Vicente Bataller Alventosa
General de brigada. Presidente FEDA AVBV
Uno de los espíritus guerrilleros que a diario recitan las boinas verdes del Grupo de Operaciones Especiales (GOE) Valencia III, dice así: «Ni la montaña con su grandeza, ni el mar con su majestuosidad, ni el bosque con su misterio y belleza, empequeñecerán el alma del guerrillero». Pero, ¿qué relación tienen estos soldados de élite con la montaña? Si observamos un mapa orográfico de Europa vemos que España es uno de los países más montañosos y ello, sin duda, ha marcado el carácter de sus habitantes a lo largo de los siglos de nuestra historia, no sólo en la forma de vivir y moverse, sino también en los métodos utilizados para defenderse ante las múltiples invasiones sufridas: romanos, godos, árabes, franceses, …
Fueron precisamente las tropas de Napoleón, durante la guerra de la Independencia, las que partir de 1808 inventaron esta palabra al denominar «petit guerre» a la organización para combatir a las partidas y cuadrillas españolas. Este vocablo se popularizaría con el tiempo en «guerrilla», llamando a sus componentes «guerrilleros». Se movían por la montaña como pez en el agua, conocían el terreno como la palma de la mano, aparecían por sorpresa, atacaban a las columnas francesas, se dispersaban y esfumaban. Se volvían a reunir lejos en un punto acordado, luego marchaban de noche por senderos que solo ellos conocían, volvían a atacar a los franceses y, de nuevo, esfumarse, para desesperación de los galos.
Pérez Galdós en su libro sobre el guerrillero Juan el Empecinado nos decía: «La primera cualidad del guerrillero, aún antes del valor, es la buena andadura, porque casi siempre se vence corriendo. Los guerrilleros no se retiran, huyen, y el huir no es vergonzoso en ellos. La base de su estrategia es el arte de reunirse y dispersarse. Se condensan para caer como la lluvia y se desparraman para escapar a la persecución. Su principal arma no es el trabuco o el fusil, es el terreno, porque según la facilidad o la ciencia prodigiosa con que los guerrilleros se mueven en él, parece que se modifica a cada paso, prestándose a sus maniobras».
Pero si los franceses le pusieron nombre a primeros del siglo XIX, esta forma de luchar atípica había nacido mucho antes, diríase que fue una constante histórica en el suelo hispano, un conjunto de condiciones identificables en el subconsciente español. Resulta asombroso el paralelismo existente entre las guerras llevadas a cabo en la península Ibérica contra romanos, árabes y franceses, pese a estar separadas por milenios. En efecto, en el siglo II antes del cristianismo ya encontramos antecedentes, de los que los romanos dejaron constancia por escrito, en la forma de guerrear de Viriato.
Viriato era un pastor que pasó su juventud en la montaña. Sufría sin desmayo el hambre, la sed, el cansancio; no le afectaba ni el frío ni el calor. Su áspera vida, acostumbrado a moverse por el monte y a afrontar las inclemencias del tiempo, le dio sentido del terreno y golpe de vista topográfico. Todas estas cualidades le convirtieron en un caudillo guerrillero, el primero que registra la historia en suelo hispano. Organizó pequeños grupos dispersos por las montañas, que cortaban el aprovisionamiento y realizaban constantes emboscadas; se basaba en actuar por sorpresa y huir con rapidez. Todo ello, unido a su pericia para prever y evitar el peligro, le proporcionaba victorias que entusiasmaban a los hispanos y sacaban de quicio a los romanos, cuyas Legiones nunca se habían encontrado con un enemigo similar.
Otro tanto ocurrió mucho más tarde, a principios del siglo VIII, en las montañas de Asturias, donde Don Pelayo, mediante el empleo de métodos guerrilleros, organizó la resistencia contra los invasores musulmanes. En la batalla de Covadonga, que tuvo lugar en el año 722, Pelayo esperó en un lugar estratégico, como lo era el angosto valle de Cangas de los Picos de Europa.
