Realizada por el Teniente Coronel A. Luis Vicente Canela
En la primera parte de la entrevista al coronel Zato lo dejamos abandonando el valle del Baztán, con la tercera estrella sobre el hombro y encaminándose al CIR de Araca. Fue un destino forzoso que creo que no le entusiasmó demasiado.
Siempre fue incomprensible para mí esa mentalidad de que todos valíamos para todo. No se contemplaba, en aquel entonces, la especialización. Yo había trabajado en Jaca con equipos americanos y ese concepto lo tenían perfectamente claro: equipos, hombres y función se constituían y operaban en base a su especialización. Nunca entendí el despilfarro y mal empleo en oficiales y suboficiales; se ahorraba en lápices lo que se desperdiciaba en formación. Afortunadamente, en mayo se publicó la vacante del mando de la COE 52, de Barbastro. La pedí y a finales del mes de junio me concedieron el destino: ya era el capitán jefe de la COE 52.
¿Qué se encontró al llegar a Barbastro?
Si bien las instalaciones eran perfectas, la situación operativa de la compañía, el cuadro de mandos y su relación con el regimiento fue el primer escollo con el que tuve que apechugar. No disponía de tenientes diplomados. Una sección la mandaba un teniente de la escala auxiliar, agregado del regimiento, y la otra un sargento 1º; un sargento más estaba arrestado en Banderas y un tercero en un curso de no sé qué. La compañía era una más (y mala), del regimiento. Faltaba iniciativa, reglamentación, detalle, instrucción propia y definida y ¡mando!
Yo había aprendido durante mis años de teniente que las COE debían tener una personalidad propia. Eran especiales por definición, por creación, por métodos de trabajo, por actividades y por las misiones a realizar. Los regimientos que las acogían tenían que darles apoyo, pero no apropiarse de su funcionamiento. Había coroneles que así lo entendían y lo apoyaban, pero en otras la pelea diaria de sus capitanes con el jefe era lo habitual. Había que tener mano izquierda y, muchas veces, los capitanes éramos demasiado «bravos» y carecíamos de ella. ¡Así les iba a algunos! Peleas, malos modos, incomprensión, arrestos y… en definitiva, mal funcionamiento, de la COE.
Bueno, ciertamente un panorama poco halagador para su primer destino como capitán jefe de una COE.
Es verdad que la situación me entristeció, pero supe ver la oportunidad que tenía de recrear la compañía a mi manera, método y estilo. Bajé a Zaragoza a presentarme a mi general y a su jefe de estado mayor y les expuse la situación. Me entendieron y animaron, prometiéndome apoyo logístico, operativo, personal y administrativo. Hablarían con el coronel y se intentaría partir de cero.
Esa relación directa de los capitanes de COE con los generales de las BRIDOT no siempre era bien aceptada por los coroneles jefe de regimiento. Así que me imagino que, a su regreso, no todo fueron plácemes.
Pues, cuando regresé a Barbastro y le expuse al coronel todo el asunto, la verdad es que me comprendió y me animó a ponerlo en marcha. Más dura y desagradable fue la conversación posterior con el comandante jefe de la 3ª Sección del regimiento, hombre arisco, muy primario y acostumbrado a manejar la COE como si fuera una compañía más. Así que le dije que aquello se había acabado: «La compañía la mando yo, la instruyo yo, la dirijo yo, y yo soy el que marca sus maniobras, salidas y entradas y directrices operativas, previa aprobación del EM de mi BRIDOT».
Y la carencia de cuadros de mando, ¿cómo se solucionó?
En unos días llegó destinado un teniente diplomado de la academia y dos sargentos de la 1º Promoción de la AGBS, también diplomados. Empezamos a reorganizarlo todo: instrucción, métodos, maneras y disciplina. Tardaría tiempo en alcanzar el nivel que yo consideraba óptimo, pero condiciones, sitio, lugar y ganas, había a raudales.
En el año 1975 la enfermedad del general Franco y la determinación del monarca marroquí de anexionarse el Sahara, creó una espiral política de intensidad creciente ¿Cómo le afectó a su COE?
Aquel día de noviembre fue especial. El coronel me llamó a su despacho y me entregó un sobre lacrado, con la calificación de SECRETO. En él me daban órdenes precisas para poner a mi unidad en estado de alerta. Me puse en contacto con el EM de la BRIDOT en Zaragoza y me informaron de que un número indeterminado de COE, se trasladarían al Sahara con carácter urgente, entre ellas las dos de la V Región Militar.
Reuní a mandos y tropa y di las órdenes oportunas: «Desde ese momento, la COE al completo permanecía en situación de disponibilidad absoluta y concentrada en Fase de Aislamiento». Al día siguiente recibí una contraorden: «La salida no es inminente. Hay que esperar acontecimientos». Por último, el mando decidió no mandar estas unidades al territorio y la «normalidad» continuó hasta que, el 20 de noviembre, falleció el Jefe del Estado.
