya los datos y fechas concretos, y caiga en un uso excesivo de la generalización.
A lo largo de los años noventa la presión social en contra del Servicio Militar (SM) obligatorio era tan fuerte que se empezaba a hablar cada vez más de la necesidad de profesionalizar, en su totalidad, a las Fuerzas Armadas (FAS). Dicha presión no solo venía en un sentido: es decir, de la sociedad civil hacia los cuarteles, sino que también en el seno del Ejército se hablaba, con más insistencia, de dar ese paso.
Los cuadros de mando habíamos «sufrido» ya, con la Ley aprobada en el año 1991, la reducción de la duración del SM y de la edad con la que se incorporaban los jóvenes españoles (de 21 a 18 años), y tres años, en esa edad, se notaban muchísimo. España comenzaba también a participar en misiones internacionales, donde nuestras tropas, a menudo compartiendo responsabilidades con los ejércitos de otras naciones europeas, se veían expuestas a riesgos que la sociedad no aceptaba de buen grado. Por otro lado, y quizá como consecuencia de ello, la objeción de conciencia creció a pasos agigantados, y declararse objetor se convirtió, en muchos casos, en una simple maniobra de elusión del SM, como alguno de los jóvenes que eran llamados a filas reconocía sin ningún rubor.
Sin embargo, nosotros, los GOE, éramos una isla en medio del océano. Manteníamos las unidades al completo, y nos seguían sobrando peticionarios en las captaciones. La simple estampa de un guerrillero con el macuto a la espalda, un cierto grado de desaliño indumentario, y la boina verde en su cabeza, era más que suficiente para regresar de los Centros de Instrucción de Reclutas (CIR), con los camiones llenos. Conscientes, pues, de que trabajábamos con una «materia prima» muy difícil de mejorar, la pregunta que nos hacíamos era: ¿Cómo nos puede afectar a nosotros la profesionalización?
Indudablemente el adiestramiento y la instrucción de los guerrilleros, que hasta entonces se producía en periodos cíclicos, debería necesariamente de mejorar al convertirse en lineal. Pero, ¿conseguiríamos seguir «llenando los camiones» con los soldados profesionales al igual que lo hacíamos con los de reemplazo? ¿La crudeza con la que se exponía la vida que les esperaba en el GOE, donde se les iba a pedir todo, a cambio de nada, seguiría funcionando con los profesionales? Navegábamos en aguas desconocidas. En el GOE III habíamos tenido una experiencia previa con los Voluntarios Especiales (VE), que, a decir verdad, no salió demasiado bien, y eso nos preocupaba.
Había un espejo en el que contemplarse: La Bandera de Operaciones Especiales de la Legión (BOEL). Pero esta unidad se nutría ya de profesionales, no partía de cero como era el caso de los GOE.
Se publicaron las primeras plazas de Militares de Tropa y Marinería Profesional (MPTM), y llegó el momento de ponerse manos a la obra. Entonces, surgió una idea que sería el germen del que ha sido el mayor éxito de captación que, al menos yo, he conocido.
Mandaba el GOE III el comandante Vicente Bataller, y su Plana Mayor de Mando (PLMM) el capitán Colomina. En una reunión para debatir cómo enfocar el asunto se planteó que, si los puestos de MPTM eran ya una profesión, en las oficinas de empleo civiles se deberían ofertar como lo que eran: un trabajo más. Y allí que nos plantamos el capitán Colomina y yo, delante de un atónito funcionario del Instituto Nacional de Empleo (INEM), para reclamar que nuestros carteles de captación se exhibieran, junto a las demás ofertas de empleo, en todas las oficinas de la provincia. Debimos de ser muy convincentes, pues, tras mover nerviosamente su bolígrafo entre los dedos, e ir varias veces a rellenar su vaso en la máquina de agua que tenía en su despacho, reconoció que teníamos todo el derecho a hacer lo que pedíamos y que lo elevaría a sus superiores con su opinión favorable.
Pero la verdadera «jugada maestra» estaba todavía por llegar. Ciertamente las oficinas del INEM nos darían una cierta visibilidad. Pero confiar en que el funcionario de turno, exhortara al joven que llegase hasta él buscando trabajo para que se alistara en las FAS, y más concretamente en OE, era pedirle peras a un olmo que no estaba ni siquiera plantado. La clave de todo el asunto estaba en cómo atraer a los que, queriendo formar parte de la FAS, no tuvieran suficientemente claro a que unidad alistarse.
