Realizada por el Teniente Coronel A. Luis Vicente Canela
Cuando lo ves acercarse, reconoces esa forma de caminar que solo tienen los viejos soldados. Camina despacio, porque ha caminado mucho. Es muy reflexivo y habla poco, pero siempre con las palabras necesarias. Quizá, por todo eso es un hombre tan respetado en la profesión. Entrevistamos hoy al teniente Sebastián Galera.
Sebastián, ingresas en el Ejército, como soldado voluntario, el 15 de abril de 1974, en artillería en Granada.
Sí y, enseguida, me seleccionan como atleta de la 9ª RM, por lo que iba a diario a entrenar a los campos de deporte de Los Mondragones. Fue allí donde empecé a ver algunos días a la COE 91 que iba a pasar la pista de aplicación. Me dejó impresionado su buen hacer, aunque también había algún cabrón que no paraba de llamarme “pistolete”. Un día, que me cogió con el cable cruzado, le dije al sargento que los mandaba que retaba al mejor de ellos a pasar la pista. Me dijo que me preparara para la semana siguiente. Allí se terminó lo de “pistolete”, le saqué veinte segundos. Ahora, con el paso del tiempo, pienso que allí empezaron mis “andanzas” en busca de la boina verde. Aunque es al llegar a la Academia de Infantería, en Toledo, cuando realmente decido continuar en el Ejército; pues, hasta ese momento, mi intención era cumplir con el servicio militar, como voluntario, y volver a mi puesto de trabajo en la Caja de Ahorros de mi pueblo, en Cazorla.
Perteneces a la I Promoción de la Escala Básica de Suboficiales, escala que supuso, en su momento, un gran cambio en la formación y posterior carrera del suboficial. En esa época, los sargentos comienzan a hacer el Curso de OE durante el año de prácticas.
Sí. Yo soy del XXI Curso de OE. Entonces, había una gran cantidad de peticionarios para hacer el curso, por lo que se hacían unas pruebas físicas previas en la Academia de Infantería, en Toledo, y, si las superabas, podías ir a Jaca, a la EMMOE, a realizar las definitivas.
Casi un año después, el 15 de julio de 1977, obtienes la Aptitud para el Mando de Unidades de OE y, un mes más tarde, sales destinado a la COE 52, en Barbastro. ¿Cómo recuerdas tu incorporación?
Llego a Barbastro el día de 7 de septiembre de 1977. La ciudad estaba en plenas fiestas patronales. Suelto las maletas y me asignan una habitación en la residencia. Sin conocer a nadie, me dirijo al pueblo y entro en la discoteca Mados. Para mi sorpresa, las chicas del pueblo, que debían leer el diario oficial, me preguntan si soy el sargento nuevo que viene destinado a la COE. Me quedé de piedra: ¡qué control! Cuando hablo con mi madre y le comento mi incorporación al destino, me dice que estaba predestinado, pues mi padre pasó dos años y medio en Barbastro, en su servicio militar, de 1949 a 1951 (mi padre murió en 1960). Posteriormente, rescaté su documentación de los archivos del batallón de Cazadores de Montaña Almansa 17. También establecí contacto con una señora muy mayor, de Jaén, que vivía frente al cuartel, y que le lavaba la ropa a mi padre. Siempre me hablaba maravillas de él y mi madre, la primera vez que vino a Barbastro, le hizo una visita.
¿Cómo era aquella COE 52?
Había unos mandos cojonudos; aunque las plantillas estaban al cincuenta por ciento. Mandaba la COE el capitán Zato, un hombre con una gran experiencia, pues había estado dos años en el empleo de teniente en la COE de Barcelona.
Luego había dos tenientes y un sargento sin diplomar, un sargento primero a punto de ascender (que estaba de baja por lesión) y el sargento primero Domínguez, que hacía poquito que había venido del Sahara. La verdad es que el panorama no era muy halagüeño.