Tiempos de cambio, sin duda. Creo que, en aquella época, la legalización del Partido Comunista provocó en Barbastro una anécdota que merece la pena relatar.
Pues fue un acontecimiento entre desagradable y chistoso, un poco chusco, la verdad. Al legalizarse el PC, los viejos comunistas del pueblo pusieron en el balcón de la sede —hasta entonces clandestina— donde se reunían, un cartel con grandes letras rojas que decía: PARTIDO COMUNISTA DE BARBASTRO.
Había en el regimiento un viejo teniente coronel, ya en la Reserva, que llevaba la Oficina de Alféreces Provisionales o algo así, no lo recuerdo bien. Era una persona extraña, rara, que apenas trataba con nadie. Vivía en uno de los pisos militares anexos al regimiento, prácticamente enclaustrado con su mujer. Aquel día le debió entrar el «ardor guerrero», porque sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo se puso el uniforme, salió al pueblo, subió a la sede del PC, se asomó al balcón y descolgó la gran pancarta, haciéndola trizas a patadas y tirándola a la calle, que era una de las principales de la ciudad, mientras a grandes voces los llamaba hijos de puta, rojos y algunas lindezas más. Luego sacó la pistola y les dijo que los iba a matar a todos. Después, cogió… y se marchó.
El número debió ser gordo y se armó una buena. El «comunista mayor» de la sede se puso en contacto con el coronel Carnicer. El coronel, que era un águila, apaciguó los ánimos con buenas palabras, le aseguró que no se volvería a producir ningún acto similar y le garantizó la recomposición de la pancarta destruida y su instalación correcta. Así se hizo.
Una situación hábilmente manejada, sin duda. ¿Cómo evolucionó la COE? ¿Se evidenciaron con rapidez los resultados ante los cambios que usted introdujo?
Desde luego. Pasaba el tiempo, el año acababa y la COE iba acercándose a los fines que me había propuesto conseguir. Los inconvenientes principales desaparecieron, nos íbamos convirtiendo en lo que debía ser una unidad de este tipo: las fases de esquí y escalada la hacíamos en Rioseta y Candanchú; la de combate en agua en los pantanos de Grado y Barasona. El nivel que alcanzaba la compañía era bueno en general: marchas, tiro, técnica de esquí, movimiento con equipo ligero y pesado, construcción de todo tipo de refugios en nieve, iglús, fosas, tiendas, etc., y pernoctar en ellos. Pequeños ejercicios tácticos de COE conformaban esa fase que siempre se nos quedaba corta, pues cuando la tropa empezaba a «funcionar» la fase tocaba a su fin. Pero, ¡en fin!, es lo que había y teníamos que ajustarnos al tiempo.
Creo que en aquella época tuvo la visita de dos capitanes portugueses que permanecieron unos días con la COE y de la que guarda un buen recuerdo.
Sí. Nos agregaron dos capitanes portugueses que estaban destinados en los comandos de la Base de Amadora, cerca de Lisboa: Falçao y Domingues, éste último, nativo de Angola, simpatiquísimo y negro como el carbón. Venían con la intención de contrastar nuestra organización y funcionamiento y elevar un informe a sus superiores, sobre la posibilidad de fundar una Escuela de Montaña en la Serra da Estrela, punto más alto de Portugal. De nieve no sabían, no, pero de combate sí, y mucho. Todos los oficiales y suboficiales portugueses, al salir de sus academias respectivas, pasaban destinados inmediatamente a sus colonias: Angola, Mozambique, Macao, Cabinda, etc. (nosotros, en cambio, al CIR a mandar «orden cerrado») En la mayoría de ellas había brotes de insurgencia, precursores de sus respectivas independencias posteriores. Todos ellos, de una manera u otra, habían participado en acciones de combate.
Habían pasado dos años en Angola y nos explicaban métodos y maneras de combate en la jungla. Preto, en portugués, significa negro y nos resultaba paradójico escuchar al capitán Domingues, como ya dije, más negro que el carbón, explicar cómo se defendía y atacaba a los pretos con caçaderas, escopetas de postas con cañones recortados que eran más útiles en jungla que el fusil normal.
Hicimos una dura marcha desde Rioseta hasta el final del Cordal del Tobazo, y siguiendo el Cordal hasta la cumbre y proximidad del final del telesilla superior. Una vez allí descendimos hasta la Rinconada, donde pernoctamos en iglús. Domingues estaba encantado, dormimos los tres juntos en uno y se hizo un montón de fotos; aún conservo un par de ellas y me río cuando las veo. Eran dos fenómenos y tengo un gratísimo recuerdo de ellos.
¿Y con los Rangers norteamericanos?
Eso fue en 1976. Era un ejercicio en la zona de San Juan de la Peña en el que participaba un Grupo Operativo de Rangers, acantonados en Alemania, que posteriormente me enteré de que había operado en Vietnam. Llevábamos seis días de maniobras y no daban señales de vida, así que pensamos: «¿Quién es el que en una zona de pueblos y aldeas pequeñas como esta lo puede saber todo? ¡El cura de la zona, seguro!»