El camino para ello pasaba, obligatoriamente, por las delegaciones de defensa. En la de Alicante estaba destinado el brigada Valero, un suboficial que había formado parte de las filas del GOE III, y que era, además, fundador del mismo. Convenientemente aleccionado (no hizo falta mucho esfuerzo, la verdad) nos proporcionó el listado de los siete mil jóvenes valencianos que hubieran debido entrar en filas por su edad. Y la PLMM del GOE III se pasó la Navidad de ese año haciendo sobres en los que se les remitía a cada uno de ellos una carta animándolos a alistarse. Lo cual no solo suponía esfuerzo de personal, sino también dinero, ya que las cartas había que franquearlas. Pero ese asunto también se superó y se logró —en una entrevista con el responsable de Correos— que el franqueo fuera gratuito. Asimismo, aprovechando los archivos de los que se disponía en S-1, se remitió una carta a todos los veteranos de nuestra unidad y de las antiguas COE 31 y 32, para que ellos mismos, o sus familiares o amigos, se animaran a dar ese paso.
La cosa iba viento en popa. Pero nuevas reflexiones nos condujeron a pensar que, tal vez, la persona de la Delegación de Defensa que se entrevistara con el solicitante de información, tampoco fuera lo suficientemente convincente para que el joven descartara cualquier otra posibilidad de alistamiento que no fuera el GOE III. Y ahí, de nuevo, el comandante Bataller se la jugó, y envió un suboficial (en realidad eran varios que se iban turnando), que durante un mes estuvo sentado en un banco, en la Delegación, frente a la ventanilla de información, esperando pacientemente a que el aspirante finalizara la entrevista, para desmontarle luego toda la información recibida, y convencerlo de que «nunca podría ser feliz en la vida» si no se alistaba en el GOE III. Sin embargo, todavía creíamos que el esfuerzo se podía mejorar, y se enviaron suboficiales a las delegaciones de Castellón, Valencia y Murcia (y seguramente a alguna más que he olvidado), que, aprovechando su «permiso oficial», se daban una vuelta por la Delegación. Aquel equipo de suboficiales fue la «clave del éxito» de la toda la operación.
El resultado fue increíble hasta para los que habíamos trabajado en el proceso. Hablo de memoria, pero creo recordar que solo para el GOE III hubo mil quinientos peticionarios, mientras que para el resto de los GOE de España, sumando todos fue de unos cuatrocientos.
Las plazas que había que cubrir en el GOE III eran, por supuesto, muchísimas menos (alrededor de sesenta), por lo que era preciso un riguroso proceso de selección. Y el comandante Bataller decidió que yo era la persona idónea para dirigirlo. El Mando estableció la Base de San Pedro, en Colmenar Viejo, como punto de reunión y de realización de las pruebas físicas, médicas y, lo más importante, de la entrevista que determinaría si el aspirante a guerrillero era merecedor del puesto. Muchos de los MPTM llegaban el tren a la estación de Chamartín, donde yo iba a recogerlos cada día con un convoy de camiones, y luego los llevaba a Colmenar Viejo, donde se alojaban. Me pase cinco días en jornadas maratonianas, entrevistando a los que superaron las pruebas. Pero me equivoqué. No con todos, obviamente. Todavía hoy están en las filas del GOE III, o del Mando de Operaciones Especiales (MOE), magníficos profesionales (algunos son oficiales o suboficiales), que provienen de aquella captación.
Pero yo pensaba entonces que lo que había funcionado con la tropa de reemplazo, debería de funcionar con los MPTM. Y en algunos casos no fue así, y cuando comenzaron a sentir en su cuerpo la dureza del adiestramiento, pidieron la baja. Después, con el paso de los años, se comprendió —y se constató—, que eso era lo positivo: ser capaz de que los periodos de instrucción y adestramiento determinaran quién podría formar en nuestras filas y quién no. De hecho, cuando muy posteriormente se crea el Curso de OE para tropa, se mantiene una dinámica que confirma este extremo, pues casi con regularidad matemática solo se diploma la mitad de los alumnos que lo comienzan. Pero entonces, reconozco que cuando, ya en Alicante, comenzaron las primeras bajas yo me lleve un gran disgusto.