Mi primera salida fue una fase de escalada en Rioseta. Yo era sargento, con veintiún años, más jovencito que la mayoría de tropa, y recién “escudillado”, asustado y sin experiencia de mando y el capitán, al no tener otro que reuniera las condiciones, me puso al frente de la fase. El resto de los mandos eran, por supuesto, más antiguos que yo y me llevé algún que otro chorreo por no asignar vía a los mandos no diplomados (tenientes y sargentos) a los que les costaba encordarse.
Me cuentas que tenías una especial relación con el sargento primero Domínguez, a quien, por cierto, yo tuve como brigada en el GOE I.
Desde mi llegada a la COE, el sargento primero Amador Domínguez García, “el tuerto”, fue mi referencia; y lo elegí como padrino y maestro. Era un líder, tenía mucha experiencia y grandes cualidades de mando. Manejaba perfectamente la “cal y la arena” y, aunque había diferencia de edad, llegamos a tener una relación extraordinaria. Siempre estaba al quite y cuando me veía meter la gamba me decía: “¡Ojo, Tianet, que te ha visto el tuerto!
Sebastián ¿qué era lo mejor de aquellas COE?
Lo mejor, sin ninguna duda, eran los guerrilleros. Aquellos sufridos chavales de reemplazo, que lo daban todo a cambio de nada. Siempre he dicho que por las unidades de OE han pasado dos tipos de hombres: los guerrilleros de las antiguas COE y los integrantes actuales de los GOE. No quiero menospreciar a nadie, cada uno tiene sus defectos y sus virtudes; pero, para mí, lo ideal sería un guerrillero de antes, con los medios de ahora. Seguro que de esta mezcla salía algo explosivo. Además, éramos como una gran familia: los mandos, las mujeres, los niños… Normalmente, nos reuníamos siempre para celebrar los momentos importantes: bodas, bautizos, cumpleaños, etc. Por ejemplo, cuando en 1981 nace mi hija Vanesa, los mandos y la tropa se vuelcan y le hacen unos regalos que me llegan al corazón, particularmente el de la sección que yo mandaba en esos momentos. A partir de aquí, empecé a darme cuenta de lo difícil que era compaginar la vida familiar con el destino en la COE, pero vi que todo era posible si tienes detrás una gran mujer. Todos los que hemos llevado la boina verde sabemos que esto es una forma de vida y, rápidamente, nos acostumbramos a que nos paguen con la “satisfacción del deber cumplido”. También es verdad que hubo momentos en los que el aire se podía cortar con un cuchillo; menos mal que fueron los menos y, por supuesto, hay que olvidarlos. Como dice el refrán “en todas partes cuecen habas”.
La figura del capitán era determinante en la forma de trabajar de una COE. ¿Cómo recuerdas a tus capitanes de entonces?
Efectivamente, el nivel de instrucción dependía mucho del carácter y buen hacer del capitán. Los dos primeros capitanes que yo tuve, Zato y Palacios, me perdonaron más de una. Yo era un sargento muy impulsivo y los capitanes eran “dios”, pero muy protectores con su gente. Por otra parte, al ser yo el único diplomado con el curso superior, me llovía la faena, sobre todo, en las salidas al campo; hasta que, a principios del año 1978, llegó destinado a la COE un compañero de mi promoción y de mi curso, el sargento Javier López Martínez, el “Peque”, y el capitán repartió la faena. El “Peque” siempre ha sido, y sigue siendo, como un hermano. Nos casamos con dos amigas y hemos tenido una vida militar paralela. Estuvimos juntos en la COE hasta el año 1986, cuando se disolvió. Ahora, seguimos viviendo en Barbastro y ojalá que esta relación dure muchos años y podamos seguir tomando nuestros vinitos y contando nuestras batallitas.
Tú eras montañero antes de ingresar en el ejército. ¿Estuviste siempre ligado a esa faceta de la instrucción?