La novia de Pepe Sanz, un teniente de la COE, localizó al sacerdote y le mintió diciéndole que era la novia de un sargento sudamericano. El cura le reveló que estaban en Ena, una aldea de apenas seis casas. Mandé unos observadores y, ¡efectivamente!, allí se encontraban. Al día siguiente, domingo, montamos una emboscada en toda regla. Entramos, junto con un capitán español de la EMM que hacía de árbitro, a saco en la casa donde sesteaba, plácidamente, todo el grupo operativo. Los «rangers» habían alquilado la casa por un montón de “dólares”, a cambio exigían confidencialidad, transporte si era necesario, víveres y… ponche Soto Caballero y cervezas a tope. En el fondo era comprensible, a gente fogueada, muchos de ellos en Vietnam, una «maniobrita» en España le parecían unas vacaciones.
El año 1977 comenzó con una operación de rescate en el río Vero que, desgraciadamente, terminó mal.
Cierto. El año empezó de manera desastrosa. Me avisaron para que me presentase urgentemente al coronel, que había recibido una petición de ayuda del alcalde para tratar de localizar a dos chicos que, al parecer, cayeron al río Vero. El coronel me ordenó que me traslade al lugar y viese lo que se podía hacer.
El jefe de la Policía Municipal me informó de que los dos chicos, de familias muy conocidas del pueblo, habían derrapado en la curva del puente, a causa del hielo, y caído al río. El coche estaba unos cien metros aguas abajo del puente, en el centro del cauce, encima de una isleta, pero los cuerpos no se veían.
En aquellos tiempos no había ningún organismo que tuviera medios de rescate, así que pensaron en nosotros. La temperatura esa mañana era de unos dos grados y el frío intensísimo. El río venía crecido y muy bravo y yo veía la operación muy peligrosa. Se lo dije al coronel, pero convinimos los dos en que era necesario hacer algún intento, aunque fuera baldío, para no decepcionar a la gente y a los familiares que estaban allí expectantes. Montamos una tirolina, de ribera a ribera, y un sargento se deslizó por ella y se colocó sobre el coche, constatando que los cuerpos no se encontraban en él. Empezamos a recorrer, por tramos, ambas orillas, con los guerrilleros equipados con trajes de neopreno y la cara y las manos untadas de grasa. Iban sujetos por la espalda, con un arnés, a una cuerda de escalada, y en periodos de no más de quince minutos. Yo, personalmente, entraba en el agua para evaluar el tiempo de exposición. Quise comprobar personalmente la dureza, dificultad y peligrosidad del intento; de ninguna manera quería más problemas además del que ya, desgraciadamente, había ocurrido.
A media mañana, atorado entre la maleza, apareció el corpachón hinchado de uno de los chicos. El otro cuerpo apareció, según nos enteramos posteriormente, en las proximidades del Pantano de Mequinenza, a más de ochenta km.
Una historia triste, es cierto; en la parte positiva hay que reconocer que esas y otras acciones, acercaban mucho a la COE a la población civil.
Crucemos los Pirineos. Me habló usted de unas maniobras en Francia que se desarrollaron bajo «circunstancias especiales», por decirlo de alguna manera, ¿no?
Corría el mes de mayo cuando recibí la orden de aprestar la compañía para unas maniobras conjuntas en Francia. Nos trasladamos a Dieutze, cerca de Nancy: el comandante Gordo, jefe del Curso de OE, el capitán de la COE 51, Ferrer Sequera, y yo. Allí, en el Cuartel General del Regimiento Paracaidista y durante dos días, coordinamos la operación que se iba a celebrar en Cahors, cerca de Toulouse.
Participaban equipos de OE de Inglaterra (SAS), holandeses, griegos, franceses y nosotros; significo que, si no padezco desinformación, era la primera vez que una unidad española, de cualquier tipo, participaba en unas maniobras conjuntas fuera del territorio español. El «enemigo» lo componían el 2º REP (Legión Francesa), el regimiento paracaidista anfitrión y varios destacamentos de las CRS (Compañías Republicanas de Seguridad).
A primeros del mes de noviembre de 1978, se produjo el ascenso a comandante de Guillermo Rey, capitán jefe de la COE 82, en Lugo, y ahí se abrió una nueva oportunidad.
Era nuestra solución y colmaba mis deseos profesionales. Era la ciudad de Lila y su familia, la mía también ya, y ella se podría incorporar nuevamente a su trabajo. Ni lo pensamos siquiera. Pedí la vacante, le comenté a mi BRIDOT y al coronel jefe del regimiento mi decisión y… a esperar. El 4 de enero de 1979 se me concedió la vacante de mando de la COE 82 de Lugo, de la que tomé posesión a finales de enero.