Alfredo Cabrero Lasierra
Capitán. Antiguo Sargento de la COE 51
Durante mi estancia en la COE 51, tras revisar el historial de recuerdos, como es de suponer, fueron muchos y variados, tanto jocosos, tristes, alegres, como sufridos. Voy a centrarme en uno de ellos que me ha servido en muchas ocasiones para ponerlo de ejemplo y ensalzar las lecciones aprendidas, sobre todo de los errores cometidos, así como la entrega incondicional del soldado guerrillero ante las adversidades que puedan presentarse ante el cumplimiento de la misión.
Fueron unas guerrillas de la COE 51 en las que el Regimiento Las Navas 12 actuaba de la contraguerrilla. El escenario nada menos que el campo de maniobras de San Gregorio. La premura del tiempo hizo que no se dispusiera de una preparación adecuada como requiere un ejercicio de guerrillas. Primer problema: establecer la base de guerrilla. Quien conozca el campo de maniobras entenderá que es difícil encontrar una zona adecuada para ello. Tras unos reconocimientos, decidí establecerla en el noroeste del campo, único sitio en el que existe una zona de pinares. Límite de la zona de guerrillas, asumiendo el problema de las excesivas distancias para las infiltraciones para el cumplimiento de las misiones encomendadas, por lo que había que tener prevista la alternativa de pasar el día sin acudir a la base. Eso conllevaba que en la preparación se establecieran una serie de depósitos de agua y algo de comida. En esta zona desértica distribuimos bidones de 25 litros de plástico entre los matorrales y barrancos cubiertos con ramajes y poco más. ¡ERROR!
Los primeros días se fueron desarrollando las misiones con normalidad, los objetivos se cumplían según lo planeado, pero por el cuarto o quinto día el agua de los ineficaces depósitos no había quien la bebiera, sabía a plástico puro, imbebible y podría hasta ser tóxico, por lo que hubo de poner en práctica alguna alternativa.
Decidí dedicar un guerrillero como aguador de la guerrilla. Debía recoger al atardecer todas las cantimploras de la guerrilla y, al amanecer, acudir al punto de reunión establecido con las cantimploras llenas de agua potable. El guerrillero designado debía ser fuerte, fiel, responsable por ello designe al cabo Bermúdez, el Gallego. Cuando lo veía partir con todas las cantimploras atadas con el cordino emprendiendo la carrera me llenaba de orgullo tener guerrilleros de esa casta y mucho más cuando llegaba al punto de reunión a torso desnudo, pero con la misión cumplida. Este es el otro motivo por el que quería relatar esta anécdota: la nobleza, entrega, dedicación y otros muchos más valores que el guerrillero adquiría en nuestras compañías.
Este error me sirvió de mucho. Como normalmente se dice: lección aprendida. Así que en las siguientes guerrillas realizadas con una bandera paracaidista en los montes de Teruel, los depósitos, especialmente los bidones de agua, los enterramos completamente en hoyos en los que estuvieran cubiertos por completo: agua fresca y clara para toda la guerrilla. Incluso me ha tentado muchas veces ir a visitar la base y comprobar que todavía se pudiera beber de esa agua.
Y para terminar el relato, lo cerraremos con un hecho muy curioso de dar por finalizadas las maniobras de guerrilla. Faltaban uno o dos días para finalizar y tenía la guerrilla oculta en la zona. Se oían toques de corneta y gritos por altavoces, que la guerrilla del sargento Cabrero se hiciera presente por asunto urgente. Mi sospecha fue que se tratara de una artimaña para darnos captura. Esperé para decidirme, pero los reclamos eran cada vez más insistentes. Comuniqué a mis cabos que iba a salir y, si fuera una treta, se dispersaran y a los dos días acudieran al punto de reunión establecido.
La llamada era real y el tiempo corría en nuestra contra porque, a las seis de la mañana, la compañía tenía que salir hacía Elizondo: operación de impermeabilización de frontera, operación muy real y de buenos recuerdos, pero no caben en este relato.