José Antonio Rentero, guerrillero de la UOE 11
Voy a contar mi historia y experiencias en el servicio militar de reemplazo en el año 1987 a petición del teniente que tuve por mi paso en la UOE 11 del GOE I.
Mi historia empieza en octubre de 1987, con 19 años.
Fui llamado para hacer el servicio militar en Plasencia. Me sentí un poco raro. Mi padre me dejó en un tren que me llevó a Cáceres, donde nos recogió un camión Avia y nos trasladó como si fuéramos ganado. Hacía un frío de co…., nos taparon con una lona y nos llevaron a Plasencia donde empezaron a gritar a todos los reclutas como si fuéramos ovejas. Nos dijeron que lo primero era cortarnos el pelo, parecíamos que estábamos en un campo de concentración.
Allí estuve en el CIR preparándonos para poder jurar bandera. Aprendimos a desfilar, disciplina militar y a saber diferenciar las distintas divisas de mandos.
Mi deseo era aprender primeros auxilios; así que eso me llevó a tomar la decisión de presentarme como voluntario de enfermería del CIR creyendo que aprendería algo; pero no aprendí más de lo que ya sabía. La función que tenía era distribuir la comida a los soldados que estaban enfermos o a los que tenían alguna lesión, aunque de todo se aprende algo. Aprendí a pinchar medicación, a poner vacunas, a hacer limpiezas de forúnculos, curas de diversas heridas… pero mi sensación era que no estaba en mi sitio. No quería pasarme un año entero haciendo aquello cuando yo soy una persona activa.
El deporte, la aventura, el riesgo, hacer cosas nuevas… Eso era lo que me llamaba la atención. En aquel sitio tenía demasiada inactividad; me recomía por dentro; era un animal salvaje encerrado en una jaula.
Me comunicaron que me quedaba en enfermería toda la mili ya que el que estaba conmigo se licenciaba ¡Pero vino mi salvación al cuartel! Me informaron que había llegado el Grupo de Operaciones Especiales I de Colmenar Viejo a captar a soldados para integrase en su unidad. ¡Ser boina verde me llamaba mucho la atención!
Fui a que me informasen de qué es lo que hacían y de cómo podía yo entrar allí. Cuando me explicaron todo me dije: “¡Ese es mi sitio!” Ya que estaba obligado a cumplir la mili… ¡quería sacar el mayor provecho posible!
Todas las actividades que me contaron me gustaban. Eso estaba hecho para mí. Practicar deporte, andar en marcha por el campo, orientación, escalada, submarinismo, esquí, tiro con distintas armas, supervivencia, maniobras de guerrillas… Sabía que no sería un camino de rosas, pero el reto me gustaba. Además, me estaba preparando físicamente para opositar a bombero, que es lo que soy ahora y llevo ejerciendo 32 años.
Tuve que pasar unas pruebas físicas muy básicas, ya no me acuerdo muy bien, pero creo recordar que fueron 1000 metros corriendo, unos fondos y unos abdominales.
Mi reflexión del paso por el GOE es que tuvimos tiempo para todo. Hicimos muchas cosas buenas y malas, mejores y peores, con mucho esfuerzo y sacrificio; pero aquella vivencia me ha dejado un recuerdo inolvidable con amigos de distintos puntos de la geografía española, con los que aún seguimos viéndonos y disfrutando del recuerdo de aquella aventura que fue el paso por el GOE I. ¡Y una excelente experiencia personal para afrontar mucho mejor la vida! Incluso nos hemos desplazado a Alicante para el 50º aniversario de la COE 11. Fuimos una cantidad ingente de personas del mismo cuerpo y de distintos años, con un fin común. Fue increíble revivir aquellos momentos y el reencuentro con compañeros y mandos.
Es curioso ahora pensar cómo trabajaron con nosotros, cómo nos metieron el veneno en la sangre, en el cuerpo de élite, con infinidad de experiencias que provocan que estemos unidos para siempre. Aunque con el paso del tiempo no coincidamos, con solo vernos, se nos ilumina la cara de felicidad por aquellas experiencias y momentos vividos.