Los sarracenos, confiados en el elevado número de sus tropas y en las pocas de que disponía Pelayo, penetraron en el mismo y al ser atacados no dispusieron de espacio para maniobrar y sufrieron una completa derrota. A partir del triunfo de Covadonga, desde las montañas del norte se inició un lento pero persistente avance hacia el sur. Surgieron los reinos de Asturias, León, Navarra, Portugal, Castilla y Aragón.
Fue precisamente en la Corona de Aragón donde Jaime I «El Conquistador» utilizó, con gran éxito, unas fuerzas que ya podríamos denominar especiales, los almogávares, nombre que, aunque puede dar lugar a confusión, se refería a las compañías de catalanes y aragoneses que combatían de forma irregular contra los mahometanos en vanguardia del resto de fuerzas y también, de forma permanente, en las fronteras entre los territorios cristianos y musulmanes. Como podemos ver en el artículo del coronel Vázquez Soler «GOE IV: De Almogávares a Tercio Ampurdán» publicado en la revista Boina Verde nº 5 (junio 2022):
«El almogávar era de estatura aventajada, dotado de gran fuerza, bien conformado de miembros, sin más carnes que las convenientes para trabar y dar juego a aquella máquina colosal y, por lo mismo, ágil y ligero por extremo, curtido a todo trabajo y fatiga, rápido en la marcha, firme en la pelea, despreciador de la vida propia, confiado en el esfuerzo personal y en su valor y deseoso de combatir al enemigo de cerca y brazo a brazo.
En su traje se unía la rusticidad goda a la dureza de los siglos medios; vestía una camisa corta y una ropilla de pieles. Cubría su cabeza con una red de hierro que bajaba en forma de sayo; envolvían los pies en abarcas; pieles de fieras les servían de antiparas en las piernas.
El campo les prestaba hierbas y agua, y su único menester era el pan, que guardaban en el zurrón puesto a la espalda. Vivían más en los desiertos que en poblado; dormían sobre el suelo y, curtidos en la fatiga y las privaciones, tenían singular gallardía y ligereza.
Nada era imposible a tales soldados, para quienes era obra de pocas horas la más larga jornada, cosa corriente vadear un río, escalar ásperas pendientes y llegar silenciosos cerca del enemigo, para hacer más horrible su alarido al caer sobre los sorprendidos en certísimos saltos, azotando el hierro contra el hierro o contra el suelo al grito implacable de: ¡Desperta ferro!».
Cuando los almogávares formaban parte de un ejército, estaban encargados del servicio de exploración, en la vanguardia y en los flancos, cubriendo sus movimientos. Generalmente combatían a pie y en orden abierto, pero podían servirse del caballo del enemigo vencido.
Como los almogávares vivían errantes, nunca edificaron casa, ni fundaron posesiones; en el campo y en las fronteras enemigas tuvieron su habitación y el sustento de sus personas». (Los almogávares. Cap. V «El Ejército en tiempo de los Reyes Católicos», de Francisco Lanuza Cano).
Finalmente, en 1492, la toma de Granada, último bastión musulmán, puso fin a la reconquista.
Ya en tiempos más recientes, un siglo después de la expulsión de los franceses en 1814 -victoria en la que, según dije, tuvieron singular protagonismo las partidas guerrilleras amparadas en el terreno montañoso de la península Ibérica -el Ejército español organizó en 1924 doce batallones de montaña que recibieron instrucción específica para vivir, moverse y combatir en este medio.
El protagonismo que el terreno montañoso siempre había tenido lugar en los éxitos de los guerrilleros que lucharon de forma irregular contra invasores romanos, musulmanes y franceses, era ahora reconocido en el Ejército convencional con la constitución de unidades especiales de montaña, precursoras de las unidades de operaciones especiales, según veremos.
Este notable aumento de las unidades de montaña hizo necesaria la creación de un centro de formación especializado en este medio, y así nació el 12 de octubre de 1945 la Escuela Militar de Montaña (EMM), ubicada en Jaca (Huesca). En ella se formaban mandos del Ejército tras superar unas exigentes pruebas físicas de ingreso y un completo programa de adiestramiento -travesías de varias jornadas por alta montaña, en las que se dormía en iglús, prácticas de supervivencia en época invernal y estival, escalada y esquí de alto nivel, etc.- con una duración dos años.