Es cierto que mi gran afición era la montaña, sobre todo la escalada y la nieve; pero la verdad es que durante ocho años fui el responsable de los equipos de combate en agua y disfruté muchísimo en esa área. Recuerdo con mucho cariño las fases de agua en La Escala. No cabe duda que, después de siete años en los pantanos de Huesca, aquello era una maravilla. Nos organizábamos muy bien, hasta tal extremo que, con el consentimiento del capitán, algunos mandos alquilábamos apartamentos para nuestras familias, que pasaban allí unos días extraordinarios mientras nosotros realizábamos las prácticas habituales de la fase.
Y las prácticas de combate en montaña, ¿las hacíais siempre en Candanchú?
Sí. Hasta que en el 78 hubo problemas con la estación en lo relativo a precios y condiciones de uso de medios y remontes y nos vimos obligados a buscar un nuevo enclave. Se eligió la estación de Cerler y se acertó plenamente; siempre hubo una relación cordial y de apoyo con esta estación. El cambio se vio reflejado en el nivel de esquí de la unidad. Hasta este momento la COE 52 compartía forfait en Candanchú con la COE 51, para abaratar costes, pero los gastos por la utilización de medios y remontes en la estación de Cerler siempre fueron gratis; a cambio, la unidad realizaba alguna voladura con explosivos en las pistas o ayudaba en las pruebas deportivas de esquí. Además, el médico de la COE se integraba en el servicio sanitario de la estación. El trato con la estación era tan bueno que hasta en las cafeterías nos hacían precio de empleado.
En marzo de 1979 se despide el capitán Zato y llega destinado el capitán Palacios. ¿Hubo muchos cambios?
No. La COE siguió trabajando con un ritmo ascendente y, desde mi punto de vista, con el capitán Palacios llegó a alcanzar un nivel de instrucción extraordinario. La relación y el ambiente entre mandos, en esta época, fue, como decimos coloquialmente, “de dulce”. La programación de las salidas al campo se orientó hacia las provincias de Zaragoza, Teruel, Soria, Logroño y Navarra. Esto era muy importante para salir de la rutina. Íbamos también la base de helicópteros de Logroño (amenazada por ETA).
Y participaste en la Operación Alazán.
Sí, en Navarra, para impermeabilizar la frontera con Francia. Estas salidas venían ordenadas de Madrid y se convirtieron en problemáticas por no estar demasiado claras las normas de actuación. De la operación Alazán nos sacaron rápido, por considerar demasiado agresivas a las COE. El Mando quería solo presencia militar en la zona.
Creo que, en los últimos años, apareció una nueva afición entre los mandos.
En los tres últimos años, del ochenta y cuatro al ochenta y seis, nos dio por el descenso de barrancos y la espeleología. Realizamos descensos con la COE al completo en la Sierra Guara, en los ríos Alcanadre y Vero. Y, en alguna ocasión, parte de la unidad durmió dentro del barranco. También hicimos con “Peña Guara”, un grupo de espeleología de Huesca, la cueva del Toro y la sima de Esteban Felipe. Eran actividades nuevas que te hacían salir de la rutina diaria.
Llega un momento en el que dejas la COE, pero no la montaña. Y durante trece años pasas por diferentes destinos en el RCZAM Valladolid 65 y en la Unidad de Inteligencia de la Brigada.
Y dos misiones de siete y cuatro meses, respectivamente, en Bosnia. Hasta que, a mediados del año 2000, decido poner pies en polvorosa y pido destino a la Jefatura del Mando de Operaciones Especiales. Llego a Rabasa en septiembre de ese año y paso a prestar mis servicios a la secretaría del MOE, con el general Andreu. No fue el destino de mis sueños, pero poco a poco fui tomando las riendas, gracias al apoyo indiscutible del JEM del MOE (teniente coronel De Miguel), con el que mantuve una relación extraordinaria. Me resultaba curioso ser el único subteniente que había destinado en el MOE, pero era así. Para pedir vacante había que tener el curso y nadie estaba dispuesto a pedir destino a Alicante; por este motivo, en esos momentos era “el subteniente” a secas. Más tarde, se empezaron a publicar vacantes de subteniente sin diploma y, afortunadamente, se empezó a cubrir la plantilla con subtenientes del CEFOME.