La historia se inicia con la entrega de ropa mimetizada de montaña para poder afrontar toda la mili. Era diferente a la de los pistolos, como se les llamaba a los otros que no estaban en el GOE. Estabas preparado desde el primer momento para moverte por el campo camuflado y así empezar la formación como guerrillero. Esto se inició con unas duras maniobras para poder conseguir la boina verde, que es lo que te identificaba como guerrillero. Boina verde del GOE.
Nos tiramos un mes realizando rutas, andando. Nos enseñaron a orientarnos por el campo, por medio de brújula y planos. También utilizábamos los puntos de referencia del campo y de las montañas, como picos, ríos, vaguadas…
Lo importante del binomio era que es tu sombra y juntos vas hasta el final. Si no era así, piedra a la mochila y a cargar con ella. Otra cosa básica era la hidratación. La cantimplora nunca podía estar vacía. Ese control de la administración del agua y la responsabilidad de tener siempre era innegociable; de lo contrario, otra piedra a la mochila ¡pero esta vez más grande!
También era muy importante una muda seca de repuesto en una bolsa de plástico, tu brújula, la ración de comida, tu poncho y demás cosas necesarias para poder afrontar, tú solo, un día de maniobras. Si te faltaba algo ¡piedra que te crió!
Con todo esto empezó mi formación como guerrillero y como persona. Aprendí mucho, tanto a defenderme en el campo como de gestión personal.
También sufrí mi primera experiencia injusta: en la explicación de orientación, en un grupo de unos 10, pregunté una cosa que no había entendido y el sargento me ordenó: “Soldado, póngase en pie”. Le respondí: “A la orden, mi sargento”. Él me volvió a ordenar: “Póngase firmes” y me dio un fuerte golpe en el pecho. No entendí el porqué de tal injusticia; mi mirada era desafiante y la suya provocadora. Me tuve que tragar las lágrimas y callarme. Hoy en día sé que el problema no era mío; dudo mucho que fuera parte de la formación. Era su frustración como persona.
Después de un mes de preparación llegó la prueba final ¡conseguir la ansiada boina verde!
Comenzamos el día a las 07:30 de la mañana, corriendo por el cuartel. A las 09:00, ya duchados y uniformados, formaba la compañía para ir al comedor a paso ligero, que era como nos desplazábamos los guerrilleros, siempre cantando alguna canción del guerrillero, que ya no recuerdo ¡y mira que la entoné veces! Pero la memoria me falla je, je, je.
Llegó la prueba final. Consistió en llegar a ciertos puntos puestos por los mandos, en distintos sitios, con distancias considerables de hasta 10 km, con hora de llegada con tu binomio y con las cosas necesarias en la mochila; pero sobre todo agua. Se me quedó grabado a fuego ¡y eso que no me metieron muchas piedras! Pero ver a los demás cómo las cargaban fue algo que no me dejó indiferente.
Recuerdo que tuvimos unas jornadas de exhibición en las que enseñábamos el material que teníamos y cómo lo utilizábamos. Fue en Buitrago. Allí descendimos en rápel con cuerdas de escalada por la presa. Fue alucinante, por lo menos 30 metros de rápel. También realizamos una exhibición de defensa personal, en la cual participé por saber judo. Construimos cabañas para supervivencia. Todo esto era recién llegados al GOE.
Todavía no habíamos realizado ninguna fase, todo era escaparate porque teníamos muy reciente la boina verde. Nos quedaban unos 8 meses por delante, para adquirir experiencia y vivencias desafiantes, durísimas y muy interesantes.
El periodo de mili fue de 12 meses, de los cuales 1 mes y medio para la jura, otro mes de vacaciones, que fue justo cuando vinimos de las islas Chafarinas, y 20 días de Navidad.
Quiero recordar que si le quitamos esos tres meses, estuvimos en el GOE 260 días de maniobras en el campo o fases, es decir 9 meses.