Al final obtenían el prestigioso diploma de Montaña (Esquí-Escalada). Estos mandos instruían luego a los soldados de los batallones de montaña, y con el tiempo, unos y otros, fueron los primeros profesores y monitores de las escuelas civiles de montaña, esquí y escalada que se fueron creando a lo largo de todo el territorio nacional. Se da la circunstancia de que todos los deportes de aventura y riesgo que se practican en la actualidad como hobby -esquí, escalada, montañismo, supervivencia, paracaidismo, buceo, etc.- nacieron, como una necesidad, en el ámbito militar.
En 1957, cuando la EMM de Jaca llevaba doce años formando diplomados en Montaña, este centro de enseñanza puso en marcha el 1º curso de Guerrilleros, unos años más tarde denominado de Operaciones Especiales (OE), coletilla que se añadió a la escuela y a partir de entonces pasó, de EMM, a ser: EMMOE. España, que históricamente, según hemos visto, había sido pionera en la guerra de guerrillas, no debía quedarse atrás respecto a otras naciones.
Paradójicamente, los británicos habían copiado los métodos de lucha irregular empleados por las guerrillas españolas y creado unos comandos, integrados en el Servicio Aéreo Especial (SAS), que alcanzaron gran éxito durante la II GM. Los norteamericanos, a su vez, organizaron sus fuerzas especiales encabezadas por los famosos boinas verdes, que empleaban procedimientos similares y destacaron en la guerra de Vietnam.
España, tras contar con un número suficiente de diplomados en OE, en la década de los años 60, creó las Compañías de Operaciones Especiales (COE), al mando de capitanes, repartidas por todo el territorio nacional. Sus soldados, conocidos como guerrilleros o boinas verdes, pronto adquirieron una merecida fama entre el resto de unidades del Ejército español. Cada mes se entrenaban como mínimo diez días en el campo. Su instrucción abarcaba materias muy diversas, arriesgadas y de gran sacrificio, entre las que no podían faltar la escalada, la supervivencia y el conocimiento exhaustivo de las montañas de su zona.
Posteriormente, a partir de 1979, las COE se agruparon en Grupos de Operaciones Especiales (GOE) y Bandera de OE de la Legión (BOEL), al frente de un comandante o teniente coronel. Paralelamente a las unidades de boinas verdes del Ejército de Tierra, en la Infantería de Marina de nuestra Armada se creó la Unidad de Operaciones Especiales (UOE), en el Ejército del Aire, el Escuadrón de Zapadores Paracaidistas (EZAPAC) y en la Guardia Civil, el Grupo Antiterrorista Rural (GAR), unidades especiales cuyos miembros también lucían sobre sus cabezas la preciada boina verde.
Durante todos estos años, en las COE, y luego GOE, todos los soldados eran del reemplazo o servicio militar obligatorio (excepto en la BOEL), unos admirables aventureros que solicitaban su incorporación de forma voluntaria, sin ninguna remuneración económica a cambio, tan solo con la satisfacción de afrontar y superar unas duras pruebas y de someterse a un mayor sacrificio y dureza que el resto de sus compañeros destinados en otras unidades del Ejército, con dedicación menos exigente.
La desaparición de este servicio obligatorio y la incorporación de tropa profesional, permitió una mayor especialización. Luego en 1997, en base al GOE III que ya estaba en Alicante, se creó el Mando de Operaciones Especiales (MOE), al mando de un coronel (luego de un general), de modo que se redujeron el número de GOE y los tres que permanecieron se trasladaron a Alicante, excepto el GOE III que ya se encontraba en esta localidad. Con esta nueva reorganización, emergió una nueva etapa en las OE españolas, hasta llegar al momento actual.
Los boinas verdes del siglo XXI tienen, obviamente, muchos más y sofisticados medios que los lusos de Viriato, los asturianos de Don Pelayo, los almogávares catalano-aragoneses de Jaime I y que las partidas que atacaban las columnas francesas en la guerra de la Independencia. Sin embargo, muchos de estos soldados de élite que forman en el MOE llevan en sus genes el mismo espíritu guerrillero de antaño.