Debido a tu experiencia en Inteligencia, cuando se crea la Unidad de Inteligencia del MOE pasas a prestar tus servicios en ella.
Efectivamente. Yo había estado cuatro años en la Unidad de Inteligencia de la Brigada de Montaña y tenía los Cursos de Inteligencia e Identificación de Materiales. Así que allí me desenvolvía como pez en el agua. Además, durante la última Misión BiH, con la Brigada de Montaña, tuve como “vecino” a un NOE del GOE III, donde coincidí con dos colegas, el suboficial mayor Manolo Viózquez y el cabo 1º Bullas, con los que compartí muy buenos momentos. En esa época, estando en la Unidad de Inteligencia del MOE participé también en la preparación de la Operación Cantado: la toma del islote de Perejil.
En diciembre del 2002, asciendes a suboficial mayor y pasas destinado al GOE “Maderal Oleaga” XIX, donde estás hasta el año 2005.
Aunque, efectivamente, eso es así según BOD, realmente, en el GOE XIX solo estuve un año. En esa unidad me sentí muy a gusto, tanto por el apoyo de mi jefe (el teniente coronel Acevedo) como de los suboficiales, y pude llegar a sentirme un legionario más.
¿Cómo definirías tu etapa de suboficial mayor en el MOE?
Como suboficial mayor del CG del MOE recibí un trato exquisito por parte de todos los jefes de unidad, con los que compartía reuniones de todo tipo que me servían para estar informado de todo lo que ocurría en las unidades y, así, poder asesorar al general del MOE. Me sentí muy realizado y llegué a comprender la importancia del empleo. Mis apoyos principales, para llevar a cabo mi labor de asesoramiento, eran los suboficiales antiguos y los cabos mayores de los Grupos. Hay que tener en cuenta que, de los nueve años en este empleo, durante siete fui el único suboficial mayor de todas las unidades. A lo largo de esos años, intenté llenar de cometidos y de contenido el empleo y, creo que, al estar bien apoyado por los diferentes generales que mandaron el MOE, llegué a sentir la satisfacción del deber cumplido.
Sebastián, háblanos un poco de esos cometidos.
Eran muy amplios y muy diversos: desde el asesoramiento al GEMOE, las relaciones con las asociaciones de veteranos, visitas a los cursos de mandos y tropa, juras de bandera, juntas económicas de acuartelamiento y del MOE, ampliaciones de compromisos de tropa, condecoraciones de suboficiales y tropa, complementos de dedicación especial de suboficiales y tropa, visitas a unidades en ejercicios, etc. hasta el funcionamiento del museo del MOE.
Pues, no está nada mal. Imagino que en ocasiones te verías un poco desbordado.
Bueno, los dos últimos años, con la llegada de suboficiales mayores a los GOE, conseguí vivir un poco más relajado. Y otro de los extraordinarios apoyos que tuve fueron mis compañeros del Curso XXI (el ventiúnico), con los que siempre mantuve una buena amistad. Se alinearon los astros y, durante bastante tiempo, la cúpula del MOE estuvo dirigida por mandos que habían sido profesores o se habían diplomado en el XXI: el general Cardona, el coronel Cabello, el general Casimiro Sanjuán, el general Bataller, el general Coloma, el coronel Solabre. El último fue el general Arribas que, aunque no era del XXI, habíamos coincidido en las COE cuando él estaba de teniente en la 51 y yo de sargento en la 52.
Finalmente, pasas a la Reserva el 10 de octubre de 2011.
Con 21 años llevando la boina verde, de los que siempre he estado muy orgulloso.
Pues hasta aquí nuestra entrevista con el teniente Galera. Muchísimas gracias, Sebastián, en nombre de la revista Boina Verde, por el tiempo que nos has dedicado y por compartir con todos nuestros lectores tus experiencias.