Las fases, como las llamábamos, fueron escalada, maniobras con paracaidistas, supervivencia, fuga y escape, nieve, buceo, desfile por la Castellana, Día de las Fuerzas Armadas, Chafarinas, tiro con distintas armas, combate en población… seguro que se me olvida alguna; pero la mili que realicé fue muy intensa y me siento muy satisfecho al no haberme equivocado en mi elección, en contra de mi familia, que en el primer momento fue de preocupación.
Os contaré mis distintas experiencias de las fases y los momentos vividos, tanto buenos, como malos en el campamento donde estaba la compañía nº 11 del GOE Colmenar Viejo.
Fase de escalada
Nos desplazamos a la Pedriza, en la sierra de Madrid. Un sitio impresionantemente bonito. Allí nos enseñaron a hacer nudos con las cuerdas de escalada, a bajar en rápel por distintos puntos de las impresionantes rocas que había, el paso del río muy de guerrillero, a construir una pasarela japonesa, a subir por una escalera confeccionada con cuerdas y palos…
Allí no me percataba porque creía que estaba todo controlado. Ahora me doy cuenta de que, chapó por los mandos que estaban a cargo de estas maniobras, éramos chavales que no habíamos visto nunca una cuerda de escalada, de que no nos habíamos descolgado por una cuerda en la vida y aún así, que yo recuerde, no hubo nunca ningún accidente.
Maniobras con paracaidistas
¡Qué experiencia! Recuerdo que estábamos por binomios y tenía la sensación de búho: inmóvil por el día y activo por la noche.
Me tiré comiendo piñones dos días subido a un pino por el calor que hacía. Arriba del árbol corría la brisa. Nos moríamos de calor.
Estábamos casi sin agua ni comida porque los paracaidistas, que eran nuestros enemigos, habían descubierto los depósitos de comida que habíamos escondido unas semanas antes de que empezaran las maniobras.
Por la noche, nos pintábamos la cara para evitar los brillos de la piel y para estar mimetizado con el entorno. Nuestra misión era bajar donde estaban los paracaidistas durmiendo y hostigarles. Les disparábamos unos cuantos tiros de fogueo para que se despertaran y no pudieran descansar. En la guerrilla esto se realizaba sobre las 03:00 de la madrugada. Luego a correr a escondidas tratando de borrar las huellas para no ser localizados.
Qué tensión cuando sabías que te estaban buscando. No querías que te descubriesen. Los oías cómo se acercaban y tú permanecías inmóvil. Pasaban a tu lado y no te veían… ¡Se te ponía el corazón a mil aun a sabiendas de que todo era ficción! Era como un juego.
Si te descubrían, te hacían prisionero; te sometían a un interrogatorio para sacarte información y tú no debías decir nada. Estas maniobras de una semana fueron muy duras y agotadoras; pero también tenías mucho tiempo para pensar, para oír a las chicharras, para escuchar a los pájaros que eran los que te ponían en alerta porque venía el enemigo.
Fase de fuga y escape
Con diferencia, fue la más difícil de todas. Muy dura, tanto física como mentalmente. Nos sometieron a tortura toda una noche atados de pies y manos, de rodillas, con los ojos vendados, con música estridente de fondo repetitiva, desagradable, en invierno, con el suelo húmedo y frío, teniendo que numerarnos toda la noche. Si no decías el número, te golpeaban para que no te quedaras dormido.
Recuerdo que, de vez en cuando, nos sacaban y nos decían que les diéramos información, si no nos meaban en la cara. Nos echaban un líquido caliente simulando que se estaban meando encima, después te metían otra vez a escuchar música de los Ángeles del Infierno. Cabreados, cogían a otro y le hacían chillar, como si le estuvieran pegando o disparando.
Así toda la noche, sin dormir, con frío y de rodillas. Me acuerdo que del frío que tenía saltaba con las rodillas y me despegaba del suelo. Esto me llevó al límite de mi aguante físico y psíquico. Era lo que buscaban.