Los efectos de aquel proceso que, como podéis suponer, no se divulgó en absoluto más allá del estrecho círculo que lo ordenó, planeó y desarrolló, se reflejaron en varios acontecimientos que fueron determinantes —como ya mencioné al principio del artículo—, para las OE, y para la ciudad de Alicante.
En primer lugar, durante el proceso de selección, se autorizó a que todos los peticionarios de plaza en el GOE III, que no fueran elegidos, pudieran optar a cualquier otro GOE, con lo que, directamente, se benefició al resto de los GOE que habían tenido muchos menos peticionarios.
Posteriormente, cuando el Mando ordenó reorganizar, de nuevo, las unidades de OE, reduciendo el número de GOE, mandos y tropa comenzamos a ponernos nerviosos: muy nerviosos. Cambiar de destino es algo habitual en la milicia, es cierto, pero se habían terminado los años en los que uno llegaba a casa por la tarde y decía: ¿Cariño, conoces Cuenca? Y toda la familia estaba encantada de mudarse a la «Ciudad Encantada». Las mujeres se habían incorporado masivamente al mundo laboral, y en la casa en la que entraban dos sueldos, todo era más fácil, y mudarse conllevaba, en la mayoría de los casos, perder uno de esos sueldos, y no hacerlo, vivir separado de la familia. Por otro lado, la política de personal en nuestro Ejército nunca se ha distinguido por potenciar la movilidad, y buscar casa, colegio para los críos, y todo lo que conllevaba un cambio de destino, no era lo más apetecible. A eso hay que añadir que los mandos y tropa de las unidades de OE, no somos muy proclives a colgar la boina si no nos obligan.
Sin embargo, el GOE III podía estar tranquilo: bajo ningún concepto sería suprimido. Y ello ¿por qué?, preguntaréis vosotros. La respuesta que recibimos debería haber sido enmarcada, y cuidadosamente conservada, porque no tenía desperdicio: «El Mando, se había dado cuenta de que el Levante español era un vivero inagotable de vocaciones castrenses, como quedaba demostrado en los datos que arrojaba la captación de MPTM realizada por…el GOE III. (Los puntos suspensivos son míos).
Pero la cosa no terminó ahí, pues cuando hubo que determinar el emplazamiento final del MOE (que estaba en la ciudad de Jaca), el asunto volvió a tener su peso.
El mismo día que el Rey de España (entonces Príncipe de Asturias) visitaba el GOE III, se celebró en el Cuartel General del Ejército una reunión de todos los jefes de GOE/BOEL, para debatir el asunto. Mandaba accidentalmente el GOEIII el capitán Colomina, que, obviamente, no podía asistir a dicha reunión dada la importancia de la visita. Así que con mi uniforme en la maleta, y mi billete de tren, me fui a la capital. Yo era entonces (aunque antiguo) teniente, y los demás, comandantes y tenientes coroneles. Cada cual expuso los motivos por los que el MOE debería arrimarse a su ascua, todos ellos muy bien fundamentados y razonados. Y yo puse sobre la mesa los datos de peticionarios para poder formar en las filas del GOE III. Es verdad que fue entre otras cosas, pues nosotros teníamos también buenas cartas para la partida, como era la proximidad a la base de submarinos de Cartagena, la base de helicópteros de Bétera, dos campos de tiro y maniobras prácticamente en exclusiva, y el destacamento de Cabo Roig que era ideal para las prácticas de combate en agua). La cuestión es que hoy, en la ciudad de Alicante, en el Acuartelamiento «Alférez Rojas Navarrete», sigue estando la sede de las Fuerzas Especiales del ET.
Termino ya. Es posible que muchos de los que leáis este artículo dudéis de todo lo que en él he narrado. Incluso tengáis sólidos argumentos para refutarlo. Y seguramente tendréis razón. No en vano, el día que el general Bataller se despidió del GOE III, le dije (y eso sí que está documentado en una carta que está en su poder): «Mi teniente coronel, algún día, no demasiado lejano, alguien nos explicará a ti y a mí por qué las OE de ET están en Alicante».