Amaneciendo, simulaban que te escapabas. Te daban un plano, brújula y te decían: “En tal punto y a tal hora se te recoge”. Si no llegabas te daban otro punto. Así hasta que llegaras… ¡Después de la noche tan despiadada que habíamos tenido!, tenías que ponerte a andar para llegar y no quedarte en tierra.
Aquel día aprendí que uno no es consciente del aguante que tiene el propio cuerpo. Fue muy duro.
Fase de agua y buceo
Toda una experiencia. Fue en Cabo Roig, en Alicante. Acampamos con nuestras tiendas en un arenal con más polvo que en el desierto y con un calor infernal. Salíamos a correr todos los días. Eso era parte de nuestro entreno matutino.
Gran parte del día estábamos en el agua, sin faltar a nuestras maniobras nocturnas, que como guerrilleros era donde nos teníamos que mover. Nadábamos por la noche con un testigo luminoso para que nadie se perdiera por la costa. Era una sensación agradable pero también producía miedo. Desembarcábamos en una playa y esperábamos para hacer el asalto; nos tirábamos vestidos al agua desde un acantilado y teníamos que salir como pudiéramos de allí.
Lo que más me gustó fue el buceo con botella. ¡Qué gran sensación cuando llegas a relajarte y a controlar el medio! La flotabilidad hacía que pareciera que estabas en el espacio. Agua por arriba, agua por abajo, viendo el fondo marino… Era alucinante.
Las maniobras nocturnas de submarinismo también fueron insólitas. Nos metían en el mar, en la noche profunda, a oscuras y con una brújula. Tenías que salir en el punto de la playa indicado. Todo esto lo hacíamos buceando, sin salir a la superficie, con una linterna para cada uno. Parecía que ibas metido por un tubo. Los peces se cruzaban por el haz de luz. No sabíamos ni por dónde íbamos, ni dónde íbamos a salir. Así pasó: más de uno apareció en zona de rocas. Estos lo pasaron muy mal para salir del agua.
Con las zódiac realizábamos desembarcos en la playa; cogíamos a los compañeros simulando una recogida de emergencia para salir del lugar a toda leche; remábamos en las embarcaciones para no hacer ruido; achicábamos el agua del bote; le dábamos la vuelta en el agua montándonos de pie en ella…
Esta fase, como todas, fue tan dura como espeluznante.
Una anécdota graciosa fue que los vecinos del lugar llamaron a la Guardia Civil comunicando que había OVNIS en el agua porque veían muchas luces que se movían. Éramos nosotros haciendo maniobras.
Otra anécdota fue que creí que me iban a arrestar por no haber dejado pasar al campamento a un capitán que estaba veraneando por allí. Yo estaba de guardia. No le di acceso y, al día siguiente, me llamó el capitán Dávila. Yo acoj…. Me felicitó por no dejar pasar a nadie sin estar documentado, fuera capitán o quien fuese.
Fase de combate en población
Fue en Guadalajara, en un pueblo cerca de Cogolludo, también muy interesante.
Nos montamos en los BMR con las ametralladoras y cetmes, para disparar en movimiento a unos blancos o dianas puestas en el camino “¡Jo…, qué manera de pegar tiros!” Cómo salían las balas por segundo, con las balas trazadoras. Si no recuerdo mal, cada cinco balas salía una trazadora.
También, en la fase de combate en población íbamos andando por un poblado abandonado. Aparecían dianas o blancos de enemigos o civiles a los que teníamos que seleccionar para disparar con pistola o subfusil.
Recuerdo ir con los morteros de distintos calibres, meter la munición y ¡cómo salían! Explotaban a cierta distancia, según la inclinación y la distancia del objetivo. ¡Qué manera de disparar munición! ¡Yo estaba encantado! Me gustan las armas y eso era así todos los días.
Teníamos que desmontar las armas y limpiarlas a fin de que estuvieran impolutas para el día siguiente. Pasábamos por una zona llena de barro, con alambres de espino que teníamos por encima de nuestras cabezas; reptábamos por el suelo con la balas a pocos metros; se producían explosiones a ambos lados simulando zona enemiga desde donde nos estaban disparando con ametralladoras y granadas de mortero.
¡Qué sensación de pánico! Eran tiros reales, explosiones que te elevaban el cuerpo a un palmo del suelo y, al caer, aterrizabas de nuevo en el barro. Estábamos llenos de lodo y, aun así, teníamos que seguir adelante. Al final, acabábamos con veinte kilos de barro encima. No se nos veían ni los ojos.
Fase de nieve
Fue en Navacerrada.
Tuvimos mucha suerte porque no había nieve y dos días antes de salir de maniobras cayó un paquetón que hizo posible llevar a cabo la fase y de manera muy completa.
Recuerdo que dormíamos en la estación de Cercedilla. Fue como nuestro barracón. Allí hacíamos todo: desayunar, comer y las teóricas que también teníamos. Parecía que estaba abandonada y hacía un frío impresionante.
Allí aprendí a esquiar, deporte que practico gracias al GOE. Fue una fase muy accidentada. Recuerdo que un compañero cayó del telesilla y se rompió las piernas. De unos 90 soldados que fuimos, salimos tocados el 80%. Prácticamente todos lesionados. Yo esguince de rodilla, pero eso fue de lo más leve y mereció la pena.
Construimos iglús y ¡qué maravilla, qué sensación! Cómo una construcción de hielo podía mantener el calor. Podíamos subirnos encima y no se derrumbaba.
Nos llamaban los guisantes kamikazes porque íbamos todos de verde y nos pegábamos unas hos… como panes. Lo bueno fue que no se nos mató nadie.
Qué gusto después de las prácticas llegar al campamento. Allí nos tenían la comida calentita, con nuestra bandeja de acero inoxidable, con cuatro apartados. Doy gracias a esos compañeros, que también eran boinas verdes, pero que no hacían las actividades que los demás hacíamos y al llegar nos tenían la comida preparada. Eran los conductores de los camiones. Los recuerdo con un sargento de cocina y sí, se sacaron los carnés de conducir camiones mientras estaban allí; pero ¡vamos! yo no se lo cambio por ninguna de mis aventuras. Me hubiera dado un parraque el no poder hacer todo lo que hicimos. Gracias, gracias otra vez porque creo que no se las di en ningún momento.
Fase de supervivencia
Una fase en la cual aprendí que mi cuerpo era capaz de aguantar todo lo que le echasen.
Empezamos con una marcha que duró un día y medio hasta llegar al sitio indicado. Fue en Cercedilla, desde Colmenar Viejo. Al llegar, nos pusieron en grupos de cuatro. A mí me tocó con Parrita, Silverio y Ruano el pescador, el más listo de todos.
Recuerdo que tuvimos que construir una cabaña con ramas para protegernos del frío, la nieve y la lluvia que nos cayó. Estuvimos allí diez días.
El primer día subimos a por troncos; los cortamos; estábamos activos y todavía con energía. Yo perdí 10 kilos en menos de dos semanas.
El último día de la fase mis movimientos eran muy lentos, arduos. Lo que el primer día subía con suma soltura, el sexto día no podía llegar a la mitad. Esta fase fue muy dolorosa, sobre todo por la meteorología. El frío, la lluvia, la nieve, la higiene… 10 días sin lavarte con agua caliente. Al principio nos aseábamos en un río por el que fluía el agua helada; al final ni nos lavábamos. Pasábamos tanto frío que la mierda nos hacía de abrigo.
La comida, que estaba racionada, era escasa, muy escasa. Teníamos de desayuno una galleta Fontaneda para cuatro, un sobre de azúcar a compartir con los de mi grupo y una infusión a beber entre los cuatro.
Para almorzar teníamos una sardina, con un bollo de pan de menos de 200 gramos, que había preparado Silverio en el horno hecho por nosotros. La sardina y el mollete de pan eran para repartir también entre los cuatro.
La cena era una media gallina atada en una cuerda para hacer caldo todas las noches. Las comidas que recuerdo fueron una sardina arenque para los cuatro; un conejo que tuvimos que matar, del cual nos dieron medio para los cuatro; también un pollo que tuvimos que matar de un mordisco en el cuello arrancándole la cabeza y nos dieron la piel, las tripas, la cabeza y las patas. Esa era nuestra comida.
También matamos una cabra que tenía un feto dentro y nos dieron de beber la sangre que salía caliente de la aorta, mientras agonizaba la cabra. La trocearon y nos dieron para comer los ojos, los sesos, las tripas y el cerebro. De todo menos carne. Eso sí, nos sabía riquísimo por el hambre que estábamos pasando. Aprendí que si tienes hambre comes de todo.
Cada día estábamos más débiles, nos hostigaban a base de bien. Comenzaban a disparar balas de fogueo, nuestra misión era escapar cada uno con su arma y que no nos atraparan. Cada día nos costaba más salir corriendo. Esto lo hacían de día y de noche.
Fue una fase muy dura. No podíamos ni con las botas. ¡Qué placer cuando llegamos a la compañía y nos pudimos duchar! Nos llevaron de vuelta en los camiones, todos con la cara demacrada y con la mirada perdida, con ganas de un plato de comida caliente, en condiciones, pero no podíamos comer. Teníamos pegadas las paredes del estómago, no nos entraba nada. El menú que nos pusieron, lo recuerdo perfectamente, fue caldo, filetes empanados y fruta. Comí dos filetes y solo me pude beber el caldo; lo demás no me entraba. Comí más por los ojos que con el estómago.
Desfile militar
A mi compañía le tocó desfilar por la Castellana el Día de las Fuerzas Armadas. Fue muy emocionante desfilar por allí para toda España, con la presencia de su majestad el Rey.
La preparación no fue buena por la cantidad de días y días ensayando el desfile. Nosotros éramos de hacer cosas en el campo y no de desfilar. Pasábamos todo el día repitiendo lo mismo, una y otra vez. Así nos tiramos más de un mes para que todo saliera bien y salió, salió de lujo. Desfilamos de maravilla. Fue muchísimo trabajo para solo unos minutos de actuación. Era lo que tocaba y como guerrilleros boinas verdes ¡cumplimos!
Destacamento en islas Chafarinas
A la compañía le tocó estar en las islas Chafarinas en el mes de julio. Nos tiramos un mes allí sin salir. Cogimos el tren en la estación de Chamartín hasta Málaga. Allí estuvimos un par de noches en el cuartel de los legionarios. Lo mejor era la comida; parecía que estabas en un parador. Lo peor era el dormir; nos dieron unos barracones ¡llenos de pulgas! Esto duró hasta que unos helicópteros nos llevaron a las distintas islas que teníamos que vigilar por estar cerca de Marruecos.
Estas islas eran una reserva marina y habitaba una foca monje a la que pudimos ver alguna que otra vez. Había una variedad increíble de peces; parecía el Caribe.
Los mandos sacaban unos meros que parecían atunes, también se iban a cazar con el cetme conejos a la isla de enfrente que no estaba habitada. Un marroquí nos traía la comida fresca. Lanzaba un sedal con anzuelo y cogía tiburones mientras navegaba de marruecos a las islas. No había más de 3 kilómetros.
Toda una experiencia. ¡Qué maravilla!
Y por fin vimos llegar los helicópteros que nos recogían de las islas para llevarnos al cuartel e irnos de vacaciones. Estábamos deseando salir de allí.
Todo esto que fue mi paso y experiencia en la mili. Me siento sumamente orgulloso por pertenecer a la UOE 11, con los malos y buenos recuerdos.
Una grata y excelente experiencia que elegí y que si volviera a nacer repetiría sin duda alguna. Volvería a hacer el servicio militar en el GOE. Me enriqueció en todo. De lo malo saqué lo bueno y de lo bueno saqué lo mejor. A día de hoy os puedo asegurar que aún lo disfruto.
Sigo rememorando y recordando, con buen sabor de boca, todas aquellas hazañas cuando me junto con mis compañeros.
Gracias a todos y un saludo, guerrilleros
Madrid a 15 de diciembre de 2023